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'Gracias, EEUU': reflexiones sobre la gran potencia que desmontan estereotipos
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'Gracias, EEUU': reflexiones sobre la gran potencia que desmontan estereotipos

Un país innovador, una tierra de oportunidades y pragmatismo. Pero también de racismo, violencia y consumismo, el reverso del sueño americano. Es la visión, desde la experiencia, de Ramón Rovira

Foto: Estadounidenses caminan en un día de invierno por Times Square, Nueva York (Reuters).
Estadounidenses caminan en un día de invierno por Times Square, Nueva York (Reuters).

Cuando en 1996, Ramon Rovira aterrizó en los EEUU como corresponsal de TV3 en Washington, comenzó a vivir la que describe como la mejor época de su vida profesional. Su estancia en el país, hasta poco antes de los atentados del 11-S, coincidió con la prosperidad del segundo mandato de Bill Clinton y con los primeros meses de la presidencia de George W. Bush, después de una victoria polémica sobre Al Gore. Durante esos años, el periodista fue testigo de un país innovador y poderoso a todos los niveles, una tierra de oportunidades, creatividad, pragmatismo y espectáculo, pero también de desigualdades, racismo, violencia y consumismo, el reverso del sueño americano. El libro 'Gracias, Estados Unidos. Luces y sombras de la primera potencia mundial' (Plataforma Editorial) constituye una reflexión sobre un país tan complejo desde una perspectiva personal y la experiencia adquirida. El Confidencial entrevista al autor y ofrece un fragmento de la obra.

PREGUNTA: Bajo los pilares que, en su opinión, definen EEUU -la libertad y la democracia- brotan numerosas sombras, ¿Cuáles le han llamado más la atención durante sus años como corresponsal en la primera potencia del mundo?

RESPUESTA: La resolución final de las elecciones presidenciales del año 2000 que enfrentaron a George W. Bush con Al Gore no fueron el ejemplo más edificante de separación de poderes y de respeto a la democracia. Los recuentos de votos en el estado de Florida que con sus 25 delegados era determinante para proclamar el vencedor, estuvieron envueltos en una madeja de sospechas y irregularidades en buena parte propiciadas por el hecho que el hermano de uno de los candidatos Jeb Bush, era gobernador del estado y la persona que controlaba el proceso Katherine Harris, su mano derecha. La decisión final del Tribunal Supremo que por un solo voto decidió en favor de Bush decidió unos comicios, hizo que todavía hoy planeen muchas dudas sobre quien fue el vencedor real.

P: ¿Y en cuanto a las luces?

R: La meritocracia y el respeto por el esfuerzo personal. Estados Unidos es un país que premia la iniciativa, la creatividad y el riesgo. Cuando esto redunda en un enriquecimiento licito y legal , no suele despertar comentarios injuriosos dudando de su honorabilidad, sino admiración que puede convertirlo incluso en un símbolo social, en todo caso muy lejos de la envidia que se genera en otros pagos. Creo que en parte, esto deriva de las raíces religiosas calvinistas que profesa la mayor parte de la población y que relacionada la riqueza con el trabajo y el sacrificio.

P: La Constitución de EEUU otorga al presidente amplios poderes. Usted ha bautizado como "Poder absoluto" un capítulo dedicado a las personalidades que han ocupado el Despacho Oval ¿Realmente reside en la Casa Blanca el poder absoluto? La férrea resistencia a ciertos proyectos del presidente Obama invita a pensar lo contrario...

R: Estados Unidos es una república presidencialista donde la cúpula máxima del poder lo ostenta el presidente. Es el comandante en jefe del ejército y en su expresión última, el responsable de activar el botón nuclear. Pero los padres fundadores establecieron un sistema de escollos que establece límites al poder presidencial. El poder judicial y especialmente el Tribunal Supremo, última instancia e inapelable, y el Congreso bicameral con sus comisiones de investigación constituyen dos contrapoderes determinantes para la vigilar al presidente. Por otra parte los senadores y congresistas a pesar de estar adscritos a un partido, no tienen disciplina de voto y es frecuente que decidan en función de intereses u opiniones que tienen poco que ver con lo que conviene al presidente o a su formación. El ejemplo reciente de la investigación sobre la posible implicación de Arabia Saudita en el 11-S, es una muestra perfecta de la prioridad que los legislativos dan a los intereses de las victimas frente a la salvaguarda de las relaciones con un aliado fundamental como es el reino alauí.

P: Usted habla de los 'born again' como un precedente de Donald Trump, ¿cómo explica esa evolución de los grupos ultrareligiosos hasta un candidato que ha convertido la carrera por la nominación republicana y la propia campaña en un 'reality show'? ¿Qué ha pasado en el Gran Viejo Partido?

R: Los 'born again' de los 90, a pesar de su radicalismo, eran un pálido precedente de los ultra conservadores que hoy dominan el partido Republicano. La explicación de la progresiva derechización del partido republicano creo que hay que buscarla en el rechazo que en su día provocó la elección de un candidato negro como presidente. Algunos sectores del partido de los estados de la América profunda y donde el germen racista todavía existe, nunca lo aceptaron de buen grado. Pero mucho más importante es sumar a esto el papel cada vez más relevante de los grupos ultra religiosos que han impuesto un discurso extraordinariamente conservador donde se admite negar la teoría de la evolución en las escuelas. Además lobbys como la NRA, la Asociación Nacional del Rifle, que ven amenazada su supremacía en favor de las armas, también han radicalizado su discurso. Sin olvidar al Tea Party que ha evolucionado como un tractor fundamental para que los candidatos consigan fondos para sus campañas a cambio de aceptar sus postulados ultra conservadores. En resumen, el partido Republicano está buena parte en manos de estos sectores y esto, aparte de generar una profunda división interna explica el ascenso de personajes como Donald Trump.

P: ¿Cómo ha cambiado EEUU desde 2001? Me refiero a hechos como el drástico cambio demográfico -que tanto influye ya en los procesos electorales- o a las transformaciones en política exterior...

R: El 11-S supuso la pérdida de la inocencia de los norte americanos. Nunca habían sufrido un ataque en su territorio continental de esta magnitud y les costaba entender el odio que generaban en algunos países o grupos. Pero sobretodo ha dejado un poso de miedo y desconfianza ante la posibilidad que una acción de esta magnitud se pueda repetir en el futuro. Esto avala planteamientos de ley y orden sobretodo en los sectores menos ilustrados de la sociedad. También explica el recelo ante lo desconocido. Y nada mas desconocido que los inmigrantes. Por ello, barbaridades como la propuesta de construir un muro en la frontera entre México y los Estados Unidos de Trump, no tenga un rechazo absoluto y incluso se considere un activo de su candidatura. Pero el efecto sobre las elecciones puede ser determinante porque uno de los swing states es Florida, donde sus delegados pueden ser como paso en el 2.000, determinantes para elegir al nuevo presidente. Y en Florida una gran parte de la población es latina.

P: ¿Cómo imagina unos EEUU bajo la batuta de Donald Trump?

R: Me cuesta mucho imaginarlo porque si ganara las elecciones supondría el fin del paradigma que hasta ahora ha determinado los comicios presidenciales americanos. Trump ha roto todos los esquemas y ha destruido el libro de ruta del candidato cuando ha insultado y maltratado los sectores que se movilizan cada elección para decantar el resultado final. Mujeres, latinos, negros, militares, homosexuales, periodistas, jueces… todos han sido víctimas de su verborrea imparable. Lo lógico es que estos grupos tomen revancha y hagan apología de su contrincante Hillary Clinton. De hecho creo que si Trump no existiera Hillary debería haberlo inventado.

P: ¿Perderá algún día EEUU su papel de gran potencia? ¿Qué efectos tendría semejante cambio a nivel global?

R: Como decía Astérix, algún día el cielo caerá sobre nuestras cabezas. Pero esto no pasara mañana. Seguro que la súper potencia un día dejara de serlo y que alguien tomara el relevo como ha pasado con los grandes imperios de la historia. Pero mi opinión es que esta no es una posibilidad cercana ni deseable. En el mercado de las opciones las alternativas actuales o no son suficientemente solidas o no son de fiar. La más deseable, Europa está inmersa en una crisis agravada por la deserción británica y por la falta de un pilar militar, China está muy lejos de ser un referente para las libertades y la democracia. Lo mismo que la Rusia del ex KGB Vladimir Putin, empeñada en reverdecer los viejos tiempos pero con pies de barro económicos y una hoja de servicios en derechos humanos y calidad democrática, cuestionable. Por tanto, visto lo que hay y admitiendo que no es la panacea, mejor nos quedamos con un aliado fiable como son los Estados Unidos.

A continuación, reproducimos un capítulo de la obra

Tierra de promisión y mezcla

James Byrd Jr. era un bonachón negro. Quizá por ello no dudó en hacer autoestop y subir a la camioneta de aquellos tres jóvenes blancos aquella tarde del 6 de junio de 1998.

Estaba especialmente contento porque había asistido al 'baby shower' de su sobrina, una fiesta previa al nacimiento del bebé, en la que cantó, tocó el piano y la trompeta. Y, además, quería llegar pronto a casa, donde le esperaban sus tres hijos. James Byrd tenía 49 anos y era vendedor, pero estaba jubilado porque un accidente laboral lo había dejado parcialmente inválido y no podía conducir. Lo último que imaginaba era que en aquella carretera aislada de su pueblo de Jasper, en Texas, encontraría al diablo, convertido en tres racistas miembros del Ku Klux Klan (KKK) que buscaban a un negro para matarlo.

Primero le dieron una paliza salvaje, después lo rociaron con pintura negra y finalmente lo amarraron con cadenas detrás del vehículo y lo arrastraron durante cinco kilómetros. En un recodo quedó la cabeza, en otro el brazo derecho y más allá una parte del cuello. El torso lo encontraron en la puerta de un cementerio rodeado de latas de cerveza, colillas y un encendedor con las siglas del KKK. El cuerpo estaba tan destrozado que solo pudieron identificarlo a través de las huellas dactilares.

Black Panters y KKK

La noticia del linchamiento corrió como la pólvora, y decidimos viajar hasta Jasper pocos días después del crimen, cuando el KKK anunció una concentración para difundir su programa de supremacía racista y reivindicar a los tres asesinos. El Black Panter de Dallas, militantes antirracistas de Texas, el Partido Revolucionario de los Estados Unidos y grupos musulmanes reaccionaron con indignación. El día anunciado, delante del Palacio de Justicia de Jasper, se concentraron, por una parte, una veintena de encapuchados miembros del Klan, montados a caballo, con antorchas en una mano y una pistola o un fusil en la otra. Enfrente, decenas de antisupremacistas, uniformados de negro riguroso, gafas de sol y también armados con subfusiles. En medio una fila compacta de miembros de la guardia nacional y de la policía que impedían cualquier contacto. La tensión era altísima y parecía que en cualquier momento podía empezar un tiroteo, especialmente cuando los portavoces racistas clamaron sus consignas. Finalmente los miembros del KKK acortaron su acto y se retiraron por la parte trasera del edificio, en medio del abucheo general y de alguna piedra voladora que impactó en algún cucurucho.

Más allá de la parafernalia y la violencia del momento, lo que me sorprendió fue la actitud de una parte de la población de Jasper. Algunos ciudadanos negros me explicaron que el racismo formaba parte de su realidad cotidiana, que todavía se seguía despidiendo a personas por el color de su piel y que el Klan tenía una gran influencia en esa zona del este de Texas. A pesar de que la condena del asesinato era unánime, fuera de cámara algún vecino blanco me explicó que los tres autores del crimen, John William King, Shawn Berry y Lawrence Brewer, eran chicos normales que quizás aquella noche se habían pasado un poco con las cervezas y ya se sabe… Por cierto, dos fueron condenados a muerte y ejecutados trece años después. El tercero cumple cadena perpetua en una cárcel texana.

Las tasas de detenciones de miembros de minorías en Nueva York son un 80 por ciento superiores a la media, un 56 por ciento de los condenados por drogas son negros o hispanos y la duración de sus sentencias es un 10 por ciento más larga

Este relativismo racista no es general entre los ciudadanos de los Estados Unidos, que en general son respetuosos con la diversidad, pero hay estadísticas muy llamativas respecto a los déficits de la integración racial en los ámbitos policial y judicial. Las tasas de detenciones de miembros de minorías en Nueva York son un 80 por ciento superiores a la media, un 56 por ciento de los condenados por drogas son negros o hispanos y la duración de sus sentencias es un 10 por ciento más larga. Un estudio realizado en el estado de Illinois indica que los jueces enviaron a la cárcel al acusado en un 51por ciento de los casos cuando era negro y solo en un 38 si era blanco.

La revista 'The Economist' ha publicado una estadística según la cual un negro norteamericano tiene cuatro veces más posibilidades de ser asesinado que un blanco, y según una encuesta de la empresa de estudios Vox, el 31 por ciento de las personas fallecidas por disparos de la policía son afroamericanos, a pesar de representar solo un 13 por ciento de la población total. Entre los jóvenes, las posibilidades de que un chico negro muera abatido por la policía se multiplican por 21 respecto de uno blanco. En 2015 fallecieron 1.146 personas bajo las balas policiales, la gran mayoría negros y latinos. Esta desproporción también se refleja en las cárceles, donde de los 2,2 millones de reclusos que hay, un 40 por ciento son negros. Este aluvión de cifras demuestra, según los grupos defensores de los derechos civiles, lo poco que se ha avanzado en la integración entre la mayoría blanca y las minorías latina y negra. La explicación que da el FBI a esta presunta discriminación es diferente. Según la agencia federal, los afroamericanos son responsables del 49 por ciento de los asesinatos, la misma proporción que los blancos, a pesar de que estos sean una población seis veces superior. Es decir, hay más negros en las cárceles y mueren más en enfrentamientos con la policía porque cometen más delitos.

Abundando en esta tesis, un trabajo del profesor de economía de la Universidad de Harvard Roland G. Fryer Jr., publicado en 'The New York Times', aporta una visión sorprendente. Basado en el estudio de 1.332 tiroteos en diez grandes ciudades de los Estados Unidos, descarta motivos raciales en los muertos por disparos de la policía. Al contrario, el estudio apunta que los agentes tienen el gatillo más fácil si el sospechoso es blanco.

En cualquier caso, movimientos como 'Black Lives Matter', las vidas negras importan, nacido a raíz de la enorme cantidad de negros asesinados por la policía, demuestran que la discriminación en función de la raza sigue siendo una asignatura pendiente en los Estados Unidos, y eso a pesar de las múltiples iniciativas adoptadas para paliar la brecha segregacionista.

El hecho más significativo fue la elección en 2008 de Barack Obama, el primer afroamericano presidente de la nación. Muchos pensaron que el país entraba en una etapa posracial y que la segregación en función del color de la piel quedaría muy reducido o desaparecería. Pero la crisis que ha golpeado especialmente a las minorías y la poca decisión del presidente para abordar la cuestión han difuminado todas las esperanzas de eliminar un mal que está intrínsecamente ligado a las raíces fundacionales.

Una tarde, saliendo de la oficina de TV3 en Washington, me equivoqué de metro. En lugar de la línea que conecta el centro de la capital con el norte, donde está Maryland, subí al convoy que se dirigía al sur. Sin darme cuenta, me puse a leer el periódico hasta que calculé que debía estar cerca de mi estación de destino. Cuando levanté la cabeza me vi totalmente rodeado de personas negras que me miraban con una cierta sorpresa. Bajé del tren en la estación de Anacostia, en pleno corazón de los barrios afroamericanos de la capital, y cambié de línea en dirección norte. Fue una casualidad fruto de un error, pero a pesar de llevar varios años en la ciudad casi nunca había pisado los barrios del sur. Un norte donde se concentran los organismos oficiales y los blancos y un sur deprimido y con unos índices de violencia brutales.

De Lincoln a Kennedy

Con el fin de la guerra civil y la abolición de la esclavitud por parte de Abraham Lincoln, el racismo y la discriminación no desaparecieron. Para no conculcar la Constitución que garantiza los derechos de las minorías, en los derrotados estados del sur, pero no únicamente allí, se impuso la segregación. Así pues, las oportunidades en educación, servicios sociales, acceso al trabajo, salario o vivienda continuaron siendo claramente discriminatorias en función del color de la piel. En la década de 1950, los movimientos en favor de la igualdad de derechos liderados por el reverendo Martin Luther King fueron un aldabonazo en la conciencia de los ciudadanos, pero no fue hasta la presidencia de John F. Kennedy y de Lyndon Johnson cuando se firmó la ley de derechos civiles que prohíbe la desigualdad a la hora de votar y la segregación en las escuelas, el lugar de trabajo o los servicios públicos. De hecho, fue el primer paso de la acción afirmativa o discriminación positiva, que define un programa de políticas que pretenden superar o compensar las discriminaciones padecidas por grupos minoritarios mediante el fomento y la protección de la igualdad de oportunidades en el terreno de la educación y el trabajo. El objetivo es erradicar cualquier discriminación en función de la raza, la procedencia, la religión o la creencia.

Otra medida para superar la separación racial fue el 'bussing', que consistió en trasladar a estudiantes de las minorías a escuelas de barrios mayoritariamente blancos, y viceversa. La consecuencia fue que los blancos pudientes buscaron escuelas privadas donde no se podía imponer la norma

Muchas escuelas y universidades norteamericanas aplican un sistema de cuotas que garantizan un determinado porcentaje de alumnos de minorías. Los partidarios de la acción afirmativa defienden que se basa en los ideales bajo los que se fundaron los Estados Unidos y que desde que se aplica ha aparecido una clase media afroamericana que antes no existía. Sus detractores, en cambio, consideran que es una discriminación en sentido inverso porque perjudica a aspirantes blancos que no pueden acceder a determinadas universidades porque se les exige un nivel académico más alto que a sus compañeros negros.

El Tribunal Supremo debatió la cuestión en el caso Fisher contra la Universidad de Texas. Una estudiante blanca, Abigail Fisher, denunció a la universidad texana después de no haber sido admitida en la facultad de leyes. Alegó que otros aspirantes sí habían conseguido plaza a pesar de tener notas más bajas y que ella quedó excluida en función de la discriminación positiva. El tema quedó zanjado en junio de 2016, cuando la Corte Suprema respaldó los criterios de la acción afirmativa y consagró el principio que avala los derechos de los negros y los latinos frente a los anglosajones.

Otra de las muchas medidas para superar la separación racial fue el 'bussing', que se aplicó en la década de 1970 y que consistió en trasladar en autobús estudiantes de las minorías a escuelas de barrios mayoritariamente blancos, y viceversa. La consecuencia fue que los blancos pudientes buscaron escuelas privadas donde no se podía imponer la norma y los estudiantes de las minorías se sintieron desplazados y se hartaron de perder tanto tiempo en el autobús para ir y volver de casa a la escuela. La Administración Obama también tiene un plan para favorecer la radicación de familias de grupos minoritarios en barrios mayoritariamente blancos, pero tampoco acaba de funcionar.

Melting pot

El actor Will Smith, una de las estrellas más importantes e influyentes de Hollywood, ha explicado que "el superpoder norteamericano es la diversidad". Y tiene razón. Los Estados Unidos son un país extraordinariamente diverso, definido como un 'melting pot', una mezcolanza de procedencias, razas, identidades y culturas que conviven bajo las mismas leyes y reglas. Se reconocen cinco grupos étnicos: los blancos, que son mayoría con el 75 por ciento; los latinos, que ya son la primera minoría con el 15 por ciento; los afroamericanos, que suman el 13 por ciento, y el resto, compuesto por los indios indígenas y los asiáticos. La cifra total no es 100 porque hay casos de mezcla racial y ciudadanos que se declaran miembros de más de un grupo. En cualquier caso, una diversidad tan importante necesariamente tiene que generar problemas. Pero lo cierto es que los Estados Unidos tienen una enorme capacidad de integración basándose en dos factores: el respeto a las leyes que prohíben la discriminación y la voluntad de los recién llegados de formar parte de la nueva comunidad.

Un 4 de julio, día de la Fiesta Nacional norteamericana, nos reunimos en Washington para compartir un pícnic y contemplar el castillo pirotécnico que culmina la jornada. La mayoría éramos europeos, pero cuando sonaron los acordes de The Star Spangled Banner, el himno nacional norteamericano, todos nos pusimos de pie. Lo hicimos sin pensarlo y como muestra de respeto, el mismo que a veces se echa de menos en lares más próximos y en circunstancias parecidas.

Los Estados Unidos son una tierra de promisión, donde cualquiera que se esfuerce, innove y se arriesgue tiene posibilidades de triunfar. Muchos fracasan, porque el camino está lleno de contratiempos. Pero ni los orígenes ni las creencias son obstáculo para el crecimiento personal

La procedencia europea de los 'pilgrims', los primeros colonos que llegaron a la Costa Este, ya es un aval de este carácter abierto e integrador. Y la realidad no desmiente este principio. Los Estados Unidos, además, son una tierra de promisión, donde cualquiera que se esfuerce, innove, experimente y se arriesgue tiene posibilidades de triunfar. No es fácil y muchos fracasan, porque el camino está lleno de contratiempos y retos. Pero ni los orígenes ni las creencias son obstáculo para el desarrollo y el crecimiento personal. Solo aquí puede triunfar el hijo de un nigeriano al que su padre abandonó poco después de nacer, que se crio con sus abuelos en Hawái, que se llama Hussein y que ha gobernado la nación durante ocho años con el nombre de Barack Obama. O Susan Wojcicki, hija de padre polaco y de madre judía rusa que llegaron al país huyendo de la Guerra Mundial, y que hoy es la consejera de YouTube y está considerada la reina Clinton y una de las personas más influyentes de su círculo, 'The Clintonworld', que es hija de un padre musulmán indio y de una madre pakistaní.

El respeto a la diversidad se expresa sobre todo en las escuelas. Mi hijo Marc tuvo la oportunidad de experimentarlo durante el curso escolar que pasó en Washington. Una de las principales preocupaciones de la escuela era proporcionarle un entorno que no conculcara ninguno de sus principios religiosos, de origen, pensamiento, etcétera. En la ciudad de Nueva York, la más cosmopolita de la nación, aparte de las festividades tradicionales cristianas y el Día de Acción de Gracias, también celebran el ano nuevo judío Rosh Hashanah y el Yom Kippur, y la gran fiesta musulmana l’Eid al-Adha y el Eid al-Fitr, que conmemora el fin del Ramadán. Aparte de respeto por la diversidad étnica, esto explica también el enorme peso que tiene la religión en la sociedad norteamericana. Casi un 90 por ciento de sus ciudadanos se declaran creyentes, y a diferencia de Europa, donde la religión pertenece al ámbito privado, en los Estados Unidos tiene un enorme peso en el debate público, a pesar de ser un país laico. "In God we trust", confiamos en Dios, es el lema que aparece en los billetes de dólar y las encuestas aseguran que un 51 por ciento de los norteamericanos no votarían a un presidente ateo. Quizá por ello casi todos los nuevos presidentes terminan su discurso de toma de posesión con una petición de ayuda a Dios, frase que no está escrita en el riguroso protocolo del acto, pero que ninguno olvida. La mezcla de cultos es infinita: cristianos y protestantes en todas sus formas y variedades son la gran mayoría, pero hay espacio para todas las creencias que se puedan imaginar. A pesar de las dificultades, los brotes violentos y la segregación latente, el pequeño milagro de que esta enorme variedad de razas, creencias, pensamientos, ideas y tradiciones no estalle cada día es una de las grandes aportaciones de los Estados Unidos.

Fútbol y cocina

El famoso cocinero José Ramón Andrés, hoy José Andrés, es un ejemplo de integración sin renunciar a los orígenes. Nacido en Mieres y formado en los fogones de El Bulli al lado de Ferrán Adrià, hoy no solo es el cocinero español más conocido de los Estados Unidos, sino también uno de los latinos más influyentes. José Ramón fue una de las primeras personas que conocí cuando llegué a Washington. Mi apartamento estaba situado justo encima del restaurante Jaleo, de su propiedad, en la 7 Street. Él introdujo a los norteamericanos al mundo de las tapas, en aquellos años todo un descubrimiento para los norteamericanos. Su energía inagotable y su creatividad desbordante le auguraban un éxito fulgurante. Y así ha sido. Desde hace un cuarto de siglo José Ramón Andrés encarna la imagen del emigrante que hace realidad el sueño americano. Hoy gestiona unos veinte restaurantes de costa a costa, presenta programas de televisión sobre cocina, produce espacios de viajes al lado de personalidades como Gwyneth Paltrow, ha dado conferencias en las universidades de Harvard y de George Washington y es amigo personal de Barack Obama y de su esposa Michelle. A su lado ha desarrollado el concepto de «vida y comida sana», acunado como uno de los objetivos de su presidencia. Se trata de ensenar a comer a los más pequeños, apartarlos del 'fast food' que ataca las arterias e introducirlos en el mundo de los productos naturales mucho más sanos.

Pero haber rozado el Olimpo no lo ha despegado de la tierra y hoy José Ramón es también el artífice de una red de comedores sociales en Los Ángeles y en Washington desde donde da de comer a personas con dificultades. Ni tampoco ha perdido de vista a sus amigos, con los que jugábamos al fútbol durante los fines de semana en Washington. Fan del Barça hasta el tuétano, formaba parte del grupo de periodistas, funcionarios del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional o del BID, músicos de la orquesta de cámara de la Ópera de Washington, profesores de la Universidad de Georgetown o científicos del National Institut of Health que cada sábado y domingo nos reuníamos para jugar eternos partidos en los prados de Maryland. Una especie de ONU deportiva donde los principios de la integración y del respeto al otro eran fundamentales, incluso cuando se escapaba alguna patada. Pero recuerdo sobre todo a José Ramón aquel día que, junto con un grupo de amigos, vino a nuestra casa de Bethesda para ver un partido de la Champions y de paso almorzar. Había traído algunas vituallas y se disponía a prepararlas cuando coincidió en la cocina con Gloria, la madre de mi esposa. Nunca olvidaré la atención y el cariño con que el hoy famoso chef seguía sus indicaciones para cocinar un estofado de guisantes con el que nos chupamos los dedos. Para la historia queda que el Real Madrid ganó aquel día su enésima Copa de Europa y que el delegado de la agencia EFE en los Estados Unidos, gran amigo y madridista, Emilio Sánchez, se ofreció para clavar una placa en la fachada de mi casa para recordar la efeméride. Obviamente, me opuse de forma radical.

Cuando en 1996, Ramon Rovira aterrizó en los EEUU como corresponsal de TV3 en Washington, comenzó a vivir la que describe como la mejor época de su vida profesional. Su estancia en el país, hasta poco antes de los atentados del 11-S, coincidió con la prosperidad del segundo mandato de Bill Clinton y con los primeros meses de la presidencia de George W. Bush, después de una victoria polémica sobre Al Gore. Durante esos años, el periodista fue testigo de un país innovador y poderoso a todos los niveles, una tierra de oportunidades, creatividad, pragmatismo y espectáculo, pero también de desigualdades, racismo, violencia y consumismo, el reverso del sueño americano. El libro 'Gracias, Estados Unidos. Luces y sombras de la primera potencia mundial' (Plataforma Editorial) constituye una reflexión sobre un país tan complejo desde una perspectiva personal y la experiencia adquirida. El Confidencial entrevista al autor y ofrece un fragmento de la obra.

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