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El vacío interior de Hillary Clinton: la eterna candidata de EEUU
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un 68% de eeuu tiene mala opinión de ella

El vacío interior de Hillary Clinton: la eterna candidata de EEUU

La aspirante demócrata a la Casa Blanca es un animal político puro desde los 17 años. Los estrategas de su partido luchan ahora para contrarrestar su imagen de persona calculadora y deshonesta

Foto: Hillary Clinton, en un avión militar camino de Libia, en octubre de 2011 (Reuters)
Hillary Clinton, en un avión militar camino de Libia, en octubre de 2011 (Reuters)

La campaña presidencial de 2016 comenzó técnicamente hace más de cincuenta años, cuando una joven ambiciosa, hija mayor de una familia de clase media, criada en la austeridad del Medio Oeste, fue elegida presidenta de los Jóvenes Republicanos del Wellesley College. Hillary Rodham tenía 17 años y marcaba el primer gol de una carrera que juega hoy su partido final por el trofeo definitivo: la Casa Blanca.

La candidata apuntó siempre a lo más alto, literalmente. A los 14 años mandó una carta a la NASA preguntando qué había que hacer para ser astronauta. La agencia le respondió que no aceptaban astronautas chicas y esto, según su testimonio, la enfureció. Luego estudió ciencias políticas y más adelante derecho en la Universidad de Yale.

Es aquí donde empieza a borrarse la línea entre su vida privada y su vida pública. Rodham conoció a Bill Clinton en Yale; los dos eran jóvenes y brillantes, sin duda ambiciosos, y acabaron casándose a la tercera petición de Bill, con una condición: ella mantendría su nombre de soltera, Rodham, para separar nítidamente su carrera de la de su marido. Pero la política es muy cruda, y cuando Bill quiso volver a ser gobernador de Arkansas, en 1980, en el recio Sur, el hecho de que su mujer no llevase la marca patriarcal era un problema. Hillary cedió y se convirtió en Hillary Clinton.

La Primera Dama de Arkansas no se quedó en casa “horneando galletas”, según sus palabras. Hillary ya había librado sus propias batallas; en 1972 investigó, de manera encubierta, la segregación en las escuelas de Alabama. Dos años después asesoró a la justicia en el caso Watergate y luego se mudó a Arkansas siguiendo “su corazón”, o la carrera política de Bill. Allí dio clases de derecho penal y entró a trabajar en un bufete. La Primera Dama ganaba más dinero que su marido el gobernador.

En 1993 llegaron a la Casa Blanca. Hillary fue la primera consorte presidencial en tener su propia oficina y lideró desde el principio, sin llegar a puerto, una reforma sanitaria, el “Hillarycare”. La Administración Clinton reinó sobre el mayor periodo de paz y prosperidad relativas que ha conocido EEUU: un respiro entre la caída de la URSS y el ataque a las Torres Gemelas, cuando primaba la teoría de que la historia se había terminado y la humanidad se daría felizmente la mano en un mundo capitalista y democrático. Pero no fue así de puertas adentro; las cabeceras indagaron en las viejas inversiones del matrimonio y los líos de faldas del presidente. Los Clinton, sobre todo al final, fueron sistemáticamente arrastrados por el barro de la opinión pública.

Exposición constante

“Ella y Bill Clinton tienen una relación larga y difícil con los medios”, dice a El Confidencial Jonathan Ladd, profesor asociado de la Universidad de Georgetown y miembro del think tank Brookings Institution. “Creen que muchos reporteros de Washington son injustos con ellos desde hace décadas y que los escándalos que la prensa cubrió en los años noventa no hubieran sido cubiertos si se hubiera tratado de otras personas. En esa época muchos periodistas pensaban que los Clinton ocultaban cosas y no eran honestos con la prensa, que no eran accesibles, y esa sensación ha permanecido”.

Luego Bill se retiró a su fundación y Hillary cogió carrerilla durante ocho años como senadora (cuando apoyó, para su vergüenza posterior, la invasión de Irak). En 2008 llegó el que tendría que haber sido su momento: la pugna por la presidencia en medio de la tempestad financiera. Sin éxito. La aspirante perdió, mordió la bala y acabó sirviendo como jefa diplomática en el primer Gobierno del ganador, Barack Obama.

La constante exposición pública habría perjudicado a Hillary en un país receloso, por naturaleza, del Gobierno central. “Muchos nominados [a la presidencia] no son tan conocidos en la mayor parte del país. Este no es su caso, evidentemente”, añade Ladd.

Clinton ha sido la secretaria de Estado que más países ha visitado durante su mandato: 112, más de 400 días de viaje y casi un millón de millas en avión. Sus adversarios la siguen hostigando por su gestión de la crisis de Bengasi, Libia, en 2012, y por haber movido información clasificada en su cuenta personal de email. Desde que dejó el puesto, Clinton se ha dedicado a preparar la campaña presidencial y a dar discursos, muchos de ellos pagados abundantemente por entidades como Goldman Sachs. Entre 2013 y 2015, se embolsó más de 20 millones de dólares hablando.

La valoración de Clinton en Estados Unidos es pésima. Según una encuesta de la CNN, el 68% de sus compatriotas consideran que la candidata no es honesta ni fiable. Ella misma reconoce el problema: “Sé que tengo trabajo que hacer”, declaró recientemente.

El pacto de los Clinton

Los norteamericanos perciben una especie de vacío interior en la candidata, como si el corazón se le hubiera secado en los pasillos de Washington. Como si su piel estuviera tan endurecida por los raspones y los cuchillazos del poder que ya no sintiese nada, ni las caricias, y toda esa parafernalia amable que la rodea en campaña fuese parte del espectáculo. Un instrumento más para llegar al Despacho Oval, apartar la silla giratoria y hacer sonar su puño en la madera de buque inglés del escritorio.

El creador de la serie de televisión House of Cards ha reconocido que el personaje de Claire Underwood, una demócrata glacial y calculadora hasta la maldad, está inspirado en Hillary Clinton. Ella también se habría casado medio por amor y medio por ambición; la primera razón, el amor, se habría extinguido, pero la ambición seguiría viva como si hubiese engordado a costa del amor, de las emociones mundanas.

Eso en la ficción. En la realidad, no lo sabemos, pero resulta tentador identificar un pacto de honor entre ambos, Bill y Hillary, al estilo Underwood. Esto decía Bill en 2014: “Cuando dejé la Casa Blanca y Hillary entró en el Senado por Nueva York, le dije: ‘Durante 26 años has hecho muchos sacrificios por mi vida pública. Así que te voy a dar los próximos 26 años’ (…) Haga lo que haga [Hillary], por mí está bien’”.

Esta percepción de frialdad también emana de una apariencia distante, muy guionizada, con bromas injertadas a martillazos en los discursos. La rígida antítesis de su marido, el encantador por excelencia, con una sonrisa que le llena toda la cara y el cuerpo. Bill Clinton: una antena parabólica humana capaz de leer las ondas emocionales de la audiencia y dominarlas a placer, flexible como un junco en los vientos de la política.

El partido intenta por todos los medios tapar ese flanco, humanizar a la aspirante. Por eso todas las voces enfatizan la dimensión íntima de Hillary, su talante compasivo, de abuela, madre y amiga. Sus principios igualitarios y su cercanía a los necesitados. “La campaña están intentando alcanzar un equilibrio entre las críticas a Donald Trump y la explicación de por qué Hillary será una buena presidenta”, dice el profesor Jonathan Ladd. “Creen que si se habla más de Hillary y de su biografía, caerá mejor a la gente. Están intentando potenciar sus niveles de fiabilidad y atractivo personal”.

Ser mujer, ¿ventaja o handicap?

El hecho de ser mujer también puede jugar en su contra, como señala el comentarista Peter Beinart: “No creo que puedas explicar las opiniones desfavorables sobre Hillary Clinton sin entender la manera en que los hombres, y algunas mujeres, que tienen una mentalidad tradicional, responden a las mujeres que empiezan a adoptar roles tradicionalmente masculinos”. La Convención Demócrata, quizás por miedo a espantar a votantes hombres, retiró a última hora un vídeo sobre el éxito de Hillary en un contexto de lucha feminista.

Poco a poco, a medida que se acerca noviembre y la sombra de Trump aterroriza a medio país, las fuerzas progresistas e independientes hacen bloque a favor de Hillary, a veces como la opción menos mala. El magnate y exalcalde neoyorquino, Michael Bloomberg, que fue republicano, hizo una moderada y elegante defensa de la demócrata como la única opción de salvar a Estados Unidos de la demagogia. Y los medios de comunicación afines resaltan su experiencia y su formidable capacidad de trabajo.

“He hablado sobre Clinton con un puñado de militares, destinados por entonces en Islamabad y Kabul”, escribe el CEO del grupo Foreign Policy, David Rothkopf. “Todos la describían como la participante senior más preparada, de lejos, en las reuniones, al haberse leído todos los comunicados e informes que eran enviados como material preparatorio. Decían que Clinton tiene un entendimiento cercano de la doctrina militar, los acrónimos del Pentágono y los principios de planificación militar y que no tenía miedo de presionar a los comandantes para que clarificasen las ‘vías de acción’ y el esperado ‘estado final’ de cualquier intervención militar”.

Una verdadera halcón, la voz de la fuerza en el oído de Barack Obama durante cuatro años, que espera aplicar toda esa determinación en el puesto para el que lleva preparándose toda la vida. Si las urnas lo permiten.

La campaña presidencial de 2016 comenzó técnicamente hace más de cincuenta años, cuando una joven ambiciosa, hija mayor de una familia de clase media, criada en la austeridad del Medio Oeste, fue elegida presidenta de los Jóvenes Republicanos del Wellesley College. Hillary Rodham tenía 17 años y marcaba el primer gol de una carrera que juega hoy su partido final por el trofeo definitivo: la Casa Blanca.

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