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El incendio de Doñana, desde dentro: dos ecologistas en primera línea de fuego
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El caos relatado en primera persona

El incendio de Doñana, desde dentro: dos ecologistas en primera línea de fuego

Así vivieron Juan Romero y Juanjo Carmona la angustia de ver de cerca cómo ardía el paraíso que llevan años tratando de preservar.

Foto: Paraje de Cuesta Maneli tras el incendio (EFE)
Paraje de Cuesta Maneli tras el incendio (EFE)

Eran las ocho de la tarde del sábado y a Juanjo Carmona ya le habían llegado las noticias de un "pequeño incendio" en los alrededores de Moguer. Él estaba sentado en un bar de El Portil, a unos 20 kilómetros al oeste de Almonte, cuando se levantó un viento potente, seco y cambiante. "Las sillas salían volando", recuerda.

Conforme oscurecía, el ajetreo en el puesto de mando de Mazagón iba creciendo. A primera hora de la noche del sábado apareció por allí el veterano Juan Romero, de Ecologistas en Acción, para intercambiar impresiones con el director del Espacio Natural de Doñana, Juan Pedro Castellano. Tras pasar un rato allí, Romero decidió dar una vuelta en coche para ver el avance de las llamas. Rodeó las lagunas de Palos y Las Madres pero cuando quiso avanzar hacia el frente litoral de Doñana se encontró el paso ya cerrado: "La Guardia Civil no dejaba entrar absolutamente a nadie".

Para entonces el Infoca ya había ordenado el desalojo de dos camping, urbanizaciones cercanas e incluso del Parador de Mazagón, enclavado cerca del límite occidental del parque.

Un domingo malo, malo, malo

Pese a todo, al día siguiente por la mañana la situación no hacía presagiar la catástrofe. Carmona se acercó con la moto a desayunar al camping Doñana, uno de los desalojados de madrugada y cuya portada llegó a arder horas antes.

"Durante la noche el fuego había llegado a las puertas del camping, pero por la mañana estaba tranquilo y desayuné allí, hablando con los trabajadores y la gente, que trataba de explicarme lo que habían pasado por la noche", dice Carmona, abogado de formación pero vinculado profesionalmente a WWF.

Carmona se fijó en que aquella mañana los autobuses cargados de visitantes seguían entrando al parque. "Yo pensaba, con un incendio a 500 metros, ¿qué hacen trayendo estos autobuses a Doñana?"

Antes de mediodía, el ecologista se subió a la moto de nuevo y se adentró en la zona donde se inició el incendio por las carreteras que aún estaban abiertas. En ese momento, aquel viento potente, cambiante y seco se reanudó, avivando las brasas del infierno.

Cerca de esa hora, un grupo de cinco o seis caballos atados en la barriada de San José, en Moguer, comenzaron a ponerse muy nerviosos, para asombro de los parroquianos que por allí había. El humo apena se intuía a lo lejos, ni en la vista ni en el olfato, pero cinco minutos después la Guardia Civil apareció para echarlos a todos de allí: "¡Fuera, fuera!"

"En un segundo empezó a soplar un viento huracanado, iba por la carretera que une Mazagón con San Juan del Puerto y tuve que dar la vuelta", recuerda Carmona, "De repente había una humareda enorme, no se veía nada, los coches haciendo señales, la Guardia Civil echando a la gente de la carretera..."

Al escapar de aquel caos, unos 15 minutos más tarde, Carmona se bajó de la moto y se dio cuenta de que estaba cubierto de un polvo rojo. Subió un tuit mostrándolo y continuó su camino.

Mientras tanto, Romero andaba por la zona de Las Madres, cercana al origen del incendio y donde asistió a una situación dantesca. La Guardia Civil estaba intentando alertar a una población africana, que se refugiaba en aquellos montes de pinos esperando a que los contrataran en la fresa, para que salieran de allí cuando antes. "Cuando los agentes los llamaban, ellos huían porque pensaban que los iban a detener por no tener papeles", recuerda Romero, "que iba la Guardia Civil, pues ellos corrían para otro lado, volvían de nuevo huyendo y cuando aparecían los guardias se escondían de nuevo, imagínate el drama de esas criaturas con el fuego ahí".

Por fortuna, cuando Carmona pasó por allí más tarde, ya no estaban. "Sacarlos a la carrera no sería fácil, pero cuando yo llegué ya los habían sacado".

Los peores momentos ocurrieron entre las 15:00 y las 19:00 del domingo, para Romero, el día "malo, malo, malo" de este incendio, que a primera hora de este martes se declaraba ya estabilizado. A la hora de comer, la mayor preocupación estaba en Matalascañas, un núcleo urbano dentro de Doñana donde más de 50.000 personas estaban atrapadas.

"El viento estaba actuando entonces en dirección a Doñana", recuerda Romero, "y la velocidad que lleva un incendio de copa con pinos y eucaliptos es impresionante, las piñas, las cabezas... todo arde".

En Matalascañas, las autoridades locales tuvieron que tomar decisiones muy precipitadas, lo que contribuía a la confusión. "Unos decían a la gente que fuera en dirección a la playa, otros barajaban la posibilidad de evacuarlos hacia Sanlúcar, otros pedían que no salieran de Matalascañas ni cogieran el coche", dice Romero, añadiendo que el recuerdo de las imágenes de coches calcinados en el incendio portugués de la semana anterior afectó sobremanera a la situación. "Había un miedo tremendo por lo ocurrido allí".

Otro frente de enorme preocupación para los ecologistas era El Acebuche, un centro de cría en cautividad de linces ubicado incluso más cerca del incendio que Matalascañas.

Operación Lince

En los planes de actuación contra incendios, la prioridad siempre son los núcleos de población y evitar la pérdida de vidas humanas. Con Mazagón, primero, y Matalascañas, después, rodeados por las llamas, para cuando el puesto de mando ordenó la evacuación del Acebuche el fuego estaba ya cercano.

Se ordenó a la dirección del parque que ordenara a los trabajadores en El Acebuche recoger sus pertenencias y se largaran de allí antes de 15 minutos. En aquel momento había dentro del centro 28 linces ibéricos, de los que pudieron desalojar a la mitad. Al resto les abrieron los recintos donde estaban confinados con la esperanza de que huyeran antes de que llegaran las llamas, lo que provocó una cierta polémica. Desde Equo Andalucía, por ejemplo, tacharon la maniobra de irresponsable.

"Desde el puesto de mando dijeron que en 15 minutos había que evacuar todo aquello porque el fuego iba en esa dirección", dice Carmona, "pero El Acebuche no solamente son los linces, son las oficinas del parque, el centro de visitantes, las casas que hay allí... es que con la velocidad a la que estaba avanzando el fuego se nos podía haber metido allí".

Ambos ecologistas calculan que las llamas llegaron hasta un par de kilómetros del centro de cría. "El fuego se sentía como que estaba encima", recuerda Romero.

"La gente no se da cuenta de que en un incendio, el problema no son las llamas sino el humo", dice Carmona. "Mucho antes de que te llegue el fuego te llega todo el humo, luego una ola de calor y por fin las llamas, si te avisan con 15 minutos de antelación no es por el fuego sino por todo lo que viene antes".

"La tendencia era salvar lo máximo posible", dice el portavoz de Ecologistas, "hay que tener en cuenta que el lince es un felino, que es agresivo, y te dan menos de una hora, no un día, para sacarlos de allí". Por ello, se optó por evacuar principalmente a aquellos que estaban en jaulas más reducidas.

Carmona critica también a los que arremetían contra la labor de rescate de los felinos mientras o poco después de que ésta se produjera. "Cuando la gente piensa en los linces se creen que está en una jaula, y están en un recinto bastante grande, como de media hectárea, porque la idea es que el personal tenga el mínimo contacto posible con los animales para que cuando se encuentren listos se puedan soltar al medio", explica el ecologista de WWF, "además, todo ello con un equipo humano que es el que tienes, porque tampoco es que de repente te pongan allí a 50 personas más".

De los 14 linces que fueron evacuados, una madre llamada Homer murió por el estés y el resto ya han vuelto.

"Podían haber llevado los linces al Rocío pero tomaron la decisión de llevarlos a Matalascañas porque alguien pensó que igual podían volver pronto y realojar a los animales sin necesidad de llevarlos a ningún otro lado", explica. "Fue todo caótico, zonas apagadas que se volvían a incendiar cuando el viento cambiaba, y mientras, la gente dando por culo al Infoca con que si recalificación, que si Gas Natural... ¡no molesten y dejen trabajar a la gente, cojones!"

Cuando el viento amainó

Al empezar a caer la tarde del domingo, los equipos de extinción lograron reconducir la situación controlando dos de los tres focos activos.

"¿Críticas que se puedan hacer a esta hora? Principalmente al que salió diciendo que no había novedad y llamó a la tranquilidad", reflexiona Romero una vez la pesadilla parece estar difuminándose. "Hay que tener más cautela, creo que se precipitaron a la hora de lanzar las campanas al fuego", dice con un lapsus que no es necesario corregir.

A última hora de la tarde, Juanjo Carmona volvió a su casa en Hinojos, a más de treinta kilómetros de El Acebuche, para cambiar la moto por el coche. Aprovechó para subir a la azotea y contemplar la panorámica desde allí. "Me estaba cayendo ceniza encima, las estrellas ni se veían".

Volvió a la carretera y, entre unas cosas y otras, acabó recogiéndose a las cuatro de la madrugada. "Tenía una entrevista en la COPE a las cinco y cuando me di cuenta eran ya las seis de la mañana y estaba desayunando". Sin haber pegado ojo, el lunes cedió el testigo a su compañero Felipe Fuentelsaz y se refugió en la oficina de WWF para seguir el incendio desde allí, ya que no se atrevía a conducir sintiéndose así de exhausto.

Sin embargo, antes de volver a casa, su teléfono móvil de sustitución -el anterior había dejado de funcionar horas antes por el calor- sonó una vez más y Carmona hubo de contestar a esa última llamada, la nuestra.

Eran las ocho de la tarde del sábado y a Juanjo Carmona ya le habían llegado las noticias de un "pequeño incendio" en los alrededores de Moguer. Él estaba sentado en un bar de El Portil, a unos 20 kilómetros al oeste de Almonte, cuando se levantó un viento potente, seco y cambiante. "Las sillas salían volando", recuerda.

Parque de Doñana Huelva
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