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Mujeres en Silicon Valley, un bastión masculino, blanco y heterosexual
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no es fácil abrirse camino

Mujeres en Silicon Valley, un bastión masculino, blanco y heterosexual

Un libro recoge relatos de mujeres de la industria tecnológica que han tenido que bregar con el machismo, la homofobia o un valle del silicio irrespirable. Pero hay tiempo para la esperanza y la lucha

Foto: Marissa Mayer, CEO de Yahoo
Marissa Mayer, CEO de Yahoo

Squinky tenía 10 años cuando empezó a decir que quería ser diseñadora de videojuegos. El primero que creó (lo empezó con 13 años y lo terminó a los 16) tenía personajes homosexuales. Era un juego noir de aventuras, “estilo LucasArts”, en el que un detective extraterrestre negro, Cubert Badbone, intentaba resolver la desaparición de humanos en su planeta, ayudado por una secretaria con un sombrero de fruta a lo Carmen Miranda.

Eso fue en 2003. Más de 12 años después, Squinky sigue creando videojuegos cuyos personajes no se definen con las orientaciones sexuales clásicas. Ella misma se define como genderqueer, no se identifica con lo femenino ni lo masculino. Se siente orgullosa de los posibles beneficios “de representar personas marginadas en videojuegos”, mientras ha tenido que soportar cómo, según sus propias palabras, “la industria del videojuego no me quería en ella”.

Y como ella, tantas mujeres de Silicon Valley de procedencia, profesión y orientación sexual diferentes, que día a día batallan para darse más visibilidad en una industria en la que tanto hay que mejorar en lo que a igualdad se refiere. Algunas de ellas cuentan su experiencia en el libro Lean Out: The struggle for gender equality in tech and start-up culture, un conjunto de ensayos y testimonios reales editados por la emprendedora Elissa Shevinsky, que muestra una de las caras menos amables del emporio tecnológico.

Elissa decide en el verano de 2014 poner en marcha el libro: en su opinión, “no había mucho periodismo serio que contara las historias de las personas infrarrepresentadas en la tecnología. Vi una necesidad real de contar esas historias tan auténticamente como fuera posible sin editar”, explica ahora a Teknautas. Se puso en contacto con varias mujeres de la industria, que apoyaron sin fisuras su idea. La editorial, OR Books, también dio su visto bueno.

Las autoras de los capítulos, curtidas en la lucha feminista, tocan todos los ámbitos del complejo mundo tecnológico: desde los videojuegos hasta los fondos de capital riesgo, pasando por la presencia de numerosos hombres en grupos de trabajo y consejos de administración que hace a algunas mujeres sentirse invisibles o incómodas.

Es el caso de Dom DeGuzman, una mujer negra y queer. En su trayectoria por diversas startups, DeGuzman ha tenido que escuchar chistes homófobos y de violaciones provenientes de hombres a los que denomina brogrammers, un programador fuera de los cánones nerd y que muestra una fiera heterosexualidad. En una de las empresas, fue ascendida. Un compañero con el que competía por ese ascenso le dijo que se lo había llevado por ser mujer, negra y gay, no por sus habilidades.

Erica Joy, negra y madre soltera, trabajó en Google durante más de ocho años, ocupando varios cargos. Llegaba al gigante de Mountain View después de pasar por otros puestos tecnológicos y de perder su identidad intentando encajar en grupos de trabajo que recelaban de ella. “Hice lo posible para hacerlos sentir bien conmigo, con el fin de que me aceptaran. Reí sus chistes terriblemente racistas y sexistas, me apropié de sus actitudes negativas. Empecé a vestirme como lo hacían ellos”, cuenta en el libro.

Hice lo posible para hacerlos sentir bien conmigo con el fin de que me aceptaran. Reí sus chistes racistas y sexistas, empecé a vestirme como ellos

Funcionó: la invitaban a sus almuerzos y compartían su vida con ella. Cuando llegó a la sede de Google en Atlanta, en 2006, siguió con la misma actitud. Por ejemplo, iba a las concentraciones de paintball a pesar de que por las noches tenía pesadillas en las que era tiroteada. En esa ciudad, la cosa se agravó. Un compañero blanco le hacía comentarios tan hirientes como “apuesto que tus padres abusaron de ti cuando eras niña”.

El jefe de su departamento no le ayudaba y terminó pidiendo el traslado a las oficinas de Nueva York. Cuando se marchó a las de Mountain View, la confundían con una secretaria o una guarda de seguridad (a pesar de que estas llevaban un uniforme que las distinguía). Finalmente, acudió a terapia para “reestablecer mi auténtico yo [...]. Lo sé: no soy mi trabajo. No soy mi industria o sus estereotipos. Soy una mujer negra que trabaja en la industria tecnológica. No necesito cambiar para adaptarme dentro de mi industria. Mi industria necesita cambiar para hacer que todos se sientan incluidos y aceptados”.

I am not perfect. You are not perfect. Nobody is perfect. Be yourself. Be complex. Be flawed. Be ok with that. Be human.

¿Y si uno es un hombre que se siente mujer? Brook Shelley lleva picando código desde 1997 y ha vivido en la industria el paso de ser hombre a mujer a partir de 2012. Antes de la reasignación, como hombre, ya escuchaba comentarios sobre “a quién se la había chupado” una mujer para ascender o con quién se estaba acostando. Siempre eran ellas las que se ofrecían a la hora de organizar un evento o una fiesta o para lavar los platos de todos en la oficina.

El masculino mundo de los fondos de capital riesgo y la lucha feminista

Elissa escribe en el libro que “no es un secreto que el capital riesgo es un mundo dominado por los hombres”, y ahí está Erica Swallow para contar su experiencia. Ella ha investigado cuál es la presencia femenina en la obtención de estos fondos. En su búsqueda, encontró un estudio de la Universidad de Harvard y el MIT según el cual los inversores de capital riesgo prefieren las presentaciones encabezadas por hombres atractivos. Al parecer, opinan que sus discursos son más “persuasivos, lógicos y basados en los hechos que las mismas presentaciones narradas por una voz femenina”.

Silicon Valley nos rompe. Muchos de nosotros construimos compañías porque jodimos nuestras relaciones y no teníamos nada por lo que vivir

Otros capítulos intentan aportar soluciones a la situación. La joven emprendedora social (así se define) Jenni Lee da algunos consejos, precisamente a las grandes empresas que organizan eventos específicos para las mujeres (critica, por ejemplo, los cursos de código de Google) o “palabras de ánimo”: les pide redes de networking, conexiones con mujeres poderosas en la industria que ejerzan como tutoras de emprendedoras o más presencia femenina en los puestos de liderazgo.

También hay espacio para la lucha, para la asociación de mujeres en busca de mayor visibilidad o reconocimiento. Es el caso de Lesbians Who Tech, un grupo de mujeres queer del mundo de la tecnología que desde diciembre de 2012 se reúne periódicamente para compartir experiencias. Sus encuentros, además, son inclusivos. Según una de sus promotoras, Leanne Pittsford, si las mujeres tienen más obstáculos para triunfar en el mundo tecnológico, una mujer gay aún más. La iniciativa se descubría como “una necesidad”, según palabras de Pittsford, para las lesbianas, que no contaban con eventos LGTB específicos para ellas. Muchas de ellas encuentran en estas reuniones de networking y happy hour (también hay grandes encuentros de conferencias) un lugar donde sienten que son bienvenidas y cómodas.

A pesar de ello, todavía hay mucho que hacer. Además de la falta de espacios donde encontrarse y darse visibilidad, Pittsford critica otros aspectos: “Si las mujeres deciden menos que los hombres, aún más en el mundo tecnológico, entonces las parejas lésbicas tienen una grieta económica más grande que las parejas heteros y el doble que las de hombres homosexuales”.

Silicon Valley “nos rompe”

Uno de los relatos que más impresionan es el de Sunny Allen, cofundadora de HUM, una startup que está desarrollando el primer vibrador con inteligencia artificial. Su historia comienza de forma contundente: Silicon Valley “nos rompe”. “Muchos de nosotros construimos compañías porque jodimos nuestras relaciones y no teníamos nada por lo que vivir”.

Tiempo atrás, ella había estado saliendo con un hombre que se pasaba las jornadas enteras picando código en Hacker Dojo, un centro tecnológico comunitario de Mountain View. Un día, Sunny enfermó y le costó la misma vida convencer a su prometido (estaban a punto de casarse) de que la llevara a urgencias. En el libro explica que el joven tenía brotes psicóticos y un historial de violencia, “pero [además de eso] ¿Silicon Valley nos partió, abusó de nosotros y nos asesinó? Sí”.

Apenas hay canarios de la industria tecnológica

Su relato habla de una huida de un valle del silicio que enferma. ¿Recomienda a la gente instalarse allí?, le preguntamos. “Me encanta esa pregunta porque, mirando atrás, volqué un montón de rencor en ese ensayo”, explica ahora a Teknautas. Sigue defendiendo que la bahía de San Francisco hace daño “a algunos de los más inteligentes y creativos intelectuales y emprendedores del planeta” y critica los precios de alquiler, pero ella tiene ahora “pensamientos más claros sobre el futuro, sé cómo aprender más rápido”. “Estoy tremendamente orgullosa de haber sobrevivido aquí”, remata. “Este es mi hogar. Esto es donde está mi gente”.

La solución pasa por redes de 'networking', que mujeres poderosas ejerzan como tutoras y más presencia femenina en los puestos de liderazgo.

En su relato, Sunny dice sentirse como una “minera de carbón” que está “impulsando la revolución” de las mujeres en el mundo tecnológico. La emprendedora usa esta imagen refiriéndose a una cita de la ingeniera Kate Heddleston, que dice que las mujeres en la tecnología son como “el canario en la mina de carbón. Habitualmente cuando el canario en la mina de carbón comienza a morir sabes que el ambiente es tóxico [...]. Cuando un canario muere ponen uno nuevo porque poner nuevos canarios es como arreglas la falta de canarios, ¿verdad? El problema es que no hay oxígeno suficiente en la mina de carbón, no que haya demasiados pocos canarios”.

“Hay algo verdaderamente fortalecedor en saber que no estás sola, que hay otras personas que están luchando” para mejorar la industria, nos dice Elissa como conclusión. Ellas luchan cada día para hacer de Silicon Valley un lugar más igualitario.

Squinky tenía 10 años cuando empezó a decir que quería ser diseñadora de videojuegos. El primero que creó (lo empezó con 13 años y lo terminó a los 16) tenía personajes homosexuales. Era un juego noir de aventuras, “estilo LucasArts”, en el que un detective extraterrestre negro, Cubert Badbone, intentaba resolver la desaparición de humanos en su planeta, ayudado por una secretaria con un sombrero de fruta a lo Carmen Miranda.

Igualdad Silicon Valley
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