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Felicidad por decreto: ¿y si fuera una nueva asignatura en el colegio?
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EL CONGRESO DE LA FELICIDAD ANALIZÓ EN MADRID EL SUEÑO MÁS PERSEGUIDO DE LA HUMANIDAD

Felicidad por decreto: ¿y si fuera una nueva asignatura en el colegio?

Ahora que el presidente del Gobierno acaba de decidir remodelar su gabinete, es de esperar que se tomen nuevas medidas políticas. ¿Se imagina usted que una

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Felicidad por decreto: ¿y si fuera una nueva asignatura en el colegio?

Ahora que el presidente del Gobierno acaba de decidir remodelar su gabinete, es de esperar que se tomen nuevas medidas políticas. ¿Se imagina usted que una de ellas es decretar la felicidad como obligatoria para todos los ciudadanos? Suena a chiste pero, además de que podría resultar eficaz, ya se ha hecho. Bután es un pequeño país de unos dos millones de habitantes sumergido en las montañas del Himalaya que hasta hace poco vivía prácticamente en la Edad Media y que seguramente en 2012 cumpla todos los Objetivos del Milenio estipulados por la ONU. ¿Cómo lo han hecho?. Desde 2008, cuando el rey decidió ceder su poder para dárselo al pueblo y establecer la democracia, Bután no sólo se preocupa de medir el desarrollo económico a través del PIB, sino que ha establecido otro índice que mide la felicidad de los ciudadanos, uno de los objetivos primordiales del Gobierno.

Éste índice de la Felicidad Nacional Bruta responde a una innovadora idea de gobierno implantada en el país asiático: la de que la principal responsabilidad de cualquier gobernante es ayudar a la gente a ser plenamente feliz y no sólo atender a sus necesidades materiales, sino también espirituales.

Así lo explicó el primer ministro butanés, Jigme Thinley, en el I Congreso Internacional de la Felicidad, que estuvo organizado por el Instituto de la Felicidad de Coca-Cola y que se celebró en Madrid esta semana.

Thinley explicó que en su país los políticos han asumido que su misión es “crear las condiciones necesarias para facilitar la felicidad de la población”, un plan que se basa en cuatro estrategias: el desarrollo socio-económico igualitario y sostenible, la conservación de la naturaleza, la preservación de la cultura y el patrimonio cultural, y la presencia de un gobierno responsable y transparente.

Enseñar a ser felices desde niños

El divulgador científico y escritor Eduardo Punset,  presentador del Congreso,  reafirmó la idea de la necesidad de ‘inculcar’ la felicidad desde temprana edad. "Hemos descubierto nuestra capacidad para incidir en el cerebro de los demás y, por experimentos concretos, hemos descubierto que hay una ventana crítica entre los tres y los ocho años para hacerlo; así que si queremos adultos altruistas, solidarios, menores niveles de violencia en la sociedad, hay que volcarse en el aprendizaje social y emocional de los niños en estas edades", explicó.

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Pero para quienes no hemos tenido la suerte de nacer en un país que se preocupe por la felicidad de sus habitantes, aún hay esperanza: la felicidad se puede alcanzar. Todos los ponentes del Congreso se dedicaron a destripar cómo, y aunque cada uno tiene su propia receta, sí hay ciertas pautas o actitudes que a todos nos pueden servir para vivir más contentos. Como recordaba el filósofo y científico Luis Arbea en su intervención, “la felicidad está al alcance de todos y cada uno, no sólo de dioses y millonarios”.

Varios de los conferenciantes coincidieron al señalar las claves de la ansiada felicidad. Las más nombradas fueron el sentido del humor (reírse de uno mismo es el primer paso para reírse más), el optimismo, la capacidad de adaptación, la acción (si quieres hacer algo, hazlo), y la relativización de los problemas (“es necesario tener siempre presente que no somos el centro del universo”,  recordaba Punset).

Un buen ejemplo de capacidad de adaptación lo dio Gustavo Zerbino, uno de los supervivientes del accidente de avión de 1972 en los Andes que inspiró la película ‘¡Viven!’. “Lo importante no es lo que nos pasa, si no cómo vivimos nosotros lo que nos pasa”, aseguraba.

Zerbino pasó 73 días en las montañas de los Andes entre los restos de su avión accidentado y los de sus compañeros y amigos fallecidos. Él y el resto de supervivientes llegaron a escuchar por la radio que se suspendía su búsqueda y, sorprendentemente, asegura que ésa fue la mejor noticia que podían haber recibido.  “Sólo entonces nos decidimos a sacar lo mejor de nosotros mismos e ir a buscar una solución”, recuerda. Todo el mundo hubiera asegurado con los ojos cerrados que era imposible atravesar las montañas, prácticamente sin agua ni comida ni abrigo, y conseguir encontrar ayuda, pero dos de sus compañeros lo lograron. Y cuando volvieron a buscar a sus amigos al lugar del accidente ninguno había fallecido. “En los Andes aprendimos que preguntarse ‘¿por qué me pasa esto a mi?’ lleva a la parálisis. Lo que hay que preguntarse es ‘¿qué es lo que quiero?’ y ‘¿cómo lo consigo?’.  “Quejarse no aporta ningún valor,  eso lo pueden hacer quienes están bien, los que están mal tiran hacia delante, actúan”, añade.

Zerbino ha aprendido a extrapolar su dramática experiencia a la vida normal de la gente corriente. “Si lo piensas siempre te va a faltar algo y eso es frustrante. Es mucho más útil centrarse en lo que tenemos que en lo que nos falta. Además, la mayoría de la gente fracasa en sus anhelos porque creen que no van a poder conseguir lo que desean y nunca llegan a intentarlo”, explica. De nuevo volvemos al optimismo y a la acción como caminos hacia la felicidad.  

La felicidad también requiere un esfuerzo

Eso sí, recorrer ese camino con ‘happy end’ requiere un esfuerzo, “no es tan fácil como dicen en los libros de autoayuda”, apunta Sonja Lyubormirsky. Esta profesora de Psicología de la Universidad de California añade además una nueva dificultad a la búsqueda de la felicidad que, aunque no es insalvable, sí condiciona a ciertas personas. El 50% del grado de felicidad que puede alcanzar una persona está determinado por los genes, y otro 10%, por las circunstancias de cada cual. Así que nuestra voluntad de ser felices puede incidir todavía sobre un generoso 40% que es necesario trabajarse para conseguir las ‘virtudes’ de los felices.

Tras muchos años realizando estudios sobre la materia con grupos de individuos de distinto sexo, nacionalidad, cultura, edades, etc., Lyubormirsky ha llegado a la conclusión de que las personas felices son más creativas, más sanas, tienen más amigos, son mejores líderes, más productivas… Podríamos seguir con una larga lista de ventajas de la felicidad, pero es suficiente un botón como muestra.

Es curioso que la famosa ‘Pepa’, la constitución de 1812, asegurara en su artículo 13 que “el objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen”, un bonito mantra que desapareció con la Carta Magna de 1978 y que no se ha vuelto a mentar en los programas electorales de los partidos mayoritarios.

Así que, visto que el nuevo Gobierno no parece que vaya a tomarse la felicidad de los españoles como una prioridad, habrá que ponerse en marcha para conseguir que el 40% que depende de nosotros mismo se llene de felicidad. Ya saben, optimismo, adaptación, acción. Y que coman perdices.

Ahora que el presidente del Gobierno acaba de decidir remodelar su gabinete, es de esperar que se tomen nuevas medidas políticas. ¿Se imagina usted que una de ellas es decretar la felicidad como obligatoria para todos los ciudadanos? Suena a chiste pero, además de que podría resultar eficaz, ya se ha hecho. Bután es un pequeño país de unos dos millones de habitantes sumergido en las montañas del Himalaya que hasta hace poco vivía prácticamente en la Edad Media y que seguramente en 2012 cumpla todos los Objetivos del Milenio estipulados por la ONU. ¿Cómo lo han hecho?. Desde 2008, cuando el rey decidió ceder su poder para dárselo al pueblo y establecer la democracia, Bután no sólo se preocupa de medir el desarrollo económico a través del PIB, sino que ha establecido otro índice que mide la felicidad de los ciudadanos, uno de los objetivos primordiales del Gobierno.

Felicidad Salazar Simpson