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Bruselas, un año después: crónica de un atentado por los que lo vivieron de cerca
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Bruselas, un año después: crónica de un atentado por los que lo vivieron de cerca

Un año después, Bruselas recuerda el duro golpe que le asestó el extremismo

Foto: El Rey de Bélgica abandona un acto de homenaje a las víctimas en el aeropuerto Zaventem de Bruselas. (Reuters).
El Rey de Bélgica abandona un acto de homenaje a las víctimas en el aeropuerto Zaventem de Bruselas. (Reuters).

Era temprano, muy temprano, cuando sonó el despertador en la mañana de un martes santo. Poco después, ya enfundado en un traje, con una bolsa en una mano y las llaves del coche en la otra, Simon O’Connor cerró la puerta de su casa. Iba de camino a coger un vuelo a Roma, un poco justo de tiempo porque había decidido apurar quince minutos más de sueño. El único lujo del día, porque a la capital italiana no se iba de vacaciones. Ni de peregrinaje. O’Connor iba a acompañar a su jefe, el comisario europeo de Asuntos Económicos y Financieros, Pierre Moscovici, en un viaje de un día. “Business, no pleasure”. Al llegar al garaje se dio cuenta de que había olvidado algo. 'Sapiens', el libro que quería leer en el vuelo de vuelta. “Está muy bien”, recalca a El Confidencial. Tanto como para apurar un poco más y regresar a recogerlo. Debieron ser dos, tres, cuatro minutos a lo sumo. Un gesto insignificante que seguramente le salvó la vida.

El primer kamikaze se hizo explotar en el aeropuerto de Bruselas-Zaventem a las 7:58am del martes 22 de marzo de 2016. Un segundo le seguiría minutos después. Ibrahim El Bakraoui y Najim Laachraoui. Dieciséis personas que se encontraban en la terminal de salidas, entre los mostradores de facturación, perdieron su vida y centenares resultaron heridas por el alcance de las detonaciones. Las investigaciones mostrarían meses después que Laachraoui preparó los explosivos, no solo para el ataque de Bruselas, sino también para los de París: se encontró en al menos dos de los cinturones explosivos, uno utilizado en la sala de conciertos parisina de Bataclan y otro en el Estadio de Francia. El ataque llegó en un momento en el que muchos respiraban aliviados. Tras meses de persecución, en los que se ridiculizó duramente la actuación de las autoridades belgas, el terrorista que no se hizo estallar durante la matanza del 13 de noviembre en París, Salah Abdeslam, había sido finalmente arrestado. En Molenbeek, el barrio que ha quedado dibujado en el imaginario europeo como un “nido de yihadistas”.

Bruselas, un año después

O’Connor entró al parking del aeródromo de Bruselas unos cinco minutos antes de la primera explosión. “Eran las 7:52 y 30 segundos. Lo sé porque aún guardo el ticket del aparcamiento”, relata. Hora punta, incluso en el día de la semana en que, normalmente, menos viajeros toman aviones. Dio alguna vuelta para encontrar un sitio libre y cuando bajó del coche, escuchó la primera detonación. “Tembló el suelo, era un sonido inusual. Pero yo estaba bastante lejos y pensé que no podía ser un ataque con toda la seguridad que había por todas partes después de lo que había pasado en París. Me convencí a mí mismo de que era algo relacionado con unas obras que había en el aeropuerto. Así que me quité el abrigo, porque pensé que en Roma iba a pasar calor, cogí mis cosas y me dirigí a los ascensores”, dice. Al salir del aparcamiento, vio gente agitada que miraba a la terminal. “Todas las ventanas estaban rotas”, dice O’Connor. Poco después, escuchó de boca de otro de los presentes la palabra: “Es un atentado”.

Aunque en Bruselas no es festivo, en la semana que coincide con la Pascua Católica la ciudad se vacía un poco, decae la carga de trabajo y muchos aprovechan para alejarse unos días de la maltraída primavera belga. Por eso, cuando supo que el terrorismo había golpeado el aeropuerto, Paula Sendín se ofreció para trabajar de refuerzo en un medio español. Pensó que andarían faltos de manos, pero no se le ocurrió reflexionar sobre si estaba asustada o no. Tampoco cuando su pareja le avisó de que había sentido una sacudida muy fuerte en su oficina. Acababan de dar las 9:11am. Un tercer kamikaze, Khalid El Bakraoui, hermano menor de Ibrahim, se había hecho explotar en un vagón del suburbano de la capital belga. Apenas a unos pasos de las instituciones comunitarias, en pleno barrio europeo de Bruselas. Aún no lo sabían, pero lo podían intuir según comenzaba a salir humo de una de las bocas del metro de Maalbeek. Sendín recibió un mensaje: “Ten cuidado”. Entonces, cambió de idea y dirigió hacia el metro, mientras que su otro compañero se encaminó hacia el aeropuerto.

Foto: El pasaporte de Ibrahim El Bakraoui, en una imagen obtenida por el diario turco 'Daily Sabah'

Allí, frente a la terminal de salidas, O’Connor cuenta que la primera víctima del ataque que vio, fue un hombre tumbado en el suelo, con una herida en un pie. “Mucha gente salía de la terminal. Recuerdo que una mujer llevaba a un niño pequeño, como de ocho o nueve años, en brazos. Los dos tenían mucha sangre, les cubría la cara”. O’Connor recuerda aquel como un momento de confusión, no de pánico. “Quizás porque no había gente que corría o porque nadie gritaba. Los heridos estaban en shock. No tenía miedo, aunque si lo piensas es verdad que podían haber disparado o algo. Pero no hubo una reacción dramática”.

Francisco, que prefiere no hacer público su apellido, también guardó la calma. Había recibido el aviso de la explosión en el aeropuerto y se encaminaba a trabajar cuando, a una estación de Maalbeek, sintió que algo sucedía. “Imagínate como una burbuja de aire que venía de la otra estación. El vagón tembló. Entonces pensé: Aquí ha pasado algo, esto es una bomba”. Su tren se detuvo poco después, en mitad del túnel. Su primera reacción fue llamar por teléfono para avisar que iba a llegar con retraso. “De alguna manera me sentía como con una distancia de lo que sucedía. Pero pronto la gente empezó a asustarse, sobre todo cuando todo se llenó de humo. Recuerdo hablar con dos chicas que tenían mucho miedo y decirles que sí, que algo había pasado, pero que ya fue y no nos había tocado a nosotros. Al momento nos sacaron por la parte de atrás del metro y comenzamos a andar por las vías”.

Hay una imagen que un año después, que persigue a Irene Sánchez Artero. “Cuando bajábamos hacia el metro, después de oír la explosión, vimos una masa de gente corriendo y gritando. Cuando bajo por esa calle, no se me va de la cabeza cómo corrían de lado a lado de la calle. Y al llegar a Maalbeek, salía gente desorientada, cubierta de negro por el humo… no sabían hacia dónde ir, caminaban sin rumbo, se sentaban en cualquier rincón y lloraban. Tengo algunas caras en la cabeza que no se me van”, explica a El Confidencial. En el momento en que empezaron a ver a gente más grave, Sánchez Artero y su compañero no pudieron seguir grabando lo que sucedía, dejaron las cámaras y ayudaron a un par de personas. “Les preguntábamos si necesitaban algo, si querían agua o llamar a algún familiar. Cosas básicas, nada de superhéroes. Luego nos volvimos a la oficina. Había mucho caos con la Policía, los bomberos… y allí ya no aportábamos nada”.

Sendín también se encontraba en los alrededores. “Todos sabíamos, era obvio, que podía estar relacionado con lo que había pasado en París, donde también hubo un atentado con varios ataques en varios puntos. Y había rumores sobre que había avisos en otros sitios, en otras estaciones… Pero al principio estaba como en shock, tanto en lo personal como lo profesional. Si te vas a un país en guerra, asumes a lo que te expones. Pero hasta entonces aquí había sido más bien política, política y economía. Ese día no tuve ningún tipo de sensación. La gente me escribía al móvil para preguntarme, y a muchos no les contesté en dos días. Eramos muy pocos en la oficina y no parábamos”.

“Los días posteriores al atentado, pensaba en lo cerca que estaba. Pensaba mucho en las pequeñas decisiones, en tantas cosas que hice que pensabas que no tenían peso, pero que en realidad me salvaron la vida. Después, cuando subes al metro, sí que piensas aún en ello, miras más a la gente, y a veces tienes pensamientos oscuros. Pero sigues con tu vida. Lo único que dejé de hacer durante unos meses fue coger el autobús con mi hijo por las mañanas. Le llevaba al colegio en coche. Pero mi vida no cambió. Y me di cuenta de que tampoco quería dramatizar”, explica O’Connor.

El 22 de marzo de 2016 se saldó con 32 muertos y cientos de heridos. También empeoró aún más la ya de por sí dañada imagen de Bélgica en el resto del mundo. Y un año después, quedan aún cicatrices. Durante semanas, tomaron forma de las flores marchitas y velas extintas in memoriam. También del recelo con el que se miran los pasajeros que toman la línea 1 o 5 de metro, o de los pasos apresurados de los viajeros que despegan desde Zaventem para alcanzar cuando antes los controles de seguridad. Y hoy, en el primer aniversario del ataque, de minutos de silencio, palabras de ánimo, las esculturas y los murales que dicen “siempre recordaremos”. Aún con medidas de seguridad reforzada, batallas políticas, tensiones religiosas y raciales, presencia de militares en las calles y lágrimas que este miércoles se vuelven a escapar, Bruselas continúa hacia delante. Y trata de sacar lecciones de lo ocurrido, de lo que aún quedan muchos interrogantes por despejar.

Sendín también siente que aprendió de los momentos difíciles: “Lo que pasó, como que sí que te cambia la perspectiva de todo. Ves lo que realmente importa, por lo que merece la pena disgustarse y por lo que no. Hay que aprovechar al máximo y ser feliz cuando se pueda. Las desgracias están ahí, cuando te tocan más de cerca, pues te das cuenta de eso”.

Era temprano, muy temprano, cuando sonó el despertador en la mañana de un martes santo. Poco después, ya enfundado en un traje, con una bolsa en una mano y las llaves del coche en la otra, Simon O’Connor cerró la puerta de su casa. Iba de camino a coger un vuelo a Roma, un poco justo de tiempo porque había decidido apurar quince minutos más de sueño. El único lujo del día, porque a la capital italiana no se iba de vacaciones. Ni de peregrinaje. O’Connor iba a acompañar a su jefe, el comisario europeo de Asuntos Económicos y Financieros, Pierre Moscovici, en un viaje de un día. “Business, no pleasure”. Al llegar al garaje se dio cuenta de que había olvidado algo. 'Sapiens', el libro que quería leer en el vuelo de vuelta. “Está muy bien”, recalca a El Confidencial. Tanto como para apurar un poco más y regresar a recogerlo. Debieron ser dos, tres, cuatro minutos a lo sumo. Un gesto insignificante que seguramente le salvó la vida.

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