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El robinsón malagueño que se gana la vida llevando náufragos a islas desiertas
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El robinsón malagueño que se gana la vida llevando náufragos a islas desiertas

Álvaro Cerezo ha convertido su pasión por las islas desiertas en un negocio: ofrece a sus clientes la experiencia de pasar un tiempo aislado del resto del mundo

Foto: Álvaro Cerezo (d) con el australiano David Glasheen (i).
Álvaro Cerezo (d) con el australiano David Glasheen (i).

El último rescate con náufragos en tierra se documentó a mediados del siglo pasado. Desde entonces, la tecnología y la superpoblación han logrado acabar con uno de los grandes temas de la novela de aventuras del siglo XVIII. La única manera de perderse en una isla desierta hoy es empeñarse en ello. O dedicarse profesionalmente, como hace Álvaro Cerezo, un malagueño de 36 años que dirige una empresa única en el mundo: una suerte de agencia de viajes para personas que quieran experimentar el aislamiento extremo y la lucha por la supervivencia.

Cerezo describe su vida como un sacerdocio. Dice que sintió muy pronto la vocación y que soñaba con islas desiertas a los ocho años, cuando veraneaba con su familia en La Herradura (Granada), “un paraje natural con muchas calitas”. Siempre que podía, cuando sus padres no se daban cuenta, se escapaba a algún rincón apartado de la costa con una colchoneta para sentirse como un náufrago. “Me encantaba la sensación y luego me pasaba los días pensando cómo volver a hacerlo”, recuerda.

A los 21 años era un estudiante de Economía en la Universidad de Granada. Y al llegar el verano, decidió a hacer realidad los sueños de su infancia. “Busqué por internet si había alguien que lo hubiese hecho antes, alguna empresa especializada en islas desiertas. No encontré nada parecido, pero soy muy cabezón y lo hice por mi cuenta”. Su primer destino fue el archipiélago de Andamán, en la India, uno de los parajes más remotos de Asia. “Aquello ahora es salvaje, pero hace 15 años aún más”.

Pasó meses, rememora, deambulando por tres islas distintas, pasando semanas enteras sin más contacto humano que el de algún pescador que le salía al paso. “Me di cuenta que no es muy difícil sobrevivir en una isla tropical. Hay cocos y moluscos como cangrejos, conchas, ermitaños…”. Disfrutó tanto la experiencia que ya no quiso parar. En cuanto reunía algo de dinero, se marchaba en busca de nuevos parches de tierra.

Lo hizo en Indonesia, Tanzania, Panamá… “Para viajar así no hace falta mucho dinero. Me pasaba meses perdido y era impresionante. Al volver, a todo el mundo le parecía increíble mi experiencia. O se quedaban alucinados o se querían venir conmigo. A veces llevaba algún amigo, alguna chica… Y empecé a pensar que podría ganarme la vida con esto”.

Después de darle muchas vueltas, en 2010 abrió ‘Docastaway’ (literalmente ‘haz el náufrago’). Los primeros pasos fueron más complicados de lo que había pensado. “Antes de establecer el negocio estuve tres años analizando bien cómo hacerlo. Utilicé amigos y conocidos como conejillos de indias para escoger las islas y ver qué pensaban ellos. Cada uno tiene sus gustos y hay que pasar unos días en la isla antes de saber si hay muchos animales o si pueden surgir problemas".

"Por ejemplo, descubrió que lo más problemático es que aparezcan pescadores. A mí nunca me han molestado, pero la mayoría de mis clientes no lo toleran. Y es un problema porque los locales que se encuentran con un náufrago occidental se acercan con toda su buena intención y curiosidad, insisten en darte de comer y ayudarte, y eso a mucha gente le destroza la experiencia de aislamiento”,.

Cerezo ha invertido mucho tiempo y dinero en negociaciones –y lo sigue haciendo–: acuerdos con las autoridades locales y con las comunidades que habitan en los alrededores. “Algunas islas, las más exclusivas, las alquilamos. Pero a menudo tenemos que ir cambiando. Por ejemplo ahora tenemos un problema porque ha subido el precio del coco y eso nos obliga a convencer a los dueños para que no planten cocoteros. Intentamos que las islas no se transformen, que se preserven tal y como están, convirtiéndolas en parques naturales, por ejemplo. Intentamos hacer que vean el futuro de otra manera, que piensen en el largo plazo, pero les cuesta mucho porque no les entra en la cabeza que alguien en su sano juicio quiera pasar sus vacaciones así”.

El 'robinsón español' desdramatiza la lucha por la supervivencia en una isla desierta. Dice que en todos estos años no ha tenido grandes sustos. “Lo más peligroso son las tormentas. Yo he ido en cayucos que algunas veces son un tronco hueco y he estado en situaciones en las que pensaba que acabaría ahogado. Pero a los clientes no los llevamos así, sino en barcos”. Lo bonito de la experiencia, insiste, no es el desafío de vivir de lo que encuentras, sino disfrutar del aislamiento.

"En realidad, tienes que estar muchos días sin comer para morir. Y en las islas tropicales hay mucha comida si la buscas: peces, cangrejos, cocos, lagartos… Yo a veces me llevo una bolsa de arroz o algo así para no tener que buscar todos los días porque mi verdadera pasión no es la supervivencia, sino escapar de la civilización y pasar tiempo solo. La verdad es que nunca me he encontrado totalmente feliz en una ciudad. La única manera que tengo para describirlo es como un sentimiento molesto, como un escozor. Le pasa a más gente".

A la gente más nerviosa le recomiendo la aventura total, que vayan sin nada, en taparrabos, sin tienda de campaña

‘Docastaway’ ofrece diferentes niveles de supervivencia. “Hay muchas historias de náufragos: algunos vivieron con tribus, otros tenían el barco encallado en la playa y dormían en un camarote. Yo a grandes rasgos ofrezco dos tipos de experiencia. Una en condiciones de confort, con cabaña e incluso en un bungalow con cocina. Y otras de supervivencia total, las más extremas, aunque por supuesto dejo que cada uno se lleve lo que quiera. Si los viajeros no preguntan, no les doy ningún consejo de supervivencia. Tampoco les cuento las sorpresas de la isla. Cada una tiene particularidades increíbles. Y prefiero que las descubran”.

“A la gente más nerviosa le recomiendo la aventura total, que vayan sin nada, en taparrabos, sin tienda de campaña, porque estar mucho tiempo en una isla puede ser aburrido si no tienes nada que hacer. Pero si te pasas el día buscando comida, preparando la madera para quemarla, manteniendo el fuego por la noche para ahuyentar los mosquitos, construyendo un pequeño refugio… Todo eso son actividades que te mantienen activo el día entero”. Sin enfermedades, dice, sobrevivir no es complicado pero da bastante trabajo. Hay que abrir cocos, que no es sencillo, hay que recoger agua de la lluvia… “Los cangrejos y las conchas son pequeñitos y necesitas muchos para llenarte. Hay que protegerse del sol y la lluvia. Y hacer fuego, si no estás acostumbrado, puede costar bastante. No tienes un minuto de relax”.

Los cangrejos y las conchas son pequeñitos y necesitas muchos para llenarte. Hay que protegerse del sol y la lluvia

La empresa de Cerezo ofrece hoy islas en seis regiones distintas: Indonesia, Filipinas, Japón, Caribe, Polinesia y Micronesia. “A estas últimas va menos gente porque es carísimo. Al principio intenté elegir los lugares más remotos, más aislados, pero el precio subía mucho porque hay que usar barcos más grandes, teléfonos satélite, a veces incluso pagar un equipo de seguridad desde la distancia… para que no haya sustos. Mucha gente no tiene tanto dinero y solo disponen de 15 días de vacaciones, así que no están dispuestos a viajar al último rincón del mundo. Para ellos hemos añadido muchas islas cerca de la costa”.

Por ‘Docastaway’ han pasado ya más de 500 personas, de las cuales “solo un 5 por ciento son españoles”. Físicamente, la empresa existe en internet y en parajes remotos, igual que su dueño, que no dispone de una vivienda fija, ni mucho menos de un despacho. “El negocio está centralizado en Hong Kong porque el sur de Asia es la base perfecta. El 80 por ciento de las islas y el 90 por ciento de mis trabajadores están en Asia. Allí tenemos un teléfono de atención al cliente y las cuentas, pero el resto se hace por internet”, dice.

"En Indonesia nos tuvimos que largar porque una manada de monos nos echaron de una isla"

Los sustos no son frecuentes, insiste Cerezo, antes de enumerar algunas de las anécdotas atesoradas en estos siete años. “En Indonesia nos tuvimos que largar porque una manada de monos nos echaron de una isla. En otra ocasión, explorando un archipiélago, no encontraba una isla que aparecía en el GPS. Al final descubrí que se la había tragado un terremoto. Nuestro barco acabó encallando en una palmera sumergida”.

Los trabajadores de Cerezo, la mayoría ‘freelance’ locales, mantienen una vía de comunicación abierta con sus náufragos a través de teléfonos móviles o por satélite, por si necesitan ayuda. “Casi nunca llaman y cuando lo hacen es por una fiebre o por problemas de barriga, como las diarreas típicas de los viajes". Pero hay excepciones. "En una ocasión dos chicos de Canadá se encontraron con una [serpiente] pitón enorme en la entrada de la tienda de campaña. Fuimos a buscarlos y subieron despavoridos a la lancha. Pasaron el resto de vacaciones en una isla cercana, con nuestro equipo, que estaba allí haciendo unos trabajos”.

En una ocasión dos chicos de Canadá se encontraron con una [serpiente] pitón enorme en la entrada de la tienda de campaña

Varios de sus clientes han acabado retratados en las televisiones y diarios de sus países de origen. Como Ian Argus Stuart, un inglés que “en los últimos dos años ha pasado un total de 180 días en varias islas desiertas”. También Reikko Hori, una japonesa de 22 años que se fue a una isla desierta sin saber ni siquiera como abrir un coco. O Gauthier Toulemonde, empresario francés que quiso seguir dirigiendo sus negocios en taparrabos, usando paneles solares e internet satélite. O Dominik, un banquero suizo que ya ha pasado por dos islas a pesar de estar diagnosticado con lupus, una enfermedad autoinmune.

Cerezo asegura que no ha creado ‘Docastaway’ para hacerse millonario, sino para seguir viviendo dentro del sueño que alimenta desde los ocho años. “Ahora mismo me da para vivir y para pagar mis viajes, que son muy caros. Pero nunca he querido que sea algo clasista. Las islas más baratas salen por unos mil euros la semana. Por persona. Y cuando encuentro un mochilero sin dinero y con ganas de hacerlo, lo uso como conejillo de indias. Lo llevo a cambio de que me diga si visitan el sitio muchos pescadores, si hay muchos mosquitos, animales, etcétera. Hay que hacer un trabajo de campo antes de llevar gente. Al principio tuvimos problemas por eso. Por ejemplo, llevé a una pareja a una isla y se encontraron dos mochileros que habían llegado por su cuenta. Cogimos una lancha y los llevamos a otra isla porque eso es inadmisible, claro”.

"Cuando encuentro un mochilero sin dinero y con ganas de hacerlo, lo uso como conejillo de indias"

Con el dinero que saca de ‘Docastaway’, Cerezo financia sus aventuras por todo el mundo. “Me gusta ir a pasar tiempo con otros náufragos y supervivientes, a las islas donde han estado ellos. He hecho unos 15 viajes de este tipo, que voy documentado con fotos, vídeos, y que luego salen en televisiones y diarios”. Sus expediciones, es verdad, han aparecido en cientos de diarios de todo el mundo, del New York Times al Hufftington Post, pasando por periódicos vietnamitas.

Algunas de sus historias parecen el guion de una serie. El protagonista de su último proyecto podría considerarse el último náufrago por obligación. Hace meses, siendo ya muy anciano, regresó con Cerezo a una isla de Polinesia donde pasó 18 meses cuando era poco más que un adolescente. “Había estudiado música y logró construir una especie de guitarra con un coco, trozos del barco, alambres… De niño compuso varias canciones con ese instrumento y estuvimos cantándolas en su isla. Lo tengo todo grabado”.

Cerezo admite que ha renunciado a tener una familia o una estabilidad para engordar su currículm aventurero. “De verdad que experiencias como esta última de Polinesia, vivencias como la de estar allí con ese hombre, en esa isla impresionante, es lo que quiero hacer con mi vida”.

El último rescate con náufragos en tierra se documentó a mediados del siglo pasado. Desde entonces, la tecnología y la superpoblación han logrado acabar con uno de los grandes temas de la novela de aventuras del siglo XVIII. La única manera de perderse en una isla desierta hoy es empeñarse en ello. O dedicarse profesionalmente, como hace Álvaro Cerezo, un malagueño de 36 años que dirige una empresa única en el mundo: una suerte de agencia de viajes para personas que quieran experimentar el aislamiento extremo y la lucha por la supervivencia.

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