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República Centroafricana: el regreso de una guerra inconclusa
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HAY MÁS DE 100.000 DESPLAZADOS EN TODO EL PAÍS

República Centroafricana: el regreso de una guerra inconclusa

La llegada de los combates a lugares como Alindao, hasta ahora ejemplo de convivencia, pone de manifiesto la gravedad de la situación. Las milicias se han enfrentado incluso a los Cascos Azules

Foto: Adamo recibió seis disparos mientras viajaba con un grupo de 50 personas que se dirigía a Ippy para vender su ganado. (L. Cambra)
Adamo recibió seis disparos mientras viajaba con un grupo de 50 personas que se dirigía a Ippy para vender su ganado. (L. Cambra)

Alindao había sido loada como una ciudad ejemplar: cristianos banda y yakoma y musulmanes peuhl y rounga, etnias, religiones y lenguas diferentes conviviendo en una comunidad tranquila de cerca de 20.000 personas, que no vieron alteradas sus relaciones cuando la coalición Séléka (integrada por grupos armados provenientes del norte del país y en su mayoría musulmanes) tomó la ciudad y el país entero en 2013. Pero el pasado 8 de mayo, la localidad fue escenario de enfrentamientos bélico entre grupos de autodefensa cristianos y los grupos militares musulmanes que se disputaban su control. Alindao se convertiría así en otra más de las ciudades -como Bria, Bambari o Bangassou- que han sucumbido en las últimas semanas a la repetición del cruento conflicto vivido en el país en 2013 y 2014: matanzas, ejecuciones y la huida de sus casas de más de 100.000 personas en la zona central y oriental del país.

Sucedió por un incidente menor, la detención de dos jóvenes por los grupos musulmanes. Este hecho escaló hasta una matanza de al menos 133 civiles, la quema de barrios enteros y la huida de la mayoría de la población, 15.000 personas, parte de la cual buscó refugio en la misión católica de Alindao. “Los dos chicos fueron acusados de ser de los grupos de autodefensa. Entonces, para obligar a su liberación, los autodefensa secuestraron a la familia de uno de los Séléka", explica Elisée R., de 27 años. (Pese a que la coalición Séléka fue disuelta en 2013, la población sigue llamando así a los integrantes de los diferentes grupos armados de religión musulmana).

"Empezaron los tiros. Eso fue el domingo y el lunes. El martes, la situación empeoró cuando la emprendieron con la población civil”, narra Elisée. “Dijeron a las mujeres que salieran de las casas, que no tenían nada en su contra. Luego quemaron las casas. Cuando vi que empezaban a quemar la mía, tuve que salir. Me pegaron un tiro en el hombro y caí derribado. Me hice el muerto, así fue como sobreviví”.

Paul A., que no conoce su edad, “más de sesenta años”, cayó desvanecido tras recibir una bala en el brazo y otra en la mejilla. “No sabemos cuánta gente murió, tiraron muchos cuerpos a los pozos”. Los desplazados de la misión católica no saben cuándo podrán regresar a sus barrios: “Todavía hay mucho miedo y es posible que los grupos de autodefensa quieran vengarse. No regresaremos hasta que haya paz en Alindao”, concluye Elisée. La misión se encuentra protegida por la MINUSCA, la fuerza desplegada por las Naciones Unidas. Las mujeres durante el día pueden ir a los campos y recoger alimentos y leña que vender, con lo que ir pasando. Los hombres no se atreven a salir del campamento por miedo a ser atacados.

"Los conocía muy bien a todos"

Anga ha vivido toda su vida en Alindao. Es cristiano, tiene 32 años y trabajaba en el matadero de su ciudad. El 11 de mayo de 2017 fue trasladado al hospital de Bambari, ciudad a seis horas en coche de Alindao. Allí, miembros de MSF le atendieron. Le habían intentado cortar el cuello, pero, milagrosamente, estaba vivo. Algo recuperado, accede a contarnos que pasó el 8 de mayo en Alindao.

“Eran las 7 de la mañana y yo estaba entrando en el matadero donde trabajo cuando escuché varios disparos. Después de una rato y al ver que no cesaban, dejé la carne allí y huí hacia la casa de un amigo banda, la etnia cristiana más numerosa a ese lado de la ciudad. Mi idea era resguardarme allí hasta que los disparos pararan, pero pronto los musulmanes que apoyan a los fulanis comenzaron a llamar a las puertas de los bandas. Iban casa por casa. Escuché que primero les decían a las mujeres y los niños que salieran, que huyeran al bosque, y luego entraban a por los hombres", relata.

Su testimonio es escalofriante: "Cuando llegaron a la casa en la que yo estaba con varios hombres más, al abrir la puerta dos hombres empezaron a disparar. Me agaché y una bala me rozó la cabeza. A otras personas que estaban en la casa las mataron a tiros. Los atacantes eran doce personas en total, pero solo dos iban vestidos de militares. Los conocía muy bien a todos. Cuando estaba tirado en el suelo, protegiéndome de las balas, uno de ellos se acercó, me levantó la cabeza y me cortó el cuello con un cuchillo. Yo pensaba que me había muerto, pero parece que una parte de mi garganta se salvó y continué respirando", explica.

"Después del ataque se marcharon pero regresaron para seguir disparando y registrar los bolsillos de los cadáveres, incluidos los míos. Fingí estar muerto. Había perdido muchísima sangre, tenía los ojos cerrados, pero cuando se fueron los abrí y vi que estaban prendiendo fuego a la casa. Entonces conseguí levantarme y huir al bosque, dejando los cadáveres de mis amigos en esa casa", cuenta. "En el bosque pasé 48 horas con otros huidos hasta que me atreví a llegar a la iglesia católica de Alindao donde estaba la población cristiana refugiada. La Cruz Roja Internacional llego allí para transportarnos a algunos, los más graves, al hospital de Bambari".

La calma tensa que se percibe en Alindao no es tal en otros pueblos de los alrededores. La localidad de Seigneur, a 35/40 kms, fue objeto de ataques el martes 23: un hombre acusado de ser un combatiente, obligado a pagar una suma elevada de dinero, decidió no pagar, salir del pueblo y constituir su propio grupo para atacar. Fueron rechazados y en venganza, “han quemado todas las casas, queda la misión católica, la mezquita y cuatro casas en pie”, explica Germaine Y., de 35 años. Mujeres y niños recibieron disparos: Germaine teme que su hija mayor de 17 años, que fue derribada por una bala en la huida, esté muerta. Su segundo hijo, de seis, recibió un disparo en la pierna.

Morir en las calles, morir en los bosques

La niña de siete años de Irene D. aloja una bala en el costado, cerca del pecho. Fue herida cuando huían. Su suegra murió a balazos, cuando cruzaban el mercado corriendo. Irene y sus niños se refugiaron en los bosques y cinco días después consiguieron llegar al hospital de Alindao. “Ayer me enteré de que mi marido y mi hijo mayor, que durante el ataque se habían quedado en los campos, fueron asesinados cuando regresaron al pueblo para recoger el cuerpo de mi suegra. No sé qué va a pasar con nosotros, no tenemos nada, no nos queda nada”. “Nos escondimos en los bosques, pero también ordenaron a las mujeres y niños salir de allí e ir a los caminos”, explica Charlotte K., que recibió un disparo en la pierna.

Las consecuencias de la guerra son visibles en los miles de desplazados, pero pasar días en los bosques tiene también consecuencias indirectas: falta de comida y agua, picaduras de mosquitos y contracción de malaria o, como el caso de Idriss A., la mordedura de serpientes. “Supimos que Seigneur iba a ser atacado y salimos corriendo con lo puesto. Fue mientras corría que me mordió la serpiente. Pensé que no sería nada, porque no dolía. Fue después que empecé a sentir un calor y un dolor espantoso. Aguanté varios días. Cuando mi hermano vio la herida tan mal, decidió que mejor sería que yo muriera en el pueblo antes que en los bosques”. En la localidad vecina de Odjo le pidieron dinero para curarle. Recurrió a la medicina tradicional, que no funcionó. Llega al hospital de Alindao con buena parte de su pantorrilla abierta, purulenta, comida por la infección.

Una guerra inconclusa, con un proceso de desarme incierto y de reconciliación social lejana, a lo que se suma como causa de conflicto además las tensiones intestinas en el seno de la que fuera la coalición Séléka, oficialmente disuelta en 2014: los miembros del Front Populaire pour la Renaissance de Centrafrique (FPRC), -mayoritariamente musulmanes- han llegado a aliarse con grupos de autodefensa o Antibalaka - mayoritariamente cristianos-, para atacar a sus antiguos aliados del Mouvement por l’Unité et la Paix en Centrafrique (UPC), donde se integran los miembros de la etnia peuhl de la coalición. Miles de musulmanes peuhls han sido atacados y expulsados de sus pueblos. Muchos de ellos se han refugiado en Alindao.

Sadatu O., de 38 años huyó de Nzako con sus cinco hijos cuando la población sufrió el ataque de la alianza entre FPRC y Antibalaka. “Estuvimos 22 días viviendo en los bosques, caminando. Salimos de Nzako más de doscientas personas. Finalmente, los generales del UPC nos hicieron llegar un camión y unas furgonetas que nos trajeron a Alindao. Eso fue hace ya tres meses. Aquí hemos recibido el apoyo de la comunidad. Mi marido está en Bangui y espero reunirme con él”. A diferencia de Sadatu, son muchos los peuhl de Nzako, Bria o Bambari que piensan en quedarse en Alindao.

No era el caso de Adamu G., un peuhl seminómada, que se encontraba acampado con su familia y su grupo, de unas cincuenta personas a las afueras de Seigneur. Iban camino de Ippy, a vender su rebaño de medio centenar de vacas. Los antibalaka los atacaron. “Estaba en mi cabaña, se acercó un hombre y empezó a disparar, sin decir una sola palabra”. Recibió seis disparos, en la cabeza, en la ingle, en la barriga, en el costado, en la mano. Por fortuna, los antibalaka que le atacaron solo utilizaron armas de caza, de escasa potencia. Se encuentra prostrado en la cama del hospital de Alindao, en el que MSF atiende a los casos graves, después de haber pasado cinco días en los bosques. “Mi padre, demasiado mayor para correr, seguramente está muerto. Mi hermano pequeño, minusválido, seguramente también”. El resto de la familia de Adamu sigue desperdigada.

*El equipo de emergencias de MSF en el país, conocido como Eureca (equipo de urgencias en Centroáfrica, por sus siglas en francés), lleva dos semanas de intervención en Alindao. Apoya al hospital en el tratamiento de los casos graves y heridos de guerra y colabora con el centro de salud que se sitúa justo al lado de la misión católica y traslada a los enfermos que lo necesitan al hospital (muchos desplazados en la misión no se atreven a acudir al hospital dado que tienen que atravesar el centro de la ciudad y tienen miedo a ser atacados). Además de formar al personal médico en actuación en caso de llegada de heridos de forma masiva, ha iniciado una campaña de vacunación que pretende llegar a todos los niños de la zona, alrededor de 7.500. Los niños son inoculados con la vacuna pentavalente, pero asimismo son inmunizados contra el sarampión.

Alindao había sido loada como una ciudad ejemplar: cristianos banda y yakoma y musulmanes peuhl y rounga, etnias, religiones y lenguas diferentes conviviendo en una comunidad tranquila de cerca de 20.000 personas, que no vieron alteradas sus relaciones cuando la coalición Séléka (integrada por grupos armados provenientes del norte del país y en su mayoría musulmanes) tomó la ciudad y el país entero en 2013. Pero el pasado 8 de mayo, la localidad fue escenario de enfrentamientos bélico entre grupos de autodefensa cristianos y los grupos militares musulmanes que se disputaban su control. Alindao se convertiría así en otra más de las ciudades -como Bria, Bambari o Bangassou- que han sucumbido en las últimas semanas a la repetición del cruento conflicto vivido en el país en 2013 y 2014: matanzas, ejecuciones y la huida de sus casas de más de 100.000 personas en la zona central y oriental del país.

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