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La central que arruinará la isla de DiCaprio y otras playas paradisíacas en Tailandia
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UNA PLANTA DE CARBÓN CERCA DE PHI PHI

La central que arruinará la isla de DiCaprio y otras playas paradisíacas en Tailandia

La junta militar quiere construir una planta de carbón cerca de la isla de Phi Phi, una de las principales zonas turísticas. Utiliza sus poderes absolutos para desarrollar éste y otros proyectos

Foto: Un monje budista bendice las barcas de pesca, en el archipiélago de Phi Phi, Tailandia. (Reuters)
Un monje budista bendice las barcas de pesca, en el archipiélago de Phi Phi, Tailandia. (Reuters)

Somnuck Krodsua aún recuerda la capa de polvo negro que, cada mañana, tenía que limpiar de las plantas de su jardín hace dos décadas. El polvo procedía de una central que, día y noche, producía energía quemando carbón a un par de kilómetros de su casa. “La central lo contaminaba todo. Había mucho humo. No se veía nada a más de 20 metros”, recuerda. El problema terminó cuando la central cerró en 1995, pero desde hace tres años su pesadilla ha vuelto a amenazar: el gobierno ha anunciado una nueva central térmica con una potencia casi quince veces mayor en el mismo lugar.

Pero la central ya no va a molestar solo a Somnuck y a sus vecinos. Krabi, la ciudad tailandesa en la que vive, no es la misma que hace dos décadas y ha pasado de ser una región pobre apenas visitada por los extranjeros a convertirse en una de las zonas más turísticas del país. Los paisajes paradisíacos con sus características formaciones rocosas, sus escarpadas paredes naturales, perfectas para la escalada, y, sobre todo, la publicidad que la película de Leonardo DiCaprio ‘La playa’ hizo del archipiélago Phi Phi, situado frente a las costas de la ciudad, han convertido a Krabi en uno de los destinos de Tailandia más demandados durante los últimos años.

“Si abren la planta, los turistas ya no van a querer venir. Todo va a estar negro”, asegura Amarit Siripornjutagon, propietario de un restaurante a la orilla del mar que reparte su clientela entre locales y extranjeros. El proyecto, incluido en el plan de expansión de la Autoridad Eléctrica de Tailandia (EGAT en sus siglas en inglés), fue propuesto durante el anterior Gobierno de Yingluck Shinawatra, pero la junta militar que lo depuso en un golpe de Estado de mayo de 2014 ha utilizado sus poderes absolutos para acelerar éste y otros proyectos de desarrollo en el país.

"Ahora, en la práctica, el Gobierno puede aprobar cualquier proyecto sin considerar el impacto medioambiental", asegura el académico Somnuck Jongmeewasin

“No solo han mantenido los mismos proyectos que criticaban sino que además han privado de voz a los ciudadanos en el proceso”, asegura Sor Rattanamanee Pokla, abogada y coordinadora del Centro de Recursos Comunitarios, una ONG que asesora a comunidades en la defensa de derechos humanos y medioambientales.

Así, desde su llegada al poder, la junta militar ha prohibido las concentraciones de más de 5 personas sin permiso previo y cualquier manifestación en un radio menor a 150 metros de un edificio público. El Gobierno ha utilizado además el llamado artículo 44, que le permite aplicar cualquier medida necesaria para las reformas del país, la armonía entre sus ciudadanos o la seguridad nacional y la economía nacional, entre otros, para aprobar varias leyes que en la práctica permiten saltarse los Estudios de Impacto Medioambiental que deben supuestamente preceder a cualquier proyecto, puesto que los proyectos.

“Ahora, en la práctica, el Gobierno puede aprobar cualquier proyecto sin considerar el impacto medioambiental”, asegura Somnuck Jongmeewasin, académico y miembro de la subcomisión de Derechos de las Comunidades y Recursos Naturales de la Comisión Nacional de Derechos Humanos de Tailandia. Según el académico, los proyectos pueden ser ahora asignados a empresas antes de que se aprueben los estudios de impactos y, si son anulados posteriormente, la empresa puede denunciar al gobierno.

Foto: Oficiales de la Policía observan la zona donde fueron asesinados dos británicos, en la isla de Koh Tao. (Reuters)

Las amenazas, sin embargo, no han disuadido a una región que ve la base de su economía en peligro y el pasado mes de febrero cientos de ellos se desplazaron hasta la capital, Bangkok, para protestar por la planta. A ellos se han unido otros vecinos de zonas colindantes, ya que el proyecto también afectará a las cercanas islas de Phi Phi y Koh Lanta, área en la que el carbón será transferido desde los grandes buques que lo transportarán desde Indonesia y Australia a otros más pequeños que puedan entrar hasta el puerto de descarga. “Quieren que el sur de Tailandia sea un centro de producción industrial y para eso necesitan más energía”, explica Teerapoch Kasirawat, presidente de la Asociación de Turismo de Koh Lanta. “Pero la mayoría de los propietarios de negocios turísticos aquí no queremos la planta porque va a contaminar el agua y las playas”, continúa.

Jack Paiboon es uno de esos empresarios que, desde que abrió su pequeño hotel de 4 habitaciones en la isla de Koh Lanta, instaló placas solares para alimentar las necesidades energéticas de sus clientes. “No sé por qué quieren usar carbón. El sol y el viento son gratis y más limpios”, afirma el empresario. “Además quién puede asegurar que el barco no va a tener un accidente o que no va a haber otro tsunami”. Krabi y Koh Lanta fueron dos de las regiones tailandesas afectadas por el tsunami que causó más de 200.000 muertes en Asia, unas 8000 en Tailandia entre fallecidos y desaparecidos, en diciembre de 2014.

placeholder Botes de pesca tradicionales en una playa de la isla de Phi Phi, Tailandia. (Reuters).
Botes de pesca tradicionales en una playa de la isla de Phi Phi, Tailandia. (Reuters).


Un desarrollo sostenible para el turismo

Krabi lleva años debatiéndose con los impactos medioambientales que el rápido crecimiento del turismo ha traído a la región. Aunque buena parte de la provincia y de sus islas están protegidos bajo la categoría de ‘parque nacional’, la mayoría de sus rincones pueden visitarse por una tarifa que ronda entre los 5 y los 10 euros. No se puede, sin embargo, pernoctar en muchas de las islas y los horarios están restringidos. Pero las precauciones han sido insuficientes y el Gobierno ha tenido que cerrar varias de las playas debido al alto impacto que los turistas estaban teniendo, sobre todo en los arrecifes de coral.

Es lo que más teme Donhaem Phiudi, un pescador tradicional que lleva décadas viendo cómo la cantidad de peces en el estuario en el que vive, frente a las islas de Phi Phi, ha disminuido por el incremento del tráfico de barcos en la zona. Ham, como le conocen en el pueblo, sigue viviendo fundamentalmente de la pesca, pero la comunidad de Laem Hin, donde vive, llevaba un tiempo pensando en lanzar un proyecto de ecoturismo antes de conocer el proyecto de la planta de carbón. “Aquí hay corales y se pueden ver tortugas. Hay mucha diversidad de peces”, asegura el pescador. Su comunidad será además una de las más afectadas, ya que a escasos metros de la casa de Ham está prevista la construcción de muelle en el que se descargará el carbón. “Nos han dicho que en vez de pescar tengamos granjas de pescado y que así podremos seguir viviendo”, explica.

Según la Organización Mundial de la Salud, las plantas de carbón son una de las principales fuentes de contaminación del aire, junto a la industria o el transporte, polución que está relacionada con unos 3 millones de muertes al año. En el caso concreto de Krabi, la planta “dañará inevitablemente la abundancia natural” de la región, fundamental para su turismo basado en el submarinismo y la escalada, asegura Greenpeace. Sin embargo, los estudios medioambientales realizados por la Autoridad Eléctrica de Tailandia aseguran que el impacto medioambiental va a ser mínimo. “Los estudios obvian muchas cuestiones importantes como la presencia de ciertos animales o un control correcto de los niveles de mercurio”, explica Teerapoch Kasirawat

De momento, la fuerte oposición ha surtido efecto y el Gobierno ha suspendido el proyecto en espera de un nuevo estudio de impacto medioambiental. “Es posible que la junta ceda en el caso de Krabi porque el sur es una de sus bases de apoyo político”, asegura Sor Rattanamanee. “Pero no creo que lo haga en otros proyectos que también tendrá una alta huella medioambiental”, continúa. En Krabi, los vecinos aún se muestran escépticos y no quitan los carteles de ‘Carbón, no’ que cuelgan en la puerta de muchas de sus casas. “Tienen que parar por completo el proyecto. Que reduzcan el impacto medioambiental no sirve. No queremos carbón”, dice Somnuck. La joya de Leo DiCaprio aún no está a salvo.

Somnuck Krodsua aún recuerda la capa de polvo negro que, cada mañana, tenía que limpiar de las plantas de su jardín hace dos décadas. El polvo procedía de una central que, día y noche, producía energía quemando carbón a un par de kilómetros de su casa. “La central lo contaminaba todo. Había mucho humo. No se veía nada a más de 20 metros”, recuerda. El problema terminó cuando la central cerró en 1995, pero desde hace tres años su pesadilla ha vuelto a amenazar: el gobierno ha anunciado una nueva central térmica con una potencia casi quince veces mayor en el mismo lugar.

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