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Bruselas, año uno: así vive una ciudad traumatizada por el terrorismo
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"hay un antes y un después de los atentados"

Bruselas, año uno: así vive una ciudad traumatizada por el terrorismo

A seis meses de los atentados, la capital belga lucha por recuperar la normalidad entre medidas de seguridad y amenazas a la convivencia. Muchos ciudadanos no han podido superar aquel día

Foto: Un hombre grita ante un homenaje a las víctimas de los atentados de Bruselas, el 23 de marzo de 2016 (Reuters)
Un hombre grita ante un homenaje a las víctimas de los atentados de Bruselas, el 23 de marzo de 2016 (Reuters)

Hubo un tiempo en que las sirenas de la Policía no causaban tanta inquietud por las calles de Bruselas. La capital belga, casi seis meses después de los atentados, aún sigue recuperándose, fingiendo que todo sigue su curso con normalidad, pero estremeciéndose nerviosa cada vez que se escucha de fondo el sonido de los vehículos policiales.

El 22 de marzo de 2016 Bruselas se convirtió en una ciudad diferente, traumatizada por el dolor de las pérdidas y los heridos. Aquel martes por la mañana dos terroristas se suicidaban en el aeropuerto de Zaventem, y una hora más tarde otro hacía detonar un explosivo en el metro, a la altura de la parada de Maelbeek –justo al lado de las instituciones europeas­–, causando un total de 31 muertos y cientos de heridos. Algunos de aquellos supervivientes, casi medio año más tarde, continúan intentando cerrar sus heridas.

"Los atentados han marcado un antes y un después en mi vida", admite Charles Declercq, sacerdote y crítico de cine en una radio cristiana de Bruselas. "Es irracional, pero mi vida ha cambiado", agrega. Aquél día Declercq se encontraba en el vagón paralelo al que explotó. No sufrió ninguna herida de gravedad, pero admite que tiene algunas secuelas psicológicas o "comportamientos irracionales".

El día de los atentados, Declercq tenía previsto acudir al preestreno de Batman vs. Superman, al que había sido invitado junto a otros muchos críticos de la ciudad. Sin embargo, ese día no acudió a su cita: él estaba en uno de los vagones paralelos a la explosión. Desde entonces ha rechazado más de una invitación para este tipo de eventos. "No hay mucha gente en la sala a pesar de que somos un gran número de críticos los que estamos invitados y sin embargo me angustia estar allí rodeado de gente, en la oscuridad. Pienso que alguien podría entrar y hacer volar la sala", reconoce Declercq. Ese miedo irracional le impide coger el metro con normalidad, por lo que desde entonces ha decidido decantarse por el autobús, o incluso ir andando al trabajo. "Si cojo el metro suelo sentarme cerca de las esquinas donde pienso que estoy más seguro, porque estoy más resguardado y puede que no me alcancen los trozos de la explosión. Irracional, sé que es irracional", admite con frustración.

Aún así, él sigue adelante con su vida. Continúa yendo a trabajar y oficiando misas, a pesar de que podría retirarse si así lo quisiera. Simplemente, lo hace por el placer de estar rodeado de gente y porque aún tiene ganas de trabajar. No sufre ninguna secuela física, pero toma algunos medicamentos para dormir. Debido al atentado recibe una ayuda psicológica del STIB (la empresa que gestiona el transporte público en Bruselas) aunque reconoce que la cantidad no es muy alta. "Es poco dinero, pero es lo que hay", afirma resignado desde el salón de su casa, donde las estanterías llenas de películas y su gato son su única compañía. En el centro de la sala, dos breves filas de butacas apuntan hacia una pared cubierta con una cortina azul. Tras esta, se esconde una pequeña pantalla para su sala de cine particular, donde a veces recibe a amigos e invitados para ver una película. Algunas las ha visto una docena de veces. Pero ahí es donde se siente más seguro.

"Un muro de personas me salvó"

Menos suerte tuvo aquel 22 de marzo Dominique Denöel. O mucha, según se mire. Aquel día realizó el mismo trayecto que solía hacer a diario para ir al trabajo. En aquella época él trabajaba como asesor de BNP Paribas, aunque ahora se encuentra disfrutando de un año sabático. "Cuando el metro paró en la estación de Maelbeek, yo estaba mirando el móvil. La gente empezó a moverse de repente. Alguien chilló advirtiendo que estábamos siendo atacados, seguramente porque el terrorista diría algo, aunque en aquel momento no comprendíamos nada. A los pocos segundos tuvo lugar la explosión".

Un guante verde cubre su mano izquierda y algunas heridas asoman en sus brazos y en la frente. "Al principio yo creía que estaba más lejos de la bomba pero, según he podido recapitular con otros supervivientes, es posible que me encontrara a tan solo cuatro o cinco metros de la explosión. Me salvé porque esa distancia repleta de gente supone un muro de personas que me protegió de estar expuesto directamente a la explosión de la bomba".

Dominique estuvo hospitalizado tan solo un día, el tiempo suficiente para retirar los trozos de metal y cristal que tenía clavados en la piel. Además, tuvo que pasar por la sala de operaciones para que le restauraran la mano con trozos de piel de su pierna izquierda. "¡Parecía queso fundido! Nunca había visto nada parecido", reconoce con una risa nerviosa mientras se mira el guante. Seis meses después, Dominique confiesa que aún tiene miedo. "Las imágenes de aquel suceso se me han clavado muy dentro. Fue algo brutal, y lo único que puedo hacer es vivir con ello, con esa parte de mí", afirma con una sonrisa. "Ahora estoy de año sabático. Hago teatro, piano, cante y mucho ejercicio".

Aunque la idea de coger un año sabático hacía tiempo que le rondaba por la cabeza, lo sucedido aquel 22 de marzo supuso un empuje para no posponer mucho más sus planes. "Aquel momento decidí que los proyectos que tenía en mente no podían esperar más y me iba a tomar mi tiempo para llevarlos a cabo", afirma contundente. "Está muy bien ser asesor de un banco, se gana mucho dinero, pero aquel día tuve mucha suerte. A esa hora el metro iba lleno y no había mucho sitio. Cuando escuché la voz por megafonía me metí en el primer vagón que pude, empujando a la gente para hacer sitio. Si hubiera llegado un segundo antes a la estación, quizás habría cogido el vagón equivocado. Entonces de nada me habría servido el sueldo tan bueno que tenía", termina con esa sonrisa nerviosa que se le escapa y con la que intenta diluir el drama vivido aquel día.

Esta tragedia puso en evidencia los fallos de seguridad que hubo tanto en Zaventen, un aeropuerto de prestigio internacional en pleno corazón europeo, como en una de las líneas de metro más concurridas de Europa. El efecto dominó de estas críticas no tardó en rozar algunas fichas dentro del Gobierno belga. Tanto el ministro del Interior como el de Justicia presentaron sendas dimisiones ante el primer ministro, Charles Michel, quien no dudó en rechazarlas al instante. Lo último que podía suceder en Bélgica en aquel momento era una crisis política en medio de aquella vorágine de dolor y muerte.

Gran inversión en seguridad

Un mes después de los atentados el gobierno de la región de Bruselas prometió una inversión de 66 millones de euros para ampliar las medidas de seguridad, con la intención de contrarrestar la negativa imagen que se estaba proyectando, así como aliviar el malestar generalizado e intentar solventar algunos de los evidentes problemas en esta materia. Este nuevo paquete de medidas pretendía reforzar la plantilla de seguridad en el metro y en los aeropuertos. Además, se llevaría a cabo la creación de un comité de crisis para estos casos excepcionales, con personal de emergencia y un cuerpo especial de sanitarios.

"El gobierno de Bruselas, a través de la policía, y el Gobierno Federal, a través de la presencia de militares en estaciones, colabora junto con la STIB y comparten las medidas de seguridad a varios niveles", explica Cindy Arents, mánager del departamento de comunicación de la STIB. "Además del servicio de seguridad existente, varios vigilantes fueron contratados desde los ataques de París en noviembre de 2015. Estos son empleados de una empresa externa de vigilancia y se encargan del control nocturno de algunos lugares específicos", detalla.

En abril el gobierno de Bruselas decidió ayudar a la STIB a contratar personal de seguridad adicional para sus estaciones, con el objetivo de tener suficientes agentes todos los días de la semana desde primera hora de la mañana hasta el último servicio del día. "El gobierno quería mover las cosas rápidamente, y la STIB amplió el contrato existente con la empresa de vigilancia externa, que ya ofrece un centenar de oficiales, para disponer de todos ellos inmediatamente. Esta ampliación será evaluada en el transcurso del próximo año y si el resultado es positivo, la STIB procederá a la contratación, esta vez interna, del personal de seguridad adicional". La infraestructura de la STIB (69 estaciones) está equipada con unas dos mil cámaras de vigilancia. "Están siendo reemplazadas gradualmente por cámaras más potentes y de mejor calidad. Además, se está proyectando una ampliación de las mismas", expone Arents.

Tras el atentado la STIB confirma que en los días posteriores hubo hasta un descenso del 90% en la cantidad de viajeros. "Pero desde entonces no ha dejado de subir, sobre todo tras la reapertura de algunas estaciones. Hay que tener en cuenta que una parte de los viajeros que utilizó el metro para desplazarse no ha descuidado el transporte público, pero lo sustituyó por el autobús o el tranvía", aclara. "Seis meses después de los ataques la afluencia en el metro casi ha vuelto a la normalidad".

En los aeropuertos de toda Bélgica también se ha tomado buena nota de las críticas. Tanto el internacional de Bruselas-Zaventem como el de Charleroi han aumentado no sólo los controles sino también el número de agentes de seguridad, así como el de militares en las zonas externas de las terminales. Durante los primeros meses de reapertura estas nuevas medidas resultaron todo un calvario para algunos pasajeros, que debían esperar largas colas hasta pasar todos los controles. Muchos de ellos llegaron incluso a perder sus vuelos, haciendo llegar las quejas a los encargados del aeropuerto.

El turismo, muy castigado

A pesar del esfuerzo evidente por cambiar su imagen y fortalecer sus medidas de seguridad, el ejecutivo belga no ha conseguido acallar los reproches. "En algunos casos la seguridad es excesiva mientras que en otros casos hay una carencia evidente de recursos", explica un pasajero de un autobús con destino el aeropuerto de Charleroi. "Una vez nos pararon en medio de la autopista, entraron soldados armados dentro del autobús y nos identificaron a todos y cada uno de nosotros. Eso fue justo después de los atentados", detalla. "Sin embargo, si coges un autobús desde la estación de Gare du Nord, sí que hacen un pequeño control para ir a París, pero cuando vuelves no hay control ninguno", añade algo enfadado. Nunca llueve a gusto de todos, parece.

Otros, sin embargo, se sienten seguros con las nuevas medidas y prefieren pasar página. "Han pasado varios meses tras lo ocurrido, no podemos quedarnos estancados, no podemos dejar de ir al trabajo o al cine. No tengo miedo a coger el metro, si pienso que algo me puede pasar entonces no salgo a la calle", afirma una estudiante que debe coger la misma línea de metro en la que sucedieron las explosiones. "Hay que vivir, si no seguimos adelante, gana el miedo, ganan ellos", añade otro pasajero que iba escuchando la conversación.

Tras tantos meses en alerta de nivel tres (sobre un total de cuatro), la presencia de militares en las calles ya forma parte del paisaje bruselense, aunque tras el verano han comenzado a diluirse gradualmente en las fotografías y en las avenidas. "Durante un tiempo parecía como si estuviéramos en una guerra invisible", se queja una pasajera del metro. "Los soldados están ahí para dar tranquilidad, porque de suceder otro atentado no podrían hacer nada para evitarlo, nada más que mirar", añade con preocupación.

placeholder Policías belgas patrullan una feria en Bruselas, en julio de 2016 (Reuters)
Policías belgas patrullan una feria en Bruselas, en julio de 2016 (Reuters)

A pesar de las nuevas medidas, estas no parecen ser suficientes para motivar a los turistas. Según los datos de Eurostat, el número de pernoctaciones en alojamientos turísticos en Bélgica ha ido decreciendo a raíz de los atentados. En abril de 2015 se rozaron los 3,5 millones mientras que en el mismo mes de 2016, justo tras los atentados, apenas se sobrepasaban los 2,8 millones. En junio se ha alcanzado hasta un 19,5% menos que en el mismo mes del año anterior (2,7 millones de pernoctaciones frente a los 3,3 millones de 2015). Una pérdida que se antoja algo elevada, teniendo en cuenta la internacionalidad de la capital europea y la importancia que tiene a nivel económico y comercial. Existe, pues, una cierta reticencia que empieza a evidenciarse a la hora de elegir Bruselas como destino turístico.

Al igual que el resto de la población, la comunidad musulmana de Bruselas también se ha visto afectada tras los atentados. Buen ejemplo de ello es el barrio de Moelenbeek, residencia de la mayoría de los yihadistas que han atentado en Europa en los últimos años. La hipermediatización de este lugar ha generado una imagen distorsionada de la realidad, expandiendo el miedo entre los vecinos. Los enlaces entre los atentados y esta comunidad han ocasionado diversos daños colaterales sobre esta última, entre ellos la islamofobia. "Hemos llegado a recibir llamadas de mujeres con miedo de salir a la calle porque han recibido insultos, pura violencia verbal", afirma Ndiaye Mohamed Galaye, director del Instituto Islámico Europeo e imán en el Centro Islámico y Cultural de Bélgica que está situado en el corazón de la capital, en el parque del Cinquentenaire, a un tiro de piedra de la Comisión.

La comunidad musulmana, a examen

Esta mezquita –convertida en centro cultural y de investigación– fue un regalo del rey Balduino en 1979 al gobierno saudí. Durante muchos años ha sido este último el que ha marcado la dirección del centro, sin pasar por ningún control gubernamental. Tanto es así, que llegaron a establecerse conexiones con las ramas más peligrosas del salafismo yihadista en Europa. Las quejas por parte del gobierno belga y de la prensa francesa sobre esta deriva radical en el discurso del antiguo imán acabaron con el reinado del mismo en 2012. Ahora es Ndiaye Mohamed Galaye quien marca las directrices.

"Sí, hemos conocido casos de radicalismo, pero esta mezquita tiene el camino muy marcado. Estamos orientados, primero, a la no politización de la religión, y en segundo lugar a la prevención a través de la enseñanza del islam más moderado", afirma con rotundidad. "Creemos que a la gente joven le hace falta una enseñanza basada en el islam auténtico, el moderado. Hacerles ver el contexto en que vivimos: europeo, democrático, etc. Nuestro trabajo se basa sobre todo en la enseñanza a muchos niveles, desde cursos para iniciados al islam hasta clases de árabe que nada tienen que ver con la religión".

Sin embargo, una de las críticas que recaen sobre los líderes musulmanes es la falta de coordinación y control que hay sobre las distintas mezquitas. Aunque Mohamed Galaye lo tiene claro: hace falta que el Estado meta la mano si queremos evitar más atentados. "Es necesaria una coordinación entre el Estado y las mezquitas para evitar la radicalización y saber qué pasa dentro éstas, si todo está en orden". Sin embargo, el imán del centro islámico y cultural de Bélgica cree que el problema más importante no está en las mezquitas. "Quizá haya algunas donde el imán dice algunas tonterías, pero el problema real son las redes sociales", especifica. "Mucha gente es reclutada a través de las redes sociales por imanes que son de otros países y se encargan de captar a este tipo de personas". En un país bien organizado todo debe estar en orden y según Mohamed Galaye "ese orden no tiene lugar en las mezquitas, de ahí que cada vez sea mayor el número de aquellas que viven en clandestinidad".

Mohamed Galaye siente que el Estado ha dado la espalda a la comunidad musulmana y reconoce que hay mucho trabajo aún por hacer. Es por ello que desde el Centro Islámico y Cultural de Bélgica se ha puesto en marcha un programa de antirradicalización que comenzará este 26 de septiembre. "Es un curso que está impartido por varios profesores y está abierto a todo el mundo. Será semanal y una vez al mes también haremos seminarios con diversa temática: el islam y la democracia, el islam en la Comunidad Europea…"

"Un día nos encontramos con varios sobres con un polvo blanco y pensamos que era ántrax", relata. No obstante, tras casi seis meses desde que tuvieran lugar los atentados, Galaye prefiere ver el lado positivo de esta situación. "Es una oportunidad de acercamiento entre las distintas comunidades: judía, cristiana… Ya ha habido varias reuniones, varios encuentros y esto es necesario y muy importante para todos. Es imprescindible que hagamos las cosas juntos para combatir el miedo".

Tras los atentados, toda la ciudad parece sumida en la misma misión: echarle un pulso al miedo. Ya sea mediante la hermandad entre comunidades, los grupos de ayuda, la ampliación de medidas de seguridad, la vuelta a la normalidad pese al nerviosismo generalizado… El pulso está durando más de lo que debería, pero Bruselas se ha propuesto ganarlo. Porque entiende que si vence el temor, ellos vencen.

Hubo un tiempo en que las sirenas de la Policía no causaban tanta inquietud por las calles de Bruselas. La capital belga, casi seis meses después de los atentados, aún sigue recuperándose, fingiendo que todo sigue su curso con normalidad, pero estremeciéndose nerviosa cada vez que se escucha de fondo el sonido de los vehículos policiales.

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