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Consejos: ¿los das o los tomas?
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Consejos: ¿los das o los tomas?

Esta semana un amigo me agradeció los consejos que le presté en una situación extrema de incertidumbre financiera. Tras haber sorteado varias barreras financieras en los

Esta semana un amigo me agradeció los consejos que le presté en una situación extrema de incertidumbre financiera. Tras haber sorteado varias barreras financieras en los últimos meses, este empresario se encontraba frente a un nuevo obstáculo más grande  y más pesado que los anteriores.

Al principio me sentí muy importante al leer su correo. Se me hinchó el pecho de orgullo y me salió una sonrisa de autocomplacencia de las que todos nos dedicamos alguna vez. Pero luego me dí cuenta de que quizás la que debía estar agradecida era yo.

Es mucho más fácil dar consejos que recibirlos. Que alguien confíe lo bastante en ti para escuchar tu opinión sobre cómo resolver su problema es en sí una ofrenda que pocos sabemos hacer. Que luego te agradezca tus opiniones y se plantee realmente si aplicarlos también es digno de mención.

Pero en nuestra cultura individualista de ‘aquí estoy yo’ parece que el que da los consejos es más fuerte o mejor que el que los recibe y los aplica. ¿Será por eso que todos nos pasamos la vida dando consejos a todo el mundo y enfadándonos cuando no nos hacen caso?

La disciplina de coaching se reduce en su esencia al arte de hacer buenas preguntas. A todo el que lea un libro o haga un curso le enseñan a no dar consejos. A hablar menos y escuchar más. A respetar los silencios y ahorrarse los juicios de ser superior. Lo que no siempre entienden los profesionales del coaching es que para hacer buenas preguntas uno tiene que reconocer la autonomía del cliente.

Es un cambio de paradigma mental mucho más profundo de lo que puede parecer, porque pasas de sentirte salvador del cliente a comprender que el cliente tiene todo lo necesario para salvarse solito. Y que si necesita un consejo ya te lo pedirá él. Es una actitud útil para cualquier conversación.

No hay más que ponerse al otro lado de la mesa. Cuando tú tienes que resolver una situación, ¿cuántas veces te equivocas tú sólo antes de pedirle un consejo a alguien? ¿y a quién eliges para que te preste su opinión?

Todos queremos resolver nuestros problemas sin tener que recurrir a un externo. Como el niño que por primera vez rechaza la mano tendida del padre para demostrarse a sí mismo que puede andar solo.  Y si nos vemos obligados a pedir ayuda, elegimos con mucho cuidado a quién se lo pedimos. ¿Quién tiene el poder entonces?

Mirado así, el que recibe los consejos es en realidad el cliente que compra sabiduría. Y el cliente siempre tiene la razón según dicen los de ventas. ¿No te parece? Desde luego es él o ella quien decide si se queda con tu opinión o si la ignora.

No nos queda más remedio que admitir que cuando damos consejos hay una parte de nosotros que busca ser reconocida como sabia, como buena amiga, como valiosa. La frustración que sentimos cuando estos consejos no son apreciados viene, en parte, de que no se nos ha otorgado el reconocimiento que buscábamos.

Por otro lado, las personas que han tenido sesiones de coaching aprenden rápidamente a disfrutar de la curiosa libertad de éstas frente a las conversaciones cotidianas. El coach experimentado no juzga, no impone sus ideas ni se empeña en convencer al cliente de nada que no se crea solito. Y esto da una libertad increíble para expresar ideas, miedos y vulnerabilidad.

Soy yo la que debo estar agradecida a todos los clientes y amigos que aceptan mis ideas y sugerencias. Porque sólo con escucharme ya me están otorgando una confianza que no le dan a cualquiera. Cuanto más vulnerables y perdidos se sienten, más mérito tiene el que me permitan acompañarles en un momento que no querrán recordar en el futuro. Y menos dejar testigos.

Ser testigo del momento más difícil de un amigo o un cliente es uno de los mayores privilegios que uno pueda tener en la vida. Es una conexión que nunca se olvida. Ni el que recibe el acompañamiento, ni el que se siente elegido para ofrecerlo.

Así que, si te pasas la vida dando consejos e instrucciones, quizás deberías darles las gracias a los que te hacen caso en lugar de enfadarte con los que no. Aprende también a pedir y aceptar consejos. Aceptar la propia vulnerabilidad da mucha más fuerza que esconderse detrás de una rígida armadura de sabelotodo. 

Esta semana un amigo me agradeció los consejos que le presté en una situación extrema de incertidumbre financiera. Tras haber sorteado varias barreras financieras en los últimos meses, este empresario se encontraba frente a un nuevo obstáculo más grande  y más pesado que los anteriores.

Círculo de Empresarios Recursos humanos