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De lo útil a lo estrambótico: inventos que reducen la contaminación de las ciudades
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De lo útil a lo estrambótico: inventos que reducen la contaminación de las ciudades

Del cemento que 'se come' las partículas de nitrógeno al sistema que convierte la contaminación en polvo. La lucha contra los contaminantes empieza en el laboratorio

Foto:  Vista general de la capa de contaminación aérea de Madrid. (EFE)
Vista general de la capa de contaminación aérea de Madrid. (EFE)

En el mes de noviembre, los conductores madrileños vivían sin vivir en ellos, a la espera de que el ayuntamiento anunciase o cancelase restricciones al tráfico en el interior de la capital a cuenta de los niveles de contaminación. Finalmente no hubo restricciones y todos respiraron tranquilos... Aunque harían bien en no respirar demasiado hondo. Los niveles de contaminación aérea en Madrid están lejos de ser los recomendables para la salud de los ciudadanos, algo que potencia el uso intensivo del transporte privado y la situación de calma atmosférica, sin lluvia ni viento que se lleve la famosa (y asquerosa) boina negra que cubre la ciudad.

Reducir el número de coches es la medida más eficaz a tomar para evitar que los niveles vuelvan a dispararse poniendo en riesgo la salud de los habitantes de la capital (olviden el caos circulatorio: aunque indeseable, es un mal menor comparado con problemas respiratorios generalizados). El dióxido de nitrógeno, que expulsan los tubos de escape como resultado de la combustión en sus motores, es la sustancia química más abundante en esa comunicación, y evitar su generación es la mejor forma de combatirla.

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Pero no es la única. Ante un problema tan grave, son muchos los que han puesto el cerebro a funcionar y han ideado todo tipo de sistemas e inventos para reducir la contaminación en las ciudades. Algunos ya están en uso y son una solución de impacto aún limitado, pero real. Otros parecen más difíciles de aplicar en la práctica pero abren otras vías de investigación.

Edificios que se 'comen' la contaminación

Coge un poco de dióxido de titanio, añade unos rayos ultravioletas del sol y... ¡listo! Obtendrás una reacción química que transforma los óxidos de nitrógeno del aire en otras sustancias menos nocivas o más manejables, como nitrato cálcico, agua o dióxido de carbono. El dióxido de titanio no se gasta con el tiempo, así que su efecto puede ser sostenible en el tiempo.

El estudio de arquitectura Elegant Embellishments lo utilizó para recubrir la fachada exterior de la Torre de Especialidades, un hospital en Ciudad de México. Lo hizo instalando una falsa pared con estructura de panel de abeja e impregnada de este compuesto. Su estructura hace circular el aire por las celdas y el compuesto químico hace su efecto, ayudando a contrarrestar el impacto de unos 1.000 coches, aseguran sus autores. No es una solución absoluta, pero ayuda a mejorar la calidad del aire en el entorno del hospital.

Cuando Italia diseñó el pabellón nacional para la exposición universal de 2015, el frontal también era una vistosa fachada hecha de cemento fotocatalítico con dióxido de titanio capaz de descomponer las partículas contaminantes de óxido de nitrógeno.

Convertir la contaminación en polvo

El polvo tampoco es algo que nos guste a la mayoría, pero tiene una ventaja sobre la contaminación por moléculas en suspensión: que es más fácil de gestionar y de retirar del ambiente. Por eso, científicos del departamento de Química de la Universidad de Copenhague desarrollaron un sistema que lograba precisamente eso, lo patentaron y crearon una 'spinoff' para convertirlo en un producto comercialmente viable.

La contaminación se encuentra en fase gaseosa, en la que las moléculas se encuentran dispersas y su tamaño es tan pequeño que son difíciles de eliminar del aire, además de que eso las hace fácilmente respirables. Lo que los químicos daneses hicieron fue inspirarse en procesos presentes en la atmósfera de la Tierra y utilizar ozono y radiación ultravioleta para magnetizar las partículas contaminantes y que se atraigan entre ellas, haciéndolas más grandes y pesadas. Posteriormente, son atraídas por una superficie, tan fácil de limpiar como una estantería llena de polvo.

Lluvia artificial

En 2013, la Administración Meteorológica de China publicaba un documento en el que contemplaba el uso de lluvia artificial por las administraciones correspondientes con el objetivo de mejorar la calidad del aire, especialmente en casos en los que la contaminación alcanzase niveles extremos. En un país donde la contaminación es un problema nacional, la búsqueda de soluciones va más allá de los básicos.

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La lluvia artificial (o 'siembra de nubes') no es una técnica nueva ni exclusiva de China. Se lleva experimentando con ella desde mediados del siglo XX, se lleva a cabo en decenas de países y consiste en utilizar aviones o cañones desde tierra para liberar determinadas sustancias químicas que se dispersan entre las moléculas de agua en suspensión en la atmósfera y provocan que se unan entre sí hasta formar gotas más pesadas. Antes de los Juegos Olímpicos de 2008, China recurrió a esta técnica para asegurar una noche despejada durante la ceremonia de inauguración. Puesto que la lluvia es una forma de reducir los niveles de contaminación en el aire, provocar las precipitaciones sería una forma de conseguirlo.

Pero es un sistema polémico. Primero, porque se mezcla con la conspiranoia de los 'chemtrails' (supuestas fumigaciones secretas con objetivos poco claros), y también porque el impacto ambiental de las sustancias liberadas debe ser cuidadosamente analizado. Cuando se utiliza para luchar contra la contaminación, hay que añadir que su eficacia está en entredicho. De hecho, según el mismo principio que hace funcionar la lluvia artificial, el de que hace falta un punto de nucleación que comience a formar las gotas o cristales de agua, de haber humedad suficiente en el ambiente, las propias partículas contaminantes cumplirían esa función.

Aspersores en lo alto de los rascacielos

Si provocar lluvia artificial no es factible, ¿qué tal si probamos a 'regar' las ciudades desde lo alto de los rascacielos? Es una idea algo estrambótica que tuvo Yu Shaocai, físico y anteriormente científico en la Agencia de Protección Medioambiental de EEUU, que proponía instalar grandes aspersores en las alturas de las ciudades. Shaocai lleva 30 años estudiando la contaminación y también el proceso por el que las gotas de agua de las nubes, la niebla, la lluvia y la nieve recogen las partículas contaminantes de la atmósfera y las depositan en el suelo.

Shaocai explica su idea en un artículo publicado en 'Environmental Chemistry Letters', destacando sus ventajas: por un lado, la rapidez de sus efectos, ya que podría reducir la cantidad de partículas contaminantes en el aire de forma notable en apenas media hora; por otro, que se trata de una tecnología sencilla, barata y disponible, que se aplicaría directamente donde está el problema, que es allí donde los ciudadanos respiran el aire cargado de contaminación.

El principal inconveniente sería el enorme consumo de agua que requeriría, y su posterior reciclado. En la explicación de su idea, el científico propone obtenerla de ríos y lagos cercanos para mantener los costes bajo control, y crear un sistema de recogida y reciclaje para mantener el consumo bajo control. Otros problemas podrían ser encharcamientos de las zonas cercanas y una sobrehumidificación de la capa más baja de la atmósfera.

Convertir la contaminación en ladrillos

Érase un hombre a una aspiradora industrial pegado. Su nombre artístico es Nut Brother, es chino, tiene 34 años y a finales de 2015 hizo público su proyecto: desde julio hasta diciembre, aspiró durante cuatro horas al día el aire de Pekín. El resultado de sus paseos terminó mezclado con arcilla y convertido en un ladrillo.

El artista no plantea su acción como una solución, sino como un modo de llamar la atención de la gente sobre el problema de la contaminación, al convertir en algo visible y palpable (y pesado) lo que a la mayoría le parece intangible.

En el mes de noviembre, los conductores madrileños vivían sin vivir en ellos, a la espera de que el ayuntamiento anunciase o cancelase restricciones al tráfico en el interior de la capital a cuenta de los niveles de contaminación. Finalmente no hubo restricciones y todos respiraron tranquilos... Aunque harían bien en no respirar demasiado hondo. Los niveles de contaminación aérea en Madrid están lejos de ser los recomendables para la salud de los ciudadanos, algo que potencia el uso intensivo del transporte privado y la situación de calma atmosférica, sin lluvia ni viento que se lleve la famosa (y asquerosa) boina negra que cubre la ciudad.

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