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En realidad, Donald Trump no quiere ser presidente
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el magnate ha sembrado ya rumores de fraude

En realidad, Donald Trump no quiere ser presidente

Cada vez son más quienes aseguran que su intención era quedar segundo y beneficiarse de la fama. Hay quien piensa que le ha podido el ego, pero otros hablan de autosabotaje a su propia campaña

Foto: El candidato republicano, Donald Trump, habla con moteros durante el Rolling Thunder, en Washington. (Reuters)
El candidato republicano, Donald Trump, habla con moteros durante el Rolling Thunder, en Washington. (Reuters)

Todos los adjetivos se adaptan a la campaña de Donald Trump: 'aberrante', 'genial', 'vertiginosa', 'sin precedentes'; un aquelarre de pasiones cambiantes ajenas a cualquier manual. La tradición, la ciencia política, se ha caído de los altares y ello nos invita a acariciar teorías alternativas. Una de ellas impera: Donald Trump, en realidad, no quiere ser presidente de Estados Unidos.

[Lea aquí el reportaje: 'Cosas buenas de Trump que casi nadie te cuenta']

La idea fue esbozada durante una entrevista con 'The New York Times' en julio. Para extrañeza del periodista, el millonario, con una “sonrisa pícara”, no descartó la idea de ganar las elecciones y acto seguido renunciar a la presidencia. “Te diré cómo me siento después de que ocurra”, declaró. No era la primera vez que bromeaba con dejarlo: con “volver a sus negocios” o renunciar “por 5.000 millones de dólares”.

“Donald Trump no quiere ser el presidente de Estados Unidos”, ha declarado el escritor Mark Singer, periodista en 'The New Yorker' y autor del libro 'Trump y yo'. Según Singer, el objetivo de Trump era alcanzar los dos dígitos de voto en las primarias y acabar segundo, como indican personas cercanas a la campaña. “¿Cómo puede alguien tan indisciplinado e impulsivo creer seriamente que su sitio está en la Casa Blanca?”, se pregunta el autor.

Singer tiene en muy baja estima al candidato desde que le hizo un perfil en 1997; lo describe como una persona sin alma, una carcasa humana que sobrevive intentando parecer ante los demás algo que en realidad no es: un hombre exitoso y seguro de si mismo. “Tiene una relación muy casual con la verdad”, ha dicho Singer.

La campaña habría comenzado como una protesta: el vehículo de Trump para dar algunos mamporros, agrandar su nombre, divertirse y volver a su mundo de oropeles con una muesca más en el revólver. O para levantar su propio imperio mediático a la derecha del canal Fox. Por eso habría contratado como co-jefe de su campaña al director de Breitbart News, Steve Bannon, y a Roger Ailes, exCEO de Fox. Por eso habría lanzado su apuesta, para llegar y agrupar a la que sería su audiencia. 'Vanity Fair' ha informado de que esa es la intención de Trump y sus socios (incluido su yerno, el dueño del 'New York Observer', Jared Kushner): monetizar los altos índices televisivos.

Pero su presunto experimento prendió contra todo pronóstico, y sus 15 minutos de fama se multiplicaron; el candidato barrió a 17 contrincantes republicanos, fue el más votado de la historia en las primarias y a finales de julio aceptó la nominación del partido con un discurso tenebroso y férreo. “El monstruo se levantó de la mesa del laboratorio y echó a andar, y a nadie sorprendió más que al propio Trump”, dice Singer.

"Es su peor enemigo"

“Ni siquiera Trump pensó que llegaría tan lejos. Y ni siquiera sé si él lo quería, lo cual es la perspectiva más aterradora de todas”, escribe Stephanie Cegielski, exdirectora de comunicación del Super PAC proTrump Make America Great Again. Cegielski asegura que el objetivo de Trump era sumar un apoyo superior al 10% y quedar segundo en las primarias. “Ciertamente, él nunca estuvo preparado para llegar a la Casa Blanca, pero su ego ha tomado el asiento del conductor y nada más importa. ‘El Donald’ nunca falla. ‘El Donald’ no tiene debilidades. ‘El Donald’ es su peor enemigo”.

Otras voces del partido han acusado a Trump de lo mismo. Stuart Stevens, asesor del candidato Mitt Romney en 2012, uno de sus críticos más acérrimos, dijo que el magnate es “un timador sorprendido de que su timo no haya sido descubierto”, alguien que “no tiene ni idea de gobernar” y que “ni siquiera sabe montar una campaña”.

También hay indicios de que los detalles de la gestión no le interesan en absoluto. Un asesor de su rival en las primarias, el gobernador de Ohio John Kasich, afirmó que el hijo mayor de Donald Trump, hombre clave de la campaña, ofreció a Kasich la vicepresidencia. Una vicepresidencia especial: Kasich estaría a cargo de la política nacional e internacional. Es decir, dirigiría el país. “¿Y qué haría Trump?”, preguntó el asesor. Trump se limitaría a “hacer América grande otra vez”, habría sido la respuesta.

Sus muchos detractores insisten en que el candidato no está hecho para soportar las ataduras de un cargo público, como atestigua su forma de hablar. Donald Trump casi nunca lee sus discursos; tiene un guion que suele llevar doblado en el bolsillo de la chaqueta, pero rápidamente se lo salta y deja que la bestia del entretenimiento salga fuera e hipnotice a la audiencia con frases directas y fragmentadas, para disgusto de su equipo.

Nadie es capaz de pilotar el barco de Trump, que sube y baja entre las olas con la tripulación abrazada al mástil. El jefe de campaña al principio, Corey Lewandowski, fue reemplazado por alguien supuestamente más experimentado y frío, Paul Manafort, que se pasaba los días apagando los incendios del candidato. Manafort dimitió y Trump optó por un dúo con dos velocidades: la analista Kellyanne Conway, que sería la voz de la razón, y Stephen Bannon, director de Breitbart y vocero de las teorías conspirativas más rocambolescas de la ultraderecha.

¿Autosabotaje en la campaña?

Mientras, en agosto corrió la voz de que el magnate quiere sabotear su propia campaña. Por un lado, espantando a millones de votantes indecisos: Trump se enfrentó a la familia de un héroe de guerra caído en Irak, sugirió públicamente a Rusia que piratease el correo de Hillary Clinton, animó veladamente a una rebelión armada contra ella y afirmó que Obama es el fundador del ISIS. Por otro, sembrando los rumores de fraude meses antes de las elecciones, como si preparase el terreno para justificar su derrota.

Si de verdad era autosabotaje, funcionó; su apoyo electoral bajó rápidamente hasta separarle 10 puntos de Hillary Clinton, pero Trump reiteró que no cambiaría. “Todo lo que hago es decir la verdad”, declaró. “Seguiré haciendo lo mismo que hago ahora y al final va a funcionar o voy, sabes, a tomarme unas largas, largas buenas vacaciones”.

Esta teoría llega viciada por la profunda inquina que le tienen a Trump la mayoría de los medios de masas. Incluso 'The Dallas Morning News', bastión de la prensa tejana que lleva apoyando a candidatos republicanos desde hace 75 años, acaba de romper su tradición para respaldar a Hillary. “Sus serios cambios [de Trump] en asuntos fundamentales revelan una increíble falta de preparación”, dice el periódico. El presentador de 'Last Week Tonight', John Oliver, fue más lejos: dedicó el último programa de la temporada a pedirle a Trump que renuncie, por su propio bien.

“No creo que él no quiera ser presidente, simplemente no está dirigiendo una buena campaña”, dice Geoffrey Skelley, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Virginia. “Su condición de 'outsider', su candidatura y cómo se expresa, le han ayudado a estar donde está. El problema es que ha demostrado no querer ajustarse a hablar a un electorado de 130 millones de personas, sino a uno de unos 20, 30 o 40 millones”.

Trump ha vuelto; el 'efecto convención' se ha desvanecido, quedan dos meses para el 8 de noviembre y las encuestas vuelven a estar casi a la par. Teorías como esta quizá reflejen su carácter impredecible, como los buenos negociadores. Hacer que el adversario te subestime, y cuando baje la guardia, cuando se recueste en la butaca, retornar con el doble de fuerza y ocupar la presidencia de Estados Unidos.

Todos los adjetivos se adaptan a la campaña de Donald Trump: 'aberrante', 'genial', 'vertiginosa', 'sin precedentes'; un aquelarre de pasiones cambiantes ajenas a cualquier manual. La tradición, la ciencia política, se ha caído de los altares y ello nos invita a acariciar teorías alternativas. Una de ellas impera: Donald Trump, en realidad, no quiere ser presidente de Estados Unidos.

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