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Una UE enfrentada y sin Reino Unido: ¿Qué cabe esperar de la cumbre en Bratislava?
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¿MÁS INTEGRACIÓN O DEVOLVER COMPETENCIAS?

Una UE enfrentada y sin Reino Unido: ¿Qué cabe esperar de la cumbre en Bratislava?

Hay dos bandos dentro del bloque. Los europeístas, con Francia e Italia a la cabeza, que propugnan avanzar en la integración; y las capitales más euroescépticas, con Hungría y Polonia como referente

Foto: El primer ministro italiano, Matteo Renzi, llega al castillo de Bratislava, Eslovaquia, el 16 de septiembre de 2016 (Reuters).
El primer ministro italiano, Matteo Renzi, llega al castillo de Bratislava, Eslovaquia, el 16 de septiembre de 2016 (Reuters).

Bratislava. Desde hace unas semanas ésta es la palabra fetiche que esgrimen los líderes de la Unión Europea (UE) para tratar de romper el maleficio que ha caído sobre el bloque con el Brexit. El encuentro informal que se celebra este viernes en la capital eslovaca pretende ser ese revulsivo político que saque de la parálisis y el pesimismo a la UE. Los europeístas persiguen un nuevo relato que conjure las dudas existenciales suscitadas a raíz del referéndum británico, que le devuelva a Bruselas la iniciativa y le ayude a recuperar la erosionada confianza de los ciudadanos. El presidente de la Comisión Europea (CE), Jean-Claude Juncker, habló esta semana, en su discurso sobre el estado de la UE, de "una crisis existencial" a la que hay que poner remedio en los próximos meses.

Los líderes europeos llevan semanas manteniendo encuentros en múltiples formatos para coordinar posturas y evitar un nuevo fracaso en Bratislava. Angela Merkel, que ha llevado gran parte de la iniciativa en este ámbito, cerró ayer con un encuentro con François Hollande su ronda de contactos. En menos de un mes la canciller ha hablado con 24 de los 27 líderes con que se reunirá este viernes. Otros jefes de estado y gobierno han mantenido asimismo agendas apretadas tratando de formar alianzas o, al menos, limar asperezas.

No obstante, la confluencia de las posturas sigue sin cuajar. Persisten, grosso modo, dos grandes bandos dentro del bloque. De un lado los europeístas, con Francia e Italia a la cabeza, que propugnan avanzar en la integración de la UE. Hace falta más unión para salvar a Europa, asegura su mantra. La otra facción es la que encabezan las capitales más euroescépticas, con Hungría y Polonia como grandes referentes, que apuestan por desandar parte de lo avanzado, devolver competencias a los países y abortar cualquier gran salto adelante. En medio, quedan algunos estados, como Alemania, que por supuesto tiene sus preferencias y agenda, pero que ha adoptado un perfil pragmático y conciliador en esta ocasión. De fondo, el auge de fuerzas directamente eurófobas en todo el continente a los que el brexit ha dado aliento.

Así las cosas, ¿qué esperar de Bratislava? En primer lugar, pocas medidas concretas y menos de carácter inmediato. Quizá ni siquiera una declaración final. Ningún golpe de efecto. Berlín ha hablado de la cita como del "inicio de un proceso de reflexión" que durará "meses" y ha señalado que no espera que del encuentro salga siquiera una hoja de ruta para el futuro de la UE. Merkel ha señalado que hace falta una agenda "realista" que incluya "las preocupaciones, esperanzas y aspiraciones" de los ciudadanos. Hollande ha asegurado que hace falta "una visión lúcida de lo que puede ser Europa en el futuro".

Pese a la discreción de las conversaciones, de las declaraciones de unos y otros en los últimos días se puede entrever que en la reunión se van a abordar preferentemente tres grandes apartados temáticos: uno, la gestión de la crisis de los refugiados; dos, la necesidad de reactivar la economía y la creación de empleo; y, tres, la búsqueda de una fórmula para mejorar la seguridad interna y externa ante el auge del terrorismo yihadista y de la amenaza rusa.

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Angela Merkel a su llegada a la cumbre europea en Bratislava (Reuters).

Asimismo, se han evidenciado en estos encuentros indicios de que podrían estar negociándose dos grandes movimientos tectónicos que trastocarían profundamente la arquitectura actual del bloque. Por un lado estaría un "pivote" hacia el este del centro de poder de la UE, con el objetivo de que los socios más recientes cobren una mayor relevancia en la toma de decisiones. Por otro lado emergería la asunción de que no se puede seguir avanzando por consenso en todos los ámbitos, que un bloque a 27 es poco eficiente, sancionando así el nacimiento de una unión asimétrica o de geometría variable.

Crisis de los refugiados. Parece que la inmovilidad de países como Hungría, Polonia y Eslovaquia, que se niegan a aceptar una cuota impuesta de refugiados, ha dado sus frutos y que son otros los que están empezando a moverse en busca de un entendimiento en este controvertido asunto. Juncker aseguró esta semana -rompiendo con lo que había afirmado hasta ahora- que "la solidaridad debe ser voluntaria" y debe "salir del corazón". Puede ser que empiece a ablandarse la postura de cuotas obligatorias que han defendido durante meses, sin éxito pero con insistencia, Berlín y Bruselas. La UE avanzaría hacia otro tipo de acuerdo.

En este ámbito se volvería a ratificar la importancia que concede el bloque al acuerdo con Turquía sobre los refugiados y en la necesidad de ampliar este pacto a otros países del norte de África. Reducir el número de peticionarios de asilo que llegan a las costas del continente es mucho más importante en estos momentos para la clase política que todas las críticas sobre la dudosa ética del acuerdo y las violaciones de los derechos humanos por parte de Ankara.

Además, parece casi seguro que el bloque va a mostrar su disposición a ayudar urgentemente a Bulgaria, el país más pobre de la UE, para reforzar la seguridad de su frontera con Turquía. Tras el cierre de la llamada Ruta de los Balcanes, muchos traficantes de personas están tratando de introducir ilegalmente en la zona Schengen a través de la frontera búlgara y el país carece de recursos para afrontar este reto en solitario.

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Migrantes y refugiados duermen en una iglesia en Oberhausen, Alemania (Reuters).

La Europa de la Seguridad. La oleada de ataques yihadistas que ha sufrido Europa en los últimos dos años y la percepción de que Rusia es una amenaza cada vez mayor para la UE a raíz de la crisis ucraniana han puesto la cuestión de la seguridad sobre la mesa. Este apartado abarca, de un lado, un elemento interno, que incluye coordinación policial, intercambio de informes de inteligencia y protección de la frontera exterior común. Una de las propuestas más concretas es la iniciativa para poner en marcha cuanto antes un sistema de información europeo para identificar a las personas que tengan previsto viajar a la Unión.

Además, este gran apartado presenta otro aspecto de carácter militar. Francia y Alemania han lanzado una propuesta común que aboga por crear un "fondo europeo" para la seguridad y la defensa, y por establecer un Estado Mayor militar a nivel de la UE. Se ha llegado a hablar de destacamentos conjuntos y de fuerzas comunes de despliegue rápido en el exterior. Se trata de una vieja apuesta comunitaria que nunca ha prosperado -y a la que Reino Unido se oponía- y que sigue generando recelos entre algunos socios. La música suena bien entre la mayoría de gobiernos de derechas y en los bálticos, pero que causa recelos entre otros miembros, como por ejemplo Dinamarca.

Crecimiento y empleo. La idea de dar un impulso desde la UE al crecimiento y el empleo del bloque no es nuevo. Desde que se desató la crisis de la deuda en 2009 se han diseñado varias estrategias a este respecto. Pero sobre todo en el sur de Europa el desarrollo económico sigue siendo raquítico. Italia, una de las primeras valedoras de este capítulo, está presionando en este sentido. La CE, por su parte, ya ha mostrado su intención de contribuir a estos esfuerzos. Juncker defendió en su discurso sobre el estado de la UE doblar hasta los 600.000 millones de euros el volumen del plan Juncker, el fondo para fomentar las inversiones en el bloque. Otros han propuesto reactivar la Unión de la Energía y ahondar en la liberalización del mercado único. No es previsible, sin embargo, que se promueva una flexibilización general en los límites de déficit.

Una unión asimétrica o de geometría variable. Varios países, como Holanda y Bélgica, están abogando por una UE más flexible, esto es, que se dejen de lado definitivamente las tesis federalistas de una unión cada vez más estrecha. A cambio, propugnan una unión más a la carta. El titular de Exteriores belga, Didier Reynders, ha hablado de ahondar la cooperación "en algunos campos con menos miembros" y su homologo holandés, Bert Koenders, ha defendido esta postura en nombre de la efectividad.

La idea no es nueva y de hecho la zona Schengen, el propio euro o la cooperación en justicia y derecho son reflejo de una Europa que de facto avanza a varias velocidades. Pero parece que el objetivo ahora es abrir el margen de maniobra de los países. La ambición de algunos es pasar del actual "opt-out" (la opción de excluirse de algunos planes de integración) al "opt-in" (que sólo los voluntarios se sumen a cada propuesta de coordinación). Esto sería del agrado de los países del este de Europa, los más euroescépticos, y permitiría una integración más rápida y con menos polémicas en algunos ámbitos. A cambio, se sacrificaría la idea inicial de que todos los miembros avancen a la vez.

El "pivote" al este. La intensa gira diplomática de Merkel en las últimas semanas empezó con los líderes de Francia e Italia, pero de inmediato viró al este. De una forma totalmente inusual, la canciller concedió una especial importancia a Estonia, República Checa y Polonia. Además, se reunió con los representantes de Letonia y Lituania, de Eslovaquia y Hungría, de Eslovenia, Bulgaria y Rumanía. Esto se debe en parte a que la crisis de los refugiados y la amenaza rusa eran cuestiones que debían ser abordadas específicamente con los países más afectados. Pero también a lo que parece a un incipiente cambio en la relación de poderes en la UE y una mayor atención a las peticiones de estos socios.

Bratislava. Desde hace unas semanas ésta es la palabra fetiche que esgrimen los líderes de la Unión Europea (UE) para tratar de romper el maleficio que ha caído sobre el bloque con el Brexit. El encuentro informal que se celebra este viernes en la capital eslovaca pretende ser ese revulsivo político que saque de la parálisis y el pesimismo a la UE. Los europeístas persiguen un nuevo relato que conjure las dudas existenciales suscitadas a raíz del referéndum británico, que le devuelva a Bruselas la iniciativa y le ayude a recuperar la erosionada confianza de los ciudadanos. El presidente de la Comisión Europea (CE), Jean-Claude Juncker, habló esta semana, en su discurso sobre el estado de la UE, de "una crisis existencial" a la que hay que poner remedio en los próximos meses.

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