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Cómo una ONG se convirtió en 'agencia de inteligencia' contra "el loco de Dios" en África
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Cómo una ONG se convirtió en 'agencia de inteligencia' contra "el loco de Dios" en África

La organización californiana Invisible Children está dedicada a luchar contra Joseph Kony y su sanguinario Ejército de Resistencia del Señor (LRA). Para ello, coopera con las tropas estadounidenses

Foto: Soldados estadounidenses prueban un sistema de comunicaciones de última generación con oficiales del ejército ugandés en 209. (Fuente: AFRICOM)
Soldados estadounidenses prueban un sistema de comunicaciones de última generación con oficiales del ejército ugandés en 209. (Fuente: AFRICOM)

Joseph Kony, el loco de Dios, quizás tiene una virtud: es limpio. Entre los tormentos a los que ha sometido a sus víctimas quizás el más liviano ha sido el de obligarlas a portear, por selvas sólo un poco menos oscuras que su corazón, un objeto que le era precioso: su bañera. En marzo, cuando los soldados ugandeses desplegados en el este de República Centroafricana para darle caza llegaron al campamento del que acababa de huir, hallaron esa tina, insólito accesorio del ajuar que se imagina austero de un criminal de guerra en fuga. Esa incursión sería la última: el 20 de abril, Uganda anunció que sus 1.500 soldados vuelven a casa. Un día antes, Washington, que también tenía una base en el país africano, había hecho lo propio.

Dicen que Kony, el asesino de miles de personas; el hombre que en 30 años ha secuestrado a unos 20.000 niños, violado, esclavizado y obligado a sus víctimas a comerse los labios y la nariz que antes les había cortado, es ya un viejo a sus 55 años; que no es una amenaza. Esta guerra ha acabado así: con una bañera como botín y Kony impune de las atrocidades cometidas desde 1987, cuando este antiguo monaguillo fundó el Ejército de Resistencia del Señor (LRA), el grupo paramilitar cuyo fin era instaurar en Uganda un Estado teocrático con los diez mandamientos como ley.

En esta guerra no ha habido vencedor, ni siquiera un Kony al que solo le quedan un puñado de milicianos y unas decenas de mujeres que le siguen con sus hijos. Lo que sí ha habido es muchos vencidos, y uno de ellos es tan insólito como la imagen de esa bañera errante por las selvas de África. Se llama “Invisible Children” (niños invisibles) y es una ONG creada en San Diego (California) en 2004 después de que sus jóvenes fundadores llegaran a Uganda por casualidad y conocieran el horror que el señor de la guerra había dejado a su paso. En ese país africano, uno de ellos, el realizador de documentales Jason Rusell, encontró lo que considera una misión inspirada por Jesucristo: atrapar a Kony. Russell pertenece a una secta fundamentalista evangelista, la “Iglesia Emergente”.

Así empezó la cruzada de Invisible Children. Russell, el joven que se jactaba de haberse casado virgen, que aspiraba a tener once hijos y que creía escuchar los supuestos susurros del Todopoderoso alcanzó el cénit de su gloria cuando en 2012 su organización subió a una red social un vídeo de media hora titulado “Kony 2012”, un documental en el que se aderezaba con algo de exageración el dolor causado por el asesino ugandés. En cinco días, el vídeo obtuvo 120 millones de visitas. Famosos como Rihanna tuitearon sobre Kony. Invisible Children recaudó alrededor de 12 millones de dólares.

Diez días después, los vecinos de una calle de San Diego llamaron a la policía. Un joven completamente desnudo daba palmas, hablaba solo y gritaba algo sobre el diablo en una esquina. Era Jason Russell. Dijeron que estaba borracho o drogado. En realidad, el fundador de la ONG acabó en un hospital para enfermos mentales. Había tenido un brote psicótico.

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“Kony 2012” marcó la senda a una organización que no se guía por las normas éticas del resto de la mayoría de las organizaciones humanitarias. Contraviniendo el imperativo de proteger a las víctimas, en el vídeo los niños soldado reclutados por el LRA salían a cara descubierta, mientras que al fundador de la guerrilla se le situaba en Uganda cuando ya hacía seis años que Kony había huido de su país para esconderse en algún punto entre Sudán, la República Centroafricana y la República Democrática del Congo.

“Cuando Invisible Children sacó el vídeo, Kony y sus sicarios ya no eran un poderoso grupo armado sino una guerrilla del hambre, que robaba para comer. Seguían secuestrando a niños, pero eran ya pocos y muy pobres”, explica Jean, nombre ficticio de un cooperante que trabajó con las víctimas del LRA en el este de la República Centroafricana. Los norteamericanos que, conmovidos, se echaron la mano al bolsillo al ver el vídeo no sabían que sus imágenes eran en gran parte un viaje al pasado.

De ONG a brazo de inteligencia militar

“The enemy is on the box” (El enemigo está acorralado), era la letanía sobre Kony de un capitán norteamericano en Obo, la pequeña localidad del este de Centroáfrica donde los cien militares del Comando para África de Estados Unidos (AFRICOM) enviados por Obama en 2011 se habían instalado para buscar al señor de la guerra, recuerda Jean. Corría 2013 y esa captura siempre inminente se hacía esperar. Tanto que los habitantes de Obo empezaron a considerar que la presencia de fuerzas especiales norteamericanas, veteranos de guerras como la de Afganistán, era algo excesiva para el propósito de acabar con un señor de la guerra en franca decadencia.

“En una base secundaria que tenían a unos 15 kilómetros de Obo, los lugareños decían que oían algo que parecía una bomba de extracción como las que hay en los pozos de petróleo. Empezaron a correr rumores de que eso era lo que EEUU buscaba allí y no a Kony. Ellos respondían que buscaban pozos de agua”, rememora el trabajador humanitario. Los 1.500 soldados de las Fuerzas Populares de Defensa de Uganda (UPDF) desplegados en la zona para dar caza al líder del LRA tenían también su base en Obo. Y valla con valla estaba la casa de Invisible Children, “la mejor del pueblo”, dice Jean.

“Invisible Children no trabajaba directamente con las víctimas, como los niños que lograban escapar, como sí hacíamos otras ONG. Conocían todos los movimientos de los militares, lo que era sorprendente, dado que los cooperantes tenemos un código de conducta que nos prohíbe mezclarnos con ellos para garantizar nuestra neutralidad y poder asistir a todas las víctimas, sean del bando que sean, y protegerlos a ellos y a nosotros mismos. Un día le pregunté al jefe de Invisible Children en Obo cómo conocía tan bien los movimientos de los ugandeses. Me dijo que se lo contaban cuando iba a hacer pesas al gimnasio de la base”.

Según una investigación de la revista Foreign Policy, la cooperación de la ONG con los militares ugandeses iba más allá de una charla de gimnasio. De acuerdo con sus datos, Invisible Children ha sido los ojos y los oídos de estos militares, a quienes ha estado proporcionando el 70% de su información de inteligencia sobre los movimientos del LRA. ¿Cómo? Poniendo a su disposición la información obtenida gracias a una red de alerta temprana con radios de alta frecuencia que la organización había distribuido entre voluntarios civiles en Centroáfrica y la República Democrática del Congo a partir de 2010. Dos veces al día, estos operadores, que cubren un área de unos 98.000 kilómetros cuadrados, informan de la actividad del LRA.

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El fin teórico de esta red es dotar a las aisladas comunidades de la zona de un medio de comunicación y de alerta si se produce un ataque. Sin embargo, el hecho de que la organización comparta esta información con los militares puede tener un efecto terrible: poner en la diana del LRA a los civiles que manejan las radios y a sus comunidades, que pueden ser percibidos como “espías” o colaboradores de los militares que hasta ahora daban caza a Joseph Kony.

Esa es una de las razones por las que la mayoría de las ONG prohíben taxativamente a sus colaboradores mezclarse o proporcionar información alguna a militares. "Hay un patrón muy claro del LRA dirigido a los civiles que colaboran con las fuerzas de seguridad. Este patrón consiste en que la venganza viene en forma de mutilaciones y asesinatos”, explica Matthew Green, autor del libro sobre el LRA “El Brujo del Nilo”, citado por Foreign Policy.

Ahora que los ejércitos ugandés y norteamericano se van; cuando es casi seguro que Invisible Children, tarde o temprano, lo hará, ¿qué pasará con los voluntarios que han estado ofreciendo información por radio?

La “madre” de Texas y el mercenario

Pese al riesgo que supone mezclar la acción humanitaria de una ONG con la acción de dos ejércitos, los fundadores de Invisible Children nunca han ocultado su militarismo ni tenido inconveniente en fotografiarse empuñando armas de guerra como fusiles automáticos y lanza-granadas. La implicación de la organización con el ejército ugandés ha sido tal que una de las fundadoras de la organización, Lauren Poole, colaboró en la contratación de un siniestro mercenario para que formara a soldados del país africano.

Lo hizo por encargo de una donante de Invisible Children: una mujer que se presenta a sí misma como una “madre de dos niños” movida por una “inagotable fe cristiana”. Shannon Sedgwick Davis es más que eso. Es abogada y dirige la Fundación Bridgeway, el brazo caritativo del fondo de capital norteamericano Bridgeway Capital Management. Bridgeway ha financiado tanto a Invisible Children –aportó 135.000 dólares para la puesta en marcha de la red de radios- como ciertas actividades de formación y transporte del ejército ugandés.

La guerra privada de Davis y de Invisible Children contra Kony data de 2010, tras una entrevista de la directora de Bridgeway con el general Aronda Nyakairima, el jefe de Estado Mayor del Ejército ugandés. De aquella reunión en Kampala, la abogada salió con dos peticiones del militar para acabar con el LRA: mejores comunicaciones y entrenamiento militar.

Foto: Mineros forman una cadena humana en un mina de oro en Kobu, Congo. (Reuters)

A lo primero contribuyó la red de radios de Invisible Children. Para lo segundo, también fue crucial la participación de la ONG. Tras la entrevista con el general, Davis, esta “madre” decidió que para entrenar a los ugandeses era preciso contratar a un “contratista militar privado”; sin eufemismos, a una empresa de mercenarios. Para ello se entrevistó con diversos individuos. Ninguno la convenció. Como declaró ella misma, no es el tipo de servicio que se encuentra en “las páginas amarillas”. Así que Davis recurrió al asesoramiento de Invisible Children. Y fue Lauren Poole, una de sus cofundadoras, quien le propuso a un siniestro profesional: el sudafricano Eeben Barlow.

Barlow era conocido por muchas cosas. Y el único de los motivos de su fama del que seguramente era inocente era el tener un ojo verde y otro azul. Había sido el director para Europa de la Oficina de Cooperación Civil del apartheid, una unidad militar –otros lo llaman escuadrón de la muerte- a la que la Comisión de la Verdad y Reconciliación post-apartheid considero culpable de numerosos asesinatos políticos.

Cuando cayó el régimen racista, Barlow se lanzó al sector privado y fundó el antecedente directo de las actuales compañías de mercenarios: Executive Outcomes. Esta compañía se puso al servicio de diversos dictadores africanos a cambio de lucrativos negocios para explotar diamantes de sangre y petróleo en países como Angola y Sierra Leona. La empresa de seguridad privada que aparece en la película “Diamantes de sangre” se parece a Executive Outcomes como una gota de agua a otra.

A Davis, Barlow le pareció perfecto, por lo que lo contrató a él y a su nueva empresa, STTEO Internacional, para que entrenara a soldados ugandeses. En todo este proceso, Davis contó con el apoyo de Invisible Children. No sólo Lauren Poole la puso en contacto con el mercenario: también la acompañó a ella y a Barlow para una nueva entrevista con el general ugandés. En 2012, Poole dejaba Invisible Children para trabajar en Bridgeway.

Shannon Davis confiesa que su fundación empleó 12 millones en su programa de apoyo militar contra la guerrilla de Kony entre 2010 y 2015. Sin éxito; también a ella se le escapó el escurridizo criminal. En una operación en Darfur en 2013, los militares ugandeses entrenados por Barlow irrumpieron en un campamento del LRA para hallar poco más que los restos que Kony había dejado en su letrina personal. La bañera del loco de Dios, a hombros de sus esclavos, erraba ya de nuevo por los bosques del corazón de África.

Joseph Kony, el loco de Dios, quizás tiene una virtud: es limpio. Entre los tormentos a los que ha sometido a sus víctimas quizás el más liviano ha sido el de obligarlas a portear, por selvas sólo un poco menos oscuras que su corazón, un objeto que le era precioso: su bañera. En marzo, cuando los soldados ugandeses desplegados en el este de República Centroafricana para darle caza llegaron al campamento del que acababa de huir, hallaron esa tina, insólito accesorio del ajuar que se imagina austero de un criminal de guerra en fuga. Esa incursión sería la última: el 20 de abril, Uganda anunció que sus 1.500 soldados vuelven a casa. Un día antes, Washington, que también tenía una base en el país africano, había hecho lo propio.

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