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Azúcar amargo: el 'apartheid' dominicano que sustenta la industria de la caña
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el negocio azucarero abusa de los haitianos

Azúcar amargo: el 'apartheid' dominicano que sustenta la industria de la caña

A tan solo unos pocos kilómetros de las playas de ensueño de República Dominicana, entre inmensas plantaciones de azúcar, se encuentran los bateyes, la "antesala del infierno"

Foto: La realidad bateyana, oculta por los magnates azucareros. (Raùl Zecca Castel)
La realidad bateyana, oculta por los magnates azucareros. (Raùl Zecca Castel)

Los hombres armados que custodian la puerta de entrada nos preguntan que a quién buscamos. "Venimos a visitar a un amigo", decimos y utilizamos un nombre falso para que nos dejen pasar. La verja se abre y avanzamos por un sendero de tierra, rodeados por verdes cañaverales donde se cultiva azúcar, la clave tradicional de las exportaciones de la República Dominicana. A los magnates de este producto, que controlan gran parte de la isla, no les interesa que los extranjeros conozcan esta realidad. De ahí la vigilancia.

Estamos en San Pedro de Macorís. A tan solo unos pocos kilómetros de unas playas de ensueño se encuentran los bateyes, grises y ocultos a los ojos de los turistas que cada año visitan la isla caribeña: un conjunto de casuchas miserables sumidas en una pobreza extrema, en las que viven hacinados los cortadores de caña. En ellos se esconde una de las tragedias más inhumanas del país.

En el batey Sabana Tosa los trabajadores se aglomeran impacientes esperando su turno para cobrar. Haitianos de manos rugosas y mal cicatrizadas: el corte de la caña, que se realiza con un machete, es un trabajo agotador y peligroso cuando, como en su caso, no llevan material de protección. Los inmigrantes de Haití llevan más de cien años cruzando la frontera en busca de una vida digna, pero prácticamente ninguno lo consigue.

Una forma de esclavitud moderna

La caña está cortada y apilada en los vagones del brasero, lista para dirigirse al ingenio donde será procesada más tarde. Niños desnudos juegan con palos y neumáticos, persiguiéndose entre las chabolas de zinc. Muchos de ellos trabajan con sus padres en las plantaciones.

Las condiciones de vida en los bateyes son deplorables. Las que en un principio estaban destinadas a ser viviendas temporales durante la cosecha (conocida como 'zafra') se han convertido en el hogar permanente de miles de personas que deciden no volver a Haití al finalizar la temporada por falta de medios.

No trabajar un día se traduce en no comer

Además de carecer de acceso a servicios básicos como sanidad, transporte o colegios, los cortadores de caña de origen haitiano sufren abusos aún más graves. Un 85% de los accidentes laborales de República Dominicana ocurren en los cañaverales. Durante un experimento social en San Pedro de Macorís, el antropólogo Raùl Zecca Castel vivió en un batey cuatro meses y constató que, en muchos casos, los picadores "trabajan más de 12 horas diarias" y no llegan a cobrar el salario mínimo establecido. "No trabajar un día se traduce en no comer" afirmó.

Gerdis Castro Santana, dominicana de nacimiento y trabajadora social en los bateyes de San Pedro durante ocho años, denuncia que el salario, además insuficiente, "se cobra en forma de cupones" (únicamente válidos dentro de los propios recintos) y al peso, lo que facilita el fraude de las empresas, que manipulan el peso de la caña para pagarles menos. También cuenta que "les encerraban en cuartos para que no intentaran irse de las plantaciones de azúcar". Para ella, lo peor era el abuso emocional, "el miedo a verse privados de la libertad".

Vicini, Fanjul y Campollo: magnates del azúcar

Desde que el dictador dominicano Trujillo privatizó el sector, la industria azucarera ha quedado en manos de tres grandes familias: la casa Vicini, los hermanos Fanjul y la familia Campollo. Las tres han amasado grandes fortunas a partir de la producción de azúcar y, además de poseer una notable influencia en el gobierno y los medios de comunicación dominicanos, tienen contactos prestigiosos en el extranjero. Los Fanjul, sin ir más lejos, son amigos del rey emérito, don Juan Carlos, que suele hospedarse con ellos en sus frecuentes visitas al Caribe.

Además de sus plantaciones en República Dominicana, el conglomerado Fanjul es el primer distribuidor de azúcar en EEUU, donde opera bajo el grupo ASR con empresas como Florida Crystal y Domino gracias a los subsidios que le permiten vender a un precio muy reducido. Para proteger sus intereses, la familia (de origen cubano-español) no ha dudado en financiar simultáneamente las campañas electorales de Hillary Clinton y Donald Trump, asegurándose así una situación beneficiosa independientemente del resultado.

En general, los afrodescendientes del Caribe siempre han sufrido algún tipo de discriminación racial. Los magnates azucareros se saben respaldados por la opinión pública para cometer este tipo de abusos sin grandes repercusiones. República Dominicana y Haití llevan enemistados desde 1822, cuando Haití invadió la totalidad de la isla para erradicar la esclavitud. Aquella ocupación produjo cicatrices en el colectivo dominicano, que se identifica con sus raíces hispánicas y europeas y considera al invasor haitiano violento, inestable e incompatible con la cultura dominicana.

Las actitudes xenófobas alcanzan su máxima contradicción en la cuestión de la inmigración ilegal. Al tiempo que el gobierno dominicano rechaza la llegada de nuevos inmigrantes y desnacionaliza a sus hijos, las empresas azucareras siguen contratando mano de obra haitiana. ¿Los motivos? Además del beneficio económico, el 'apartheid' contra los haitianos les obliga a permanecer en los bateyes (bajo amenaza de deportación) y dedicarse en exclusiva al trabajo en el campo.

La revolución que lideró un cura español

Christopher Hartley Sartorius, misionero católico anglo-español, llegó a la isla en 1997. En su administración parroquial había unos 70 bateyes, la mayoría de propiedad Vicini, pero ninguno podía ser visitado: fue una de las primeras advertencias que le hicieron. A los tres meses, el misionero desobedeció las órdenes y entró por primera vez en un batey, desatando un conflicto que duraría 10 años.

Durante su estancia en República Dominicana, Hartley denunció los abusos de la familia Vicini contra los trabajadores haitianos de sus propiedades: tanques de agua contaminados con heces humanas, palizas, sida y tuberculosis, cementerios clandestinos, confiscación de papeles. Incluso grabó en vídeo el traspaso ilegal de inmigrantes haitianos desde la frontera.

En EEUU se avergonzarían si supieran cuál es el precio del azúcar que echan cada mañana en su café

Los Vicini no tardaron en responder. Además de amenazarle de muerte en cartas anónimas, incrementaron la vigilancia en los bateyes y organizaron manifestaciones violentas que ellos mismos financiaban, pidiendo que el Gobierno expulsara a Hartley de la isla. Empezaron a amenazar a los colaboradores de Hartley, acusándoles de defender a los haitianos y ser "enemigos de la República".

El cura respondió con una huelga sincronizada en 23 bateyes e incluso logró que el presidente del país, Leonel Fernández, visitara los bateyes en el año 2000. Fue entonces cuando dijo aquella frase que luego se propagaría por la prensa nacional: "Señor presidente, se dé usted cuenta o no, ha venido a la antesala del infierno". Además, llevó a embajadores extranjeros y congresistas estadounidenses a los cañaverales para que fuesen testigos de la miseria haitiana.

Al final, la presión del grupo Vicini obligó al obispo Ozoria a retirar su apoyo al misionero Hartley y expulsarlo del país. Hartley abandonó la isla en 2006 y se trasladó a Etiopía, sin dejar por ello de lado su lucha por los derechos laborales de los braceros. El lanzamiento del documental "The Price of Sugar" ["El Precio del Azúcar"] (2007), narrado por Paul Newman, tuvo una gran repercusión. Los Vicini tuvieron que invertir medio millón de dólares en el lobby Patton Boggs para defender su imagen corporativa. "En EEUU se avergonzarían si supieran cuál es el precio del azúcar que echan cada mañana en su café", manifestó el sacerdote durante una entrevista para el documental.

El color de la piel sí importa

En la actualidad hay unas 30.000 familias bateyanas. Todas ellas sufren los resultados de la neglicencia de los propietarios del azúcar, el Gobierno y los países importadores, como EEUU o Reino Unido. La población dominicana acepta la situación con cierta pasividad. Los activistas que luchan contra el racismo y la discriminación siguen siendo una minoría. "En los cañaverales de República Dominicana, los picadores viven como bestias para que los Vicini, Campollo y Fanjul se hayan hecho millonarios", relata Christopher Hartley a El Confidencial, "y el azúcar sabe amargo, como su sudor y sus lágrimas".

La explotación de trabajadores agrícolas no es un fenómeno aislado sino un problema con dimensiones mundiales, desde los niños esclavos del café en Brasil hasta la industria esclavista del marisco en Tailandia. Sin embargo, hay un matiz que diferencia a los bateyes azucareros, y es el color de la piel de los trabajadores respecto a los propietarios. Cuanto más oscuro, más haitiano. Y cuanto más haitiano, menos derechos. Una actitud un tanto cínica, teniendo en cuenta que apenas el 15% de los dominicanos tiene la piel blanca.

Los hombres armados que custodian la puerta de entrada nos preguntan que a quién buscamos. "Venimos a visitar a un amigo", decimos y utilizamos un nombre falso para que nos dejen pasar. La verja se abre y avanzamos por un sendero de tierra, rodeados por verdes cañaverales donde se cultiva azúcar, la clave tradicional de las exportaciones de la República Dominicana. A los magnates de este producto, que controlan gran parte de la isla, no les interesa que los extranjeros conozcan esta realidad. De ahí la vigilancia.

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