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La nueva fiebre (desesperada) del oro
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LA CRISIS DESATA LA FIEBRE EN ESPAÑA

La nueva fiebre (desesperada) del oro

La crisis está provocando que cada vez más personas busquen bajo la tierra el golpe de suerte que frene la hemorragia económica que desangra sus sueños.

Foto: La nueva fiebre (desesperada) del oro
La nueva fiebre (desesperada) del oro

La crisis está provocando que cada vez más personas busquen bajo la tierra el golpe de suerte que frene la hemorragia económica que desangra sus sueños. Con el precio de la onza de oro (31,10 gramos) cotizando por encima de los 1.300 euros en los mercados de materias primas, el metal que provocó en Estados Unidos las grandes migraciones hacia el Oeste, que ha adjetivado siglos y que protege inversiones en periodos de incertidumbre ha recuperado el poder de atracción que tuvo en el pasado.

La fiebre apunta a Asturias, el territorio español más vinculado con la búsqueda del undécimo elemento de la tabla periódica. Luis Sanfiz, de 48 años, preside en Navelgas (Tineo, Asturias) una asociación de bateadores que lleva el nombre de su padre, Enrique Sanfiz. "Para nosotros la búsqueda de oro es un hobby, un mero pasatiempo. No lo hacemos por dinero. Hace años era fácil conseguir un sueldo extra pero la montaña están completamente levantada. Aquí ya no hay prácticamente nada", subraya Luis, que creció jugando con pepitas encontradas en el río que circunda su casa.

El agotamiento del mineral no está impidiendo, sin embargo, que todas las semanas lleguen nuevos mensajes al correo electrónico de su asociación adjuntando un grito de auxilio. "Es increíble. Sobre todo desde hace dos años", explica Luis, todavía sorprendido. "Nos escriben familias enteras que quieren venirse a vivir aquí, a Navelgas o a donde sea, pensando que van a ganar dinero con el oro que van a encontrar en la cuenca. La mayoría son del sur y no conocen como funciona esto. Dicen que han oído que en Asturias hay oro y que quieren venirse porque no tienen trabajo y están desesperados. Y les tengo que pedir que no cometan esa locura. Les digo que aquí no hay ni oro ni nada", afirma Luis.

Un negocio poco rentable

El poco oro que queda en el Principado sólo es rentable si se extrae con métodos industriales. De hecho, ante el aumento del interés por la cotización del metal, el Ejecutivo asturiano ha reactivado la venta y ampliación de concesiones mineras, para aumentar de paso los ingresos de sus maltrechas arcas públicas. En la comarca del Narcea, por ejemplo, una multinacional canadiense ha reactivado dos explotaciones que llevaban años abandonadas. Y hay proyectos similares en otros puntos de la geografía asturiana. Algunos, como el de Astur Gold, en Tapia de Casariego, han sido tumbados por las denuncias de organizaciones ecologistas. En León y Almería también se han planteado las opciones de recuperar yacimientos olvidados.

Al menos en Asturias, la explotación de empresas concensionarias convive con la extracción tradicional. Las autoridades admiten el bateo en zonas acotadas, siempre que la actividad no deteriore el medio ambiente. Esta es la práctica que divulga la asociación de Luis y que está cautivando a tantas personas en toda España. La atracción ha rebasado incluso las fronteras nacionales. "En primavera, cuando el caudal del río desciende y es más fácil la búsqueda, Navelgas se llena de rumanos. La estampa es sorprendente, porque instalan sus tiendas de campaña junto al río y se quedan aquí cuatro o cinco meses", cuenta el presidente de la Asociación de Bateadores Enrique Sanfiz. "Se tiran todo el tiempo buscando. Utilizan todo tipo de herramientas. No están permitidas pero nadie les dice nada. Y no creo que encuentren mucho", apunta Luis, tirando de su prolongada experiencia. "En estos momentos, hay que hacer un agujero en el río del tamaño de un coche y batear todo su contenido para encontrar un sólo gramo de oro", detalla. "Hace falta, como mínimo, una semana, y no hay que olvidar que por un gramo sólo te pagan 40 euros. Puedes tener suerte un día y encontrar una pepita, pero hoy en día es muy extraño". 

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No será por ganas. "¡Ojalá apareciera oro!", exclama Luis, que trabaja de conserje en un ayuntamiento de la zona. "Nos vendría genial porque en Navelgas somos 300 personas y cada vez más viejos. Los jóvenes tienen que irse y aquí no hay trabajo", insiste, tratando de contrarrestar el romanticismo que ha resucitado esta crisis. "Lo que teníamos en el pueblo era una fábrica de productos cárnicos y se quemó hace poco. Se ha ido 50 empleados a la calle, así que ya puedes imaginarte. La gente vive de las pensiones de los abuelos".

El nuevo interés por este mineral también late fuera de España, y está arrastrando a algunos nacionales. Al propio Luis le han ofrecido viajar a Canadá con todos los gastos pagados, para poner sus extensos conocimientos en la búsqueda artesanal de oro al servicio de unos inversores. Pero ha rechazado la oferta.

El dorado africano

No necesitó ninguna José Martínez, un madrileño de 45 años transportista de profesión y metido a instalador de ascensores, para dejarlo todo y marcharse a Mali persiguiendo el rastro de este mineral. El país subsahariano está inmerso en una crisis política y militar que va a provocar la intervención de Occidente, pero José está dispuesto a soportar estas dificultades.

"Estuve hace un mes en Mali recorriendo el país. Me llevé una máquina detectora de metales porque oí que había mucho oro", explica José. "No me lo creía, soy muy escéptico. Pero en un momento dado paramos el coche, me bajé y encontré oro en la misma cuneta del camino por el que íbamos circulando. Hay oro, te lo aseguro. Te lo digo yo que nunca me creo nada", afirma, a sólo unas horas de subirse, otra vez, a un avión con rumbo a Bamako. Estará en la zona dos semanas, pero no descarta instalarse allí definitivamente. 

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En la mayor parte del país sigue rigiendo un código tribal que divide en tres partes las ganancias: "Una parte del oro que se encuentra corresponde al propietario de la tierra, otra porción es propiedad de la persona que lo extrae y la tercera parte se la queda el que pone los medios para localizarlo. Es decir", añade este madrileño, "yo me quedaría con las dos terceras partes, una por encontrarlo y otra por poner el detector". Un negocio redondo, sin intermediarios y muy rápido, a juzgar por la determinación con la que José relata los pormenores de su aventura africana.

En este nueva viaje, José se lleva tres detectores y un generador de electricidad. Quiere montar un bar en una población próxima a la frontera maliense con Senegal, donde la extracción artesanal de oro ha provocado la llegada de miles de africanos, reeditando la Gold Rush que inventó ciudades en la California de finales del XIX. "Hay mucho dinero en esa ciudad pero no tienen en qué gastarlo. Quiero montar un restaurante donde la gente pueda pasárselo bien y beberse tranquilamente una cerveza. La gente también necesita divertirse y no hay nada así por la zona", relata, con toda la naturalidad del mundo, como si fuera a montar una tintorería en un centro comercial de Burgos.

Guinea-Conakry y otros países próximos a Mali experimentan el mismo fenómeno. La Embajada de España en Bamako recibe a diario llamadas y mensajes electrónicos de españoles interesados en seguir los pasos de José, porque han escuchado que es posible hacerse millonario removiendo un poco la tierra. "Intentamos explicarles que, antes de viajar a un país deben informarse de cómo funciona el sector económico en el que están interesados", explica Lourdes Meléndez, la embajadora española en Mali. "Aquí las concesiones están en manos de grandes empresas. Pero es que además las recomendaciones de viaje del Ministerio de Asuntos Exteriores sobre Mali son muy claras: se desaconseja por completo trasladarse aquí por motivos de seguridad. Y todo el mundo debería tener esto en cuenta", subraya la máxima responsable de la delegación española en Bamako. Sin embargo, las recomendaciones oficiales no parece que se estén teniendo muy en cuenta. El embrujo dorado se sobrepone a las precauciones, pese a las limitadas posibilidades de éxito. El propio José detalla que, además de las complicaciones que implica desenvolverse en África, en sus expediciones tiene que malvivir en un choza y sólo puede alimentarse de fruta. La realidad es menos brillante de lo que parece.

Demanda de detectores

Pero la burbuja sigue creciendo. Entre los efectos de este nuevo boom del oro está la venta masiva de detectores de metales. Y no sólo los compran españoles. En Orcrom, una empresa con sede en Barcelona especializada en la comercialización de estos aparatos electrónicos, aseguran que en los últimos meses han experimentado un aumento sorprendente "de las ventas a inmigrantes de Mali, Guinea-Conakry y Senegal", que los adquieren para llevárselos a sus países de origen aprovechando un viaje de vuelta.

Eurodetection, otra compañía del mismo sector asentada en Madrid, disfruta de un aumento similar de la demanda. "Nosotros nos dedicábamos antes a la venta de todo tipo de detectores de metales, pero el pasatiempo de buscar cosas en la playa está muerto por la crisis", relata Daniel Mesa, propietario de esta empresa. "En estos momentos, el 80% de nuestro stock está formado por detectores de oro, sólo de este metal. Es lo único que funciona". Los precios de estos dispositivos oscilan entre los 750 y 5.000 euros. "Curiosamente, los más caros son los que más se venden, porque son muy fiables. Permiten encontrar pepitas a dos metros de profundidad", detalla el dueño de Eurodetection. Los compran inmigrantes africanos pero también muchos españoles que intentan ganarse la vida, o alimentarla, buscando este metal por todo el mundo. "También se están utilizando en España", desvela Daniel. "Hay gente que ha encontrado pepitas gracias a estos aparatos en pueblos de Cáceres, Salamanca e incluso Madrid".

La novedad también ha calado en Internet. Los foros y blogs en los que se comparten experiencias, técnicas y emplazamientos se han multiplicado. La mayoría de los comentarios, no obstante, rebajan la euforia y matizan el valor de los hallazgos. Quizá alguien encuentre la pepita que cambie su suerte, pero las opciones son remotas. En estos momentos, en España, el sitio más fácil en el que se puede encontrar oro es en las casas de empeño.

La crisis está provocando que cada vez más personas busquen bajo la tierra el golpe de suerte que frene la hemorragia económica que desangra sus sueños. Con el precio de la onza de oro (31,10 gramos) cotizando por encima de los 1.300 euros en los mercados de materias primas, el metal que provocó en Estados Unidos las grandes migraciones hacia el Oeste, que ha adjetivado siglos y que protege inversiones en periodos de incertidumbre ha recuperado el poder de atracción que tuvo en el pasado.