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Las mujeres de Río de Janeiro toman las riendas de la huelga encubierta de la policía
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IMPIDEN QUE LOS AGENTES SALGAN A PATRULLAR

Las mujeres de Río de Janeiro toman las riendas de la huelga encubierta de la policía

Acompañamos a los familiares de los agentes que intentan paralizar la ciudad impidiendo que los agentes puedan salir a patrullar. “No aguantamos más sin sueldo”

Foto: Familiares de agentes de policía protestan delante de las comisarías para pedir que les paguen los sueldos que les deben. (Reuters)
Familiares de agentes de policía protestan delante de las comisarías para pedir que les paguen los sueldos que les deben. (Reuters)

“Estoy aquí para que otras esposas no pasen por las mismas dificultades financieras y psicológicas”. Con tan solo 27 años, Flor es la viuda de un agente fallecido en servicio el año pasado y madre de una hija. Desde la madrugada del viernes, acampa frente al 6º batallón Policía Militar de Río de Janeiro, situado en el barrio de Andaraí, en la zona norte. Está junto a decenas de otras mujeres, esposas, madres e hijas de policías que han lanzado un órdago contra el Gobierno para que sus maridos puedan cobrar los salarios atrasados desde el pasado mes de diciembre.

En Brasil, los miembros de este cuerpo de seguridad militarizado no tienen derecho a huelga. Por esta razón, sus mujeres han organizado una protesta pacífica en frente de varios batallones con el objetivo de impedir que los hombres salgan a patrullar. Es, a todos los efectos, una huelga encubierta que se lleva a cabo con los más diversos métodos, como rodear los coches policiales para que no puedan salir del cuartel o incluso deshinchar las ruedas.

“Estamos aquí para defender a todos los agentes que están en este cuartel. Su situación es terrible: no reciben su salario desde hace meses y las condiciones de trabajo son complicadas”, explica Rosemary de Jesús, madre de un policía. “Los bandidos tienen armas pesadas mientras que nuestros hombres patrullan con armas de juguete. No se puede luchar con pistolas contra bazucas, granadas y fusiles. Además, las armas de la corporación son tan malas que se traban”, agrega.

“Hay personas que no tiene ni dinero para el billete del autobús. Literalmente, están pagando para ir a trabajar”, destaca Rose Santos, enfermera y esposa de un policía. “Nuestra lucha va más allá del atraso de los salarios y de la extra de 2016: es porque el armamento está en pésimo estado, porque los coches fallan, la comida está caducada… Exigimos condiciones dignas de trabajo para nuestros maridos”, remata Renata.

Centenares de mujeres están bloqueando 27 de los 100 batallones de la temible Policía Militar de Río de Janeiro. “Nos quedaremos aquí por lo menos hasta el 15 de febrero”, promete Rosemary. “Vamos a quedarnos hasta que se nos pague todo lo que nos deben. Ya está bien de pasar penurias”, rebate Rose, rodeada por un grupo de mujeres que levantan carteles con mensajes reivindicativos bajo un sol de justicia del tórrido verano tropical.

Es la primera vez que en Brasil las mujeres protagonizan una protesta de este tipo. “Es un momento histórico. Sin embargo, hay que recordar que muchas mujeres no están aquí porque tienen miedo de ser reconocidas o asesinadas por los bandidos. Yo no tengo miedo”, asegura Rosemary. La lucha de estas “mujeres guerreras”, como son apodadas en las redes sociales, estriba en una cuestión de supervivencia. En lo que va de año, 22 agentes han sido asesinados en Río de Janeiro, una ciudad que tiene la nefasta media de 16 asesinados por día. Entre 1994 y 2016, se han producido más de 3.000 bajas de policías.

La situación es tan dramática que el pasado 29 de enero un uniformado se suicidó durante una conexión en directo por Facebook. Estaba deprimido por su separación y por acumular deudas debido al retraso del sueldo. “Quiero ver quién tiene valor de ver esto en directo. Si no tienes estómago, sal de aquí”, dijo Douglas de Jesus Vieira, de 28 años, antes de volarse los sesos con su pistola de servicio y dejar en estado de shock a amigos y compañeros.

Cabe destacar que la Policía Militar es muy odiada por una gran mayoría de la población de Río, sobre todo por los negros suburbanos que sufren en sus propias carnes la violencia de una corporación que acumula unos datos aterradores. En la última década la Policía ha matado a más de 8.000 personas, según datos de la ONG Human Rights Watch. De las 644 personas asesinadas en 2015 a manos de policías, 497 (el 77,2%) eran negros, según Amnistía Internacional. “Queremos que tanto el pueblo como el Gobierno se den cuenta de la importancia de la Policía. Su presencia en las calles es my necesaria”, afirma Flor, debajo de una sombrilla improvisada.

Agresiones por parte de las mujeres

En la acera de enfrente, en busca de sombra para huir del calor, los cámaras de las unidades móviles y los fotógrafos de prensa siguen atentamente los pasos de las “guerreras”. Desde que se han instalado en la puerta de este cuartel, ningún coche ha salido a patrullar. Los agentes se han visto obligados a realizar el cambio de turno en la calle, lejos del ojo avizor de sus mujeres y bajo la amenaza de ser punidos si obstaculizan este proceso rutinario.

En otros batallones, los agentes, presionados por sus superiores, han pasado por situaciones bochornosas como tener que cavar un túnel para salir a escondidas o usar una escalera para saltar el muro. En un vídeo que circula por las redes sociales se ve a mujeres que increpan contra un policía y le quitan la escalera, dejándole encima de una verja. En otro vídeo, un grupo de mujeres agrede a un coronel de la corporación por motivos que todavía no han sido revelados.

En la mayoría de los casos, el bloqueo que las “guerreras” realizan en la entrada de los batallones es puramente simbólico. Cuentan con la complicidad de sus esposos, que desde hace semanas participan en violentas manifestaciones, duramente reprimidas por sus propios compañeros de los cuerpos de élite al son de las bombas lacrimógenas y de los tiros con bala de goma.

El pasado mes de noviembre, el Estado de Río tuvo las cuentas embargadas por el Gobierno federal por deudas impagadas, en buena parte relacionadas con la realización de los Juegos Olímpicos. Por esta razón, el Ejecutivo no puede hacer frente a sus obligaciones financieras y abonar los sueldos de los funcionarios públicos, de policías, bomberos, agentes penitenciarios, médicos y profesores. La última protesta ocurrió el pasado 9 de febrero, tan solo un día antes del inicio de la huelga encubierta, y dejó un rastro de destrucción y saqueos en el centro de la ciudad, además de un joven gravemente herido por el impacto de una bala de goma.

Loss agentes han pasado por situaciones bochornosas como tener que cavar un túnel para salir a escondidas del cuartel o usar una escalera

Hace semanas los policías amenazaban con una paralización. La proximidad del carnaval, una fiesta que suele atraer a más de un millón de turistas, ha precipitado una situación de fuerte tensión. Muchos temen que la cosa estalle en cualquier momento. Muy fresca es al imagen de desolación y de terror que llega desde el vecino Estado de Espíritu Santo. Allí el 4 de febrero empezó una huelga velada de la Policía Militar que en tan solo una semana ha causado 121 muertes violentas, además de saqueos y robos a mano armada.

Una de las víctimas del caos es Cinthya Paiva, una jurista que vive en Vitoria, la capital de ese Estado, y que fue asaltada a punta de pistola la semana pasada. “La verdad es que al principio no hice mucho casos a las advertencias que me llegaban por WhatsApp. Estaba en un bar y me pareció que todo estaba tranquilo. Cuando mi madre me llamó para avisarme de que la situación en la ciudad estaba fuera de control, fui al coche, pero un adolescente me apuntó un arma a la cabeza y me obligó a entregarle el vehículo”, relata Cinthya a El Confidencial.

Durante cinco días, los habitantes de esta ciudad de 327.000 habitantes han sido rehenes de una ola de violencia sin precedentes, que les ha obligado a encerrarse en sus casas, sin poder salir ni siquiera para hacer la compra. El Gobierno Federal ha tenido que emplear a 3.000 soldados del Ejército en un intento de retomar el control."Nunca imaginé que nos encontraríamos en una situación de prisión domiciliar. No había nadie en la calle, estaba todo muy desierto. Se escuchaban tiros, gritos, estábamos muy asustados", añade Cinthya.

Durante toda la semana, los supermercados han quedado cerrados por miedo a los saqueos y los pocos que abrían durante unas horas por día tenían colas de más de cuatro horas. Quien no tuvo la precaución de hacer la compra, experimentó algo inédito. “Llegó un momento que no tenía ni que cenar. Ha sido muy duro”, añade Roberto, un electricista de Vitoria. “Cuando fui al supermercado había una fila tan grande que me fui por miedo a que se produjesen atracos. En mi edificio hay una madre que ha tenido que cambiar comida por pañales”, cuenta Alicia, de 50 años.

En muchos casos, los autores de los saqueos eran ciudadanos comunes. La prensa local ha citado incluso la presencia de conocidos políticos locales y de un pastor evangélico. Finalmente, y tras descubrir que habían sido grabados, algunos ladrones ocasionales han optado por devolver la mercancía substraída y disculparse por su debilidad en las redes sociales.

Acuerdo con el Gobierno

Después de una semana en la que se han repetido escenas de violencia más propias de un país en guerra, el Gobierno de Espíritu Santo anunció este mismo sábado (10 de febrero) a última hora de la noche que había alcanzado un acuerdo con los policías para poner fin de inmediato a la huelga, aunque no se ha comprometido a conceder los aumentos salariales exigidos. Sin embargo, los agentes han anunciado que no aceptarán ese acuerdo y continuarán con la huelga.

La Policía de Río de Janeiro está intentando replicar la misma táctica para obtener mejoras sustanciales, además del abono de los salarios atrasados. “Un caos como el de Vitoria ayudaría, sin dudas, nuestra causa. Mientras tanto, no vamos a dejar que los agentes salgan a la calle”, asegura Rosemary. “La diferencia es que Río de Janeiro no es Espíritu Santo. Aquí tenemos un nivel de violencia altísimo y si realmente la Policía desaparece de las calles, empezará una guerra sin cuartel entre facciones enemigas para conquistar o retomar el control del narcotráfico en varias favelas. Puede producirse una hecatombe”, advierte un inspector, que prefiere mantenerse en el anonimato.

Por lo pronto, el primer día de huelga en Río de Janeiro ha transcurrido con relativa calma. Tan solo se ha registrado el saqueo de un hipermercado en la zona norte y un intento de robo en cadena a peatones en otro punto de la ciudad. Sin embargo, los medios oficialistas como TV Globo han optado por minimizar el impacto de la huelga asegurando que el 95% de los agentes estaban patrullando las calles.

"Un caos como el que se produjo en Vitoria ayudaría, sin duda, nuestra causa. La diferencia es que Río de Janeiro no es Espíritu Santo"

Por contra, las redes sociales y WhatsApp han jugado un papel fundamental en la difusión de rumores, desmentidos y desmentidos de los desmentidos que han terminado creando una profunda incertidumbre entre los 16,6 millones de habitantes del Estado de Río de Janeiro. Hasta el viernes por la mañana las fuentes oficiales y los propios agentes se afanaban por negar la huelga; los primeros para que no cundiese el pánico, los segundos porque legalmente no pueden parar de trabajar.

Ahora muchos cariocas aguardan con angustia el desarrollo de los acontecimientos. Algunos prefieren mirar para otro lado y disfrutar del divertido precarnaval, esgrimiendo el argumento de que Brasil no puede permitirse el caos en la Cidade Maravilhosa y que la sangre no va a llegar al río. Otros esperan con temor al fin de semana. “Hay que recordar que en Espíritu Santo la huelga empezó un sábado, pero la situación solo precipitó el lunes, dos días después”, recuerda Rosemary.

Los próximos días serán decisivos para saber si Río de Janeiro se queda al borde del abismo, como lleva haciendo desde hace tres décadas, o si se hunde en un descontrol que puede pasar una factura enorme al país. “No hay que olvidar que todas las ciudades que recibieron unos Juegos Olímpicos tuvieron una subida del número de turistas al año siguiente. Si esta situación sigue o empeora, Río de Janeiro habrá perdido una ocasión única de capitalizar este momento y proyectarse hacia fuera de una forma positiva”, resalta Mariana, estudiante de turismo.

“Estoy aquí para que otras esposas no pasen por las mismas dificultades financieras y psicológicas”. Con tan solo 27 años, Flor es la viuda de un agente fallecido en servicio el año pasado y madre de una hija. Desde la madrugada del viernes, acampa frente al 6º batallón Policía Militar de Río de Janeiro, situado en el barrio de Andaraí, en la zona norte. Está junto a decenas de otras mujeres, esposas, madres e hijas de policías que han lanzado un órdago contra el Gobierno para que sus maridos puedan cobrar los salarios atrasados desde el pasado mes de diciembre.

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