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Del sueño americano al azteca: el poder económico de México altera la inmigración
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MUCHOS YA NO buscan cruzar EL RÍO GRANDE

Del sueño americano al azteca: el poder económico de México altera la inmigración

A diferencia de EEUU, México acepta el 63% de las solicitudes de asilo. Eso, junto a la fortaleza de la economía, está llevando a muchos centroamericanos a quedarse allí

Foto: Activistas e inmigrantes centroamericanos participan en un acto de concienciación en Monterrey, México, el 28 de mayo de 2017. (Reuters)
Activistas e inmigrantes centroamericanos participan en un acto de concienciación en Monterrey, México, el 28 de mayo de 2017. (Reuters)

Marta nunca pensó que tendría que dejar su casa en El Salvador. Ni que ella y sus hijos acabarían siendo refugiados en México.Tenía una vida normal: madre soltera, trabajaba en un restaurante en la capital, sus hijos iban a la escuela y cada mes pagaba a las maras -los pandilleros- los 25 dólares de "impuesto revolucionario" a cambio de protegerles de ellos mismos. Pero un día comenzaron a utilizar a su hija pequeña, María, de unos 11 años, para transportar droga de un colegio a otro con una clara amenaza: “Si cuentas algo te mataremos a ti y a tu familia. Eso le dijeron”, recuerda un año después desde un albergue para refugiados en México, donde hace unos meses se le concedió asilo debido al peligro que corría su vida en su país natal.

“Yo no decidí venir a México. Estoy aquí porque si no nos hubieran matado”, dice Marta, quien usa un nombre falso para proteger su identidad. Tras enterarse de la extorsión a la que estaba sometida su hija, salió huyendo con su familia e inició una odisea de varios meses cruzando los ríos que separan El Salvador de Guatemala y luego de México, donde solicitó el estatus de refugiada nada más llegar a Chiapas. Pero para completar el trámite hacía falta una formalidad: tenía que interponer una denuncia contra los delincuentes. Así que volvió de nuevo a El Salvador y denunció a los mareros que utilizaron a su hija. “La policía iba a atraparles y pensé que podríamos vivir en paz, pero los pandilleros emboscaron a los policías, alguien debió chivarse. Mataron a todos los agentes y al fiscal le cortaron las piernas. A día de hoy, no sé si está vivo o muerto”, rompe a llorar. “En ese momento salí corriendo de nuevo de El Salvador”.

Foto: Miembros de la Fuerza de Reacción Especial, que combina efectivos especiales y militares de El Salvador, antes de su despliegue, en octubre de 2016 (Reuters)

La de Marta es una de tantas historias de violencia desmesurada que viven a diario las cerca de 500.000 personas que se estima que cada año huyen del Triángulo Norte de Centroamérica (Guatemala, Honduras y El Salvador), tres países que, aparte del español como idioma, comparten una corrupción, delincuencia y pobreza exageradas. Y quedarse en México, que tradicionalmente era visto por los centroamericanos como un país de paso, comienza a ser una opción más interesante. Para los inmigrantes el Rio Grande y el desierto están cada vez está más vigilados, ser indocumentado en EEUU es también más difícil y, sobre todo, cruzar el país azteca sobre la red de trenes que conforman “la Bestia” es más peligroso que nunca.

Dos de cada tres inmigrantes son víctimas de la violencia durante su tránsito por México, unos niveles que no vemos en otros países de tránsito”, dice Marc Bosch director de operaciones de Médicos Sin Fronteras en América Latina, un dato que junto con el endurecimiento de las políticas de deportación de Donald Trump hace que los inmigrantes que huyen de la violencia y la pobreza opten por quedarse en México antes que arriesgarse a probar a qué sabe el sueño americano. Así, las solicitudes de refugio en México han aumentado un 150% entre noviembre de 2016 y marzo de 2017 comparado con el mismo periodo del año anterior, un tiempo que coincide con los primeros meses desde que Trump se convirtió en el 45º presidente de los Estados Unidos.

placeholder Fachada de una oficina de cambio y locutorio en Ixmiquilpán , México, en diciembre de 2016. (Reuters)
Fachada de una oficina de cambio y locutorio en Ixmiquilpán , México, en diciembre de 2016. (Reuters)

"Aquí la economía está buena"

“Prefiero ser refugiado en México antes que volver a ser deportado de EEUU”, dice Dennis, un hondureño que viaja encima de uno de los vagones de un tren de mercancías que va hacia el norte de México. Sentado en un comedor social situado enfrente de las vías del tren en Bojay, a unas dos horas en coche de la capital del país, Dennis y su decena de compañeros de viaje descansan del polvo, del sol, del hambre, de la lluvia, del frío, de “la migra” [la policía migratoria] y de los delincuentes mientras esperan que un nuevo tren se detenga durante unos minutos cerca de El Samaritano, como se llama este comedor para inmigrantes, para así continuar con su ruta.

“Yo voy para Monterrey. Ya estuve trabajando unos dos años ahí y hay mucho empleo. Un día me decidí a cruzar el desierto EE.UU. pero me agarraron y me mandaron de vuelta a mi país. Así que voy a ir de nuevo para allá e intentaré pedir asilo como refugiado”, explica Dennis, quien hace este viaje por segunda vez. México les ofrece una cultura similar, un mismo idioma y, aunque los salarios sean significativamente menores que en EEUU, el potente músculo industrial que ha tonificado el país azteca durante dos décadas gracias al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA), asegura una gran demanda de empleos en el norte y centro de la República. Además, los agentes de inmigración están menos encima de ellos en México que en EE.UU. “La migra está muy fuerte sobre todo en Chiapas, al sur, pero allá en Nuevo León, al norte del país, no molestan. Apenas hay agentes”, asegura Dennis.

Foto: Donald Trump, antes de su intervención durante una reunión de congresistas republicanos en Filadelfia, el 26 de enero de 2016. (Reuters)

“Aquí la economía está buena”, dice Mike, también hondureño que se dirige hacia el céntrico estado de Guanajuato, corazón de la industria automovilística mexicana, donde vive un primo suyo. Mike, de unos 50 años, ya estuvo en EE.UU. hace dos décadas, pero también fue deportado. En aquel entonces emigró de Honduras por la falta de trabajo; hoy también se marcha por la misma razón, más la elevada delincuencia que arrasa el país. Su idea es trabajar para mandar dinero a su esposa e hijos que aún viven en San Pedro Sula, una de las ciudades más peligrosas del mundo. Pero esta vez ve casi imposible llegar a la primera potencia, por lo que prefiere buscar suerte en México. “Entonces crucé escondido dentro de un camión, eso no se podría hacer ahora. Eso del sueño americano para los inmigrantes centroamericanos ya fue, ahora nos toca el mexicano”, bromea.

“Yo voy para Houston, tengo dos hermanos que viven allá y espero que me ayuden”, dice Edgar mientras descansa del duro viaje. Es mediodía y en Bojay estos aproximadamente diez inmigrantes, todos hondureños, reponen fuerzas comiendo un plato de nachos mezclados con huevos fritos acompañado con jalapeños. Durante tres días, este grupo deberá dormir al raso en la calle del albergue, ya que El Samaritano solo es comedor, aunque están construyendo un segundo piso en el que tendrán unas treinta camas. “El tren pasa varias veces durante el día, pero no se puede tomar porque va muy rápido. Más o menos cada tres días para por aquí cerca y ahí sí se puede subir”, dice Dulce María, una de las voluntarias de este albergue.

De este grupo, aproximadamente un tercio planea seguir hasta EEUU, otro tercio se buscará la vida en México y el resto no sabe no contesta. “Estoy a lo que surja”, dice uno de ellos, un hombre de unos treinta años que viaja con el talón fuera de los zapatos porque le quedan grandes. “Mi familia es muy pobre y necesito mandarles dinero. Me quedaré donde haya trabajo y pueda ahorrar algo para enviárselo”, continúa este inmigrante con voz cansada. Acaban de llegar a este albergue después de pasar más de quince horas subidos en uno de los vagones.

placeholder Un inmigrante centroamericano recibe un masaje de pies de una voluntaria en Ciudad Juárez, en noviembre de 2016. (Reuters)
Un inmigrante centroamericano recibe un masaje de pies de una voluntaria en Ciudad Juárez, en noviembre de 2016. (Reuters)

143.000 deportados en 2016

- ¿Habéis tenido algún incidente en el camino?

- No -dice Mike, el más dicharachero-. Lo más es que nos ha tocado es salir corriendo de los agentes de inmigración. Ah, bueno, unos cinco nos salieron con ametralladoras, pero vieron que no teníamos nada y nos dejaron ir- comenta mirando al horizonte.

Ninguno de este grupo dice haber sido asaltado, lo cual resulta extraño. “En general les cuesta hablar de ello, pero diría que casi todos los que pasan por aquí han sido asaltados en el camino. Los que no han tenido ningún percance con los delincuentes son una minoría”, alerta Susana Martin, una española que vino a México a hacer un voluntariado y lleva varios meses atendiendo a los inmigrantes que descansan en este comedor situado a unos 10 días encima del tren desde la entrada a México.

En los cerca de cinco meses que colabora con este albergue, Susana ha visto como el número de centroamericanos decididos a quedarse en México ha ido en aumento. “Vemos más asaltos, más personal de seguridad en los trenes que evitan que se suban y agentes de inmigración, cuando antes por aquí casi no había”, agrega la voluntaria sobre un último factor clave: el endurecimiento de la política migratoria mexicana tras la aprobación del plan Frontera Sur en 2014, una iniciativa que busca frenar la migración a través de México antes de que puedan llegar al norte. En 2013 México deportó cerca de 72.000 centroamericanos; el año pasado, esta cifra superó los 143.000 repatriados, más del doble en sólo tres años.

Foto: Unos niños trepan la verja entre Ciudad Juárez y El Paso, en febrero de 2016 (Reuters)

“Antes de salir, ellos saben de los peligros del viaje y de lo dura que está la política migratoria en Norteamérica, por lo que prefieren pedir refugio en México, donde cerca del 63% de estas solicitudes son aceptadas, y así poder escapar de la situación de inseguridad y violencia que viven en sus países”, explica Francesca Fontanini, portavoz de ACNUR en México.

Y ese, precisamente fue el caso de Marta y de sus hijos, quien antes de tomar “la Bestia” y poner en riesgo la vida integridad de su familia, prefirió entregarse por dos veces directamente a las autoridades en Chiapas. “Pasamos unos tres meses horribles en un centro de detención de inmigrantes, pero ya desde hace unos meses tenemos el estatus de refugiados”, dice Marta quien rehace su vida trabajando como señora de la limpieza en México, un país donde ve posibilidades de prosperar. “¿Por qué no me marcho a EEUU? Porque mi idea nunca fue salir de mi país y cuando necesité escapar, México me abrió las puertas para quedarme. Acá hay muchas posibilidades de trabajar y a mi familia le gusta México. Lo único que anhelo es que ellos puedan seguir estudiando”, sentencia Marta.

Marta nunca pensó que tendría que dejar su casa en El Salvador. Ni que ella y sus hijos acabarían siendo refugiados en México.Tenía una vida normal: madre soltera, trabajaba en un restaurante en la capital, sus hijos iban a la escuela y cada mes pagaba a las maras -los pandilleros- los 25 dólares de "impuesto revolucionario" a cambio de protegerles de ellos mismos. Pero un día comenzaron a utilizar a su hija pequeña, María, de unos 11 años, para transportar droga de un colegio a otro con una clara amenaza: “Si cuentas algo te mataremos a ti y a tu familia. Eso le dijeron”, recuerda un año después desde un albergue para refugiados en México, donde hace unos meses se le concedió asilo debido al peligro que corría su vida en su país natal.

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