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La España que 'manga': "En una sola tarde me llevo miles de euros en ropa"
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RADIOGRAFÍA del hurto

La España que 'manga': "En una sola tarde me llevo miles de euros en ropa"

España es el tercer país de la Unión Europea donde más dinero pierden los comercios por "pérdidas desconocidas". Varios ladrones y un experto en seguridad explican los motivos

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Roberto salía muchas tardes a robar con sus amigos y volvía a casa con un botín de decenas de miles de euros: trajes de Gucci, bolsos de Balenciaga, camisas de seda… Le gustaba hacer regalos caros y no se conformaba con envolverlos en un papel de regalo cualquiera. “Si me llevaba algo de Hermés, luego iba a otra tienda de la misma marca para que me lo pusiesen en una caja, inventándome cualquier excusa”.

Pasó una década mangando de manera habitual y sin meterse nunca en problemas serios. Durante muchos meses, entre los últimos años de universidad y los primeros haciendo prácticas laborales, era su principal fuente de ingresos. “Discutí con mis padres, me fui de casa y quería dinero para salir por la noche, para el alquiler, para pagar los estudios. No se puede decir que lo hiciese por necesidad porque sería un insulto para la gente que realmente sufre para tener una vida digna, pero digamos que no hubiera podido llevar el nivel de vida que quería entonces”.

Al principio Roberto lo vivía con la adrenalina disparada (“una sensación bastante agradable”). Después, dice, lo convirtió en un juego. ”Sistematicé el método, sabía exactamente cómo hacerlo y me convertí en una verdadera máquina. En los círculos en los que me movía había gente muy de la calle, muy vivos. Muchos de ellos mangaban y lo hacían muy a lo bestia. Te vas picando y llega un punto en el que se puede decir que el elemento lúdico, por llamarlo de alguna manera, es casi la única razón”.

Roberto robó miles y miles de euros, casi siempre en grandes superficies y en tiendas de ropa: “cazadoras de piel, abrigos, muchas botellas de champagne, libros de todo tipo”… Cuando quería dinero en efectivo para pagar el alquiler o la entrada de una discoteca, robaba por encargo o se llevaba cosas que pudiese colocar bien entre sus círculos de amistades y conocidos. “Era muy típico que la gente me pidiese discos, libros o prendas de ropa. Casi siempre lo vendía a la mitad de su precio redondeando para arriba. La gente me llamaba para que le consiguiese cosas y a nadie le parecía mal”.

Según el Global Retail Theft Barometer, España es el tercer país de la Unión Europea y el sexto de la OCDE donde más pérdidas se registran por robos, ya sea de sus clientes o de sus propios empleados. Entre lo que les roban y lo que se gastan en seguridad, los comercios españoles se dejan un 2,21% sus ingresos brutos (datos de 2014-2015), unos 5.000 millones de euros.

La manera en la que han evolucionado los hurtos desde 2007 (ver el primer gráfico) demuestra que existe una relación directa con la situación económica. Pero no es solo una cuestión de pobreza. Lo que más se roba no son artículos de primera necesidad, sino calzado deportivo de marca, pilas, gafas de sol, bolsos, videojuegos, maquillaje caro... Incluso en los supermercados, los artículos que desaparecen con más frecuencia son vinos y licores. La carne fresca y el queso son los únicos "objetos de robo frecuente" con los que se puede dar de comer a una familia.

¿Quién roba en España? “Mucha gente y muy distinta. Encontramos absolutamente de todo, de jubilados hasta niños, desde la señora que lo hace por primera vez hasta auténticos expertos que no se inmutan e interrogan al personal de seguridad para entender cómo les han descubierto y pefeccionar su técnica. El perfil típico es un varón de entre 18 y 45 años con bajo poder adquisitivo que quiere vivir por encima de sus posibilidades", explica David Pérez del Pino, director general en España y Portugal de Checkpoint Systems, una multinacional especializada que lleva la seguridad del 90% de las grandes superficies en España.

"Hay casos extremos", continúa. "A una señora la descubrieron porque le salía una pezuña de cerdo de la espalda, bajo el pelo. Llevaba un jamón escondido. A otra la pararon porque tintineaba al andar. Encontraron 12 botellas de alcohol enganchadas de manera increíble en el cinturón”.

A una señora la descubrieron porque le salía una pezuña de cerdo por la espalda, bajo el pelo

El caso de España presenta tres particularidades sorprendentes: los empleados roban menos de la media mundial, no hay tanta delincuencia organizada como en países como Finlandia u Holanda, y las empresas suelen tomarse bastante en serio la seguridad, invirtiendo grandes cantidades de recursos para prevenir y evitar hurtos. "Hay diferencias, pero en lo esencial es bastante parecido en todo el mundo. Por ejemplo, se tiende a robar más en invierno porque hay más consumo, anochece antes y la gente lleva abrigos, donde es más fácil esconder las cosas. Por el contrario, otoño es la época del año con menos hurtos".

'Pitas' y 'seguratas'

Con la reforma del Código Penal de la Ley de Seguridad Ciudadana (conocida como 'ley mordaza'), desde el 1 de julio de 2015 el hurto en tiendas ha pasado a ser considerado un delito leve. Si se exceden los 400 euros, la pena puede ser de entre 6 y 18 meses de prisión. Además, romper las alarmas u otros dispositivos de seguridad conlleva penas superiores.

Roberto asegura que nunca se toparon con una protección antihurtos que no consiguieran sortear. "Lo más dificil son los seguratas, porque es lo más imprevisible. Yo si notaba algo raro paraba inmediatamente. La información es clave. Si sabes cómo funcionan las alarmas, los circuitos de vídeo y los agentes de seguridad, ya tienes ciertas instrucciones para robar con éxito".

"Por ejemplo", continúa, "sabíamos que los seguratas de algunas cadenas solo pueden actuar dentro del establecimiento, así que nos cargábamos de bebida, nos poníamos en la cola y simplemente salíamos por la puerta. En las grandes superficies el juego es hacer movimientos confusos por los que no puedan saber con certeza si te estás llevando algo. La clave es mantener la calma y nosotros llegamos a un punto donde no nos producía ni la más mínima ansiedad. Lo hacíamos en la cara de la gente y eso es lo que mejor funciona".

La información también es básica para los expertos en seguridad. David Pérez del Pino consulta con asiduidad la web Yomango, un foro de ladrones, para descifrar a sus "enemigos". A sus clientes, explica, les presentan un "traje a medida" en función de sus problemas y necesidades. El planteamiento general gira siempre alrededor de la "pirámide de la seguridad". En la base están los arcos magnéticos y las etiquetas. "Las hay de muchos tipos: algunas se colocan durante el proceso de fabricación del producto y son muy difíciles de identificar y extraer", dice.

Después vienen las cámaras y el personal de seguridad, por debajo de las arañas, cajas y collarines para proteger los artículos que más se roban. En la cúspide se encuentran las herramientas analíticas que permiten saber qué, cuándo y cómo han salido los artículos de la tienda. Y finalmente los detectores de metales, con los que se puede evitar que el ladrón desactive el dispositivo de seguridad (el 'pita'), utilizando una lámina de alumino. "La tecnología ha avanzado mucho en cuestión de seguridad. Antes los arcos pitaban y punto. Ahora procesan mucha información y permiten que el comercio entienda lo que pasa en su tienda en todo momento", dice.

José Luis, otro 'mangante' experimentado, empezó robando con 14 años. "Queríamos un videojuego y nos lo llevamos del Corte Inglés de Nuevos Ministerios un día al salir de clase. Fue tan fácil que al día siguiente regresamos a por otro. Le quitábamos la etiqueta de seguridad y lo metíamos en una bolsa de El Corte Inglés que llevabámos en el bolsillo. En todos los años que robé solo me pillaron dos veces: una vez por las cámaras, en la FNAC, y otra en la Casa del Libro, porque tenía otra etiqueta dentro. No nos asustamos porque éramos menores y sabíamos que no nos podían hacer nada", dice.

En un año y medio, José Luis calcula que pudo robar más de 8.000 euros. "Nos cebamos con una tienda de informática, una franquicia que se llamaba 'Megastore' y que acabaron cerrando. Tenían las grabadoras de CD cerca de la puerta y lejos de las cajas, así que abríamos la puerta despacito y las sacábamos sin más. Nos llevamos por lo menos ocho en varios días y eso que eran unos trastos enormes".

Frente a los ladrones "intensivos", los hay "ocasionales". Es el caso de Manuel, quien a sus 53 años tiene problemas económicos tras divorciarse y quedarse sin trabajo. "Me da vergüenza pedirle dinero a mi madre, que es una anciana, así que los caprichos los saco como puedo. Me llevo botellas, cervezas, algo de ropa. Cosas así. Siempre en grandes superficies. No me gusta hacerlo, no lo disfruto, pero tampoco quiero vivir como un monje de clausura".

¿Arrepentidos?

Roberto, que no se llama Roberto, trabaja ahora en una multinacional californiana con un alto cargo ejecutivo. Cuando hablamos para este reportaje estaba en Nueva York, saliendo de un acto en el que participaba Bernie Sanders. Dice que no se arrepiente "en absoluto" porque dice que nunca se llevó nada de una tienda pequeña, de barrio o familiar. "No voy a decir que era un código de conducta moral ni nada por el estilo. Era simplemente sentido común. No le queríamos robar a un señor que tiene una tienda y pasa apuros. No eramos gilipollas. Éramos espabilados, cultos y con un claro sentido de lo ético. Lo mismo hablábamos del 'noucentisme' catalán que robábamos un par de Nikes".

Sabíamos que no es justo ni nada por el estilo pero éramos unos caraduras y nos daba igual

"Sabíamos perfectamente que no es justo ni nada por el estilo pero éramos unos caraduras y nos daba igual. Además, en el momento, lo justificábamos porque eran grandes corporaciónes, almacenes y marcas. Eran puro capitalismo, así que robarles a ellos no era nada de lo que arrepentirse. Aquello no tenía ninguna intención politica, ni nada por el estilo, por supuesto. Era solo una simple excusa. Con la que, por cierto, todo el mundo estaba de acuerdo, incluso fuera de nuestros circulos: en la universidad, entre amigos que no tenían nada que ver con esto, etcétera".

Roberto dice que dejó de robar cuando empezó a trabajar de lo suyo. "Empecé a ganar dinero, así que no necesitaba mangar. No oculto mi pasado particularmente. A mi familia no se lo he dicho porque no hace ninguna falta. Mi chica lo sabe y mis amigos lo saben, lo han visto y les da igual. Saben muy bien cuáles son mis valores y mi modo de comportarme, así que no tengo nada que ocultar".

Roberto salía muchas tardes a robar con sus amigos y volvía a casa con un botín de decenas de miles de euros: trajes de Gucci, bolsos de Balenciaga, camisas de seda… Le gustaba hacer regalos caros y no se conformaba con envolverlos en un papel de regalo cualquiera. “Si me llevaba algo de Hermés, luego iba a otra tienda de la misma marca para que me lo pusiesen en una caja, inventándome cualquier excusa”.

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