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La oportunidad perdida de Trump

Sólo quería ser presidente, reunirse con los líderes mundiales, hacerse fotos en su despacho presidencial y volar en el Air Force One, delegando las políticas públicas en manos de otros

Foto: El presidente, Donald Trump, en la Sala Roosevelt durante la semana "Made in America". (EFE)
El presidente, Donald Trump, en la Sala Roosevelt durante la semana "Made in America". (EFE)

Los primeros seis meses de la presidencia de Trump podrían evaluarse de muchas formas. Pero lo que más me desconcierta es el camino que no ha querido escoger, la oportunidad perdida. Durante su campaña, se hizo evidente que Donald Trump tenía muchos defectos pero, al mismo tiempo, supo aprovechar una serie de graves problemas que aquejan a Estados Unidos y la profunda frustración hacia el sistema político. Además, se acogió -aunque de forma inconsistente- a un tipo de populismo que iba más allá de la división tradicional entre la izquierda y la derecha. ¿Qué aspecto tendría ahora la situación política si el presidente Trump hubiera gobernado como un reformador pragmático, centrándose en el empleo y en aquellos estadounidenses "olvidados" de los que tanto habla?

Contamos con un modelo muy interesante que nos puede ayudar a imaginarlo. Tras el nombramiento de Trump, un pequeño grupo de intelectuales -tanto de izquierdas como de derechas- se unieron para crear una revista llamada American Affairs, que prometía ser el "debate de las nuevas políticas alejadas de los dogmas convencionales". Es el mejor fórum para articular la ideología que se esconde tras el ascenso de Trump. De hecho, las opiniones de la revista acerca de ciertos temas han suscitado tanto interés que sus editores publicaron al principio del segundo número breve resumen de su postura editorial.

En cuanto a comercio, inmigración y política exterior, los editores apoyan cambios moderados, sin alterar en exceso el curso de las políticas habituales de EEUU. La administración de Trump está llevando a cabo algunos de estos cambios. Pero en cuestiones centrales como la economía nacional, American Affairs se posiciona a favor de una política claramente diferenciada y genuinamente populista. Al referirse a la materia central de la ideología republicana -los impuestos-, los editores profesan ser "bastante escépticos hacia la ortodoxia conservadora que reflexivamente prescribe una reducción de impuestos como si fuera un remedio válido para cualquier enfermedad". Aunque la reforma fiscal corporativa queda justificada, "es poco probable que la reducción de los tipos impositivos para contribuyentes de altos ingresos sirva para subsanar de forma sustancial los principales problemas económicos".

En su lugar, recomiendan la eliminación de los mecanismos con los que los ricos evaden impuestos. Además, la revista denuncia la desregulación financiera y pide una subida de impuestos para los gestores de fondos de cobertura y capital privado. Apoya un gasto gubernamental más amplio y directo en infraestructura para evitar que dependa del sector privado. En cuanto a sanidad, los editores se pronuncian abiertamente a favor de la cobertura universal y sugieren dos opciones: o un sistema de pago único o una versión similar al sistema suizo, que es básicamente igual que el Obamacare pero con una ejecución efectiva.

La agenda de Trump en política exterior parece inspirarse en sus propias manías y pasiones

No hace falta decir que esto no ha formado parte de la agenda política de Trump. No obstante, leer estas brillantes ideas hace que nos formulemos una atrayente pregunta: ¿y por qué no? Las políticas propuestas por los editores habrían ayudado a los "olvidados" cuya causa tanto ha defendido Trump. Durante estos 6 meses, ha habido dos ejes constantes en su política. Por un lado, lejos de alimentar el populismo, ha demostrado una cierta continuidad con la agenda tradicional republicana: descartar el Obamacare, desmantelar la ley Dodd-Frank, bajar los impuestos y liberalizar la industria. En cuanto al anémico plan de infraestructura ideado por Trump, este se basaba en conceder créditos fiscales para los inversores privados.

La única ruptura con la tradición republicana se ha producido en política exterior, terreno en el que Trump está llevando a cabo una agenda verdaderamente extraña y volátil cuya fuente de inspiración parecen ser sus propias manías y pasiones: prohibiciones de entrada, exigencias de pagos a sus aliados y amistades con autócratas que lisonjean a la familia Trump.

placeholder Trump durante el evento de exhibición de productos 'Made in America' en la Casa Blanca. (REUTERS)
Trump durante el evento de exhibición de productos 'Made in America' en la Casa Blanca. (REUTERS)

El segundo eje ha sido la incompetencia. Como bien han señalado muchos, si Trump hubiese elegido inaugurar su mandato con una gran ley de infraestructura, habría puesto a los demócratas en un terrible aprieto. Oese al enfurecimiento de la base del partido, se habrían visto obligados a apoyarle. En cambio, Trump escogió la reforma sanitaria, un asunto difícil y complejo que evidentemente iba a unir a la oposición y dividir a los republicanos. En consecuencia, apenas se han logrado avances: el Obamacare no ha sido derogado, ningún fondo ha sido el adecuado para construir el muro en la frontera, el NAFTA (Tratado de Libre Comercio de América del Norte) sigue en pie y todavía no hay un proyecto de ley de reforma tributaria ni un acuerdo para elevar el techo de deuda.

Ni siquiera en la liberalización, un área donde el presidente ejerce una amplia autoridad, se han obtenido logros sustanciales. Una gran parte de las acciones ejecutivas de Trump han consistido en "revisar" medidas. Un activista ambiental me comentó que había tratado de animar a sus empleados asegurándoles que a las promesas verbales de Trump rara vez les siguen hechos exitosos.

Trump podría haber comenzado rápidamente por la remodelación de la política estadounidense. Entendió opiniones que otros no supieron discernir, adivinó lo que la gente quería oír y supo articularlo. Pero cuando llegó el momento de dárselo, resultó que no tenía ninguna idea seria ni políticas pensadas, ni siquiera el deseo de encontrarlas. Sólo quería ser presidente, reunirse con los líderes mundiales, hacerse fotos en su despacho presidencial y volar en el Air Force One, delegando las políticas públicas en manos del vicepresidente, Mike Pence, y del presidente de la Cámara de Representantes, el republicano Paul Ryan. Hasta ahora, Trump ha resultado ser mucho menos revolucionario de lo que se esperaba. Es más bien un magnate republicano estándar, pero incompetente y disfrazado de populista.

Los primeros seis meses de la presidencia de Trump podrían evaluarse de muchas formas. Pero lo que más me desconcierta es el camino que no ha querido escoger, la oportunidad perdida. Durante su campaña, se hizo evidente que Donald Trump tenía muchos defectos pero, al mismo tiempo, supo aprovechar una serie de graves problemas que aquejan a Estados Unidos y la profunda frustración hacia el sistema político. Además, se acogió -aunque de forma inconsistente- a un tipo de populismo que iba más allá de la división tradicional entre la izquierda y la derecha. ¿Qué aspecto tendría ahora la situación política si el presidente Trump hubiera gobernado como un reformador pragmático, centrándose en el empleo y en aquellos estadounidenses "olvidados" de los que tanto habla?

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