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El 'muro líquido' de Europa: recorremos los puntos calientes de la vigilancia migratoria
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FRONTEX COBRA FUERZA, LOS AHOGADOS AUMENTAN

El 'muro líquido' de Europa: recorremos los puntos calientes de la vigilancia migratoria

El Confidencial recorre los puntos calientes de la vigilancia europea en su principal frontera natural, donde el año pasado murieron más personas que cuando se hablaba de la crisis de refugiados

Foto: Dos policías del barco Siem Pilot con el que el Frontex patrulla el Mediterráneo Central, atracado en Sicilia, el 9 de marzo de 2017. (EFE)
Dos policías del barco Siem Pilot con el que el Frontex patrulla el Mediterráneo Central, atracado en Sicilia, el 9 de marzo de 2017. (EFE)

Una cubierta con suelo de madera es el primer refugio que acoge a los migrantes tras ser rescatados en alta mar. Han pasado horas desde que dieron la voz de alarma hasta que un barco noruego de Frontex ha podido llegar a la posición donde su endeble barcaza se hundía. Nada más subirles a bordo, la tripulación les desinfecta pies y manos para evitar que se extiendan enfermedades contagiosas. Son 504 las personas rescatadas; una no conseguirá llegar con vida a tierra. Es un chico de 16 años, que ha explicado al médico y enfermeros como buenamente ha podido, que estaba enfermo desde hacía meses, pero no sabe de qué.

“Murió en paz por la noche”, explica el jefe de la misión, el policía noruego Jorgen Berg, pocos días después mientras el buque Siem Pilot se pone a punto en el puerto de Catania (en el este de Sicilia) para volver a salir al Mediterráneo a patrullar las aguas europeas. “Nuestro trabajo principal es la guardia de fronteras”, insiste durante la visita de un grupo de periodistas invitados por la Comisión Europea. Vigilar la presencia de embarcaciones, la pesca, tráfico de todo tipo: desde personas a cualquier producto. Esas son sus tareas habituales. Cuando el centro de coordinación de Roma detecta o recibe el aviso de un bote en apuros, localiza a la embarcación más cercana y apta para el salvamento -ya sea pública o privada- y la envía al rescate.

Los náufragos pasan una revisión médica y son repartidos sobre la “zona roja” de la cubierta en el Siem Pilot. Les separan en dos áreas: una solo para hombres, y otra para familias y menores no acompañados. Una suerte de polvos de papilla de cereales compactados en pastillas es la comida que reciben para reponer fuerzas. Los niños obtienen algún juguete o globos, quizá alguna pastilla más que los adultos, pero ahí se acaba el trato especial. Todos tendrán que pasar una o dos noches al raso (lo que tarda en llegar de vuelta a puerto la embarcación), apiñados sobre el suelo de cubierta y protegidos por un saco de dormir, sin una esterilla si quiera que les proteja del frío y la humedad. La supervivencia es lo que cuenta, no la comodidad.

Foto: Fotograma de 'Astral', el documental de Jordi Evolé (Salvados)

Únicamente los heridos o enfermos podrán pasar las noches en el “hospital”, un clásico contenedor de mercancías habilitado para ello. Ahí atendieron en la última operación de rescate a un hombre herido de bala en una pierna. Contó que había recibido el impacto después de que la bala atravesara primero la pierna de otro migrante que había osado llevar la contraria a quienes les subieron a la barcaza en Libia. Otros compañeros de viaje presentaban señales de fuertes golpes con piedras en sus cabezas… A veces el hospital es escenario de una situación más esperanzadora, como cuando nació Seabear (Oso de Mar), el pequeño nigeriano que llegó al mundo a bordo de este buque de Frontex en el anterior rescate.

En una esquina de la cubierta, otro contenedor está separado de la zona de los hombres por una valla. Ese está refrigerado, pues es donde guardan los cuerpos de los fallecidos. Seis baldas de metal similares a las estanterías de almacenaje de cualquier trastero de un español están preparadas para los cadáveres de los adultos. Otras tres baldas de menor tamaño plegadas en la pared están reservadas a los más pequeños. En una ocasión en 2015 esta cámara fúnebre acogió a 49 ahogados que los noruegos descubrieron bajo el bote que habían ido a rescatar. Berg no vivió aquello; el adolescente fallecido hace sólo unos días ha sido el primero desde que él está al mando. Es duro y prefiere no hablar mucho de ello: “Pienso en ello, yo mismo soy padre”.

“No se puede construir un muro en un país como Italia, donde hay 7.000 kilómetros de costa”, argumentó el presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani, durante una reciente visita a Madrid a la pregunta sobre qué opinaba de la política migratoria de Donald Trump. En lo que no incidió fue en los 2,5 millones de kilómetros cuadrados en forma de agua que nos separan de las costas del norte de África, mayoritariamente en la desgobernada Libia (sin contar las vallas de Ceuta y Melilla, etc.). Tampoco habló de las trabas burocráticas como el acuerdo de la UE con Turquía de principios de 2016 para proteger las fronteras europeas.

Récord de fallecidos en el Mediterráneo

En 2016, 5.085 personas perdieron la vida en el Mediterráneo, según la Organización Internacional de Migraciones (OIM). El año anterior, cuando la crisis de refugiados acaparaba la actualidad, fallecieron 3.777. Ahora apenas se habla de ello, por una parte porque de acuerdo con la legalidad vigente la mayoría de quienes llegan ahora acabarán con la petición de asilo denegada. Tampoco hay ya ningún Aylan Kurdi que fallezca ante nuestros ojos. Pero la crisis humanitaria aumenta.

“No hay ningún tipo de indicación de que en 2017 las cifras de llegadas vayan a ser más bajas que en 2016, que fue un récord para Italia con unas 181.000 personas”, advierte Marc Arno Hartwig, jefe de la misión de apoyo de la Comisión Europea para asuntos migratorios en Italia. Y eso que “uno de los pilares” en el plan migratorio establecido en 2015 por los 28 fue reducir el número de fallecidos en el mar. Hartwig añade una observación que, paradójicamente, da escalofríos: “Nunca hablamos de las muertes en el desierto, que son más”.

Foto: El cadáver de un migrante flota en una playa en Tajoura, al este de Trípoli, Libia, el 4 de diciembre de 2016. (Reuters) Opinión

En las cuatro semanas que lleva Berg al mando de las operaciones del barco al servicio de Frontex, han acudido a dos rescates. De 28 días, seis han estado dedicados a ello: un día para acudir al rescate, un día de travesía y el día de llegada al puerto. Igual que el Siem Pilot, hay hasta 16 embarcaciones más vigilando las aguas europeas, aunque no todas tienen la capacidad de este buque. Esta embarcación cedida por Noruega puede alojar sobre su cubierta a 800 personas, pero ha llegado a tener que meter a un millar. Desde el aire les asisten en el control fronterizo siete aparatos. En total, son 1.400 agentes de Frontex proporcionados por los Estados miembros y otros 1.500 teóricamente listos para servir en caso de una emergencia.

La portavoz de Frontex, Isabella Cooper, defiende que “no hay duda de que salvar vidas es una prioridad” para el organismo europeo de control de fronteras y recuerda que el año pasado sus barcos salvaron a casi 90.000 personas de morir ahogadas en el mar. Ensalza la labor de Frontex en la lucha contra los traficantes de seres humanos, de quienes estima que el año pasado hicieron un negocio por valor de 4.000 millones de euros.

“El control de fronteras no es la solución” para acabar con la trata de blancas, asegura, porque los traficantes se adaptan a las circunstancias. Señala que hay que atacar la raíz del problema y abrir “canales legales” para que los solicitantes de asilo puedan realizar los trámites en sus países de origen o partida. Esa es una de las ideas sobre las que trabaja la UE actualmente, a la vez que busca acuerdos con los países africanos para poder devolver a aquellos que no cumplen los requisitos legales para obtener protección humanitaria. En la última misión del Siem Pilot, el equipo de Jorgen Berg entregó a seis sospechosos a las autoridades italianas.

Por fin descanso y una fugaz seguridad

El mismo día que arribó el Siem Pilot en Catania con las últimas personas rescatadas, el barco de Médicos Sin Fronteras (MSF) llevó a 513 a otro puerto en la punta sur de la isla, en Pozzallo. Allí está uno de los cuatro centros de registro que hay en toda Italia y que –con sólo 1.600 plazas- son el primer hogar de quienes llegan sin papeles a través del mar. La capacidad de estos denominados hotspots es a todas luces insuficiente, señala el representante de la Comisión Europea. Planean abrir dos más en Sicilia en los próximos meses y ya hay en marcha centros de registro móviles desde los que envían a los recién llegados a otros lugares de la península italiana.

En el centro de Pozzallo algunos náufragos pasan su tercer día desde la llegada del barco de MSF, otros ya han sido reenviados a otros centros. Entre los migrantes y solicitantes de asilo, con quien apenas tenemos la oportunidad de intercambiar un “¿Estáis bien?”, se intuye cierto alivio y tranquilidad a pesar de la incertidumbre de lo que les espera. Al menos ahora pueden descansar y retomar fuerzas después de la odisea no solo mediterránea, sino todo su periplo desde sus países de origen como Guinea Conakry, Costa de Marfil o Nigeria, los principales países de procedencia de quienes llegan a Italia. Atrás han quedado ya las miserias o amenazas en su hogar, el desierto del Sáhara, las prisiones libias en las que muchos fueron maltratados o los traficantes que les obligaron a subirse a la barcaza a punta de pistola o golpeándoles con grandes piedras en la sien.

Fuera cual fuera el motivo inicial que les llevó a dejar su hogar, han tenido que superar diversas amenazas a su vida durante su periplo africano y marítimo. Ahora la odisea será otra: un largo camino burocrático y de vida en campos de refugiados, centros o en la calle. En algunos casos los traficantes aún les perseguirán en Europa tras sus promesas de falsos trabajos, como a las mujeres y menores de 16 o 17 años que viajaron gratis y ahora se exponen a la explotación sexual. Algunas prefieren mentir sobre su edad para no recibir el trato especial por ser menores y obtener el asilo, porque lo que necesitan es obtener dinero, explica una de las intérpretes y mediadoras del centro. Es nigeriana, llegó también a Sicilia hace dos años y tiene un permiso humanitario para permanecer aquí 5 años. Con ella, las víctimas de trata se acaban sincerando más que con la trabajadora social o el psicólogo.

Foto: Imagen de la campaña “Este es mi cuerpo”, promovida por la Asociación Comunitá Papa Giovanni XXIII.

En otro lugar del centro de Pozzallo un joven se esconde bajo la capucha de una sudadera mientras habla con una persona de Save the Children mientras otros sonríen animados a los periodistas que les visitan. Un miembro de Acnur y otro de la OIM, presentes en el centro para asesorar a los recién llegados sobre sus derechos, charlan relajadamente durante un descanso. Se oye el llanto de un pequeño en la sala contigua, habilitada para las familias y grupos vulnerables que puede acoger a 40 personas. Luego quizá se pase por la miniludoteca habilitada en otro contenedor del recinto.

En la sala más grande de la nave industrial que puede llegar a acoger a 200 más en literas, algunos charlan animadamente con un agente de Frontex, otros comparten canciones típicas de su tierra animados por una asistente legal de una ONG y otros hacen cola esperando al autobús que debe trasladarlos al siguiente centro de acogida. Algunos aceptan posar para la cámara y miran al objetivo con semblante serio. Pero personal de Frontex pide borrar esas imágenes con rostros en primer plano. Todos llevan un brazalete identificativo como los de los hospitales para quedar registrados en las bases italianas y europeas, con foto y huellas dactilares.

Cinco euros en una tarjeta telefónica para cada uno les ha permitido tratar de contactar con sus seres queridos. También han recibido 2,50 euros cada día mientras estaban aquí para poder hacer una pequeña compra en el pueblo, al que pueden ir caminando desde aquí. “Pueden salir”, asegura la inspectora de policía y directora de este centro, Emilia Pluchinotta, aunque el recinto está vallado y ambas salidas permanecen custodiadas por militares. Dice que pueden abandonar el lugar durante el día y que es “rarísimo” que alguno aproveche para escapar.

placeholder El Siem Pilot, atracado en el puerto de Catania (EFE)
El Siem Pilot, atracado en el puerto de Catania (EFE)

“Migrante económico”

La mayoría de quienes llegan a Pozzallo piden asilo y mientras esperan la respuesta de las autoridades tendrán unos dos años de margen para permanecer en suelo italiano, el tiempo que suele durar el proceso. Unos pocos, especialmente eritreos y sirios, serán reubicados directamente en otro Estado miembro de la UE para tramitar allí su solicitud. Son los más afortunados, pues la tasa de aprobación de su petición supera el 75%. Únicamente los norafricanos suelen afirmar desde el principio que su llegada es por motivos económicos. De los 513 que llegaron con el barco de MSF, unos 80 se definieron como migrantes económicos. Admiten que vienen en busca de trabajo, porque saben que les negarán el asilo debido a su procedencia, según una fuente de la Policía nacional italiana que trabaja en Pozzallo. Su esperanza, escapar a los controles o que Italia no pueda devolverlos a sus países de origen porque estos no reconozcan a sus ciudadanos.

Roma tiene un acuerdo de devolución con Egipto y también colabora, si bien con mayor dificultad, con Túnez y Nigeria. Si su país no les reconoce, serán trasladados al CIE (Centro de Internamiento de Extranjeros) de Sicilia, donde podrán pasar un máximo de 30 días en los centros de estancia temporal, algo que la UE debate ampliar a al menos 6 meses. “Quiénes somos nosotros para juzgar [si] ‘solo’ son migrantes económicos”, se pregunta Hartwig, el representante de la Comisión Europea. “Si la economía fuera bien [aquí], si tuviéramos pleno empleo en Italia o España, ni siquiera hablaríamos de las 181.000 personas que llegaron [a Italia]”, opina. Aquellos a los que no puedan devolver a su país de origen, recibirán una orden de expulsión con un plazo para marcharse.

Foto: La Central Operativa de la Guardia Costera, con sede en Roma

Quienes entran en el proceso de asilo en Italia tampoco lo tienen fácil. Mubakar llegó a Pozzallo en 2015, tres años después de haber abandonado Mali. Al salir de un comedor social de Cáritas en Catania para buscar su cena, cuenta a El Confidencial que fue su hermano quien le animó a huir del conflicto civil en su país. Al principio estuvo yendo y viniendo desde Mauritania a su país, hasta que las cosas se pusieron aún más “complicadas” y en 2015 decidió que no podía seguir así.

Cuando la lancha de Mubakar les dejó a él y sus compañeros de travesía a la deriva, tuvieron que esperar siete horas hasta que llegó un “barco humanitario” y les salvó. “Desde las 00:00 hasta las 07:00” de la mañana, recalca. Le negaron el asilo político y ahora espera que le concedan un permiso humanitario que le permitiría quedarse dos años más. Mientras, este chico que ahora tiene 24 años ha tenido la suerte de encontrar una casa de acogida privada. Sobre sus expectativas de futuro, responde: “No creo nada ahora mismo”. Pero quiere quedarse en Italia.

Otros han tenido peor suerte y deambulan por Catania hasta que llega la noche y buscan cobijo en los alrededores de la estación de tren. Un empleado cuenta que antes dormían en un pasadizo subterráneo de la estación, pero ahora la policía lo impide y se quedan fuera. Menchu, de Gambia, es uno de ellos. Pero no tiene muchas ganas de hablar. Asegura que se le acabó el tiempo que le correspondía en el campo de refugiados de Mineo, el mismo que estuvo en el ojo del huracán hace año y medio por la supuesta infiltración de bandas criminales y las denuncias del Centro Italiano de Refugiados sobre abusos, prostitución, narcotráfico… Ahora vive en la calle. Un colega le espera alejado unos metros. Tienen prisa.

Frontex y ONG no se entienden

Frontex ha detectado que los traficantes han empeorado las condiciones en las que envían a los migrantes al mar: en las lanchas donde en 2014 mandaban a 90 personas ahora meten hasta 160, el material del bote es más fino y hasta les quitan el motor. Las áreas de búsqueda y salvamento en 2014 estaban a mitad de distancia entre Italia y Libia y en 2015 se movieron al límite de aguas libias, constata el informe de la guardia fronteriza europea, según Cooper.

Niega que Frontex culpabilice a las ONG, que son las que más se suelen acercar a la costa libia, y loa su trabajo humanitario. “No señalamos a nadie con el dedo, constatamos hechos”, repite sin parar cuando se le pregunta por ello. “Los traficantes se gastan menos dinero en el bote, porque saben que la gente será salvada (…). Es el pez que se muerde la cola”, acaba añadiendo.

Trata de justificar las polémicas declaraciones de su jefe y director del organismo, Fabrice Leggeri, en una reciente entrevista al diario alemán Die Welt. Leggeri dijo que “debemos evitar que acabemos apoyando los negocios de las redes criminales en Libia al acoger cada vez más cerca de la costa libia a los migrantes” y señaló a “los barcos europeos” en general como actores de rescate. Pero la pregunta que le habían hecho era sobre las actuaciones de rescate de las ONG.

Foto: Un miembro de la marina italiana consulta una brújula (FOTO: EUNAVFOR Med)

“No tenemos ninguna relación con las ONG”, reconoce Berg, el comandante de la misión de Frontex a bordo del Siem Pilot, al menos no desde que él está al mando. El máximo contacto que han tenido con una fue cuando ambos acudieron a un rescate bajo las órdenes del centro logístico de Roma: “Les vi en el horizonte y nos coordinamos por radio”. En uno de los dos rescates efectuados al mando de Berg, el buque se tuvo que acercar a solo 13 millas de distancia de la costa libia, algo completamente “inusual” para ellos.

Médicos Sin Fronteras opera habitualmente en aguas internacionales más cercanas a Libia y lleva tiempo reprochando que la misión de Frontex en el mar se limite básicamente a la vigilancia, lejos de los lugares de naufragio. “La política de los barcos europeos e italianos ante Libia no es una política de salvamento, sino de protección de fronteras (...), una política que deja en papel mojado la Convención de Derechos Humanos”, ha denunciado el director de Amnistía Internacional en España, Esteban Beltrán. El representante de la Comisión Europea para asuntos migratorios en Italia asegura que “Europa necesita una resolución de la ONU para actuar en aguas libias, una que no existe”. Una media de doce horas suele llevarle al Siem Pilot llegar para asistir a un barco, admite Berg, “porque somos la vigilancia de fronteras”. ¿Si eso disminuye las posibilidades de supervivencia de las personas que necesitan auxilio? “Por supuesto”.

Una cubierta con suelo de madera es el primer refugio que acoge a los migrantes tras ser rescatados en alta mar. Han pasado horas desde que dieron la voz de alarma hasta que un barco noruego de Frontex ha podido llegar a la posición donde su endeble barcaza se hundía. Nada más subirles a bordo, la tripulación les desinfecta pies y manos para evitar que se extiendan enfermedades contagiosas. Son 504 las personas rescatadas; una no conseguirá llegar con vida a tierra. Es un chico de 16 años, que ha explicado al médico y enfermeros como buenamente ha podido, que estaba enfermo desde hacía meses, pero no sabe de qué.

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