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"El ISIS nos trató bien": el negocio de secuestrar cristianos en Siria
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la iglesia asiria del este pagó los rescates

"El ISIS nos trató bien": el negocio de secuestrar cristianos en Siria

En febrero de 2016, el Estado Islámico se llevó a 265 cristianos en el norte de Siria, que fueron liberados tras el pago de un rescate. Varias mujeres cuentan su experiencia a El Confidencial

Foto: Una mujer durante un misa en solidaridad con los asirios secuestrados por el ISIS, en Damasco (Reuters).
Una mujer durante un misa en solidaridad con los asirios secuestrados por el ISIS, en Damasco (Reuters).

El trajín y la algarabía que se respira en las calles de Tel Tamer colisionan con ese silencio trémulo que hemos dejado atrás. Una a una, las 35 aldeas cristianas asirias de la rivera sur del rio Jabur, en la provincia de Al Hasaka, al norte de Siria, se han ido transformando en poblados fantasma. Únicamente Tel Tamer resistió la embestida yihadista, por lo que ahora se ha convertido en el refugio de miles de familias cristianas forzadas a abandonar sus hogares por el delirio del Estado Islámico.

En febrero de 2015, una horda de combatientes yihadistas arrasó pueblos enteros, asesino a decenas de cristianos y secuestró a más de 200 fieles, la mayoría en las aldeas de Tel Shamiram y Tel Jazira, con fines de extorsión y para exigir rescate. Una pesadilla que para muchos de ellos ya ha terminado. Aunque para otros, como Mariam David Talya, de 14 años, es una herida abierta que aún sangra.

La niña nos abre la puerta de su vivienda y nos invita a pasar con una sonrisa dramatizada. Su exagerada expresión emocional nos confunde. Mariam sonríe para ocultar su dolor. La adolescente fue puesta en libertad el pasado 27 de marzo tras más de un año cautiva del Estado Islámico. Mariam ha sido la última rehén liberada del grupo de 265 cristianos secuestrados de los pueblos de rio Jabur, pero aún sigue cautiva otra chica asiria, que fue forzada a casarse con un combatiente del EI.

La familia de Mariam vive ahora en una vivienda nueva, que ha sido donada por la diócesis de Hasaka. Su hogar, en pueblo de Tel Shamiram, fue saqueado por los yihadistas y después lo quemaron por dentro. Todas sus pertenecías fueron devoradas por las llamas, al igual que sus recuerdos.

Nos sentamos en unos sillones enfrentados, flanqueados por una comitiva de hombres, que no nos han presentado. La madre lleva las riendas de la conversación. Ella también estuvo secuestrada durante 10 meses.

La vida de esta familia cambió radicalmente la noche del 23 de febrero de 2015. “Serían alrededor de las tres de la madrugada. Estábamos todos durmiendo. De repente, sin saber por donde habían llegado, unos hombres armados nos agarraron a mi y a mi hija y nos metieron en una furgoneta con otros vecinas. A mi marido también se lo llevaron en otro coche” evoca la madre. “Nos dijeron: Tenemos que llevaros porque ésta es una zona militar. Os vamos a escoltar a otro lugar más seguro”, continúa relatando.

Velos y bordados

Mariam interrumpe el hilo de la conversación al entrar al salón con bandejas de dulces y café turco. Después de servir café a todos, se sienta junto a su madre con las manos entrelazadas. No para de moverlas y apretarlas todo el tiempo.

Los yihadistas llevaron a los rehenes cristianos a Al Shadadi, un estratégico feudo del ISIS, al sur de Al Hasaka. “A las mujeres y los niños nos pusieron juntos en una vivienda y se llevaron a los hombres a otro lugar. No volví a tener contacto con mi esposo”, detalla la mujer. Tras una larga pausa, mira de reojo al hombre que está de pie a su derecha, como buscando su aprobación.

Nos trataron muy bien. Nos daban de comer tres veces al día. Un guardia nos traía pollo, fruta y verdura fresca”, suelta de repente la madre de Mariam, haciendo aspavientos con los brazos. “Incluso nos dieron telas, hebra y aguja para hacer bordados. Y por las noches cantábamos canticos religiosos y rezábamos todas juntas”, prosigue.

Mariam se levanta y trae una bolsa con tiras de tela en las que han bordado nombres en árabe de sus seres queridos. Los colores de las bandas son verde y negro, los colores del Islam. Cuando le pedimos si podemos sacar una foto de los bordados, la madre se pone nerviosa y le dice a su hija que los vuelva a guardar.

“Podemos poner en peligro a nuestros familiares”, justifica la madre. De su boca no dejan de salir frases discordantes y sus gestos exagerados indican que tiene miedo de contar la verdad. Cuando le preguntamos si los yihadistas les obligaron a convertirse al Islam, la mujer lo niega: “Nos respetaron porque pertenecemos a la Gente del Libro [el nombre con el que en el Islam se designa a los creyentes cristianos y judíos]”. Pero frente a un Estado Islámico que no respeta ni a los propios musulmanes, cuesta imaginar que vaya hacerlo con un grupo de cristianos a los que trata como pura mercancía. A saber qué tropelías habrán de haber sufrido esta mujer y su hija. En otro momento de la conversación, sin darse cuenta , nos confiesa: “Un imam (clérigo musulmán) a visitarnos unos 15 minutos al día y tenían que cubrirnos con el velo integral”.

Tras esta anécdota, Mariam vuelve a levantarse del sofá y a los pocos minutos aparece con el velo puesto. Nos quedamos sin palabras.

La ansiada liberación

Los rehenes cristianos fueron llevados después a Raqqa, capital de facto del ISIS en Siria. “Era de noche. dos hombres armados entraron en la casa y nos dijeron que recogiéramos nuestras cosas. Después nos sentaron a todas juntas, y nos contaron. Nos entregaron una capucha negra para que tapáramos la cara y nos fueron sacando por parejas. No sabíamos a donde nos iban a llevar. Hasta la mañana siguiente no descubrimos que estábamos en Raqqa”.

En la capital del “Califato” de Abu Bakar Al Baghdadi comenzaron las negociaciones para la puesta en libertad de los cristianos cautivos. “Nos fueron liberando poco a poco. Unos 15 o 20 cada mes. No sé si pagaron un rescate por nosotros. Lo único que puedo decir es que nos trataron bien”, enfatiza la mujer. Lo que no cuenta es que tres rehenes varones fueron ejecutados en octubre de 2015. Los verdugos del Estado Islámico se recrearon filmando las imágenes de las ejecuciones que después colgaron en paginas web yihadistas. En el video el ISIS advertía de que las ejecuciones de los otros rehenes continuarían hasta que se pagase la suma exigida como rescate por su liberación.

La madre de Mariam fue liberada con un grupo de mujeres y niños en diciembre de 2015. Los últimos 43 asirios fueron liberados el 22 de febrero, a excepción de Mariam. “El imam entro a la casa con una lista de nombres que fue enumerándolos en voz alta. Cuando estaba el grupo completo nos dijo: ¡Estáis libres!”, relata. “En la lista no estaba el nombre de mi hija”, continua la mujer. “Le pedí al clérigo que cuidara de mi hija porque tiene problemas respiratorios”.

Mariam nos confiesa: “Tuve miedo cuando me quedé sola, pero no perdí la fe de que pronto iba a volver a casa”.

Subieron al grupo de mujeres y niños en el que iba la madre de Mariam a un vehículo “pick up” y los llevaron, siempre con los ojos tapados, hasta una zona remota cerca de Ras Al Ain, en el norte de la provincia de Al Hasaka. Allí se llevó a cabo el intercambio de rehenes por el pago del rescate. “Todo ha sido pagado por la diáspora asiria en Estados Unidos y Australia. Desde la comida que les daban, hasta la gasolina y el alquiler de los vehículos que utilizaron para traer de regreso a los cristianos liberados”, puntualiza Daud Yendo, comandante de las fuerzas asirias de Natura. Una fuente cercana al obispo asirio Mar Afram Athneil, que se ocupó de las negociaciones para la liberación, asegura a El Confidencial que la Iglesia Asiria del Este pagó “cerca de 100.000 dólares por cada rehén”.

El trajín y la algarabía que se respira en las calles de Tel Tamer colisionan con ese silencio trémulo que hemos dejado atrás. Una a una, las 35 aldeas cristianas asirias de la rivera sur del rio Jabur, en la provincia de Al Hasaka, al norte de Siria, se han ido transformando en poblados fantasma. Únicamente Tel Tamer resistió la embestida yihadista, por lo que ahora se ha convertido en el refugio de miles de familias cristianas forzadas a abandonar sus hogares por el delirio del Estado Islámico.

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