04 // 02 // 2016

El 4 de febrero, el consultor catalán David Bernat aparecía descuartizado en el río Chao Praya. Artur Segarra, hoy encarcelado a la espera de juicio, es el único imputado por aquel crimen. Pero una llamada a El Confidencial desató una investigación que revela que detrás de ese asesinato hay más implicados, y mucho más de lo que parece…

La víctima:
David Bernat

David Bernat tenía un sueño. Como casi todo el mundo. Aunque, más que un sueño, lo suyo era un objetivo y estaba a punto de alcanzarlo. A todo el mundo le decía que se retiraría a los 40 años con el dinero suficiente para disfrutar a lo grande a partir de entonces. Se paseaba por el sudeste asiático, y sobre todo por Bangkok, hablando de ello. Y quizás ese fue el error: lo repitió en demasiadas ocasiones y donde nunca debió hacerlo. Porque una noche a finales de enero, unos salvajes le arrebataron su sueño, su dinero y su vida. Tenía 39 años, un millón de dólares y el retiro a la vuelta de la esquina.

No era el tipo más popular entre los españoles de Bangkok, pero David Bernat era bien conocido en varios sitios de la capital tailandesa. Y cuando él llegaba a ciertos bares, las chicas que bailaban en barras americanas se bajaban para saludarlo. Dejaban lo que estuvieran haciendo, gritaban su nombre y lo abrazaban. Lo apreciaban, y mucho. Con su sonrisa bonachona, David Bernat llegó a ser en alguna ocasión la estrella de aquel bar del centro de la noche más canalla de Bangkok. Hombre menudo y con los ojos brillantes al caer la noche, nunca le faltaba compañía femenina. Porque no solo se portaba de manera excepcional con unas chicas que habían visto de todo. Se debía, ante todo, a que era un hombre de buen corazón.

En Tailandia, eso no tiene nada que ver con la bondad. Ser “de buen corazón” en estas tierras -lo que en tailandés se pronuncia 'jai dee'- hace referencia a la generosidad: quien más dinero y mejores dádivas ofrece, más demuestra su bondad. Y en eso, en lo de hacer regalos y pagar excelsas facturas, pocos superaban al anfitrión David Bernat.

Bernat se paseaba por Bangkok diciéndole a todo el mundo que se retiraría a los 40 años con un millón de dólares. Ese fue su error

Su cuerpo apareció flotando en el río Chao Phraya el 4 de febrero de 2016. Esparcido en diferentes bolsas de basura. La policía tailandesa, en el primero de muchos despropósitos, aseguró al rescatar cada uno de los pedazos que se trataba de un hombre asiático. Tardaron casi medio día en darse cuenta de que la víctima era aquel español que llevaba unas dos semanas desaparecido.

Las dos noches anteriores a la aparición del cuerpo, algunos de los amigos de Bernat en Bangkok andaban aún preguntando si alguien sabía algo. Explicaban que “uno de los nuestros” se había esfumado sin dejar rastro abandonando sus obligaciones. Pero ya imaginaban que algo no cuadraba. Primero, porque David Bernat era un consultor informático de gran éxito, que estudió en las mejores escuelas y se forjó en grandes empresas. Se agenciaba 1.000 euros por día de trabajo y, si bien la noche le encantaba, en lo suyo era más que responsable. No quería que un desliz le alejara de su sueño. Había, sin embargo, algo más escabroso. Durante su desaparición, la familia de Bernat recibió unos cuantos mensajes en catalán escritos con el teléfono de la víctima, donde decía estar “muy colocado”, pero que por la forma de escribir estaba claro que no fue el consultor quien los escribió.

La conmoción llegó al confirmarse que aquel cuerpo despedazado era el de David. Empezó entonces un aluvión mediático que duró días y que aún colea. Sus conocidos empezaron a hacer cábalas, a desconfiar los unos de los otros y a señalar a cualquiera como posible culpable. Los más cercanos a Bernat señalaron algo que sería importante durante toda la investigación: había, al menos, una persona del círculo íntimo de David Bernat que también había desaparecido. Era uno de los que él llamaba “sus amigos delincuentes”.

Porque Bernat, excelente profesional y tipo muy admirado por los suyos, se había dejado seducir por algo que en su pueblo de Lleida nunca existió. Por la noche del sudeste y los neones de Bangkok. Y en ese idilio se juntó con tipos sin oficio ni beneficio, incluso fugados de la justicia. El coqueteo de un excelente profesional con un lado oscuro que le volvió excesivamente confiado.

El sospechoso:
Artur Segarra

“Se juntaba mucho con un catalán que pasaba apuros económicos”. Palabras de los más cercanos a Bernat, temerosos de que el dinero de su amigo hubiera tentado a alguien en una situación crítica. El catalán era Artur Segarra, uno de “los amigos delincuentes” de David, como el mismo consultor decía cariñosamente. Conocido por muchos en la noche gamberra de Bangkok, Segarra era un tipo que se hacía notar y cuya vanidad le llevaba también a hablar demasiado. Casi todos los que le habían visto alguna vez sabían que era un proscrito de la Justicia española.

Segarra, el tipo de la eterna camiseta del Barça, con su pelo rizado canoso y una mirada furtiva tras sus gafas de pasta. De nombre y apellido catalanes, quería que le llamasen Arturo. Su pasión era la noche de Bangkok, y las mujeres, su mayor adicción.

Al principio, al descubrirse el cadáver de Bernat, nadie señaló a Arturo. Tras el bochorno de haber confundido a la víctima con un ciudadano asiático y ante la enorme explosión mediática del caso, el jefe del cuerpo sacó pecho y dijo que en 48 horas el caso estaría resuelto, y con los presuntos asesinos entre rejas en un tiempo récord. No imaginó cuánto se iba a equivocar.

Porque al inicio de la investigación la policía no tenía dudas de que el asesinato había sido perpetrado por más de una persona. Rápidamente, pudieron dar datos más concretos: entre los responsables había ciudadanos españoles y tailandeses, un grupo de personas a quienes bautizaron como 'la Banda del Toro'. ¿El móvil del crimen? Robarle a Bernat el sueño de su vida, el millón de dólares con el que pretendía retirarse.

Pero al segundo día de investigación, la corazonada de muchos residentes españoles se hizo realidad. Arturo estaba en las noticias y se le acusaba de haber participado en el crimen. Había imágenes donde se le veía llevando en moto a Bernat a su apartamento en Rama 9 y saliendo días después acarreando unas misteriosas bolsas de basura. Se hablaba de pasaportes falsos, de una sesión de tortura en el piso de Arturo, tras lo que se produjo la transferencia de todo el dinero de Bernat a las cuentas del ya para entonces único sospechoso.

Al inicio de la investigación la policía no tenía dudas de que el asesinato había sido perpetrado por más de una persona. Luego pasó a acusar a Segarra en solitario

La policía y los medios de comunicación pusieron en marcha la mayor caza al hombre que se recuerda en Tailandia. Su fotografía estaba en todas las televisiones, portales de internet, periódicos, mientras él recorría ciudades como Ayuthaya, retirando todo el dinero que podía en cajeros automáticos. Cuando la policía llegaba a cada uno de los lugares por donde pasaba, él ya se había largado. Hasta que logró cruzar a Camboya.

Lo que no pudo la policía tailandesa, los camboyanos lo consiguieron en menos de un día. Con algo de ayuda, eso sí, de Joaquín Campos, escritor y propietario de un restaurante en Phnom Penh, la capital camboyana. Y con mucha, mucha suerte.

Meses atrás, el mismo Arturo -que era fan de sus libros- se había presentado en el local de Campos en la capital camboyana y le había preguntado por las 'facilidades' del país vecino a Tailandia para esconderse. Por eso, cuando el nombre de Segarra apareció en los informativos, ya advirtió que el presunto asesino se fugaría a Camboya.

La misma noche en que Arturo cruzaba clandestinamente la frontera, el escritor comentó estos sucesos con dos clientes españoles que cenaban en su restaurante. Al día siguiente, la pareja se dirigió a la localidad costera de Sihanoukville, donde, para su sorpresa, se encontraron con Arturo en un bar. Inmediatamente alertaron a la policía, que detuvo al sospechoso. Cansado y visiblemente derrotado, cargaba con los 30.000 dólares que había podido arañar a los cajeros y buscaba una salida. Era obvio que jamás pensó que le detendrían allí, tras haber logrado esquivar a los tailandeses.

Y la opinión pública tuvo a su monstruo contra el que dirigir su odio.

La noche
del secuestro

El 20 de enero, David Bernat había volado desde Irán a Bangkok para pasar unos días de descanso. Artur Segarra quedó con él ese mismo día: el consultor y el pequeño delincuente se habían hecho cada vez más amigos, o eso pensaba Bernat.

La situación del catalán, que lleva tatuada la Sagrada Familia de Barcelona en su pecho y en su cuello, era crítica. Debía dinero a muchísima gente y consumía más de la cuenta. No probaba el alcohol, pero consumía metanfetamina cada vez con más frecuencia. Según los que le trataron esos días, estaba desesperado.

Aquella noche, Arturo no llevó en su moto a Pridsana Saen-Ubon, la que era su novia, como solía hacer desde hacía varios meses. En su lugar recogió a David y le llevó a su casa, donde, sin que él lo supiera, le esperaba la muerte.

El hecho incontestable es que David Bernat nunca abandonó esa habitación del condominio en el que se le había visto entrar, y que Segarra salió del edificio con grandes bolsas de basura cargadas en su moto

Sabemos que, en ese lugar, empezó un proceso de tortura que duraría varios días, con el objetivo de transferir el dinero desde las cuentas de Bernat hacia las de Segarra. Posiblemente propiciado por el abuso de drogas, los deslices y traspiés por parte del secuestrador (o secuestradores) fueron en aumento: mensajes con errores ortográficos a los bancos de Singapur donde Bernat tenía sus cuentas, una penosa suplantación de identidad por mensajería con la familia de la víctima, y quién sabe qué mas.

El hecho incontestable es que David Bernat nunca abandonó esa habitación del condominio en Rama 9, y que Segarra salió del edificio con grandes bolsas de basura cargadas en su moto. Durante dos semanas, Artur llevó una vida más o menos normal, hasta que un cadáver descuartizado emergió en las aguas del río Chao Praya. Horas después, Segarra iniciaba una huida frenética hacia Camboya.

Una investigación
dudosa

Tras su detención, Arturo pasó una noche detenido en un cochambroso calabozo sin rejas y exiguo en vigilancia en Sihanoukville. Una última velada antes de ser deportado. Allí mismo, de madrugada, recibió la visita de Joaquín Campos.

El escritor condujo en mitad de la noche para arrancarle la que, al final, ha sido la única declaración del detenido por el asesinato de David Bernat. Y cogió a Arturo en frío, aún desestabilizado por su fallido intento de fuga. Sin abogados ni nadie que le indicara qué debía decir.

Y lo que desveló fue inesperado. “Me van a matar como mataron a David”. Sin negar su participación en el robo, Arturo dijo que no podía hablar por temor a represalias. Que el asesinato había corrido a cargo de “los otros”. Pero esas palabras fueron vistas como meras excusas por la opinión pública, como si tratase de señalar hacia otro lado.

No obstante, algo empezó a oler muy mal cuando fue entregado a la policía tailandesa.

Nada más empezar a ser interrogado, el discurso oficial de las autoridades cambió como por arte de magia. Ya no había 'Banda del Toro'. Tampoco tailandeses implicados, ni siquiera otros españoles. Decían -y aún mantienen los agentes- que Arturo lo hizo todo en solitario. Y que tenían pruebas.

En otro país resultaría sorprendente, pero no en Tailandia, donde es muy habitual ver cómo, en cualquier caso mediático, la policía se preocupa sobre todo de encontrar a algún culpable y olvidarse de todos los cabos sueltos. Con Arturo entre rejas, lo más cómodo era decir que lo hizo todo él solito.

El equipo de investigación policial que se encargaba de tomar declaración a aquellos españoles que podían saber algo es un buen ejemplo de esta desidia. Una persona que pasó por la sala describe la escena: “Mientras un tipo dormía delante de los testigos, otro jugaba al 'Candy Crush' [como hacía también Arturo, por cierto, cuando estaba en libertad]. Una chica iba a por cafés y otro agente interrogaba a una mujer casi en edad de jubilarse y le mostraba fotos de Arturo medio desnudo. '¿Fue esta persona a la tienda donde usted trabaja hace dos meses?'. Cara de circunstancias por parte de ella, que no podía acordarse de uno entre cientos de personas que pasan por el lugar donde trabajaba”, una tienda local de herramientas similar a la cadena Leroy Merlín.

La noche de su detención, Segarra declaró: “Me van a matar como mataron a David”. Sin negar su participación en el robo, Arturo dijo que no podía hablar por temor a represalias

“Están más preocupados en demostrar que toda la culpa es de Arturo que en preocuparse de aquellos que pudieron ayudarle”, dijo a El Confidencial otro testigo que pasó por allí. Esta misma persona se sorprendió al ver que los agentes desconocían una foto clave que había sido publicada en toda la prensa tailandesa.

El que fue el abogado de Segarra hasta julio, Worasit Piriyawiboon, ya confesó que a la policía le daba igual que pudiera haber otros implicados: van a por todas contra Arturo. Él mismo opinó que es imposible que una persona fuera capaz de cometer un crimen como ese en solitario. Incluso tuvo alguna riña con el que fue su cliente por negarse a hablar de “los otros”.

Piriyawiboon, además, mostraba en privado una prueba importantísima: la declaración de Pridsana. En esa declaración había un párrafo final que cambiaba todo lo que ella misma había expuesto anteriormente. “Firmar ese párrafo, que ella no redactó, fue la condición que le puso la policía para quedar en libertad y esquivar la cárcel”.

En primavera, la investigación se había dado por concluida. Todo estaba contra Arturo Segarra, y a la mayoría le parecía bien. Incluso muchos de aquellos que nunca dudaron de que debe haber necesariamente otros implicados estaban conformes, mientras Arturo pagase por ello.

El crimen del río Chao Praya fue el más mediático en Tailandia en mucho tiempo. El único caso reciente que había suscitado una atención similar había sido el asesinato de dos británicos en Koh Tao, en 2014. Durante unos días, cuando la policía paraba a un español en Bangkok, bromeaba sobre si era “uno de los buenos” o un compinche de Arturo. Pero tras un mes, como suele pasar, la atención cayó en picado y pronto ya nadie se acordaba de aquello.

En España, la versión de Segarra como único culpable cuajó pronto, y solo algunos inconformistas, como Joaquín Campos, buscaron otras hipótesis. El consulado español pedía a aquellos que sabían algo que se callaran, por respeto a la memoria de Bernat y para proteger su imagen. Parecía que el asunto iba a morir ahí.

La trama al detalle

Y de repente, una llamada
lo cambió todo...

Una llamada
sorpresa

Una tarde de mayo, el teléfono sonó en la redacción de El Confidencial:

- Hola, ustedes son quienes han publicado el artículo sobre turistas muertos en Tailandia, ¿verdad?

Al otro lado de la línea, la persona sonaba muy nerviosa. Uno de nuestros reportajes, sobre el silencio mediático que rodea a la muerte de extranjeros en suelo tailandés para no arruinar el turismo, había llamado su atención. Nos dijo que tenía información sobre el caso, y que tal vez nosotros podríamos hacer algo con ella.

Pronto se hizo evidente que conocía a varios de los implicados en la trama. Aunque nunca se identificó, ofreció algunas claves sobre el caso que El Confidencial pudo confirmar posteriormente de forma independiente. La nueva hipótesis casaba a la perfección con la frase de Segarra en la prisión camboyana. Habían sido “otros” quienes ayudaron en el secuestro y en el robo. Y los que luego arrebatarían la vida a Bernat.

Artur Segarra contactó con varios españoles en sus primeros meses en Tailandia. Un país que, por su desenfado sexual y por lo mal que funciona la justicia en esos lares, atrae a delincuentes con asuntos sin cerrar y otros personajes sospechosos. Fue en sus primeros tiempos en Asia cuando el entonces poco más que un criminal de poca monta, buscado por estafa en Cataluña, entró en contacto con un grupo de españoles que se mueven con tailandeses y que se dedican a la extorsión y el narcotráfico. Además, este grupo tiene lazos con las altas esferas policiales e incluso militares, siempre según las fuentes.

Era evidente que el confidente conocía a varios de los implicados en la trama. Aunque nunca se identificó, ofreció algunas claves sobre el caso que El Confidencial pudo confirmar posteriormente

Bravucón y excesivamente confiado, Arturo empezó a verse más y más con estos personajes al mismo tiempo que quemaba el dinero con el que había llegado desde España. Y no tardó en empezar a hablar de nuevos golpes, como atestiguan muchos de los que trataban con él en esa época. “Preparo algo que me puede agenciar hasta 200.000 dólares”, dijo en varias ocasiones. En algunos casos fue más allá y le dijo a más de uno que la idea era robar a “un tonto” que era amigo suyo. Su bajeza era tal, según aquellos que se toparon en su camino, que sus más potenciales víctimas eran aquellos con quienes se juntaba.

Según esta vía de investigación, Segarra, desesperado y con poco más que calderilla en el bolsillo, planeó junto a esta banda de extorsionadores un golpe contra un David Bernat que creía ser su amigo. El día en que llegó, Arturo quedó con él y lo convenció para ir a su casa. Allí esperaba más gente, y desde el principio se ha sospechado que quien ahogó a Bernat hasta provocarle la muerte no fue el único acusado hasta ahora.

Es significativo que las cámaras en la puerta del edificio donde vivía Segarra lo captasen a él entrando con Bernat y saliendo con bolsas de basura, mientras que la que había justo delante de la entrada a su apartamento, curiosamente, estaba dañada. Y explicaría el cambio de postura de la policía tailandesa a la hora de negar la existencia de la 'Banda del Toro' y atribuirle todo al catalán.

Artur Segarra es, según muchos confidentes, un tipo malvado y sin escrúpulos. Capaz de lo peor por arañar un puñado de billetes a aquellos con quienes se junta. Su implicación en el crimen parece ser total, y pocos dudan de que se merece que caiga sobre él todo el peso de la justicia. La idea de robar a Bernat, precisamente, se basa en algo que ya trató de poner en práctica con otros residentes de Bangkok. La misma banda de españoles y tailandeses con quienes se juntaba cuenta con varios expolicías, con los que Arturo quería engañar a amigos de la noche colocándoles pastillas de metanfetamina para luego cobrar 'mordidas'.

Sin embargo, hay demasiados aspectos que no encajan. Entre los que le conocen, una idea se repite una y otra vez: Arturo es una mala persona, pero no da el perfil de un asesino. Y lo que la investigación parece indicar es que él nunca fue el cerebro de toda la operación. Más bien era, dicen, el chico de los recados de gente muchísimo más peligrosa.

La banda de la
Cabeza de Toro

El crimen de David Bernat conmocionó a la comunidad de españoles en Bangkok. Todo lo que giraba a su alrededor provocó una histeria y una paranoia colectiva que aún perdura. En los últimos meses, después de que El Confidencial publicase los primeros datos de su propia investigación, han ido apareciendo muchos confidentes queriendo aportar información. Algunos de ellos están muy molestos por la despreocupación de las autoridades. Incluso hay residentes que critican fuertemente al consulado español por mantenerse al margen de la investigación. Hay varias personas que supieron que existía un plan para desvalijar a Bernat, meses antes de que este desapareciera. Sin embargo, ¿por qué nadie avisó a la víctima si realmente tanta gente sabía lo que iba a ocurrir?

El miedo es clave en toda esta historia. Quienes han aportado información temen represalias: la gente con la que se juntó Artur Segarra es muy peligrosa y posee conexiones con las altas esferas de los cuerpos policiales de Bangkok. Pero más allá de varias pistas falsas y de numerosas elucubraciones, varias personas, que exigen anonimato, han aportado pruebas y declaraciones sobre lo que realmente le sucedió a David Bernat.

Parte de la historia empieza en la discoteca Climax de Bangkok, popular lugar de encuentro de muchísimos hombres españoles en la capital tailandesa y donde el presunto asesino oficial pasaba casi cada noche aferrado a una botella de agua y buscando a quién llevarse a la cama. Públicamente, la víctima y el acusado fueron vistos en numerosas ocasiones en ese local.

Pero donde se planeó todo no fue allí, sino en la ciudad antigua de Bangkok. Entre las personas que formaban parte de esa banda de españoles y tailandeses, había dos catalanes que fueron clave en todo el asunto. Ellos mismos fueron los que le dieron el nombre a su banda. La Banda de la Cabeza de Toro.

Cuando la policía tailandesa hablaba de esa 'Banda del Toro' nada más iniciar sus pesquisas, no fue una invención nacida en los despachos del cuerpo y de la que luego se retractaron. Esta Banda de la Cabeza de Toro, según los confidentes de El Confidencial, se habría dedicado a la extorsión y, sobre todo, al narcotráfico con metanfetamina, la droga más común del sudeste asiático y que tiene enganchados a decenas de miles de personas en Tailandia. Arturo, quien siempre había fanfarroneado de no tomar una gota de alcohol porque necesitaba estar lúcido en todo momento, se volvió adicto a fumar metanfetamina y a consumir pastillas rojas de 'ya ba', la versión más edulcorada y mezclada con cafeína que usan muchos tailandeses de escasos recursos. Se había vuelto despistado y confiado en su descenso a los infiernos, propiciado por la escasez monetaria y las drogas.

Más allá de las fiestas y de las sesiones de consumo, Segarra empezó a seguirle los pasos a una persona que le ofreció posibles negocios en lo único que había sabido hacer en su vida: estafar. Le convenció para que comenzase a buscar a personas con pocos recursos y a ofrecerles que se abriesen cuentas bancarias, donde recibirían ingresos que incluirían una comisión. El mismo Arturo empezó a abrir cuentas a su nombre para recibir allí dinero procedente de actividades delictivas.

Otros confidentes hablan de que la misma banda estuvo envuelta en otras actividades, como el tráfico de personas y de pasaportes. No hay ninguna prueba concreta de que eso sea así, si bien tras el atentado de Erawan la policía tailandesa desarticuló una red de falsificación de pasaportes que desembocó en un mayor control de visados. Curiosamente, los pasaportes españoles fueron los más investigados, e incluso hubo un aumento de la denegación de visados de larga residencia a documentos que llegasen de España.

En el grupo había dos catalanes que fueron clave en todo el asunto. Fueron quienes le dieron el nombre a su banda. La Banda de la Cabeza de Toro

Joaquín Campos, quien ha conversado con muchos informantes y no ha dejado de investigar pese a las muchas amenazas recibidas, va un paso más allá y habla de esa posible persona a la que Arturo empezó a emular y para quien empezó a 'trabajar'. Algunas de sus fuentes señalan a un catalán con fuertes lazos, incluso familiares, con el poder militar tailandés. De estatura menuda, consumidor habitual de metanfetamina y altas dosis de alcohol. Y quien, presuntamente, planeó todo junto a Segarra. Uno de sus principales 'socios' es otro catalán, miembro también de la Banda de la Cabeza de Toro y experto en falsificaciones, que se ocuparía de la documentación con la que sus miembros ayudarían a introducir a inmigrantes ilegales, que viajan hasta Tailandia sin necesidad de visado, en terceros países como Japón.

Bernat también se había encontrado en numerosas ocasiones con esta persona, fascinado por su extravagante manera de vivir, tan alejada de lo que había sido su propia vida. Terceras personas dicen haberles visto en lugares alejados de Climax, como el Gekko Bar de Bangkok.

En los últimos meses, Arturo había cambiado a una joven universitaria bastante jovial y algo embobada por una joven con mucho que ocultar, Pridsana. Mientras la antigua novia se asustaba cuando su Arturo le decía que quería que ella se abriese cuentas y que buscaba la manera de mover pasaportes falsos, Pridsana le animó a menudear con pastillas. A que fuese a Climax, donde las drogas están totalmente prohibidas, a pasar anfetas. Y siendo además un extranjero, en total desventaja en un país muy celoso con los suyos y donde las mafias no quieren intrusos.

En las semanas previas a la llegada de Bernat, Arturo ya había intentado poner en marcha su plan para robar a aquellos que le consideraban un amigo de la noche. El catalán que le ofrecía aquellos 'trabajitos' le habría ofrecido la posibilidad de usar a sus expolicías para hacerse pasar por agentes. Según el relato de fuentes muy cercanas a Arturo, el plan era que él y algún amigo adinerado fueran atrapados por estos supuestos mafiosos y les pidieran dinero tras haberles plantado droga en un bolsillo.

Pero con Bernat, la cosa iba a ir mucho más allá. Siempre se ha dicho que Arturo lo convenció para ir a su casa con la excusa de cualquier fiesta privada, pero otras fuentes avisan de que la estrategia iba más allá. Que supuestamente fueron a casa de Segarra tras haberse visto con algunos falsos policías que, tras extorsionarles con un pequeño alijo de droga, les reclamaron una transferencia de urgencia. Arturo habría ofrecido a su víctima ir a su casa y hacer el envío desde su ordenador. Con las cuentas de Bernat, ya que él no tenía dinero.

Las fuentes de El Confidencial creen que aquel catalán que usaba a Segarra para sus recados estaba esperando junto a un tailandés escondidos en el apartamento de Bernat. Fue él quien dirigió la tortura del consultor. Hay indicios de que podía haber otro individuo más que hacía las veces de 'hacker', puesto que la operación informática incluyó un cifrado de datos que, aun siendo bastante chapucero -como pronto descubrió la policía-, estaba fuera del alcance de los demás implicados en la trama.

Los cabos
sueltos

Muchos se preguntan: ¿puede alguien ser tan corto de miras ante un delito así como para transferir todo el dinero a sus cuentas corrientes sin pensar en las consecuencias? Hay quien achaca esa prepotencia y despreocupación al consumo de metanfetamina. Pero alguien que comete un error así, ¿deja luego impoluto el lugar del descuartizamiento y sin más pruebas que un diminuto resto de sangre fortuito dentro de una tubería, que es lo único que la policía encontró -días después del primer registro- en el apartamento de Segarra? Por no mencionar lo difícil que es transferir un millón de dólares guardados en un banco de Singapur con únicamente un portátil y desde una habitación de Bangkok.

En la versión oficial, el mismo tipo maquiavélico que logra seducir a alguien que era todo lo contrario a él, y que consigue hacerse con el dinero y acabar supuestamente con la vida de una persona que le brindó su confianza, no piensa luego que si lanza unos restos humanos en bolsas de basura al río sin siquiera una piedra dentro, aquello sale a flote. Algo no cuadra en las incoherencias entre el supuesto plan maestro de un estafador que hasta entonces no parecía haber matado a nadie y los terribles fallos que acabó cometiendo.

Tailandia ha juzgado a Artur Segarra y se espera sentencia. Para la justicia, es el único implicado: desde que fue capturado por los camboyanos y devuelto a Bangkok, la teoría de la Banda del Toro se ha desvanecido. El abogado Piriyawiboon ya dijo que él tenía la clave, pero que, seguramente, si hablaba acabaría muerto. Y que a la policía no le interesa reabrir el caso, puesto que la justicia en este país funciona de otra forma.

Tras meses de investigación, lo que parece haber quedado claro es que hay muchísima gente que sabe demasiado. Más allá de los desvaríos de alguno y de los fantasmas de otros, hay personas muy cercanas a Arturo que conocen muchos detalles y cuyos testimonios han quedado en el limbo.

El deseo de justicia por atrapar a quienes pueden estar envueltos en este crimen se ahoga en el miedo, que silencia a unos y sirve de excusa para otros

Obviamente, el miedo pesa, y mucho, en todo ello. Si la Banda del Toro es real, tal y como la han descrito varios confidentes, los motivos para temer represalias son reales. Y Tailandia es un país donde darle un susto -o algo peor- a alguien es barato y sin graves consecuencias.

Hay personas como Pridsana, la que fue última novia de Arturo, que saben más de lo que cuentan. Ella sigue en la calle, la han vuelto a ver por los lugares habituales prostituyéndose -por precios elevados para las tarifas tailandesas- y pasando metanfetamina. Algunas fuentes señalan que es por el trato que tiene con un expolicía y jefe de seguridad de varios locales tailandeses.

Otros residentes en Tailandia y visitantes habituales se estremecen al conocer que compartieron mesa con delincuentes. Y quienes saben más de la cuenta temen lo que pueda ocurrir si algo que salga a la luz se les pueda atribuir a ellos. Y es que el deseo de justicia por atrapar a quienes pueden estar envueltos en este crimen se ahoga en el miedo. El mismo miedo que silencia a unos, y que sirve de excusa para otros. El miedo que sintió David Bernat cuando vio que sus 'amigos delincuentes' eran verdaderos criminales, pero no precisamente amigos.

Miembros de la Policía Nacional española y de los Mossos d’Esquadra familiarizados con el caso han manifestado en privado que todo apunta a que, cuando menos, gran parte de lo narrado tuvo que ser así. Desgraciadamente, y aunque hay mucho por investigar, la policía tailandesa tiene a su perfecto culpable con el que cerrar un caso difícil y puntilloso. El otro actor que algo podría hacer es el consulado español, y los cuerpos policiales nacionales apuntan directamente a sus colegas de Bangkok como quienes han de seguir en ello.

Porque el consultor catalán no cometió ningún delito. Aunque algunos, desde el consulado de Bangkok, le hayan menospreciado en público por disfrutar de las pasiones que ofrece Bangkok, y que jamás le hicieron peor persona. Porque David Bernat siempre fue uno de los buenos. Y algunos de los malos, parece, siguen campando a sus anchas.