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Pelusas en el ombligo y viagra para hámsters: llegan los premios IgNobel
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se celebra la 26 edición en Harvard

Pelusas en el ombligo y viagra para hámsters: llegan los premios IgNobel

“Si no ganaste un premio, y especialmente si lo hiciste, ¡mejor suerte el año que viene!”. Así termina cada año la gala de los premios IgNobel,

Foto: Michael Smith, ganador del IgNobel de Fisiología en 2015 por dejarse picar unas 200 veces por insectos para determinar en qué parte del cuerpo duele más
Michael Smith, ganador del IgNobel de Fisiología en 2015 por dejarse picar unas 200 veces por insectos para determinar en qué parte del cuerpo duele más

“Si no ganaste un premio, y especialmente si lo hiciste, ¡mejor suerte el año que viene!”. Así termina cada año la gala de los premios IgNobel, cuya edición de 2016 tendrá lugar la madrugada de este jueves, un reconocimiento científico que celebra con humor e ironía aquellas investigaciones curiosas, alocadas o absurdas que nunca ganarán un Nobel pero que ni mucho menos merecen caer en el olvido.

Ganar un IgNobel comenzó siendo algo casi despectivo y un poco ridículo, y de ahí esa frase final, pero con los años (ya van 25 ediciones), se ha reivindicado como una celebración del humor y la curiosidad necesarios en la vida y también en la ciencia. Y que nadie se engañe: muy poca ciencia es inútil, y mucho se puede aprender de algunos de estos auténticos científicos locos.

Los primeros IgNobel se celebraron en 1991 de la mano de Marc Abrahams, editor de la revista Annals of Improbable Research, y señalaban experimentos que “no podían, o no debían, ser reproducidos”.

Desde entonces, muchas veces han sido satíricamente críticos, como cuando ese primer año se recompenso a Jacques Benveniste por insistir en su 'descubrimiento' de que el agua es un líquido inteligente que es capaz de recordar eventos incluso cuando todo su rastro ha desaparecido (la supuesta base científica de la homeopatía) o cuando en 1990 se dio un IgNobel en ciencias de la educación a los estados de Kansas y Colorado por insistir en equiparar la enseñanza de la teoría de la evolución y el creacionismo. Pero en la mayoría de las ocasiones, los IgNobel no han tenido otra intención que festejar el buen humor y conseguir que los científicos se rían, por un rato, de sí mismos.

El asombroso cuerpo humano

Las investigaciones sobre el cuerpo humano son algunas de las preferidas por el jurado de los IgNobel. En 1997, el IgNobel de biología recayó en una investigación que midió cómo variaban los patrones de ondas cerebrales de una serie de sujetos según el sabor del cicle que mascaban; en 2000, el de Química fue para las investigadoras que determinaron que, a nivel bioquímico, el amor romántico era indistinguible de padecer un trastorno obsesivo compulsivo agudo.

Mejor aun fue el premio a la Investigación Interdisciplinar en 2002, que recayó en una encuesta de quién desarrolla pelusa en el ombligo y cuánta, en qué situaciones y de qué color. En 2007, el IgNobel de medicina premió el estudio de los efectos secundarios de tragar sables (adivinen: son peores cuando el tragasables se distrae, traga varios sables a la vez o tiene heridas previas), y el de 2008 en la confirmación de que un placebo caro tiene más efecto que un placebo barato.

Donald L. Unger recibió el premio en 2009 por chascar cada día durante 50 años los nudillos de su mano izquierda, pero no los de la derecha, para determinar si eso causa o no artritis.

Penes, penes, penes

Pero dentro del cuerpo humano, si hay un miembro que causa furor en los IgNobel es el pene. Ha sido protagonista en varias ocasiones, la última vez el año pasado, cuando se concedió un premio conjunto de Fisiología y Entomología por trazar el índice de dolor que causa una picadura de insecto según la zona del cuerpo en que pique. Adivinen qué lugar se llevaba la palma.

También en el IgNobel de Estadística de 1998 aparecían penes: el premio fue para un informe que medía la relación entre altura, talla de pie y tamaño del pene. Y en 1993, cuando el premio en Medicina correspondió a una investigación sobre cómo manejar un pene pillado por una cremallera.

Esos sufridos animales

El fascinante mundo animal ha sido desde siempre fuente de estudio científico, y también objeto de reconocimiento en los IgNobel. En 1995 el de Psicología fue para el entrenamiento (exitoso) de unas palomas para que distinguiesen entre cuadros de Picasso y de Monet, y el de Biología del año siguiente para el análisis de cómo afecta el ajo, la cerveza y la crema amarga en el apetito de las sanguijuelas.

El premio en Ciencias de la Computación de 2000 recayó en el inventor de PawSense, un 'software' que detecta cuándo hay un gato caminando sobre tu teclado, y el de Física en un trabajo que analizó cómo usar imanes para hacer levitar una rana (su autor, Andre Geim, ganó un Nobel de Física 10 años después por sus trabajos sobre el grafeno).

El cortejo que desarrollan las avestruces hacia los granjeros en las granjas británicas fue analizado y premiado en 2002, algo que encaja con el premio otorgado en 2003 al informe “Los pollos prefieren a humanos hermosos”. Menos adorable fue el premio concedido ese mismo año a otro estudio titulado: “Análisis de las fuerzas necesarias para arrastrar a una oveja sobre distintas superficies”.

Una investigación que se preguntaba por qué los pájaros carpinteros no sufren de dolor de cabeza fue premiada en 2006, y otra el año siguiente demostraba que los hámsters se recuperan antes del 'jetlag' si se les administra viagra. Por su parte, a veces las ratas no distinguen entre el japonés y el holandés cuando se les pone grabaciones de fondo, conclusión que fue premiada con un IgNobel de Linguïstica.

Las vacas han sido las protagonistas en dos ocasiones: una de ellas por un estudio que determinaba que las vacas que tienen nombre propio dan más leche que las que no lo tienen (IgNobel en Medicina Veterinaria en 2009) y otra por un análisis probabilístico que extrajo dos conclusiones relacionadas. La primera, que cuánto más tiempo ha estado tumbada una vaca, más probable es que se levante pronto, y la segunda que una vez que una vaca se levanta, no es fácil predecir cuándo volverá a tumbarse.

Autoridades que se cubrieron de gloria

Al jurado de los IgNobel le gusta hacer guasa a cuenta de decisiones estúpidas o estrambóticas tomadas por las autoridades e instituciones de todo el mundo. En 1993, por ejemplo, concedieron el premio a la Tecnología Visionaria al inventor de un sistema que permitía conducir y ver la televisión a la vez, y al estado de Michigan, por hacerlo legal, y en 2001 a un ciudadano australiano que trató de patentar la rueda ese año, así como a la Oficina Australiana de Patentes, que se lo permitió.

En 2003, el premio de Economía fue a Liechtenstein por poner el país en alquiler para celebrar convenciones, bodas y bautizos, y en 2008 concedió el IgNobel de la Paz a Suiza por establecer legalmente que las plantas tienen dignidad. En 2009 el premio de Matemáticas fue para el gobernador del Banco de la Reserva de Zimbabwe “por dar a la gente una forma sencilla y cotidiana de manejar un amplio rango de números, imprimiendo billetes que van de un céntimo a cien billones de dólares”.

Por la brillante idea de incluir los beneficios del narcotráfico, la prostitución y otras actividades ilegales dentro del PIB para cumplir con los mandatos europeos, el instituto de estadística italiano se llevó el IgNobel de Economía en 2014.

Esos locos inventores

George y Charlotte Blonsky inventaron y patentaron en 1999 un sistema para ayudar a las mujeres a dar a luz: se trataba de sujetarlas sobre una mesa redonda y hacer ésta girar a gran velocidad. Su genialidad les valió el IgNobel en Asistencia Sanitaria. El único español que tiene un IgNobel, Eduardo Seguro, lo recibió también por un invento: una lavadora para perros y gatos.

El IgNobel de la paz de 2004 recayó en Daisuke Inoue, inventor del karaoke “por desarrollar una forma totalmente nueva de que las personas aprendan a tolerarse unas a otras”, y el de Economía del año siguiente fue para el creador de Clocky, un despertador que corre y se esconde de su dueño, obligándole a salir de la cama y aumentando así las horas productivas del día.

Un laboratorio del ejército estadounidense recibió el IgNobel de la Paz en 2007 por investigar y desarrollar una 'bomba gay' que causaría que los miembros de las tropas enemigas se volviesen sexualmente atraídos los unos por los otros, y el de Salud Pública de 2009 fue para la invención de un sujetador que se convierte rápidamente en dos mascarillas antigás, una para su dueña y otra para su acompañante.

¿No me digas?

Algunos investigadores dedican su tiempo a comprobar de forma empírica y documentada cuestiones que, si no sabemos, al menos sospechamos, y lo cómico de sus resultados les ha valido varios premios IgNobel. Uno de ellos fue David Schmidt, que en 2001 se llevó el premio de Física al explicar el 'efecto cortina de ducha': las cortinas tienden a curvarse hacia dentro cuando te das una ducha.

El premio de Psicología de 2004 celebró la demostración de que cuando le gente presta mucha atención a algo, es fácil que le pase desapercibido todo lo demás, incluida una mujer vestida de gorila, y el de Acústica de 2006, los experimentos para entender por qué a la gente le disgusta el sonido de unas uñas arañando una pizarra.

El IgNobel de la Paz de 2010 reconocía la confirmación científica de que decir palabrotas alivia el dolor, y el del año siguiente, la demostración de que el problema de los coches de lujo mal aparcados puede solucionarse pasándoles un tanque por encima, mientras que el de Medicina premió el análisis de que, bajo la urgente necesidad de orinar, las personas toman mejores decisiones sobre algunas cosas, pero peores decisiones sobre otras.

A quién se le ocurre...

Algunas cuestiones galardonadas resultan cómicas por su obviedad, mientras que otras nos hacen preguntarnos en qué estaría pensando su autor. El premio en Matemáticas de 1993 recayó en el cálculo de la probabilidad exacta de que Mijaíl Gorbachov sea el Anticristo, y el de la Paz en 1997 para un informe titulado "Posible dolor experimentado durante la ejecución utilizando distintos métodos". El de Física de 1999 fue compartido para dos estudios: uno de ellos describía la forma óptima de mojar una galleta, y el otro calculaba cómo debe ser el pitorro de una tetera para que no gotee.

La conclusión de que los agujeros negros cumplen con todos los requisitos para ser la ubicación del infierno se llevó el IgNobel de Astrofísica en 2001, y la creación de un parque temático llamado Stalin World, el de la Paz de ese mismo año. El equipo que trató de responder si nadamos más rápido en agua o en sirope se llevó el IgNobel de Química en 2005, y el que quiso averiguar cuántas fotos de un grupo hay que hacer para asegurarse de que (casi) nadie sale con los ojos cerrados ganó el de Matemáticas en 2006.

Pero si un año fue la celebración de los estudios más disparatados, ese fue 2015: el galardón en Química fue para la receta para descocer parcialmente un huevo, el de Literatura para el hallazgo de que la expresión "¿huh?" existe prácticamente en todos los idiomas (aunque no sepamos muy bien por qué), el de Matemáticas para los cálculos de cómo el emperador marroquí Moulay Ismael el Sanguinario pudo tener 888 hijos en treinta años, el de Biología para el estudio de cómo atar un palo al trasero de una gallina hace que caminen como se cree que caminaban los dinosaurios, y el de Física para la conclusión de que casi todos los mamíferos vacían la vejiga en un periodo de unos 21 segundos (con un margen de error de 13 segundos).

“Si no ganaste un premio, y especialmente si lo hiciste, ¡mejor suerte el año que viene!”. Así termina cada año la gala de los premios IgNobel, cuya edición de 2016 tendrá lugar la madrugada de este jueves, un reconocimiento científico que celebra con humor e ironía aquellas investigaciones curiosas, alocadas o absurdas que nunca ganarán un Nobel pero que ni mucho menos merecen caer en el olvido.

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