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La vida lenta (y moderna) de los 'amish' en EEUU que prospera gracias al turismo
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DEDICADOS a la oración, la familia y sus granjas

La vida lenta (y moderna) de los 'amish' en EEUU que prospera gracias al turismo

Aunque parecen sacados de una revista 'hipster', los 'amish' llevan siglos viviendo del mismo modo. Ellos no lo saben, pero están de moda, y se benefician de las visitas de los curiosos

Foto: John Fisher durante un tour para turistas en Lancaster County, Pensilvania (Reuters).
John Fisher durante un tour para turistas en Lancaster County, Pensilvania (Reuters).

Los 'amish' están de moda, aunque ellos no lo saben. Sus tirantes de abuelo, espesas barbas solo afeitadas en el bigote, sombreros de paja y bicicletas sin pedales parecen sacados de la última revista o web de tendencias cosmopolita. La diferencia es que ellos llevan así siglos. No leen revistas ni consultan internet, dedican sus días a la oración, la familia y atender sus granjas. Un paseo por el condado de Lancaster, en Pensilvania, donde vive uno de los grupos más numerosos de esta comunidad en EEUU muestra una vida lenta que más de uno envidia y muchos tratan de replicar, también sin saberlo.

Es una vida sencilla y dura. Levantarse al alba y trabajar el campo hasta que cae el sol. Sin recurrir a tecnologías actuales, electricidad ni motores de combustión. Su lucha silenciosa contra la vida moderna es especialmente significativa si se tiene en cuenta que están a apenas una hora de una de las grandes ciudades de EEUU, Filadelfia.

En las carreteras que surcan los hermosos y fértiles valles de Pensilvania, considerada en los primeros pasos de EEUU como el granero del país, es habitual cruzarse con hombres y mujeres en patinete, carros tirados por caballos (los tradicionales 'buggies') o simplemente caminando. La idea es que la velocidad no ayuda a vivir en comunión con la divinidad.

"Tampoco está permitido volar en avión, pero de eso no hay nada escrito. Simplemente no se hace porque es considerado demasiado moderno", explica a El Confidencial Ruth Ann, una 'amish' de 22 años durante un recorrido en carro a caballo por los campos que rodean a Bird-in-hand, uno de los pequeños pueblos del condado.

Llegaron a estas tierras a finales del siglo XVIII, cuando EEUU todavía era una colonia británica, escapando de la persecución religiosa en Europa y como parte del éxodo de los menonitas, una rama del protestantismo que defiende una lectura estricta de la Biblia, una austera humildad y el aislamiento del mundo exterior. Se asentaron en Lancaster, donde cerca de 60.000 de ellos siguen más de dos siglos después defendiendo su ancestral modo de vida.

A su lado, comparten carreteras, paisajes y cosechas con vecinos que llevan la vida habitual en el seno del capitalismo moderno, la sociedad en la que Donald Trump puede ser presidente y Kim Kardashian es un referente cultural. Rodeados de coches de todas las cilindradas, luces, electricidad, tractores, ordenadores, tabletas electrónicas, televisiones de plasma, twitter y teléfonos inteligentes, ellos miran con calma y esmero hacia otro lado.

Antes de que la sociedad occidental descubriese, en un nuevo requiebro de la economía de mercado y la posmodernidad, que se puede cobrar precios astronómicos por los tomates consumidos cerca del lugar del cultivo y los pollos con espacio para revolotear a los consumidores urbanitas bajo la etiqueta de "orgánico", los 'amish' ya estaban en ello. De hecho, no saben hacer otra cosa.

Una de las peculiaridades de los 'amish' es que son anabaptistas, es decir, creen en el bautismo de los adultos. Afirman, sin que se les pueda echar en falta razón, que los bebés no pueden tener una opinión formada al respecto. Por ello, los jóvenes de la comunidad cuentan con el "rumspringa", periodo en su adolescencia, normalmente a los 16 años, en el que les es permitido conocer el mundo sin restricciones.

"En esa época, como no eres oficialmente 'amish', puedes hacer cosas que habitualmente no están permitidas. Salir con otros amigos, ir al cine, beber alcohol, fumar. Aunque siguen acudiendo a misa los domingos", agrega Ruth Ann.

Es tras este periodo de experimentación cuando tienen que elegir entre bautizarse dentro de la iglesia 'amish' o abandonar la comunidad. Son ellos mismos, así, quienes deciden qué quieren hacer con su vida. Aunque algunos se toman su tiempo, la mayoría se bautiza y convierte en miembro pleno de la comunidad. "Es cuando la parte divertida termina", reconoce Ruth Ann.

Los amish tienen sus propias escuelas, a las que acuden solo hasta los 14 años, porque consideran que no es necesaria más educación ya que el resto proviene del trabajo en el campo y las lecturas de la Biblia. Pagan impuestos, pero no prestan la más mínima atención a la cuestiones políticas, ya que abogan por una separación absoluta respecto al estado.

Obviamente, el aislacionismo que defienden es más complicado de llevar a cabo hoy que antaño y caen en las mismas contradicciones que el resto de las personas. Si bien está prohibido ir en coche, pueden subirse a uno si otra persona conduce. El teléfono no está permitido para comunicaciones personales, pero sí para cuestiones comerciales por lo que usualmente los tienen ubicados en graneros y establos.

Paradójicamente, además, su sencillo estilo de vida ha hecho prosperar una industria que no constaba en los preceptos de los primeros 'amish' venidos de Suiza y Alemania y que les garantiza jugosos ingresos: el turismo.

Ruth Ann, que trabaja en el sector, ofrece una última recomendación para disfrutar de la gastronomía local. "Hay un sitio riquísimo, no muy lejos. Dos cruces a la derecha, y después de una larga recta, uno a la izquierda, lo veréis al cruzar el puente", explica mientras arrea al caballo y pone la luz intermitente (con batería) del buggy para girar hacia el establo. "También”, concluye con una sonrisa pícara, “lo podéis buscar en Google".

Los 'amish' están de moda, aunque ellos no lo saben. Sus tirantes de abuelo, espesas barbas solo afeitadas en el bigote, sombreros de paja y bicicletas sin pedales parecen sacados de la última revista o web de tendencias cosmopolita. La diferencia es que ellos llevan así siglos. No leen revistas ni consultan internet, dedican sus días a la oración, la familia y atender sus granjas. Un paseo por el condado de Lancaster, en Pensilvania, donde vive uno de los grupos más numerosos de esta comunidad en EEUU muestra una vida lenta que más de uno envidia y muchos tratan de replicar, también sin saberlo.

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