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Cómo puede luchar Argentina contra el horror de la violencia machista
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ALGO FALLA EN LA estrategia DEL ESTADO

Cómo puede luchar Argentina contra el horror de la violencia machista

Cada 30 horas una mujer es asesinada en Argentina. La violencia no retrocede, pero sí la concienciación social. Algo está fallando en la respuesta que da el Estado

Foto: Activistas durante una protesta contra el asesinato de una adolescente en Argentina, el 19 de octubre de 2016 (Reuters).
Activistas durante una protesta contra el asesinato de una adolescente en Argentina, el 19 de octubre de 2016 (Reuters).

Hay feminicidios perpetrados con una brutalidad tal que resulta difícil enunciarlos. Como el de Irma Ferreyra da Rocha, de 47 años, que murió en el hospital después de ser violada con la rama de un árbol, que le provocó graves daños en la vagina y lesiones letales en los intestinos. Murió empalada; desgarrada de dolor. Ocurrió a mediados de diciembre en la provincia argentina de Misiones, y reavivó la conmoción y la indignación de las mujeres argentinas, que, desde la histórica concentración del 3 de junio de 2015, protestan públicamente contra la violencia que, aseguran, sufren desde niñas.

Un horror semejante provocó, en octubre, el asesinato, violación y tortura de la adolescente Lucía Pérez en Mar del Plata. La joven fue violada por al menos dos hombres, torturada, empalada; murió de dolor. Y ese dolor conmocionó a toda la sociedad argentina: fue el detonante de la masiva protesta del 19 de octubre. Ese día, las mujeres protagonizaron una inédita huelga: durante una hora, miles de mujeres abandonaron los puestos en las fábricas y sus labores de cuidado, al grito de “Si mi vida no vale, produzcan sin mí”. Después, se vistieron de negro y salieron a las calles masivamente en ciudades de toda Argentina, pero también de muchos otros países de América Latina y de Europa.

La conmoción y el repudio que provocó el feminicidio de Chiara, una adolescente embarazada que apareció enterrada en el patio de la casa de su novio, fue también el detonante de la primera manifestación masiva al grito de #NiUnaMenos, convocada por un grupo de periodistas feministas. Nadie imaginaba, la mañana del 3 de junio de 2015, que su convocatoria lograría una adhesión tan masiva; ni que, al año siguiente, el 3 de junio se consolidaría como una fecha para exigir el fin de la violencia machista no solo en Argentina, sino en ciudades de todo el mundo. “El éxito de esas marchas fue inesperado, pero eso fue posible porque había una trama que se venía tejiendo desde los territorios”, puntualiza la académica y feminista Verónica Gago.

“Ni Una Menos es, ante todo, un aparato comunicativo, que dice: dejen de matarnos”, explica la socióloga Alejandra Oberti. Hubo quien quiso contestarlo, oponiendo la etiqueta "Nadie Menos". Pero era tarde: se había impuesto una nueva sensibilidad que no solo denuncia los feminicidios, sino que los entiende como una forma de violencia, la más extrema, dentro de un 'continuum' de violencias machistas, desde el acoso callejero al miedo que sufren las mujeres cuando vuelven a casa solas. Por eso una de las pancartas de esas marchas decía: “Al volver a casa quiero ser libre, no valiente”.

El 3 de junio, como el “miércoles negro” del 19 de octubre, pasaría a la historia del movimiento de mujeres en Argentina. Pero el goteo de víctimas sigue, con mayor virulencia que nunca, aunque es difícil discernir si es que ahora esos crímenes son más visibilizados o es que los feminicidas utilizan “la crueldad como revancha” ante los avances de las mujeres, como escribe la periodista Luciana Peker. Sea como fuere, algo está fallando en la respuesta que da el Estado.

“Cultura machista” del Estado

En Argentina, una mujer muere cada 30 horas, asesinada por el hecho de ser mujer. Las cifras las recopilan organizaciones feministas como MuMaLá (Mujeres de la Matria Latinoamericana), que contabilizó 235 feminicidios en los diez primeros meses de 2016. Porque no hay estadísticas oficiales, como demandan estas organizaciones. Exigen al Estado que cumpla su parte: que investigue, documente, sancione y encarcele.

Desde 2009 existe en el país austral una ley para luchar contra los feminicidios, pero no se cumple, al menos no con la prontitud y diligencia que exige la gravedad del caso. La Ley 26.485 prevé una Oficina de Orientación, Derivación y Seguimiento de casos de Violencia que funcione con un abordaje integral, coordinando la acción de policía, jueces, psicólogos, así como la provisión de recursos materiales que se pongan a disposición de las víctimas.

Pero en la práctica, como comprobó la relatora de Naciones Unidas Dubravka Šimonović, que visitó el país el pasado noviembre, existen “deficiencias considerables”, como el hecho de que el Código Procesal Penal federal establece que el procesamiento de delitos sexuales no sea conducido de oficio, lleva a “significar y ver la violencia como un asunto privado” y no público; o la definición legal de violación, que se relaciona con el uso de la fuerza y no con la falta de consentimiento. La relatora, como antes las organizaciones feministas, pidió al Estado una dotación presupuestaria suficiente para el Plan de Acción Nacional 2017-2019, así como una línea de atención a las víctimas que funcione 24 horas al día y 7 días por semana.

Šimonović denunció la “cultura machista” que predomina en Argentina, que se traducen en actitudes patriarcales en las instituciones que deberían proteger a las mujeres, como la judicatura y la policía. Pero algo está cambiando: la movilización de las mujeres, y en concreto el Ni Una Menos, obligó a los medios de comunicación a dejar de referirse a esos crímenes como “pasionales”, aunque, como lamenta Verónica Gago, “siguen operando clichés: desaparece una adolescente y se publica si se fue por propia voluntad, o cómo iba vestida”. Pero, continúa Gago, “se ha logrado un cambio en la percepción cotidiana: es cada vez más intolerable cuando escuchas a un hombre decir ciertas cosas; se modificó el umbral de lo que se puede decir, tolerar, soportar”.

“Pará la mano”

Cada vez más gente se refiere al “acoso callejero” en lugar de al “piropo”. La sociedad en su conjunto comienza a percibir el feminicidio y la violencia sexual como un problema social, y no privado; y se visibilizan las continuidades que van desde el manoseo en el metro hasta los casos de violencia más extrema. Esto se evidencia en las campañas de sensibilización contra el acoso en el transporte público que se han lanzado en los últimos meses, como la que, bajo el hashtag #TransporteLibredeAcoso, auspició en 2015 la organización Acción Respeto para visibilizar el acoso que sufren las mujeres en los autobuses, sobre todo en la hora punta. Y el Consejo Nacional de las Mujeres, también el año pasado, lanzó “Pará la Mano” para prevenir el acoso en los trenes.

Actualmente pueden verse, en el metro de Buenos Aires, los carteles del Gobierno de la Ciudad en los que, bajo el eslogan “eso que no vemos, también es violencia de género”, se denuncia que “las mujeres, cuando viajan en el 'subte' y tren en horarios pico, están pendientes de que no abusen sexualmente de ellas”. Por eso la legisladora porteña Graciela Ocaña presentó un proyecto de ley para que el metro cuente con vagones solo para mujeres en las horas punta, como ya sucede en ciudades latinoamericanas como México DF. Por el momento, la iniciativa no ha tenido éxito. Pero, según la organización Cosecha Roja, el 6% de las denuncias por abuso sexual en Argentina se refieren a episodios en el transporte público.

Hay feminicidios perpetrados con una brutalidad tal que resulta difícil enunciarlos. Como el de Irma Ferreyra da Rocha, de 47 años, que murió en el hospital después de ser violada con la rama de un árbol, que le provocó graves daños en la vagina y lesiones letales en los intestinos. Murió empalada; desgarrada de dolor. Ocurrió a mediados de diciembre en la provincia argentina de Misiones, y reavivó la conmoción y la indignación de las mujeres argentinas, que, desde la histórica concentración del 3 de junio de 2015, protestan públicamente contra la violencia que, aseguran, sufren desde niñas.

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