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Los medios mienten y todos lo sabemos
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Los medios mienten y todos lo sabemos

“Vivimos en una especie de simulacro donde todos asumimos que los medios de comunicación nos mienten y nos manipulan. Ellos lo saben, nosotros lo sabemos y

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Los medios mienten y todos lo sabemos

“Vivimos en una especie de simulacro donde todos asumimos que los medios de comunicación nos mienten y nos manipulan. Ellos lo saben, nosotros lo sabemos y lo curioso es que eso parece satisfacer a todo el mundo”. Javier Barraycoa, profesor de Sociología y Opinión Pública en la Universitat Abat Oliva de Barcelona, describe en su último ensayo, Los mitos actuales al descubierto (ed. Libroslibres) una serie de creencias falsas bien instaladas en nuestro mundo. Empezando por la confianza en ese cuarto poder que sometería a control a los otros tres, en ese garante de la verdad de la verdad y de la democracia que afirma ser el Periodismo. Pero, según Barraycoa, si miramos en sus entrañas, encontraremos con mucha frecuencia una simple fábrica de relatos. Y se trata de algo a lo que el público se presta con gusto. “El espectador asume el reencantamiento del mundo que hacen los medios porque actuar de otra manera le exigiría demasiado esfuerzo; buscar la verdad exige un sacrificio que la gente no está dispuesta a hacer”.

Y es que otro mito que funciona en la teoría y no parece estar operativo en la práctica es el de ese ciudadano activo que se informaría profusamente a través de las fuentes disponibles acerca de aquellas cuestiones que resultan de su interés y que tomaría decisiones valorando pros y contras. “Vivimos en el imperio de lo efímero. Quizá por eso no tenemos el suficiente convencimiento como para persistir en nuestros valores. Nada parece ser constante: no aguantan las familias, no aguantan los políticos en sus principios y tampoco el ciudadano es capaz de insistir en la búsqueda de la verdad”. Para Barraycoa, esas dificultades para persistir en el esfuerzo tienen un nombre, “aquel que le dieron los clásicos: pereza. Porque una de las manifestaciones del perezoso no es la pasividad sino estar en perpetuo movimiento. Y así estamos ahora, cambiando continuamente de actividades y sin permanecer en ninguna de ellas, probablemente porque ya no encontramos sentido a las cosas que hacemos”.

Según Barraycoa, este decaimiento del ciudadano activo y comprometido nos lleva hacia sistemas políticas insanos que se sostienen en el mito. “Entre la democracia ideal y la real hay un abismo. Porque lo que nos demuestra cualquier análisis sociológico es que tenemos instalada en nuestras sociedades una oligarquía que posee control sobre los recursos económicos, sobre los medios y sobre la capacidad de decisión, frente a la cual el ciudadano se encuentra con una sola posibilidad de acción, el voto. Y eso genera una profunda apatía”.

Y los mecanismos que podrían ayudarnos a salir de esa situación tampoco funcionan adecuadamente. “Es curioso cómo una sociedad en la que se invierten muchos recursos en educación está produciendo una profunda apatía en sus estudiantes. Nuestro sistema educativo, que se piensa muy racional, no está ayudando a desarrollar razonamientos lógicos en sus estudiantes sino que les está convirtiendo en apáticos”. Y quienes están situados en la cúspide de ese sistema tampoco se ven libres de los males de la época: “La inteligencia de nuestra sociedad, es decir, todos aquellos que manejan el saber y el conocimiento, están volcándose en a interpretar la realidad a través de ideologías en lugar de prestar atención a la realidad”.

Por eso, según afirma Barraycoa, la situación es dramática. “Autores como Toynbee, que analizaron las crisis de las civilizaciones y los motivos por los que llegaban a su fin, descubrieron que dormirse en los laureles y la pérdida de tensión ante la realidad, eran factores decisivos”. Y nos estaríamos moviendo en un contexto parecido, en la medida en que “a pesar de que existen altos niveles de manipulación, no buscamos cambios sociales o políticos; más al contrario, la gente se quita de en medio pensando que si un profesional le interpreta la realidad, para qué va a tomarse la molestia de analizarla. Al final, se abdican de las responsabilidades y se proyectan en los políticos, como si estos fueran a solucionar nuestros problemas”.

La ‘neolengua’ y la nada

Un indicio claro de este rechazo de la propia responsabilidad tiene que ver con la aceptación acrítica de los mitos que imperan en nuestra sociedad. Barraycoa habla en su libro de la ecología, de las ONG, de la ciencia y del consumo como nuevos mitos, y repara especialmente en asuntos como la corrección política y la neolengua, en la medida en que, en su opinión, resultan esenciales para entender nuestra época. “El gran agraviado con la llegada de la corrección política fue la clase proletaria, que resultó abandonada por la izquierda”. Porque los partidos de izquierda dejaron de lado al obrero para reparar en una serie minorías constantemente agraviadas, a las que empezaron a referirse con eufemismos y expresiones políticamente correctas. Como subraya Barraycoa, entre otros ejemplos, se pasó de emplear la expresión “negros” a “personas de color”, para terminar en “afroamericanos”. Pero “esto genera una dinámica muy perversa porque cada vez que el poder interviene para corregir los agravios que sufre una minoría, los genera en otra. Si haces leyes para proteger a los no fumadores, termina agraviando a los fumadores. Se entra así en un proceso que genera constante insatisfacción social. Además de que la corrección política crea mucha autoculpabilización”.

Pero, sobre todo, se trata de “una forma de control mental. Lo vio Orwell muy bien cuando hablaba de la neolengua. De lo que se trata es de crear formas de autocensura, algo que ningún totalitarismo había conseguido en la historia. Antes, el control atendía a las acciones del individuo; a partir de ahora también busca que nos autocensuremos, lo que es una forma de totalitarismo muy sutil y efectiva”.

En este sentido, uno de los terrenos donde más opera la corrección política, asegura Barraycoa, es en la sexualidad. El autor de Los mitos actuales al descubierto recurre a Foucault para subrayar los cambios que han tenido lugar en nuestra sociedad y la utilización de la sexualidad por el poder estatal. “Foucault planteó que la sexualidad era un instrumento del poder. Hoy, Foucault se ha convertido en un referente para la izquierda en lo que se refiere a la liberación sexual, cuando lo que resulta plenamente apreciable es la exactitud de su denuncia. Porque hoy es el Estado el que educa en sexualidad, creando categorías sexuales y nuevos modelos de pareja. Nunca se había teorizado más por parte del poder acerca de la sexualidad, y eso la izquierda no lo quiere ver, no es más que una forma de control. Por eso, puede afirmarse que asignaturas como Educación para la ciudadanía no son más que síntomas de que el Estado sigue utilizando la sexualidad como forma de control social”.

Hemos pasado de lo bello a lo trasgresor. Esa metáfora en el arte parece ser también la que opera en múltiples manifestaciones estéticas: los adornos hoy son pìercings, etcétera. Pero ¿qué nos revela de nuestra sociedad? Es una tendencia general o sólo es un aspecto parcial. El arte es un tema muy profundo, porque en el fondo desvela lo que es una sociedad, si muriera el arte, sería un síntoma de que está muriendo una sociedad, lo que los clásicos se habían definido como arte no se está produciendo, sino todo lo contrario, pero nos intentan convencer de que eso es arte. Sin embargo, todo el arte moderno y contemporáneo es un arte nihilista, estamos en una cultura nihilista, como ejemplo sintomáticos, Klein o como sea, en el libro, obra titulada Nada, donde no había nada y la gente pagaba para ver Nada, y esto refleja bien el arte que es una especie de apariencia de nada.

Las guerras mediáticas: el Pentágono y el cine

El famoso 11-S fue un hito donde el poder político y Hollywood llegan a un entendimiento a través de la cultura, del cine, y de asegurar la moral nacional. Hemos de pensar que la NBA en aquel tiempo se sacó normas para que los jugadores no se movieran mientras sonaba el himno, ni mascaran chicle, etcétera, porque eso podría deteriorar el patriotismo. Ese cúmulo de acciones acaba teniendo efecto. En Diario 16 Felipe González fue noticia porque fue denunciado por los sindicatos de la tele porque se obligaba a programar películas de miedo en período electoral. Fue significativo porque algún sociólogo o psicólogo social entendía que si se crea atmósfera de miedo, la gente vota más. Es un pequeño botón de muestra de cómo el poder político juega con estos elementos psicológicos y sociológicos, porque se presuponen que sí son efectivos, y es una práctica que se está agudizando. Las técnicas son más sutiles y están probadas, sólo hay que recordar la foto de los misiles de Irán: había cuatro cuando sólo habían salido tres.

“Vivimos en una especie de simulacro donde todos asumimos que los medios de comunicación nos mienten y nos manipulan. Ellos lo saben, nosotros lo sabemos y lo curioso es que eso parece satisfacer a todo el mundo”. Javier Barraycoa, profesor de Sociología y Opinión Pública en la Universitat Abat Oliva de Barcelona, describe en su último ensayo, Los mitos actuales al descubierto (ed. Libroslibres) una serie de creencias falsas bien instaladas en nuestro mundo. Empezando por la confianza en ese cuarto poder que sometería a control a los otros tres, en ese garante de la verdad de la verdad y de la democracia que afirma ser el Periodismo. Pero, según Barraycoa, si miramos en sus entrañas, encontraremos con mucha frecuencia una simple fábrica de relatos. Y se trata de algo a lo que el público se presta con gusto. “El espectador asume el reencantamiento del mundo que hacen los medios porque actuar de otra manera le exigiría demasiado esfuerzo; buscar la verdad exige un sacrificio que la gente no está dispuesta a hacer”.

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