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'Don't be evil' vuelve
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LA SEGUNDA REVOLUCIÓN DE GOOGLE

'Don't be evil' vuelve

¿Recuerdan el famoso ‘Don’t be evil’ (‘no seas malvado’) que acuñó Google en sus orígenes? Tras esta frase se encontraba una compañía fresca, joven e irreverente,

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'Don't be evil' vuelve

¿Recuerdan el famoso ‘Don’t be evil’ (‘no seas malvado’) que acuñó Google en sus orígenes? Tras esta frase se encontraba una compañía fresca, joven e irreverente, forjada a golpe de talento por dos genios de los ordenadores y que contaba con un algoritmo, su fórmula secreta, que a la postre cambiaría el mundo. Es difícil especular sobre cómo sería el mundo hoy en día si Sergey Brin y Larry Page no hubieran dado con esa fórmula secreta. Sin embargo, los años universitarios pasan rápido y Google ya no es aquella simpática empresa llena de mascotas y con comida gratis para todos: se ha hecho tan adulta y mastodóntica que el recién estrenado como CEO Larry Page quiere volver a los orígenes, la filosofía rebelde que los encumbró. ¿Cómo hacerlo? Empapándose con el espíritu de las miles de start-ups que surgen por minutos en el dorado Silicon Valley, e invirtiendo cantidades ingentes en ellas. Será por dinero.

Inspiración a golpe de talonario

“Haz lo que puedas, lo más rápido que puedas y que sea lo más grande y rompedor que sea posible”. Con estas palabras arengó el mismísimo Larry Page a Bill Moris, uno de las cabezas visibles de Google Ventures, la marca de la casa que invierte el capital en futuros proyectos. No habrá cortapisas a las cantidades invertidas. El gigante lleva gastado este año en nuevos proyectos la misma cantidad que todo 2010, y se sabe que ha dotado para lo que queda de año a Google Ventures con 200 millones de dólares para que siga la fiesta. Pero si la cantidad suena desmedida, sepan que si se agota, habrá más. No crean que se trata de inversiones a ciegas: Google siempre las rentabiliza y muchas de esas start-ups son vendidas por cantidades muy superiores transcurrido un tiempo.

Pero es el capital de ideas y la frescura lo que realmente interesa al gigante de Mountain View. No basta con llenar de fubolines y chuches Googleplex. Hay que evitar la inevitable burocratización a la que indefectiblemente se ven abocadas las grandes corporaciones. Y Google huye -de forma corporativa, eso sí- de los formalismos. Tiene fe ciega en sus algoritmos y en la capacidad para traducir en productos tangibles los proyectos que, sobre el papel, se antojan imposibles. “Invertir es como entrar en una habitación a oscuras y tratar de encontrar la salida”, reconoce el propio Moris. Lo importante es situarse siempre por delante y abrir mercado. “Es difícil hacer un balance de una inversión en un mercado cuando no hay mercado: Google lo crea”, afirma Andrew S. Rachleff, profesor universitario especializado inversiones en Standford. 

Sin embargo, en esta curiosa simbiosis todos parecen ganar: Google incorpora la frescura de ideas de las fértiles start-ups, y éstas entran en el olimpo de la gran G. A partir de ese momento el éxito casi puede tocarse con los dedos y disfrutan, además, de los privilegios que se tienen al ocupar parte de la sede de Google, con las ventajas que el complejo ofrece. Pero no crean que se ha dado por perdida la búsqueda de ideas intramuros: los empleados de Google siguen dedicando parte de su jornada laboral a “proyectos propios” con total libertad, y hay además, un gran estimulo: el empleado que sugiera una start-up y se acabe invirtiendo en ella, recibirá como recompensa 10.000 dólares. Todo sea porque no quede ni una sola idea, por descabellada que sea, sin valorar. A fin de cuentas, Google en sí, fue otra alocada idea que nació en un garaje...

¿Recuerdan el famoso ‘Don’t be evil’ (‘no seas malvado’) que acuñó Google en sus orígenes? Tras esta frase se encontraba una compañía fresca, joven e irreverente, forjada a golpe de talento por dos genios de los ordenadores y que contaba con un algoritmo, su fórmula secreta, que a la postre cambiaría el mundo. Es difícil especular sobre cómo sería el mundo hoy en día si Sergey Brin y Larry Page no hubieran dado con esa fórmula secreta. Sin embargo, los años universitarios pasan rápido y Google ya no es aquella simpática empresa llena de mascotas y con comida gratis para todos: se ha hecho tan adulta y mastodóntica que el recién estrenado como CEO Larry Page quiere volver a los orígenes, la filosofía rebelde que los encumbró. ¿Cómo hacerlo? Empapándose con el espíritu de las miles de start-ups que surgen por minutos en el dorado Silicon Valley, e invirtiendo cantidades ingentes en ellas. Será por dinero.

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