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Jenaro García: de mago del 'wifi' a capitán Pescanova
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RECONOCE QUE FALSEÓ LAS CUENTAS Y DIMITE

Jenaro García: de mago del 'wifi' a capitán Pescanova

El más exitoso de nuestros emprendedores se encuentra entre la espada y la pared: PwC decidirá si las bases de su imperio son sólidas... o de barro

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Cuenta la leyenda que Jenaro García (Madrid, 1968) comenzó a entender la economía yendo a por agua a La Fuentecilla, sita en la calle del Carnero, a pocos metros de la casa donde se crió. Corrían los 70 y no todas las casas tenían agua corriente; fue allí, haciendo cola balde en mano, una de tantas veces, donde comprendió la importancia del líquido elemento: nadie podía pasar sin él.

Años más tarde, en 2004, el pensamiento regresó al ideario de Jenaro. Súbitamente su cabeza, siempre orientada al nicho de negocio, a monetizar la necesidad, comprendió que pronto el wifi sería tan necesario como el agua. Que internet había pasado de un mero entretenimiento a vehicular el futuro. Y se puso a ello. Fue el mismo impulso que le llevó a vender cassettes en el Rastro a los catorce años; el mismo que le puso a importar escarabajos de Alemania antes de cumplir 20 sin apenas conocimientos del idioma.

Para entonces Jenaro ya no era un pipiolo. Tenía 36 años y un bagaje jalonado por una licenciatura en Derecho, un paso fugaz por Telefónica, Merril Lynch y Morgan Stanley y una startup, Iber X, que es el germen de Gowex. Gotham indica también que dirigió una penny stock que cerró la SEC y que estuvo involucrado en un banco de inversión de cuya tributación jamás se supo.

Más a más, los que le conocen apuntan que comparte la visión sesgada, eminentemente conceptual, propia de los grandes visionarios. Que siempre tuvo claro que el negocio estaba en el wifi y que todo lo demás era accesorio. Encontrar la forma de rentabilizarlo, algo que habría obsesionado a cualquier empresario, era para él solo un escollo temporal. Hasta la semana pasada hubiésemos escrito que encontró una fórmula magistral, la de repercutir los gastos sobre las ciudades y no sobre los usuarios, pero desde lo de Gotham ya nada está tan claro. Algunas frases han tomado otro cariz: "No tiene miedo a nada, nunca lo ha tenido. Quería hacer dinero con el wifi y estaba claro que iba a conseguirlo, por lo civil o por lo criminal", dice uno que compartió oficina con García en los albores de Gowex.

El iPhone y Gowex

Su empresa, hoy valorada en 1.600 millones de euros, no se comprende sin la irrupción de un dispositivo que ha cambiado nuestras vidas: el iPhone. Con él llegó el smartphone, el teléfono permanentemente conectado al mundo, el internet de la calle. El giro de los acontecimientos le puso el remate a puerta vacía: muchos eran los que proveían conexiones en las casas o tarifas 3G, pero nadie estaba ofreciendo internet en espacios comunes. Empezó entonces una era frenética de acuerdos y despliegue de hotspots que le convirtió en el mago del wifi a nivel mundial.

"Mago no es porque hubiera descubierto nada, sino por su habilidad para ganar mucho dinero donde los demás, todos los demás, lo pierden", relata otra fuente. Porque las dudas sobre la honestidad de Gowex son nuevas, pero no las que hacen referencia a su modelo de negocio. Donde gigantes como Starbucks, McDonald's o Virgin queman cartera, Gowex lo genera. García ha explicado, incluso en un encuentro con los lectores de El Confidencial, los cuatro pilares que sostienen su facturación. Son los ingresos por ingeniería, la explotación de las redes, publicidad y servicios relacionados con las Smart Cities. Nada nuevo bajo el sol.

Sobre Gowex siempre ha flotado una sombra de márgenes, un éxito con el ceño fruncido, un sé lo que haces y cómo lo haces, pero no concibo que te vaya tan bien. Y esto, en un país cainita y dado al desafecto con las venturas del prójimo, es fácilmente criticable. A menudo las dudas quedaban sepultadas bajo contratos muy llamativos y mejor publicitados, balances saneados, escaladas en Bolsa y un sinfín de reconocimientos institucionales. Tanto es así que cuando explotó el Informazo Jenaro tuvo que posponer la acción en deferencia a su visitante, la alcaldesa de Madrid.

Todo se vino abajo como un castillo de naipes con el informe de Gotham. En condiciones normales el texto de unos analistas desconocidos, anónimos e indocumentados para la función hubiese sido poco menos que toserle a un león. Fueron los accionistas con su éxodo, y no Gotham, los que han puesto a Gowex contra las cuerdas. Las dudas existían y muchos de los que apostaban por el valor lo hacían con una pinza en la nariz. En cuanto ha sonado el primer petardo han echado a correr. "Es que esto se lo haces a Telefónica o al Santander y ni se entera la prensa. Gotham sabía dónde pegarles y han caído. La razón la han ganado después, cuando la empresa no ha sabido reaccionar. Es tan fácil rebatir unos argumentos tan concretos si tienes las cuentas claras...", sostienen fuentes del mercado.

El verano de 2014 quedará marcado a fuego en la memoria de Jenaro García. A las cuatro de la mañana del 5 de julio, el que fue presentado como modelo de emprendedor, adalid de la Marca España por el mundo, se derrumbaba para reconocer lo que ya era imposible de esconder: que las cuentas no reflejaban la realidad de la empresa. Su dimisión se comunicaba oficialmente en la hora más oscura, la que precede al amanecer. Al salir el sol, el mago del wifi se había convertido en el capitán Pescanova.

Pero las acusaciones que penden sobre su imperio no se limitan a señalarles un bluff bursátil, sino que apuntan maniobras muy cercanas al fraude y la estafa al inversor, con sus respectivas consecuencias penales. Ahora es el turno de los forenses de PwC, encargados de revisar meticulosamente su pasado. No será un examen al uso: los auditores van a abrir todos los armarios dando un paso atrás, no sea que les caiga encima un cadáver. Futuro oscuro para Jenaro y sus cientos de trabajadores. Adiós al sueño del Nasdaq y quién sabe si a su libertad.

Cuenta la leyenda que Jenaro García (Madrid, 1968) comenzó a entender la economía yendo a por agua a La Fuentecilla, sita en la calle del Carnero, a pocos metros de la casa donde se crió. Corrían los 70 y no todas las casas tenían agua corriente; fue allí, haciendo cola balde en mano, una de tantas veces, donde comprendió la importancia del líquido elemento: nadie podía pasar sin él.

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