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¿Qué ocurrirá en el mundo en 2017?
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¿Qué ocurrirá en el mundo en 2017?

2017 podría ser el año en el que el populismo nacionalista se convierta en una fuerza política mayoritaria por derecho propio. Todo apunta a que el mundo será más inestable e impredecible

Foto: Matrioskas con las caras de Donald Trump, Angela Merkel, François Hollande y Vladímir Putin, entre otros líderes políticos, en venta en una tienda de Moscú (Reuters)
Matrioskas con las caras de Donald Trump, Angela Merkel, François Hollande y Vladímir Putin, entre otros líderes políticos, en venta en una tienda de Moscú (Reuters)

2016 ha sido el año de los 'cisnes negros', los acontecimientos inesperados que, de golpe, alteran significativamente el panorama. Pero lo que entonces era una sorpresa puede acabar siendo tendencia, y 2017 podría ser el año en el que el populismo nacionalista se convierta en una fuerza política mayoritaria por derecho propio. No solo Donald Trump y Vladímir Putin marcarán inevitablemente la agenda del planeta, sino que actores hasta ahora marginales, como la francesa Marine Le Pen, la alemana Frauke Petry o el holandés Geert Wilders, pueden acabar determinando la política de sus propios países, ayudados por problemas sin resolver como la crisis de los refugiados o la amenaza terrorista. Todo apunta a que, en 2017, el planeta será un lugar más inestable e impredecible que en el año que termina.

Trump, el hombre del año

Si algo caracteriza al magnate inmobiliario sin experiencia política que ocupará la Casa Blanca a partir del 20 de enero es su imprevisibilidad. La gran incógnita para este 2017 es cómo materializará Donald Trump las promesas que le auparon hasta la presidencia de EEUU. Principalmente, revertir el declive económico de aquellos definidos como los "perdedores de la globalización" -aunque su victoria coincidió con el séptimo año de crecimiento y creación de empleo en EEUU-, y detener la inmigración ilegal. Trump, que prometió 25 millones de nuevos puestos de trabajo, sostiene su promesa con un ambicioso plan de infraestructuras, aunque sin concretar cómo va a financiarlo, más allá del fondo soportado por bonos gubernamentales que aumentaría el endeudamiento del país, superior actualmente al 100%. En cuanto a la inmigración, podría incrementar la presión sobre las empresas que contratan irregulares y revocar los derechos administrativos firmados por Barack Obama para limitar las deportaciones, que aumentarán probablemente los próximos meses. Respecto a la frontera con México, puede endurecer las normativas de Homeland Security para facilitar las expulsiones 'en caliente'. Son medidas para las que no necesita el apoyo del Capitolio, dominado en ambas cámaras por el Partido Republicano.

Es en política exterior donde el todavía presidente electo tendrá más margen de actuación. 2016 terminó con las sonada 'ofensiva' de Obama contra los asentamientos israelíes en territorio palestino ocupado -tras la histórica abstención de EEUU que posibilitó la resolución de condena del Consejo de Seguridad de la ONU- y la expulsión de 35 diplomáticos rusos -agentes de Inteligencia, según la Administración Obama- en respuesta a la presunta injerencia de Rusia en las elecciones presidenciales de noviembre. Una medida que muchos consideran un intento por entorpecer el fortalecimiento de la cooperación con Moscú que promete el magnate, quien celebró la decisión de Vladimir Putin de no expulsar a ningún diplomático norteamericano para no perjudicar al próximo inquilino del Despacho Oval.

En cuanto a Israel, Trump envió un insólito llamamiento a Benjamin Netanyahu para que "se mantenga fuerte" hasta el 20 de enero. El 'premier' israelí parece haber encontrado a un aliado de ensueño en la figura del magnate, que asegura que renegociará el acuerdo con Irán. Si mantiene sus promesas electorales, Trump promoverá políticas respecto al conflicto árabe-israelí que son impopulares entre muchos estadounidenses, judíos norteamericanos incluidos. En Asia, Trump está destruyendo la 'doctrina Obama' -la reorientación de los intereses de EEUU hacia el Pacífico- a marchas forzadas. Para el presidente electo, China, el "manipulador de las divisas" que posee un alto porcentaje de la deuda pública americana, es el gran enemigo. Las consecuencias ecónmicas para EEUU podrían ser catastróficas.

Europa ante el populismo

Si en otoño Austria amenazó con entregarse a un gobierno de ultraderecha, 2017 llega marcado por el auge de las formaciones populistas y nacionalistas en Europa al calor de la llegada de millones de refugiados y a golpe de retórica anti-islámica. Sirvan de ejemplo las dos citas electorales claves del próximo año: Francia y Alemania. Tras el definitivo hundimiento de Nicolas Sarkozy, el 'outsider' François Fillon ha surgido como el único líder de la derecha francesa capaz de frenar en abril a Marine Le Pen y su Frente Nacional, ahora que el país debate sobre la convivencia con la comunidad musulmana -recuerden el burkini, el reflejo 'mainstream' de un debate infinitamente más complejo sobre la presencia en el espacio público del salafismo- mientras Francia es víctima de la violencia yihadista, tanto de ataques de comandos vínculados al Estado Islámico como del terrorismo de nuevo corte, salvaje y 'low cost', como la masacre de Niza del pasado julio. Un camión, 85 muertos.

Berlín celebró el nuevo año bajo el mayor despliegue de seguridad de su historia, tras el ataque contra un mercadillo navideño, tradición alemana por excelencia, del 19 de diciembre. En Alemania, cada atentado trae munición para los enemigos de la canciller Angela Merkel, "responsable" de la entrada en el país de 1,5 millones de refugiados, la mayoría musulmanes, y que aspira a su cuarta legislatura en septiembre. El partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) -para quien las víctimas de Berlín son "los muertos de Merkel"- apunta a convertirse en la tercera fuerza en el parlamento, un resultado nada desdeñable para una formación con pocos años de historia. Holanda, por su parte, celebrará elecciones en marzo, con el ultraderechista Geert Wilders como ganador de la cita en todas las encuestas. Todo cuando el proyecto comunitario afronta su mayor reto desde su creación, el Brexit, y tras la dimisión de Matteo Renzi por su derrota en el referéndum constitucional. Los ganadores en Italia: los euroescépticos del Movimiento 5 Estrellas y la Liga Norte.

Brexit, ¿nuevo proyecto europeo?

Londres aún no ha solicitado de manera formal la ruptura con Bruselas. 2017, marzo en concreto, será el momento de activar, según la 'premier' británica Theresa May, el artículo 50 de Tratado de Lisboa, que da inicio a dos años de tensas negociaciones para definir la salida del Reino Unido del bloque comunitario. La UE presiona al Gobierno británico para comenzar las negociaciones para que la ruptura se produzca antes de 2018. Y ciertas señales apuntan a que el equipo de May apostará finalmente por un "Brexit duro", esto es, fuera del Mercado Común pero con pleno control sobre la inmigración, asunto clave en el referéndum del pasado junio.

Los planes de la 'premier' deberán, no obstante, superar dos obstáculos judiciales: una demanda ciudadana para que no pueda activarse el artículo 50 sin la aprobación del Parlamento -el Supremo fallará en enero sobre la apelación que presentó el Ejecutivo-. Si la máxima instancia judicial británica ratifica la sentencia del Tribunal Superior, el Ejecutivo tendrá que contar con la aprobación de Westminster. La mayoría de los parlamentarios hicieron campaña por la permanencia en la UE, pero derogar ahora el resultado del referéndum supondría un suicidio político. El segundo obstáculo lo encarnan dos miembros del Partido Conservador dispuestos a llevar al Gobierno a los tribunales argumentando que salir de la UE no implica dejar el Mercado Único. A finales de enero o principios de febrero podría desvelarse el futuro de esta demanda. La pregunta clave es cómo afectará la ruptura al proceso de construcción del proyecto europeo. 2017 definirá cómo será una nueva UE ya sin Reino Unido y bajo qué condiciones se producirá su salida. El nuevo año también podría traer las elecciones anticipadas que augura toda la prensa británica, con el fin de que May reafirme su liderazgo.

Rusia en el horizonte

La Guerra Fría ha vuelto, y todo apunta a que en 2017 el mundo terminará de darse cuenta de ello. Rusia parece envuelta en una política de reafirmación agresiva, intentando ver hasta dónde puede llegar: sus cazas penetran en el espacio aéreo de la OTAN -del Báltico al norte de España- para estudiar los tiempos de reacción de los ejércitos de la Alianza, y auténticos ejércitos de espías se están desplegando por el territorio europeo (en parte para compensar el deterioro de las relaciones con Occidente, intentando adquirir información que antes obtenían abiertamente).

Además, sus 'hackers' tratan masivamente de penetrar objetivos occidentales. Y según los servicios de inteligencia europeos, ya han participado en al menos dos ciberataques en los que se haya producido una destrucción física relevante de infraestructuras: una planta de acero en Alemania en diciembre de 2014, y una televisión francesa en abril de 2015. Tras las acusaciones del FBI y la CIA de que Moscú trató de favorecer a Donald Trump en las elecciones del pasado noviembre -lo que ha motivado la expulsión de 35 ciudadanos rusos de EEUU esta misma semana-, ahora Alemania, Francia y la República Checa, entre otros países, temen que intenten influir en sus propios comicios este año.

En algunos casos, la guerra no es tan fría: el conflicto en Ucrania ha vuelto a cobrar plena intensidad, y muchos observadores temen que Vladímir Putin intente una jugada semejante en algún país báltico, empujando a las importantes minorías rusas hacia un conflicto cada vez más intenso para después presentarse como un mediador imparcial, logrando la desestabilización del flanco norte de la OTAN con una inversión muy escasa. Y no parece probable que Donald Trump, como presidente del país más importante de la Alianza, vaya a plantarle cara.

Oriente Medio, las guerras de nunca acabar

La presidencia Trump, de hecho, tendrá importantes consecuencias en política exterior. Con EEUU haciéndose a un lado, Bashar Al Assad y sus aliados, Irán y Rusia, proseguirán su marcha victoriosa en Siria, una guerra que aún tardará en acabar, pero que la oposición armada tiene ya muy pocas posibilidades de ganar. Caído Alepo, las tropas gubernamentales avanzarán hacia Idlib, en la frontera con la región turca de Antakya, para cortar las líneas de suministro de los insurgentes. Pero incluso si la campaña se desarrolla de forma rápida, el régimen sirio tendrá que hacer frente a dos entidades paraestatales antagónicas surgidas en el norte y el este del país: las regiones autónomas kurdas, y los restos del Califato.

Las milicias kurdas sirias y sus aliados árabes integrados en las llamadas Fuerzas Democráticas de Siria, apoyados por la aviación de la coalición internacional, lanzarán una ofensiva contra Raqqa, la capital del Estado Islámico en el país, cuya caída, sumada a la pérdida de Mosul, en Irak, y Sirte, en Libia, marcará el fin del proyecto territorial de los yihadistas. En consecuencia, el ISIS probablemente adoptará una forma más similar a la de organizaciones como Al Qaeda, dando prioridad a la acción clandestina y a los atentados en Europa y EEUU. Pero en Irak, la derrota del Estado Islámico podría provocar una nueva guerra cuando los, por ahora, aliados forzosos contra los yihadistas -el ejército iraquí, las milicias chiíes y los 'peshmerga' kurdos- empiecen a enfrentarse entre sí, sin que EEUU pueda o quiera hacer nada por evitarlo.

Asia, a merced de China

Otro frente donde se notará la nueva Administración estadounidense será en Extremo Oriente: ante el abandono de Washington del gran proyecto estratégico de Barack Obama, el “giro a Asia”, las naciones del Sudeste Asiático deberán encontrar una forma de coexistir con una China cada vez más asertiva. Algunas, como Filipinas o Tailandia, ya se encaminan hacia la órbita económica china, y otras como Japón, Corea del Sur, Malasia o Vietnam ven peligrar el paraguas disuasorio que hasta ahora suponía la presencia estadounidense. Su desaparición, de hecho, podría tener importantes consecuencias frente a Corea del Norte, cuyo líder, Kim Jong-un, acaba de cumplir cinco años en el poder, y ya ha demostrado que no se amilana ante los desafíos ni bajo la presión de su principal aliado, Pekín. Ante la falta de un nuevo líder regional claro, situaciones de tensión con Corea del Sur o Japón como las ocurridas en los últimos dos años podrían escalar peligrosamente.

Está previsto que la junta militar tailandesa, siguiendo la tradición de anteriores gobiernos golpistas, se retire de escena y convoque elecciones para este 2017. Sin embargo, podría no suceder si eso "pudiese dañar el país", según uno de sus portavoces. Y el país sigue profundamente dividido entre los "camisas rojas", los partidarios de la familia Shinawatra (cuyo padre, Thaksin, e hija, Yingluck, vencedores de varias elecciones, fueron derrocados en sendos golpes de estado), y los "camisas amarillas", defensores de la nobleza y el orden tradicional. Hasta ahora, la figura del venerado rey Bhumibol Adulyadej había impedido que el derramamiento de sangre se fuese de las manos, pero su desaparición en 2016 es un mal presagio para la estabilidad en Tailandia: no está claro que su hijo y sucesor, mucho menos respetado, pueda impedir un nuevo ciclo de violencia si el conflicto civil vuelve a escalar.

¿Acercamientos fallidos?

Dos países vigilan con especial ansiedad la entrada de Trump en la Casa Blanca: Irán y Cuba, que se beneficiaron de sendos acercamientos iniciados con la Administración Obama, y que ahora temen las medidas de su sucesor. Ambos han denunciado el incumplimiento de lo pactado, y parecen dispuestos -más bien resignados- a volver al enfrentamiento prometido por Trump en campaña. El nuevo presidente estadounidense es un buen amigo del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, un acérrimo detractor del acuerdo nuclear con Irán, y aunque la comunidad de inteligencia estadounidense ya le ha planteado a Trump los desastrosos problemas que acarrearía revertirlo, el nuevo presidente podría optar por hacerle caso a su viejo conocido. Además, ha prometido trasladar la Embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén, algo que ningún presidente estadounidense se ha atrevido a hacer, lo que dinamitaría cualquier intento de reavivar el abiertamente moribundo proceso de paz entre palestinos e israelíes.

Respecto a Cuba, la cosa está aún menos clara: aunque Trump regaló los oídos de los influyentes exiliados cubanos en Miami con una retórica virulentamente anticastrista que le ayudó a ganar en Florida, ahora que ya no los necesita podría optar por favorecer un acercamiento comercial que beneficiaría, sobre todo, a los medianos y grandes productores estadounidenses. Ante el colapso de Venezuela, su gran socio comercial, Cuba debe abrirse económicamente, y si EEUU no se decide a dar el paso, la gran beneficiaria será la Unión Europea, que este mes ha derogado la llamada Posición Común en materia de derechos humanos en la isla para poder promover el intercambio comercial.

Venezuela, ¿el principio del fin?

En medio de una gravísima crisis económica y social, con unos índices de popularidad en caída libre y la Asamblea Nacional en manos de la oposición, Nicolás Maduro vive los momentos más negros del chavismo. La disidencia interna crece y el presidente venezolano no podía haber cerrado 2016 de peor forma: el 'desastre' de los billetes provocó disturbos con víctimas mortales y saqueos en el interior del país. Ahora está por ver dónde acaban las negociaciones con la oposición, auspicidas por el Vaticano y que ya lograron un acuerdo para priorizar el abastecimiento y la puesta en libertad de opositores encarcelados. Para muchos, la mesa de negociación parece exclusivamente dirigida a ganar tiempo por parte del Gobierno.

La pregunta clave es si en 2017 Maduro logrará cerrar una tregua que concluya en el fin de su mandato -la oposición exige al presidente que se retome el camino del referéndum revocatorio-. Nada parece indicar que optará por esta vía, a pesar de las presiones internas y de su entorno. Otra opción es que acepte someterse a las urnas para que el pueblo venezolano opte por su continuidad. Algo poco probable a juzgar por los sondeos: las encuestas le daban un porcentaje de entre 11'6 y 21,2% de aprobación entre la población a mediados de 2016.

Líderes autoritarios, países inestables

Así, Venezuela será uno de los países donde el creciente autoritarismo de sus líderes puede provocar una oleada de violencia e inestabilidad. Otros estados de la lista son Filipinas -donde las polémicas políticas del presidente Rodrigo Duterte ya han dejado más de cuatro mil muertos en pocos meses, víctimas de su brutal guerra antidroga, que no parece que vaya a remitir en un futuro próximo- y Turquía, donde Recep Tayyip Erdogan ha aprovechado el fallido golpe de estado del pasado verano para perseguir a amplios sectores de la oposición. Ante la desaparición de alternativas políticas, se espera que escalen los conflictos armados no solo con la guerrilla kurda del PKK, sino también con otras organizaciones de extrema izquierda, responsables de numerosos atentados de baja intensidad durante el último año.

En África, la negativa de varios de sus presidentes a abandonar el poder tras haber perdido las elecciones o haber expirado el periodo de sus mandatos podría provocar disturbios significativos en lugares como Gambia o el Congo. A los líderes de Zimbabwe, Sudáfrica, Uganda, Burundi o Etiopía también se les está acabando el crédito frente a sus propias poblaciones, y este año se celebrarán elecciones potencialmente explosivas en Kenia y Ruanda. La desertización provocada por el cambio climático, así como la expansión del yihadismo, son las principales amenazas para el continente, junto a los escasos avances de los movimientos democráticos a pesar de una tendencia general hacia una mayor prosperidad y desarrollo.

2016 ha sido el año de los 'cisnes negros', los acontecimientos inesperados que, de golpe, alteran significativamente el panorama. Pero lo que entonces era una sorpresa puede acabar siendo tendencia, y 2017 podría ser el año en el que el populismo nacionalista se convierta en una fuerza política mayoritaria por derecho propio. No solo Donald Trump y Vladímir Putin marcarán inevitablemente la agenda del planeta, sino que actores hasta ahora marginales, como la francesa Marine Le Pen, la alemana Frauke Petry o el holandés Geert Wilders, pueden acabar determinando la política de sus propios países, ayudados por problemas sin resolver como la crisis de los refugiados o la amenaza terrorista. Todo apunta a que, en 2017, el planeta será un lugar más inestable e impredecible que en el año que termina.

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