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De combatiente en Colombia a senador: "Los guerrilleros deben participar en política"
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De combatiente en Colombia a senador: "Los guerrilleros deben participar en política"

Cojea y habla con dificultad. Son las secuelas de un atentado. En su día fue el número dos del M19. Defensor del acuerdo con las FARC, para muchos es un ejemplo de cómo puede reciclarse un guerrilero

Foto: El senador colombiano Antonio Navarro Wolff, antiguo guerrillero del Movimiento 19 de Abril (M-19), durante una entrevista en Santiago de Chile (Efe).
El senador colombiano Antonio Navarro Wolff, antiguo guerrillero del Movimiento 19 de Abril (M-19), durante una entrevista en Santiago de Chile (Efe).

El senador Antonio Navarro Wolff (San Juan de Pasto, 1948) cojea y habla con dificultad. Son las secuelas de un atentado contra su vida perpetrado con una granada de mano. La acometida tuvo lugar en mayo de 1985. El ahora político estaba sentado tranquilamente en una cafetería de Cali cuando, de súbito, el mundo le cayó encima. Una esquirla le afectó el nervio motor de la parte izquierda de la lengua. El artefacto también le destrozó una pierna. Gabriel García Márquez colaboró para hacer posible su traslado y tratamiento en un hospital mexicano. Probablemente eso le salvó la vida. En un hospital colombiano habría sido rematado por algún pistolero.

¿Por qué se tomaría alguien tantas molestias para asesinar a un hombre con pinta de no haber roto un plato? A veces, las apariencias engañan. Navarro Wolff era una de las personas más reprobadas en la Colombia de los 80. El hoy senador estaba en aquella época al otro lado del conflicto armado colombiano: era uno de los líderes del M19, un grupo guerrillero desaparecido en 1990 tras un acuerdo de paz con el Gobierno: “Nosotros comprendimos la inutilidad del alzamiento armado para conseguir resultados políticos. Las FARC pensaron en ese momento que estábamos equivocados. Nos lo dijeron. Y 26 años después yo pienso que ha llegado a la misma conclusión a la que llegamos nosotros”, explica Navarro Wolff en una entrevista con El Confidencial.

'Yo pido perdón por la equivocación del M-19 en la toma del palacio, pero no participé directamente en ella. Quienes participaron están todos muertos'

El político llegó a ser número dos de esa guerrilla. Hoy es uno de los mayores defensores del acuerdo para una solución al conflicto armado alcanzado en La Habana entre el Gobierno colombiano de Juan Manuel Santos y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), rechazado en el referéndum popular del 2 de octubre. Ese pacto fue rubricado de nuevo el pasado sábado, incluyendo algunos cambios importantes requeridos por quienes apoyaron el 'No' en el plebiscito: “Hubo mucha confusión. Era un acuerdo de paz tan complejo, tan largo (257 páginas) que hubo mucha gente que no sabía qué decía y creyó en elementos que lo confundieron”, comenta sobre el resultado del referéndum.

"Los guerrilleros deben participar en política"

Navarro Wolff es también, para parte de los colombianos, un ejemplo de cómo los guerrilleros pueden reciclarse con éxito en la política. En los últimos 26 años al excombatiente le ha dado tiempo a ser padre de la Constitución de 1991, ministro de Salud, alcalde de Pasto, gobernador del departamento de Nariño, diputado y senador, ganando varios premios al mejor gestor.

Defiende a ultranza la participación de los exguerrilleros en la política: “la esencia fundamental de un acuerdo es el desarme de los guerrilleros a cambio de que puedan participar en política. Sin eso, no hay acuerdo. Los que fuimos guerrilleros nos alzamos en armas para conseguir objetivos políticos. Si el alzamiento no es eficaz para conseguirlos, tiene que haber un mecanismo alternativo, y esa es la democracia”, comenta.

Santos firmó en el acuerdo de La Habana otorgar por ley a la guerrilla diez sillas en el Congreso en las próximas dos legislaturas, aunque no alcancen el número suficiente de votos en las elecciones: “Los líderes tienen que poder ser candidatos. No puede ser que no lo sean”, reflexiona el senador, dejando la puerta abierta a alguna revisión del tratado. Ese es uno de los puntos más complicados del acuerdo. Son muchos los colombianos que no quieren ver al líder de las Farc, Rodrigo Londoño, alias ‘Timochenko’, sentado como diputado.

Foto: Carlos, el único médico del campamento, limpia su fusil junto con varios de sus compañeros (Aitor Sáez)

El punto de participación política es, en cambio, el menos tocado del nuevo acuerdo. Los guerrilleros condenados por delitos graves seguirán pudiendo presentarse a política. Las FARC renuncian, a cambio, a financiación especial de su nuevo movimiento político. Les estará, además, prohibido presentarse a las elecciones para ocupar los 16 asientos especiales en el Congreso reservados a las zonas más afectadas por el conflicto.

El Senador no cree, en cualquier caso, que los colombianos vayan a votar en masa a las FARC: “Aquí el apoyo público es directamente proporcional a la voluntad de paz que le vean a la guerrilla ante a las dificultades que se presenten en el proceso. Si hubiera ganado el sí en el plebiscito, podrían conseguir alrededor de un 3% a un 5% del voto popular. Veo la oportunidad de que les vaya mejor si entienden que deben ayudar a resolver este asunto haciendo concesiones”.

Una guerrilla nacionalista

El ahora político del pequeño partido socialdemócrata Alianza Verde ha llegado a ser condecorado por las Fuerzas Militares, un hecho sin precedentes en el país. En septiembre le otorgaron la medalla José Hilario López, dedicada a los funcionarios que honran con sus actuaciones el respeto y la dignidad humana. No es un premio baladí. Llamó la atención en Colombia al ser entregada a un exguerrillero del M-19. El grupo subversivo nació en 1970 a raíz de las elecciones, consideradas fraudulentas, en las que el conservador Misael Pastrana se impuso al general Gustavo Rojas Pinilla, un candidato fuera del control de los dos partidos tradicionales que se turnaban en el poder en aquella época.

El M-19 alcanzó la fama en 1974, con el robo de una de las espadas de Simón Bolívar. Fue entonces cuando Navarro Wolff decidió entrar al grupo. Curiosidades del destino, fue el ahora senador quien devolvió el arma, en 1991, tras su desmovilización. La guerrilla basó parte de su operativo en el secuestro. Fue perseguida por ello, además de por el Estado, por el grupo paramilitar Muerte a Secuestradores, promovido por el líder del cartel de Medellín, Pablo Escobar. Hicieron un primer intento de dejar las armas a principios de los 80. Sectores opuestos al acuerdo en ambos bandos, así como un reguero de treguas y condiciones incumplidas, dieron, sin embargo, al traste con la operación.

A los guerrilleros les habían prometido amnistía. Navarro Wolff hace un paralelismo con la situación actual: “No porque a uno le perdonen o no sus crímenes va a haber un acuerdo de paz. Esa es una condición necesaria, pero no es la esencial que lo lleva a uno a pactar. En el M-19 recibimos una amnistía entonces y no se desarmó nadie. Las FARC están armadas porque tienen una concepción política y una línea de acción”.

Impunidad

El acuerdo con las FARC ha sido criticado porque incluso quienes confiesen crímenes de lesa humanidad podrían librarse de la cárcel admitiendo sus crímenes ante un tribunal. Tendrían penas privativas de la libertad de cinco a ocho años, pero encaminadas a trabajos para reparar a las víctimas. Esa decisión es duramente criticada por quienes reniegan de los acuerdos de La Habana, incluso habiendo sido ahora matizada con la restricción efectiva de libertad para los condenados, dentro de una zona veredal acotada. No era, sin embargo, un debate cuando se le ofreció al M-19: “en aquella época nadie discutía que eso era necesario”, explica Navarro Wolff.

Esa concepción ha cambiado ahora en la opinión pública: “Las FARC tienen una imagen mucho más mala de la que tenía en ese momento el M-19. Si ellos hubiesen hecho un cese unilateral del fuego desde un principio, hubieran desmontado las precauciones de la sociedad. Habría sido un proceso con menos discusiones si desde el principio se hubieran dedicado a ganarse a la opinión pública. Tardaron mucho en entender eso y mientras tanto se había consolidado una opinión desfavorable”, comenta con respecto a los acuerdos de La Habana. “Durante tres años quisieron mejorar su posición negociadora haciendo actos de demostración de fuerza y eso les pasaba factura en su imagen pública”.

El M-19 no fue siempre tan popular. El capítulo más oscuro de su historia tiene fecha: el seis de noviembre de 1985. Mientras Navarro Wolff se recuperaba de sus heridas en La Habana, tras ser herido con la granada, 35 de sus compañeros entraron en el Palacio de Justicia y retuvieron a cerca de 350 rehenes, en una operación que se sospecha que estuvo financiada por Escobar, algo nunca probado por la Justicia. Navarro dice ignorar si fue así. Estaba fuera de la línea de mando en aquella época. Pero sí cree que el M-19 actuó para hacer propaganda política, y se equivocó. Hasta 98 personas perdieron la vida en los combates posteriores y los tres incendios que se produjeron.

"Pido perdón por la toma del palacio"

“Yo pido perdón por la equivocación del M-19 en la toma del palacio, pero no participé directamente en ella. Quienes participaron directamente están todos muertos”, asegura. También las Farc han pedido perdón personalmente a centenares de sus víctimas en los últimos meses. Muchos de los colombianos que votaron No en el plebiscito dicen no creerse esos actos. Navarro matiza: “Siempre existen perdones institucionales. Al fin y al cabo quienes están pidiendo perdón no fueron quienes cometieron directamente los actos más reprochables. Es como cuando al Estado le piden perdón y sale el presidente pidiendo disculpas por lo que hizo el presidente de hace diez años”, comenta.

“A mí sí me gustaría que pidiera perdón quien tiró los cilindros explosivos en Bojayá (entre 79 y 119 civiles refugiados en una iglesia fueron asesinados por un proyectil lanzado por las FARC en 2002) y no el jefe de ese Frente que seguramente no participó en esa operación de manera directa. Pero de todas formas el que asuman la responsabilidad de pedir perdón ya es una comprensión de que el camino del alzamiento armado no era el apropiado”.

Él dice haber tenido que perdonar también: “Casi me matan y yo sí sé quiénes fueron. Aquí a esta oficina vino una persona que participó en el atentado, una persona de base. Y me lo contó todo. Me dijo que quería ser testigo en algún proceso penal contra quienes habían dado la orden. Yo le dije que no me interesaba, porque no me iba a crecer la pierna ni iba a volver a hablar con claridad. Yo ya había perdonado. Unos años después, uno de quienes él mencionó resultó estar trabajando conmigo. Esa persona no sabía si yo sabía quién era, pero lo sospechaba. Yo no le dije nada, y trabajamos juntos. Sí se puede”.

Hay cosas, sin embargo, que no olvida: “Nosotros debimos haber firmado un acuerdo de paz en 1982”, admite. “Es lo único que tal vez no me perdono. Estaría vivo todo nuestro liderazgo. Llegamos a la conclusión de que debíamos seguir alzados en armas y nos equivocamos”. No está de acuerdo, eso sí, con quienes todavía abogan por derrotar militarmente a las FARC: “Esa guerrilla puede prevalecer como grupo armado durante muchos años más. El conflicto ha ido moviéndose hacia zonas marginales, rurales y lejanas donde es muy difícil que llegue el Estado, y además se ha alimentado por unas economías ilegales que no son fáciles de reemplazar, como la coca y la minería ilegal”, reflexiona.

Por eso ve como indispensable la solución del conflicto por la vía del acuerdo. El Gobierno debe decidir en los próximos días cómo va a refrendar el nuevo pacto. También hasta qué punto va a tomar en consideración posibles quejas de los sectores defensores del 'No' en el plebiscito, encabezados por el ex presidente Álvaro Uribe y respaldados por buena parte de la población. Se acercan días decisivos para el futuro de Colombia.

El senador Antonio Navarro Wolff (San Juan de Pasto, 1948) cojea y habla con dificultad. Son las secuelas de un atentado contra su vida perpetrado con una granada de mano. La acometida tuvo lugar en mayo de 1985. El ahora político estaba sentado tranquilamente en una cafetería de Cali cuando, de súbito, el mundo le cayó encima. Una esquirla le afectó el nervio motor de la parte izquierda de la lengua. El artefacto también le destrozó una pierna. Gabriel García Márquez colaboró para hacer posible su traslado y tratamiento en un hospital mexicano. Probablemente eso le salvó la vida. En un hospital colombiano habría sido rematado por algún pistolero.

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