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La iglesia 24 horas de Madrid, una noche entre 'hipsters' y vagabundos
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el padre Ángel es el impulsor de este proyecto solidario

La iglesia 24 horas de Madrid, una noche entre 'hipsters' y vagabundos

La parroquia de San Antón, en el centro de la capital, ofrece cobijo, comida y hasta conexión wifi a sus feligreses, la mayoría personas sin hogar o en riesgo de exclusión social

La escena ocurre simultáneamente y es reveladora. En la calle, tres jóvenes de aspecto ‘hipster’ se arrodillan por turnos frente a una pequeña imagen de la virgen. Se toman fotos con el móvil en pose beata, se parten de la risa y siguen su camino. Dentro, en la iglesia, una prostituta también se arrodilla en la misma posición, pero en lugar de reír aprieta fuerte las manos, agacha la cabeza y se encomienda a una imagen de Cristo crucificado. “Trabajo cerca y cada noche me escapo al menos una vez”, dice en un murmullo antes de salir. Es la una de la madrugada. El barrio de Chueca, en Madrid, palpita entre bares de 'gin-tonic', discotecas de ambiente y pisos de relax. Entre todos ellos se levanta la iglesia de San Antón, el templo ‘afterhours’ de la capital, un proyecto con vocación de hospital de campaña a medio camino entre la extravagancia y el milagro social.

"Si hay panaderías, cafeterías y 'puticlubs' abiertos 24 horas, ¿por qué no va a haber iglesias? Es de sentido común", dice el padre Ángel, impulsor del proyecto

“Muchos turistas entran sorprendidos de que la iglesia esté abierta de madrugada; se dan un paseo y se van. Pero este es un barrio complicado, hay muchas discotecas y a veces entran chavales para burlarse y pierden el control. Tratamos de sacarlos con amor, pero si no es posible llamamos a la Policía Nacional”, explica Willy Ziba Lutaku, coordinador nocturno de la iglesia. Y puntualiza: “Este es un lugar de paz, ante todo queremos que aquí la gente esté tranquila y segura”.

La gente a quien se refiere Lutaku son las nueve personas que duermen a pierna suelta sobre los bancos mientras él habla. Nueve vagabundos a quienes se permite hacer noche temporalmente. Duermen en las primeras filas frente al altar, separados del resto de visitantes por una cortina roja. “Al principio se abrió las puertas a todo el mundo, pero esto era un desmadre. Más de 40 personas hacinadas, sin duchas, olor a pies… El Samur Social dijo que esto no podía ser y se les derivó hacia ellos”, explica Javier, el inquilino más antiguo de San Antón. Llegó hace ocho meses y aún no se ha ido. Su aspecto pulcro contrasta con el aspecto desastrado de la mayoría de feligreses, quienes entre desayuno y cena tienen que arreglárselas para sobrevivir en los márgenes de la sociedad.

“Siempre soñé con tener una iglesia abierta las 24 horas del día en el centro de Madrid, una iglesia más para los unos que para los otros”, dice el padre Ángel, sacerdote y presidente de la ONG Mensajeros de la Paz. “Si hay panaderías, librerías, cafeterías, 'puticlubs' abiertos las 24 horas, ¿por qué no va a haber iglesias? Es de sentido común”, clama el sacerdote, célebre por su discurso rupturista con la curia española. Él es el ideólogo de San Antón, una parroquia que permanecía cerrada en el corazón de Madrid hasta que Mensajeros de la Paz la rehabilitó hace justo un año. Desde entonces no ha vuelto a apagar las luces. Es ya, extraoficialmente, la iglesia de los sin techo. No solo porque les da cobijo ante una situación de emergencia, sino porque cubre todas sus necesidades: les provee de un café y un bollo por las mañanas y de zumo, fruta y un bocadillo por las noches. Durante el día, siempre hay agua y café a disposición de los visitantes. Por haber, hay hasta conexión wifi.

La iglesia ofrece techo a los más necesitados, además de comida para 270 personas, café todo el día y hasta conexión wifi

"Tenemos mucho que agradecerle al padre Ángel”, dice Carmelo, uno de los mendigos más fieles a la parroquia. Suele dormir en la plaza de Colón y es raro el día en que no acude a recibir desayuno y cena. En cuanto coge su ración se sienta en un banco para comer, olvidarse un rato de las miserias de la calle y charlar con los voluntarios, que siempre andan a disposición de sus feligreses ataviados con un chaleco azul. Hoy Carmelo ha tenido suerte. La presencia inesperada del padre Ángel le granjea 20 euros “para que pueda dormir en una pensión”. El hombre, tras una breve queja, le acepta el regalo. Aunque reconoce no creer en la caridad, el sacerdote va regando de monedas a los que ve más apurados. Y para los que no, siempre tiene un llavero o una chapa protectora de San Antón.

“Servimos entre 250 y 270 bocadillos cada noche, normalmente de carne y queso, pero también hay partidas de vegetales y pescado para los árabes”, indica Juan Ponce, voluntario de la asociación, mientras reparte cenas a destajo a través de un mostrador. Eso ocurre a las ocho de la tarde. Desde media hora antes, la cola de necesitados empieza a alargarse hasta alcanzar media manzana. Gente de todas las partes del mundo incluida, por supuesto, España. Pedro, de Sevilla, es el primero de la cola. Albañil de profesión y hoy desahuciado a tiempo completo. “Llevo cuatro meses viniendo. Siempre ceno y a veces también desayuno. Ya sabes, la crisis… No hay forma de encontrar trabajo y hace tiempo que no cobro ninguna ayuda”, se lamenta mientras sorbe un caldo caliente.

La Camilla de la Misericordia ofrece asistencia médica a los más necesitados, sobre todo inmigrantes sin papeles y prostitutas temerosos de acudir al hospital

“Nosotros no hacemos caridad, lo que tratamos de hacer es justicia social”, puntualiza Jesús García Pérez, presidente de la Sociedad Española de Pediatría Social y responsable de la llamada Camilla de la Misericordia, una enfermería solidaria ubicada en la trastienda de la iglesia. Principalmente, asiste a inmigrantes indocumentados temerosos de acudir a la Seguridad Social y a prostitutas. “Sobre todo somos médicos afectólogos, y eso se consigue escuchándoles: ellos se desahogan y tratamos de buscar soluciones no paternalistas a sus problemas. Si necesitan medicación, se la damos y les orientamos sobre adónde acudir para tratarse”, detalla el doctor. La enfermería abre oficialmente los martes por la tarde y atiende a entre diez y quince personas, gracias al trabajo de tres médicos de familia, un psicólogo y un abogado. Sin embargo, García Pérez siempre está de guardia por si salta alguna urgencia.

San Antón vive cierto revuelo hasta las diez de la noche. A esa hora los vagabundos, voluntarios y vecinos que acuden a su oración nocturna abandonan perezosamente el lugar. Antes de medianoche los “residentes” ya han expandido sus mantas sobre los bancos o en el suelo y se disponen a dormir. Es entonces cuando el coordinador nocturno reclama silencio e impide a los visitantes cruzar la cortina roja. “Muchos toman fotos a los que duermen y no es cómodo”, se excusa. Y, en efecto, Lutaku tiene que amonestar en menos de media hora a dos grupos de muchachos vestidos con chupas de cuero y pantalón pitillo que ya estaban móvil en mano dispuestos a alimentar sus redes sociales.

Laura, nacida en Ávila, es uno de esos nueve huéspedes. Tiene 27 años, un hijo de tres años, un embarazo de 11 semanas y ningún ingreso ni persona a quien acudir. “En Navidad discutí con mi ex y me quedé tirada, y después de dar vueltas terminé aquí. Al principio estaba cortada, pero vas congeniando con la gente”, cuenta con total naturalidad. “Todas las iglesias deberían ser como esta, donde te encuentras como en casa y puede compartir café la gente que viene a rezar con la que está en la calle y necesita que le escuche y le den cariño. Eso se está perdiendo en la sociedad de ahora”, denuncia. Luego prepara un colchón improvisado con mantas y pide ayuda a su compañero Javier para acercar el banco de la fila delantera y hacerse una pared para no caerse de bruces durante la noche.

Excepto por un ataque de pánico de un huésped enfermo de Parkinson que requiere la intervención del Samur, la madrugada profunda transcurre tranquila dentro del templo. Solo el goteo de personas que atraviesan la puerta principal rompe el tedio. Algunos entran al azar, preguntan si está abierto y aprovechan para sentarse un rato con la mirada perdida. Otros entran sin preguntar, son los parroquianos de cada noche. “Les permitimos un máximo de 15 minutos, porque nos encontramos con que algunos se sentaban con el pretexto de rezar y aprovechaban para pasar la noche”, cuenta Lutaku. A pesar del escaso movimiento, el coordinador no encuentra tiempo para aburrirse. Limpia el enorme bidón del café para la mañana siguiente, desinfecta el aseo y emprende la misión más dura de la noche: barrer y fregar toda la iglesia. Mientras Lutaku suspira y empieza a mover la escoba, decenas de taxis recogen a toda la gente que ha apurado hasta el último minuto el cierre de los bares.

La escena ocurre simultáneamente y es reveladora. En la calle, tres jóvenes de aspecto ‘hipster’ se arrodillan por turnos frente a una pequeña imagen de la virgen. Se toman fotos con el móvil en pose beata, se parten de la risa y siguen su camino. Dentro, en la iglesia, una prostituta también se arrodilla en la misma posición, pero en lugar de reír aprieta fuerte las manos, agacha la cabeza y se encomienda a una imagen de Cristo crucificado. “Trabajo cerca y cada noche me escapo al menos una vez”, dice en un murmullo antes de salir. Es la una de la madrugada. El barrio de Chueca, en Madrid, palpita entre bares de 'gin-tonic', discotecas de ambiente y pisos de relax. Entre todos ellos se levanta la iglesia de San Antón, el templo ‘afterhours’ de la capital, un proyecto con vocación de hospital de campaña a medio camino entre la extravagancia y el milagro social.

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