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El "cementerio de los traidores" que el gobierno de Turquía reserva a los golpistas
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"No merecen el perdón de los fieles"

El "cementerio de los traidores" que el gobierno de Turquía reserva a los golpistas

Las autoridades turcas decidieron que los participantes muertos en la intentona no serían enterrados en cementerios normales. Para su sepultura les reserva un antiguo hogar para perros en Estambul

Foto: El cartel en turco que, hasta ayer, anunciaba la situación del "Cementerio de los traidores".
El cartel en turco que, hasta ayer, anunciaba la situación del "Cementerio de los traidores".

Es solo un montículo de tierra removida que apenas levanta unos centímetros del suelo. Tiene unos dos metros de largo y algo menos de uno de ancho. No se distinguiría de los escombros que se acumulan alrededor si no fuera porque parece aplanada a propósito. Con el polvo blanco y la tierra cobriza, en la que se distinguen huellas de pisadas, se mezclan ramas y rocas. No hay marcas, señales, nombres… ni siquiera una triste estaca. Es un secarral en mitad de un bosque de pinos.

De hecho, el único árbol que hay en pie en el terreno acotado se yergue junto al montón de tierra. La sombra es un alivio. Quizá alguien quiso mostrar un poco de humanidad a pesar de todo. Quizá fue casualidad. Se llamaba Mehmet. Eso creen los trabajadores que recibieron el encargo, el sábado pasado, de acondicionar el lugar. Lo dicen también los medios turcos. Un capitán de Trebisonda, padre de dos hijos, al que su familia ha repudiado. Es uno de ellos. Es un traidor. Es un golpista. Sus huesos están destinados a reposar en este rincón apartado de Estambul, junto al nuevo refugio para perros callejeros del Ayuntamiento. Allí es donde han decidido que esté el “Cementerio de los traidores”. Un pedregal de 1.000 metros cuadrados donde los obreros han levantado una tapia de medio metro, lo único que le aísla del ir y venir de retroexcavadoras y obreros que se afanan en acabar lo que serán un hospital veterinario y jaulas para los animales. La gente podrá ir, conocer a los animales y quizá adoptarlos. Quizá ninguno llegue a saber que allí está Mehmet. Su cuerpo se pudre ya en una tumba sin nombre, el mismo que apenas unos días después de su inhumación, ya nadie recuerda. Mehmet Karabebir.

Hasta ayer el nombre del camposanto sí podía leerse al menos, en un cartel negro con las letras en blanco. El mensaje era claro: "Cementerio de los traidores". Ahora ni siquiera les distingue ese apelativo. El consejo de la Dirección de Asuntos Religiosos turca, Diyanet, se reunió para deliberar sobre el asunto y le han comunicado al alcalde de Estambul, Kadir Topbas, que se debe quitar el cartel “para no herir los sentimientos de las familias”. La misma autoridad religiosa que solo unos días antes decidía que no habría funerales ni servicios religiosos para los golpistas. Dichas oraciones, aseguraron, son para los fieles como acto de perdón y con sus actos [los golpistas] no solo han traicionado la confianza de los turcos si no de toda una nación, por lo que “no merecen el perdón de los fieles”.

El ataúd del capitán llegó en ambulancia a las 10 de la mañana del lunes. Sin una oración, sin ceremonias, unos operarios del cementerio que llegaron en el vehículo llevaron a cabo el proceso. Nadie de la familia estuvo presente.

​"Cualquiera que pase los maldecirá"

Mehmet ha sido el primero en llegar y nadie sabe si habrá más. Por el momento dos fosas abiertas a golpe de pala excavadora aguardan junto a él. La decisión de que los que participaron en la intentona golpista del 15 de julio no fueran enterrados en cementerios musulmanes llegó muy pronto. Algunos alcaldes, como el de Ordu, ya habían señalado que no hay sitio para golpistas en sus cementerios. “Cualquiera que pase por allí los maldecirá y no podrán descansar en sus tumbas”, predijo el alcalde de Estambul, Kadir Topbas, miembro del partido gubernamental AKP, tras anunciar que se enterraría aquí a los que murieron participando en la asonada militar: unos 24 de los 240 fallecidos.

placeholder Tumbas abiertas en el nuevo cementerio (N. Tesón)
Tumbas abiertas en el nuevo cementerio (N. Tesón)

Un trabajador del refugio de perros contiguo que aguarda el traslado a la nueva instalación donde está el cementerio asegura que escupirá “sobre sus tumbas cada vez que pase por allí”. No lo dice muy convencido, pero parece que es la respuesta que se espera estos días cuando se habla del golpe. No se admiten titubeos. Incluso si la medida te parece inhumana. Cuando se cumplen 15 días del alzamiento ya hay más de 60.000 personas que han perdido sus empleos y más de 16.000 detenidas, entre ellas casi 11.000 militares, en una purga que promete llevarse a muchos más por delante gracias a los amplios poderes que da la declaración del estado de emergencia al Gobierno.

Organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional, en declaraciones a Associated Press, han manifestado en circunstancias normales sería inimaginable la negación de un derecho básico como un servicio religioso o un enterramiento apropiado. Pero estos son momentos de gran polarización. El hecho de que el camposanto se instale junto a un refugio de perros callejeros tampoco parece casual, dado que el perro es considerado un animal impuro en la religión musulmana que profesa el 96% de los turcos. El trabajador se excusa para no seguir argumentando, y explica que no les han dado mucha información. “Ni si quiera hemos podido ver el cementerio aún…”.

Un obrero observa el montículo en la distancia y niega con la cabeza. No se atreve a pronunciarse. Camina esquivando cascotes hasta llegar junto a la tumba de Mehmet. Pide el anonimato y confiesa que se siente “dividido”. La observa de hito en hito: “Es extraño. Por un lado sé que ha traicionado a la patria, pero por otro… es un ser humano, tienen hijos, familia…”. La chicharra suena fuerte bajo un sol que solo da tregua bajo el pino maltrecho que se erige junto a la tumba de Mehmet. El amasijo de escombro, roca y tierra sin nombre que cuando llegue el invierno y la lluvia no se distinguirá mucho de lo que le rodea, salvo quizá por esa extraña sensación que se agarra al estómago al aproximarse a ella. Los obreros siguen con sus rutinas, nadie escupe, ni maldice, solo hay ruido y polvo y calor y un bosque de pinos y monte bajo de tomillo que se extiende tras el pequeño muro del cementerio de los traidores; un límite que no previene a las mariposas, pájaros y abejas de sobrevolar la última morada del capitán Mehmet.

Es solo un montículo de tierra removida que apenas levanta unos centímetros del suelo. Tiene unos dos metros de largo y algo menos de uno de ancho. No se distinguiría de los escombros que se acumulan alrededor si no fuera porque parece aplanada a propósito. Con el polvo blanco y la tierra cobriza, en la que se distinguen huellas de pisadas, se mezclan ramas y rocas. No hay marcas, señales, nombres… ni siquiera una triste estaca. Es un secarral en mitad de un bosque de pinos.

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