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El servicio social de un colegio jesuita: "Para aprobar es obligatorio ayudar a los demás"
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25 años del proyecto en nuestra señora del recuerdo

El servicio social de un colegio jesuita: "Para aprobar es obligatorio ayudar a los demás"

Los estudiantes de primero de Bachillerato del colegio Nuestra Señora del Recuerdo en Madrid deben dedicar una hora y media semanal a participar en un proyecto social

Foto: Una estudiantes en uno de los proyectos solidarios. (Foto: Nuestra Señora del Recuerdo)
Una estudiantes en uno de los proyectos solidarios. (Foto: Nuestra Señora del Recuerdo)

Hace 25 años, el padre jesuita Agustín Alonso puso en marcha un programa social inédito en el colegio Nuestra Señora del Recuerdo, un prestigioso centro concertado ubicado en una zona acomodada del barrio madrileño de Chamartín. El padre Alonso, muy preocupado por la realidad social que se vivía en los barrios periféricos de la capital en aquellos años, quería transmitirle esa preocupación a los chavales del penúltimo curso; quería hacerles ver otra realidad, que no era la suya, pero que existía.

En el año 1990 volvió de un viaje a América en el que visitó diferentes colegios jesuitas y empezó a madurar una idea que había visto en Estados Unidos. En 1992 se lanzó a la piscina: servicio social obligatorio para los alumnos, imprescindible para poder pasar de curso. ¿Qué hicieron los padres de los chavales? Apoyarle. Y la idea ha resultado tal éxito que este año celebran el 25 aniversario con números envidiables: 6.100 alumnos han pasado por la experiencia de acompañar a personas de la tercera edad en residencias, dar apoyo escolar a estudiantes de barrios más desfavorecidos, trabajar con personas discapacitadas, inmigrantes, enfermos, personas sin hogar...

“Tenía claro que aquello tenía que ser obligatorio. Luché mucho para que lo fuera”, cuenta el propio Agustín Alonso, impulsor de la iniciativa y director del colegio hasta 1998. En su opinión, “al ser humano hay que forzarlo un poco”. El servicio social es como las matemáticas, hay que aprobarlo, es decir, cumplir unas horas mínimas, para llegar al último curso, entonces COU, hoy segundo de Bachillerato. “Es importante no solo la acción en sí sino también la reflexión que hacen los alumnos con el trabajador social que coordina todo el programa”.

La implicación de las madres en un primer momento y, más tarde, de los padres, para trasladar a los alumnos a los diferentes lugares ha sido fundamental para que el programa se haya mantenido con el tiempo. El colegio organiza una feria de la solidaridad a principios de curso donde las diferentes instituciones presentan sus proyectos. “Yo lo dejé en 17 pero hoy hay 22 organizaciones colaborando”, cuenta el exdirector. El alumno puede elegir proyecto y qué día de la semana quiere dedicar una hora y media a ayudar a los demás.

“Hay alumnos que quedaron sensibilizados, a los que les conmovió aquello y se engancharon”, apunta el padre Alonso. Como Rafael Seco, alumno del curso 2012-2013 que hoy estudia Terapia Ocupacional. Eligió la Fundación Nuestra Señora del Camino para trabajar con personas con discapacidad; hoy sigue yendo cada domingo como voluntario a echar una mano. De su primer año, le marcó especialmente Juan Félix, un chico con síndrome de Down: “No era muy sociable y no participaba en ninguna de las actividades. Por ello, le presté especial atención y mediante esta cercanía poco a poco se fue animando hasta a participar en todo y ahora somos muy amigos”. Según Rafael, ser voluntario supone "sacar lo mejor de las personas y sacarlas hacia delante, todas las semanas deseo que llegue el domingo para acudir”, confiesa.

O Belén García-Collanes, psicóloga y alumna del curso 2003-2004. Acudió semanalmente a la organización Pueblos Unidos para dar apoyo escolar a estudiantes de la Ventilla, barrio donde vivió muchos años el padre Alonso y que le puso muy en contacto con la realidad de entonces. Belén reconoce que aquella experiencia le motivó para seguir con programas de voluntariado durante la universidad.“Al principio me costó un poco enfrentarme a una realidad tan diferente"- confiesa Belén- "pero me sentí muy bien acogida y orientada por la organización y muy motivada por el apoyo de mis padres”.

Pero el beneficio no es solo para los alumnos, sino también para quien recibe el cariño y la vitalidad de la juventud. Carmen tiene 52 años y desde hace 36 vive en la Casa de Santa Teresa, un centro de la Congregación de las Hijas de Santa María de la Providencia que acoge a 41 personas con discapacidad intelectual. Hasta allí se desplazan los estudiantes del Recuerdo para echar una mano. Ha visto pasar muchos voluntarios y reconoce que se acuerda de muchos de ellos. "Lo que más me gusta es que se interesan por nosotras, están muy contentos de vernos y muy pendientes de nosotras. Nos preguntan qué queremos hacer y nosotras elegimos: ir a hacer un recado, pasear, pintar, jugar a algún juego…”.

¿Y los alumnos de hoy? ¿Centrados en su móviles y selfies? “Tenemos una imagen falsa de la juventud”, opina el padre Alonso. “Son más pasotas, sí, pero creo que más pacíficos. Eran más revolucionarios los de los 80 y 90. A los de ahora solo hay que ofrecerles algo que les motive y enganche, porque tienen demasiadas cosas, demasiados estímulos”. Lo dice quien observa mucho. Desde hace un año ha vuelto a vivir en el colegio y son cientos los jóvenes que pasan delante de su ventana cada mañana para ir a clase. “Van tranquilos, parecen mayores, no son nada transgresores, ni siquiera en la manera de vestir”.

Son pocos colegios los que hoy han seguido su ejemplo, pese al éxito del mismo. “Yo me empeñé en que aquello fuera obligatorio y creo que hoy los directores de los centros no quieren arriesgar tanto”. Cuando lo pusieron en marcha, el trabajador social que se embarcó en aquella aventura se recorrió media España para explicar qué estaban haciendo pero solo caló en algunos lugares. “La clave para que funcionara en el Recuerdo fue la implicación de los padres que, lejos de ejercer resistencia interna, colaboraron activamente”, reflexiona el fundador del servicio social.

Hace 25 años, el padre jesuita Agustín Alonso puso en marcha un programa social inédito en el colegio Nuestra Señora del Recuerdo, un prestigioso centro concertado ubicado en una zona acomodada del barrio madrileño de Chamartín. El padre Alonso, muy preocupado por la realidad social que se vivía en los barrios periféricos de la capital en aquellos años, quería transmitirle esa preocupación a los chavales del penúltimo curso; quería hacerles ver otra realidad, que no era la suya, pero que existía.

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