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Por qué Sudán del Sur, el país más joven del mundo, está de nuevo al borde de la guerra
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violentos combates en yuba, la capital

Por qué Sudán del Sur, el país más joven del mundo, está de nuevo al borde de la guerra

En los últimos días, varios centenares de personas han muerto en Sudán del Sur en los enfrentamientos entre las facciones leales al Presidente y al ex rebelde y actual Vicepresidente

Foto: Combatientes rebeldes levantan sus rifles al aire en el estado del Alto Nilo, Sudán del Sur, en febrero de 2014 (Reuters)
Combatientes rebeldes levantan sus rifles al aire en el estado del Alto Nilo, Sudán del Sur, en febrero de 2014 (Reuters)

Cinco años de independencia; cinco años de preguerra y de guerra; de ataques criminales contra la población civil; de mujeres y niñas violadas, de personas quemadas vivas, ahorcadas, castradas o cortadas en pedazos; cinco años de terror en los que, según cálculos de las ONG, podrían haber muerto masacradas 300.000 personas, el 3% de la población -la ONU reduce la cifra a 50.000 muertos- mientras que 2,3 millones de sursudaneses han optado por el éxodo masivo a cualquier parte, de cualquier manera, hacinándose en campos de desplazados donde sus condiciones de vida son un insulto a la dignidad humana. Todo ello en medio de hambrunas periódicas, obviamente agravadas por la guerra.

Ese es el macabro resumen de la historia reciente de Sudán del Sur, el país más joven del mundo, que el sábado cumplió su primer lustro de vida envuelto en un enésimo baño de sangre. Empezó el jueves en la capital, Yuba, con un enfrentamiento banal en un puesto de control entre militares del Ejército, leal al presidente Salva Kiir, y miembros de la guardia personal de Riek Machar, el exlíder rebelde que además de ser el vicepresidente del país es también el enemigo mortal de Kiir. Ambos bandos se enfrentan desde entonces utilizando tanques y artillería pesada. La conclusión es que, desde ese día, al menos 272 personas han muerto en la capital sursudanesa, mientras miles de civiles horrorizados han buscado de nuevo refugio en sedes de la ONU e iglesias.

Sudán del Sur es un infierno; uno de los peores lugares donde un ser humano puede tener la desgracia de vivir. O más bien de morir, el destino ineluctable de muchos sursudaneses, víctimas propiciatorias de una guerra a menudo enmascarada con un supuesto enfrentamiento étnico cuando los motivos de quienes la mantienen son mucho más prosaicos: el afán de poder y de dinero que también en Sudán del Sur se llama petróleo, pues este país atesora la tercera mayor reserva de oro negro de África.

Los hacedores de ese infierno tienen nombre y apellidos: los de los Kiir y Machar, los dos enemigos a muerte que se reparten bien a su pesar los dos principales cargos de un Estado sursudanés que es poco más que una entelequia. En el aquelarre de odio de Sudán también hay otro actor que en demasiadas ocasiones ha actuado como convidado de piedra: la comunidad internacional y las Naciones Unidas, que se han mostrado incapaces de proteger a una población indefensa pese a mantener una misión de Cascos Azules en el país. Una pasividad que no es ajena a la búsqueda del control del petróleo de Sudán del Sur por parte de superpotencias como Estados Unidos y China.

La excusa étnica

Las raíces del conflicto en Sudán del Sur –a menudo descritas como “étnicas” cuando en realidad son políticas y económicas- no se remontan sólo a los cinco años de la joven independencia del país sino a una rivalidad de décadas entre las dos principales facciones enfrentadas-las de Kiir y Machar- que ya en 1991 se enfrentaron con enorme violencia mientras luchaban por obtener la independencia de Jartum. Sin embargo, esa rivalidad quedó entonces en un segundo plano enmascarada por el enemigo común que las dos fuerzas independentistas rivales compartían: Sudán.

Cuando el nuevo país accede a la independencia el 9 de julio de 2011-con el sólido apoyo de Washington, obviamente interesado en el petróleo sursudanés- las facciones rebeldes enemigas llegan a un acuerdo de conveniencia para repartirse el poder en el nuevo Estado: Salva Kiir es nombrado presidente y su rival, Riek Machar, vicepresidente. La cohabitación forzada duró poco: el 15 de diciembre de 2013 este matrimonio de conveniencia termina con el estallido de violentos enfrentamientos que “no por casualidad, fueron especialmente violentos en los tres estados petroleros: Alto Nilo, Unidad y Jonglei. La excusa del presidente Salva Kiir para llamar a la rebelión armada fue que Machar estaba planeando un golpe de Estado y, al mismo tiempo, ambos instigaron el ancestral enfrentamiento entre sus respectivas etnias –los dinka de Kiir y los nuer de Machar– para ganar adeptos en los numerosos frentes de batalla”, señala el Teniente Coronel Jesús Díez, experto en Sudán del Sur, en un análisis del Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE).

Como en tantos lugares de África, en Sudán del Sur la etnia ha sido un arma arrojadiza y de reclutamiento de partidarios en manos de dos líderes codiciosos y sin escrúpulos, más que un motivo real de la guerra. Un conflicto que además ha tenido una característica especialmente deleznable: más que enfrentarse entre ellos, los sicarios de Kiir y Machar se han dedicado a masacrar a las poblaciones civiles que por motivos étnicos o geográficos eran sospechosas de apoyar a su rival. Así, cuando las fuerzas de uno u otro entraban en una localidad “enemiga” se dedicaban a martirizar a los civiles y violar sistemáticamente a las mujeres, según recoge un aterrador informe de marzo de 2016 del Alto Comisariado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos.

Este documento, relativo a todo el año 2015, es la demostración última de que la firma el pasado 26 de agosto de un acuerdo de paz entre los rivales Kiir y Machar fue sólo papel mojado. En los meses posteriores a su rúbrica, los ataques contra los civiles no sólo no cesaron sino que incluso se recrudecieron, sobre todo en los estados petroleros. En octubre de 2015, por citar un ejemplo, Amnistía Internacional denunció que fuerzas gubernamentales habían encerrado a 60 hombres y niños en un contenedor metálico en pleno desierto para procurarles una muerte lenta y angustiosa por asfixia.

En realidad, este acuerdo de paz no ha sido otra cosa que una forma de ganar tiempo para Kiir y Machar, los dos líderes que pese a ser considerados por Naciones Unidas como los supuestos cerebros y responsables de los crímenes de guerra citados, siguen disfrutando de la más completa impunidad. Para empezar, los dos enemigos firmaron el pacto sólo cuando la comunidad internacional -la Unión Europea, China, Estados Unidos, el Comité Especial de Alto Nivel de la Unión Africana para Sudán del Sur y los Estados de la región- amenazaron con sanciones y, sobre todo, con congelar los haberes en el extranjero que estos dos corruptos individuos obviamente tenían. Tras rubricar el acuerdo de paz, ambos se dedicaron a obstaculizarlo, lo que demostró la inutilidad de un pacto que venía a ser como poner a la zorra a cuidar del gallinero y “reeditar el gobierno que había llevado al país a una cruenta guerra civil”, señala el analista del IEEE Jesús Díez.

El vicepresidente Machar no se instaló en Yuba, la capital, hasta abril, y cuando lo hizo exigió que se le permitiese tener una guardia personal de más de mil hombres, lo que da fe de la desconfianza entre este señor de la guerra y su rival. Al introducir en Yuba este pequeño ejército personal, a unos pocos kilómetros de las fuerzas regulares y la guardia presidencial de su enemigo, el nuevo estallido de violencia era cuestión de tiempo.

Los intereses espurios

Además de promover esta cohabitación a todas luces imposible y con condiciones que constituían un auténtico polvorín, la comunidad internacional se ha dedicado a amenazar a Riik y Machar pero sin cumplir nunca las amenazas. El Consejo de Seguridad de la ONU, por ejemplo, no ha adoptado ninguna sanción ni medida coercitiva contra estos dos hombres a los que el grupo de expertos para el país de la propia ONU considera responsables de las masivas violaciones de derechos humanos en Sudán del Sur y, por lo tanto, presuntos criminales de guerra.

¿Cómo se explica, por ejemplo, que el gobierno sudanés haya seguido armándose tranquilamente mientras los rebeldes hacían lo propio sin que se adoptara un embargo internacional de armas? ¿Por qué los haberes de Kiir y Machar en el extranjero siguen sin ser congelados ni se les prohíbe viajar?

La respuesta trasciende a este conflicto y remite simplemente a lo de siempre: el petróleo sursudanés, cuyo control sigue en manos de estos dos supuestos criminales de guerra y de sus partidarios. Cuando en los pasillos del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas se ha planteado el embargo de armas y las posibles sanciones contra ellos, dos miembros permanentes con poder de veto se han mostrado reticentes: Rusia y China.

Nada sorprendente si tenemos en cuenta que, antes de que la guerra cerrara el grifo del oro negro sursudanés, el 5% de las importaciones chinas de petróleo procedían del joven país. No parece pues extraño que China -que mantiene una pugna por el control de los recursos naturales en África con Estados Unidos y expotencias coloniales como Francia- haya apoyado un acuerdo de paz poco realista ni tampoco que haya mostrado un apoyo sin fisuras al presidente Salva Kiir, el hombre que, antes del estallido del conflicto sancionó ventajosos acuerdos de explotación petrolífera con el gigante asiático.

Cinco años de independencia; cinco años de preguerra y de guerra; de ataques criminales contra la población civil; de mujeres y niñas violadas, de personas quemadas vivas, ahorcadas, castradas o cortadas en pedazos; cinco años de terror en los que, según cálculos de las ONG, podrían haber muerto masacradas 300.000 personas, el 3% de la población -la ONU reduce la cifra a 50.000 muertos- mientras que 2,3 millones de sursudaneses han optado por el éxodo masivo a cualquier parte, de cualquier manera, hacinándose en campos de desplazados donde sus condiciones de vida son un insulto a la dignidad humana. Todo ello en medio de hambrunas periódicas, obviamente agravadas por la guerra.

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