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De las águilas al láser: las nuevas armas para derribar drones de combate
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Cada vez es más difícil derribar un dron de combate

De las águilas al láser: las nuevas armas para derribar drones de combate

Los ejércitos de medio mundo utilizan cada vez más drones para todo tipo de operaciones militares. Y cada vez se desarrolla más tecnología para derribarlos de ser necesario. Y no es nada fácil

Foto: Un dron MQ-9 Reaper del ejército de EEUU. (Foto: Reuters)
Un dron MQ-9 Reaper del ejército de EEUU. (Foto: Reuters)

Los drones bélicos se están extendiendo cada vez más: todos los ejércitos del mundo emplean ya de una forma u otra estos aparatos teledirigidos, sobre todo en su variedad aérea, para múltiples tareas, desde la vigilancia de grandes áreas al espionaje estratégico. Esta realidad está imponiendo otra: la necesidad de incorporar sistemas antidron capaces de mantener a raya a esta nueva amenaza. Lo cual resulta ser mucho más difícil de lo que parece, aunque no imposible.

Ejércitos en expansión como el chino están incorporando nuevas variantes de drones; en Ucrania los insurgentes de la zona este (respaldados por Rusia) han empleado aparatos rusos para localizar concentraciones de tropas que después fueron atacadas con artillería. Irán los emplea en Oriente Medio, como lo hace Israel, que ha usado este tipo de armamento para asesinatos selectivos y también para la vigilancia persistente. Por supuesto, EEUU hace extenso uso de su vasta flota en múltiples partes del mundo, desde Afganistán y Pakistán a Irak, Siria y áreas del Cuerno de África o Yemen. Y lo más preocupante: en Siria, el Irak o en Afganistán han empezado a aparecer en manos de grupos insurgentes o terroristas como Hezbollah, ISIS y hasta los talibanes, incluso causando bajas.

Las fuerzas militares del mundo, y los terroristas que se incorporan a esta nueva moda, emplean los drones en diferentes misiones aunque en general la más extendida es la de inteligencia a nivel estratégico o táctico, incluyendo localización de blancos y su marcado para otras armas. Con sus diferentes tamaños correspondiendo con las distintas escalas del campo de batalla, los drones pueden proporcionar información vital sobre las intenciones y capacidades del enemigo, desde concentraciones de tropas en una región (reemplazando o complementando a los satélites), a la presencia de soldados o armas detrás de la colina o al otro lado del edificio.

Cuando son empleados por insurgentes, el efecto de este tipo de tecnología es especialmente preocupante. Un dron cargado con explosivos (una ‘IED volante’) puede actuar casi como un misil de crucero o bomba inteligente, otra capacidad nueva para las guerrillas o terroristas que preocupa no sólo a las fuerzas armadas, sino a las policiales y a los responsables de instalaciones clave como aeropuertos, edificios gubernamentales o lugares públicos. En este sentido, el aterrizaje de un dron no detectado en el césped de la Casa Blanca en enero de 2015 hizo saltar más de una alarma.

¿Cómo derribar un dron de combate?

Por incidentes como este surge la creciente necesidad de disponer de métodos seguros para detectar, inutilizar o derribar drones de todos los tamaños, empeño que resulta ser más complicado de lo que cabría imaginar. Para los grandes drones de inteligencia estratégica o de ataque con alcance intercontinental pueden servir los sistemas antiaéreos convencionales, ya que su tamaño y características de vuelo hacen que no sean muy diferentes de un avión con piloto.

La cosa se complica cuando se trata de mantener a raya a los UAV más pequeños que, debido a su tamaño y a la poca potencia de sus motores y sus características de vuelo, tienen características furtivas de modo natural: los radares convencionales antiaéreos tienen muchas dificultades para detectarlos, sobre todo a distancias que permitan una defensa eficaz. Y a la hora de derribarlos los misiles que se emplean con las aeronaves convencionales resultan muy poco rentables: el precio del misil es mucho mayor que el del dron, que además es difícil de interceptar debido a su baja velocidad y gran maniobrabilidad. Hacen falta nuevas tecnologías y también nuevas tácticas para emplearlas con efectividad.

Pueden caracterizarse tres grandes métodos: láseres para cegarlos y/o derribarlos, interferidores para bloquear su control y captura física

Por eso en los últimos años muchas fuerzas armadas occidentales han llevado a cabo análisis, concursos tecnológicos para desarrollar nuevo armamento y maniobras para aprender la mejor forma de neutralizar aviones sin piloto en condiciones reales de combate. Numerosos sistemas se han puesto en marcha para encontrarlos y deshacerse de ellos, lo cual en algunos casos se ha visto complicado por la historia: en el ejército de EEUU, por ejemplo, las capacidades antiaéreas de corto alcance casi se desmantelaron tras el fin de la Guerra Fría, cuando se consideraron innecesarias debido a que se daba por supuesto el control del espacio aéreo por las fuerzas aéreas propias; ahora esas capacidades deben ser reconstruidas casi desde cero. Todo esto ha dado lugar a una intensa competencia entre empresas, algunas nuevas, otras clásicos de los suministros militares y aún otras que se incorporan desde sectores afines como Deutsche Telekom. No en vano se estima que este año el mercado superará los 200 millones de dólares, y está en crecimiento rápido y vigoroso.

En un aspecto coinciden casi todos los sistemas: la necesidad de nuevos sensores (o como mínimo nueva programación) para poder detectar de forma fiable los drones en vuelo. Los radares antiaéreos convencionales están optimizados para detectar aviones o helicópteros, o a veces proyectiles de artillería o misiles; todos ellos objetos voladores con perfiles muy distintos a los de un dron. El pequeño tamaño, la baja velocidad y altura, las emisiones infrarrojas mínimas y la posibilidad de utilizar obstáculos del terreno para ocultar la ruta hacen de los drones blancos complicados.

Casi todos los sistemas diseñados para neutralizarlos emplean radares o bien sensores IR o multiespectrales optimizados para este tipo de perfiles; en ocasiones es necesario calibrarlos cuidadosamente en el lugar de despliegue para evitar el efecto de ecos u otros problemas debidos a edificios o estructuras cercanas. Una vez se dispone de un sistema de detección, seguimiento y puntería, las diferentes propuestas se distinguen por su modo de neutralizar al dron detectado. En general pueden caracterizarse tres grandes métodos: láseres para cegarlos y/o derribarlos, interferidores para bloquear o reemplazar sus conexiones de control y captura física. No todos ellos son igual de efectivos y algunas ideas parecen más cercanas al cómic que a la realidad, pero todas ellas están en el mercado.

Láser: matar con luz

Para aplicaciones directamente militares, los láseres de gran potencia resultan interesantes dada su velocidad de disparo, capacidad de múltiples impactos y bajo precio por tiro, características a las que se une su acción silenciosa que puede ser útil en algunas aplicaciones policiales como defensa de grandes concentraciones de gente. La disponibilidad de distintos tipos de láseres de potencia suficiente como para poder derribar con facilidad un aparato de pequeño tamaño ha hecho posible el desarrollo de numerosas plataformas, algunas ya desplegadas y otras aún en pruebas o ya en el mercado pero sin pedidos conocidos. Entre las primeras destaca el LaWS (Laser Weapon System) de la marina de EEUU, que lleva desde 2014 instalado en el USS Ponce y ha participado en acciones reales en despliegues en áreas ‘calientes’ como el Golfo Pérsico, donde está destacado el buque.

Cada pulso láser cuesta el equivalente a medio dólar en electricidad, comparado con las decenas de miles o millones de dólares de un misil

El LaWS es un cañón láser de 30 kW que puede ser regulado en potencia desde el simple deslumbramiento de sensores hasta la capacidad de detonar un proyectil de artillería o mortero, con la posibilidad de efectuar múltiples disparos en rápida sucesión. Está diseñado para contrarrestar ataques de todo tipo, pero especialmente de drones y de ‘hordas’ de lanchas, una táctica favorita de Irán. La potencia basta para inutilizar componentes mecánicos o electrónicos con pulsos de uno o dos segundos, y desde luego es más que suficiente para averiar seriamente a un dron convencional.

En el plan de desarrollo de la armada estadounidense el próximo paso es un sistema similar pero con una potencia de entre 100 y 150 kW que sería capas de dañar a aviones o helicópteros con pulsos más breves. Otra ventaja del sistema es que cada pulso cuesta el equivalente a medio dólar en electricidad, comparado con las decenas de miles o millones de dólares que puede costar un proyectil ‘inteligente’ o un misil. Además, el ‘cañón’ es en realidad un potente telescopio que los marinos del Ponce han aprendido a utilizar para detectar e identificar contactos alejados. El despliegue se considera un éxito y ha sido extendido en el tiempo debido a los buenos resultados.

El ejército de EEUU lleva algunos años trabajando en sistemas antidrones y, como parte de este programa de desarrollo, cuenta con sus propios láseres HEL (High Energy Laser) montados sobre vehículos de ocho ruedas ‘Stryker’. El sistema probado hasta ahora es tan sólo de 2 o 3 kW, pero ha demostrado su capacidad de derribar pequeños drones comerciales, de 35 de los cuales dio cuenta en unas recientes maniobras. También hay un sistema de 10 kW que está actualmente en proceso de transformación en uno de 50-60 kW con potencial para alcanzar los 100 kW. Los Marines trabajan en el Ground Based Air Defense (GBAD), un arma láser de 30 kW pero más ligera que puede ser montada en un Humvee o en el futuro vehículo JLVT para garantizar mayor movilidad.

Por su parte, la empresa alemana Rheinmetall ha ofrecido en ferias de armamento su Oerlikon Skyshield High Energy Laser (PDF), una torre equipada con un haz láser de 10kW formado mediante una tecnología que según la empresa lo hace escalable hasta los 100 kW. La torre puede integrarse en un sistema automatizado de defensa antiaérea con artillería convencional de 35 mm y misiles, proporcionando una defensa convincente contra cualquier tipo de ataque aéreo. La compañía afirma disponer de versiones de entre 10 y 50 kW y de diferentes tamaños adaptables a distintos tipos de vehículos terrestres o navales.

El principal inconveniente de los láseres es que dependen de la transparencia del aire para transmitirse con eficiencia, lo que los hace sensibles al deterioro de la visibilidad con lluvia, niebla o tormentas de arena. Dependiendo de su potencia, es necesario mantener el haz enfocado sobre el objetivo durante un periodo relativamente largo, lo que exige un depurado sistema de control y degrada su eficacia frente a blancos muy maniobrables. Además, en teoría es posible blindar a los drones contra estos ataques por el simple procedimiento de recubrirlos de espejos, o de reforzar sus sistemas ópticos o su estructura. Los cañones láser de la ciencia ficción aún no resuelven todos los problemas.

Interferidores: cortar la conexión

Desde el punto de vista militar, el punto más débil de los drones es que los modelos actuales no son capaces de tomar decisiones por sí mismos, por lo que dependen de una conexión con un control remoto que les indique qué hacer: este vínculo puede ser atacado para neutralizarlos sin necesidad siquiera de destruirlos. Esto puede ser especialmente valioso en aplicaciones policiales en las que recuperar el dron intruso es necesario para usarlo como prueba de cargo.

Varios sistemas antidron atacan la conexión con el controlador y son capaces de cortarla para causar su aterrizaje automático

Varios sistemas antidron atacan específicamente la conexión con el controlador y afirman ser capaces de cortarla, lo que provoca en muchos UAVs comerciales el aterrizaje automático, o bien incluso de suplantarla permitiendo al defensor hacerse con el control del aparato. Al ser una alternativa silenciosa y que no necesita (en principio) de aparatosos despliegues, es muy utilizable para usos policiales. Para evitar el problema de los drones que pueden ser programados para seguir por sí mismos una ruta cuando pierden la conexión, muchos de estos sistemas no sólo atacan el enlace radioeléctrico entre el UAV y su controlador, sino también sistemas de geoposicionamiento como el GPS.

De hecho se están empleando para estos menesteres aparatos diseñados para la guerra electrónica más convencional que han sido reaprovechados. Se sabe que las fuerzas aéreas estadounidenses han conseguido derribar al menos un dron hostil en Siria combinando activos de guerra electrónica, quizá aviones espía que se sabe están presentes como el Rivet Joint y aparatos o contenedores de contramedidas electrónicas. Es probable que los interferidores diseñados para interceptar las señales de disparo de bombas improvisadas (IAD) puedan también ser adaptados para este propósito. Otros cuerpos, sin embargo, están desarrollando nuevos sistemas.

Los Stryker del ejército estadounidense montan interferidores direccionales además de armas láser, sistemas similares al Anti-UAV Defense System (AUDS) de la empresa británica Blighter o al MARS-K que construye la filial ELTA de Israel Aerospace Industries. Ambos se basan en radares de barrido electrónico que actúan para detectar y seguir a los posibles blancos y de interferidores direccionales automáticos que son capaces de bloquear sus canales de recepción de órdenes para provocar la pérdida de control del usuario remoto.

Usando técnicas de interferencia adaptativa, este tipo de sistemas son capaces de disparar la respuesta automática de ‘vuelta a casa’ (aterrizaje automático) de la mayoría de los drones comerciales, algo de lo que también presume el sistema comercial ApolloShield. Airbus también dispone de su propio sistema de esta clase. El AUDS está siendo probado por la administración de aviación civil estadounidense para protección de aeropuertos.

A este tipo pertenece una de las ofertas más llamativas como es el ‘rifle antidron’ DroneDefender, de la empresa Batelle, en el que el cañón de una estructura similar a un fusil es reemplazado por una antena. En teoría el DroneDefender puede causar la pérdida de control de un dron al que es apuntado, y quizá su caída al suelo; de hecho el Pentágono ha comprado más de 100 ejemplares y es posible que algunos de ellos estén en servicio en Irak y Afganistán e incluso que haya obtenido ya algún derribo. Algunos críticos, sin embargo, se muestran escépticos debido a la dificultad de mantener ‘encañonado’ a un dron en movimiento y al hecho de que una vez fuera del haz se perdería cualquier tipo de interferencia.

Echar el guante y otros antidrones exóticos

Algunas de las propuestas más entretenidas, aunque quizá no más eficaces, optan directamente por atrapar físicamente a los drones no permitidos y se diseñan más pensando en su uso policial o para proteger áreas. La policía holandesa estaba experimentando con usar la cetrería, entrenando rapaces para capturar UAV en vuelo; una técnica que aparte de poner en riesgo a las aves no sería muy eficaz con otro tipo de vehículos diferentes a los clásicos multihelicópteros de tipo aficionado.

Una empresa francesa ha diseñado una especie de ‘dron pescador’ que emplea una red colgante para interceptar otros drones, aunque no está nada claro que semejante sistema sea funcional. Y el Skywall de Open Works Engineering es una especie de bazooka lanzaredes que dispara un cartucho capaz de capturar a un pequeño objeto volador, de nuevo de utilidad dudosa a grandes distancias o con drones potentes. También hubo un ciudadano estadounidense que optó por un método más drástico y derribó un dron que le molestaba con una escopeta, lo cual es eficaz pero ruidoso y necesita un operador muy confiado.

Aunque los métodos más exóticos tienen que ver con tecnología digital: DroneShield es un sistema que emplea detectores acústicos para localizar posibles intrusos, pero se limita a enviar notificación a un centro de control si los encuentra. Maldrone, en cambio, es más activo: se trata de una prueba de concepto de un virus informático capaz de infectar drones en vuelo a través de su conexión remota que potencialmente podría hacerse con el control del aparato y derribarlo ordenándole estrellarse. Está claro que la necesidad de nuevos métodos ha provocado una verdadera explosión creativa en el mundo antidron y que estos sistemas no serán los últimos que aparezcan.

Los drones bélicos se están extendiendo cada vez más: todos los ejércitos del mundo emplean ya de una forma u otra estos aparatos teledirigidos, sobre todo en su variedad aérea, para múltiples tareas, desde la vigilancia de grandes áreas al espionaje estratégico. Esta realidad está imponiendo otra: la necesidad de incorporar sistemas antidron capaces de mantener a raya a esta nueva amenaza. Lo cual resulta ser mucho más difícil de lo que parece, aunque no imposible.

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