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Barajas: territorio comanche para madrugadores
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EL TRANSPORTE PÚBLICO NO LLEGA AL AERÓDROMO DURANTE LA MADRUGADA

Barajas: territorio comanche para madrugadores

Cuando el Metro de Madrid apura sus últimos minutos, cientos de sonámbulos nómadas, con sus bártulos a cuestas, comienzan un particular éxodo nocturno. Su destino: Barajas.

Foto: Barajas: territorio comanche para madrugadores
Barajas: territorio comanche para madrugadores

Cuando el Metro de Madrid apura sus últimos minutos, cientos de sonámbulos nómadas, con sus bártulos a cuestas, comienzan un particular éxodo nocturno. Su destino: Barajas. Al aeropuerto de Madrid, uno de los más grandes de Europa, es completamente imposible llegar a través del transporte público durante cuatro horas, lo que provoca una marea de viajeros obligados a pasar la noche en la cafetería del aeropuerto o durmiendo en el suelo.

Los primeros vuelos del día comienzan a operar a las 6 h., sólo cuarenta minutos después de que salga el primer autobús en Avenida de América con dirección a Barajas. Un tiempo insuficiente para los viajeros low-cost, que miran hasta el último céntimo antes de coger un avión y que descartan gastarse un extra en pagar un taxi desde la capital.

Mientras que aeropuertos de otras capitales europeas, como Heathrow, en Londres, o Charles de Gaulle y Orly, en París, cuentan con buses nocturnos, Barajas queda aislado entre la 1:30 h. y las 5:20 h.

Los últimos viajeros del Metro (que serán los primeros de Barajas) se dan prisa por hacerse con las esquinas más resguardadas, donde, abrazados a sus equipajes, intentan conciliar un par de horas de sueño antes de facturar las maletas. Las sillas de oficina en las que se sientan los asistentes de tierra se convierten en preciados tesoros donde otros intentan echar una cabezada.

Sin embargo, el sueño no se apodera de todos los presentes y en la cafetería (abierta 24 horas, por supuesto), la cafeína de los últimos refrescos del día se mezcla con la de los primeros cafés de tempraneros desayunos con un único objetivo: no cerrar los ojos. Las conversaciones, fruto del sueño, cada vez son más espaciadas, hasta que el silencio sólo se ve interrumpido por el ruido de las máquinas limpiadoras.

De repente, la paz se rompe. Los mostradores para facturar se abren y los viajeros, deseosos de otra actividad que rompa su rutina se apremian por llegar allí y dejar que la vida comience en el aeropuerto.

El primer vuelo que indica el luminoso de salidas del día pertenece por supuesto a una compañía low-cost, a cuyo llamativo logotipo le siguen el de otras enseñas de compañías del mismo tipo.

Hasta esa temprana hora, el Aeropuerto de Barajas es un pequeño campo de refugiados tirados por el suelo con la única compañía de los servicios de seguridad y de limpieza.

Cuando el Metro de Madrid apura sus últimos minutos, cientos de sonámbulos nómadas, con sus bártulos a cuestas, comienzan un particular éxodo nocturno. Su destino: Barajas. Al aeropuerto de Madrid, uno de los más grandes de Europa, es completamente imposible llegar a través del transporte público durante cuatro horas, lo que provoca una marea de viajeros obligados a pasar la noche en la cafetería del aeropuerto o durmiendo en el suelo.

Aeropuerto de Barajas