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París teme que haya islamistas infiltrados entre el personal del Charles De Gaulle
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Las protestas en la calle, otro de los problemas a los que se enfrenta el país

París teme que haya islamistas infiltrados entre el personal del Charles De Gaulle

Una de las hipótesis sobre desaparición del vuelo de EgyptAir es la posibilidad de que un supuesto atentado contra el avión tuviera su origen en la escala parisina

Foto: Aeropuerto Charles De Gaulle, en París.
Aeropuerto Charles De Gaulle, en París.

Si usted aterriza o despega del aeropuerto de Roissy Charles De Gaulle, en París, tiene motivos para estar inquieto. Tras los atentados del 13 de noviembre, a 600 trabajadores del aeropuerto les fue retirada la tarjeta de acceso a aviones y pistas por ser sospechosos de "radicalización", un eufemismo que esconde la implicación en mayor o menor grado en redes o grupos islamistas. No son muchos, se dirá, si se tiene en cuenta que nada menos que 86.000 personas tenían hasta entonces pases para deambular por las zonas más sensibles del aeropuerto.

Una de las hipótesis de los policías que investigan la desaparición del vuelo de EgyptAir sobre las aguas del Mediterráneo es la de la posibilidad de que un supuesto atentado contra el avión tuviera su origen en la escala parisina, donde fuentes policiales hablan todavía de 400 casos "inquietantes", después de la criba de sospechosos.

Tuvieron que pasar 24 horas para que esta posibilidad fuera hecha pública, si bien algunos periodistas, pocos, ya la sugirieron horas después de conocer la pérdida de contacto con el Airbus A320. La razón de estas precauciones se encuentran en la psicosis castradora que vive Francia, donde cualquier indicación que roce a los musulmanes o al islam es considerada como delito de "islamofobia".

Hasta bien después de los atentados de noviembre en la capital, solo algunos medios publicaron reportajes sobre la infiltración de radicales islamistas en los transportes públicos franceses. Además de en los aeropuertos, la plaga islamista se había ya extendido en las compañías del metro y de autobuses urbanos.

Ofrecer trabajo a los habitantes de las 'banlieues' cercanas a los aeropuertos era una muestra de políticas de integración, al tiempo que se intentaba ganar la paz social. También es cierto que para los alcaldes de ciertas localidades, dar trabajo a personas representantes de la "diversidad" garantizaba el clientelismo que se traduce en votos.

Si la pista de la manipulación en Roissy se desecha, se abre otra posibilidad también grave. El vuelo MS 804 solo permaneció en tierra francesa una hora, entre las 21:55 y las 23:00. Poco tiempo para revisar cada recodo del aparato, que provenía de lugares de "poco riesgo", como Asmara (Eritrea), Túnez o el propio El Cairo.

La duda sobre las medidas de seguridad en Roissy permanecerá, aunque las razones de la tragedia estén en otro lugar y reposen en otras circunstancias. Para Francia, no es el mejor momento para sospechar sobre la seguridad de sus visitantes. El país ha entrado ya en su periodo anual de 'marketing' masivo. Mayo marca el inicio de acontecimientos que la marca Francia utiliza cada año para venderse al mundo. El Festival de Cannes se clausura este fin de semana bajo medidas especiales de seguridad. Hasta el momento, sin incidentes.

Le siguen el torneo de tenis de Roland Garros y el Tour, pero este año es especial. A la vigilancia de estos acontecimientos se une otro mucho más complicado: el campeonato europeo de fútbol. Complicado por lo que el movimiento de aficionados locales y extranjeros supone sobre las distintas sedes del torneo. Si a ello se suman las decenas de miles de turistas que atraviesan el Hexágono, bien para quedarse o bien para dirigirse a España, Portugal o el norte de África, se puede comprender el insomnio y las pesadillas que deben estar sufriendo las autoridades y los miembros de las fuerzas de seguridad.

No ceder al miedo

Tras el 11-N, se sugirió la posibilidad de suspender el Euro2016. Al final, se decidió no ceder al miedo y no renunciar a los 16.000 empleos que, aunque temporales, vendrán muy bien a las estadísticas del paro. Pero la amenaza sigue, como informó hace semanas al Senado el jefe de los servicios secretos franceses, Patrick Calvar, quien pronosticó duros atentados en Francia en lugares con gran afluencia de público, "para crear un clima de pánico".

No parece la manera más adecuada para tranquilizar a visitantes deportivos o a los turistas. Aunque está en la línea de lo que el presidente François Hollande viene martilleando desde el 13 de noviembre: "Francia está en guerra". Si ello es cierto, algunos se preguntan sobre la idoneidad de ciertas decisiones. El Ministerio del Interior ha decidido concentrar a los hinchas de la Eurocopa en zonas cerradas, "fan zones", según el léxico utilizado en inglés. Para los críticos, la medida ofrece un objetivo fácil y de gran resonancia a los eventuales terroristas.

Pero no es solo la seguridad durante el campeonato de fútbol lo que preocupa al Ministro del Interior, Bernard Cazeneuve y a sus colegas de gabinete. En pleno "estado de emergencia", ya prorrogado hasta finales de julio -de momento- las fuerzas de seguridad, policías y gendarmes dicen estar ya agotados desde que comenzaran las protestas contra la nueva ley laboral en todo el territorio y la manifestación conocida como "Nuit debout", en la Place de la République de París.

El agotamiento físico y psíquico que denuncian los sindicatos policiales no está generado por manifestantes pacíficos, sino por las acciones de los 'casseurs', literalmente "los que destrozan", las bandas de radicales ultraizquierdistas que arrasan escaparates de comercios, bancos o cualquier signo que tenga que ver con el Estado o con "el capitalismo".

El agotamiento físico y psíquico que denuncian los sindicatos policiales está generado por las acciones de las bandas de radicales ultraizquierdistas

Este año, los 'casseurs' han aprovechado la onda de las protestas contra la ya aguada ley El Khomri y, sobre todo, se han beneficiado de un apoyo indirecto inesperado. El sindicato CGT se ha subido en la cresta de la protesta para superar una crisis interna, que le afecta desde hace años. Después de haber forzado la dimisión de su anterior secretario general, que había gastado una fortuna en renovar su despacho y el apartamento que se puso a su disposición, había que borrar esa imagen. Su nuevo jefe, Philippe Martínez, escogió la vía radical para evitar perder el liderazgo entre las diferentes fuerzas sindicales.

La línea extremista impuesta por la CGT no implicaba solo el rechazo total a la nueva ley del trabajo. Los carteles que el sindicato imprimió para llamar a las manifestaciones mostraban las botas de policías o gendarmes sobre charcos de sangre, acusando directamente a las fuerzas del orden de violencia desmesurada.

Las bandas de radicales ya tenían una buena justificación, un plácet concedido por los sindicatos -solo un sindicato reformista no se ha unido a la kermés- para destrozar lo que encuentra a su paso y apalear policías. Las fuerzas del orden se han convertido así en los enemigos de los manifestantes, arrastrados, incluso la mayoría pacífica, por el discurso de los sindicatos.

Una manifestación con estragos, fuego y humo es telegénica y fotogénica. Y aquí empieza otra de las exageraciones de lo que algunos querrían llamar 'la primavera francesa'. Con el apoyo de un periodismo abocado a la lucha por una microdécima de audiencia y los 'trending topics', las protestas han hecho creer al mundo que Francia está al borde del caos. Nada más lejos de la realidad. Cierto es que hay manifestaciones cada miércoles, jueves. Cierto es que los usuarios del transporte público no disfrutan al cien por cien de sus posibilidades y que el bloqueo de refinerías en el oeste del país hace peligrar el suministro de gasolina en ciertos puntos. Pero, para decepción de algunos, nada espectacular para quienes lleven viviendo en Francia varios años y hayan visto cómo unos sindicatos que protestan antes de negociar, por si acaso, han derribado reformas que anteriores gobiernos consideraban vitales.

François Hollande, en las simas abisales de los sondeos, abandonado por los izquierdistas del Partido Socialista, desafiado por las ambiciones de su ministro de economía, Emmanuel Macron, e incapaz de frenar la curva ascendente del paro, especialmente el juvenil y el de los mayores de 50 años, aseguró el pasado lunes que no cederá a la calle y que la reforma laboral se aplicará. El jefe del Estado dijo no querer repetir lo que otros gobiernos se vieron obligados a hacer con sus propuestas reformistas. La ley El Khomri, recortada en sus aspectos esenciales, fue aprobada por decreto-ley. Hollande podría haber hecho lo mismo antes de cercenarla. Ahora, ha conseguido poner en su contra no solo a los trabajadores y a los sindicatos, sino también a la patronal, que considera devaluada la propuesta estrella de Manuel Valls, arrastrado a los abismos de la impopularidad por Hollande.

La ley El Khomri ha sufrido el estigma en Francia de ser considerada "peor que la aplicada por España". Lo cierto es que a Valls y a Macron lo que les hubiera gustado es acercarse al modelo danés: una ley del trabajo de 50 páginas, por las más de mil del código laboral francés; protección social, pero flexibilidad para contratar y despedir bajo condiciones estrictas; excelente formación a los parados; sindicatos con mentalidad negociadora antes de desencadenar el conflicto…

Francia y su izquierda están viviendo el drama de optar definitivamente por el camino de las reformas, más o menos dolorosas, como Alemania, como Suecia, como Dinamarca o como España, o bien perpetuar un sistema esclerotizado, bloqueado e ineficaz, que fue válido durante las décadas de bonanza, pero que ahora solo lleva a desbordar todos los déficits y a empeñar el futuro de los franceses. Curiosamente, los colectivos sindicales más beligerantes son los que cuentan con privilegios que incluso el Tribunal de Cuentas considera exagerados: jubilación a los 50 años, 45 días de vacaciones al año…

El 'storytelling' de los radicales ha calado también entre quienes mueven los hilos de la 'nuit debout', donde parte de las nuevas generaciones sueñan con mundos paralelos antes del cierre nocturno de la plaza. De momento, a pesar de los esfuerzos de algunos sociólogos y economistas de la extrema izquierda por conducir el movimiento (hacia los intereses de esos sociólogos y economistas), los manifestantes de 'La noche en vela' son ya mucho menos numerosos de lo que las fotos en primer plano disimulan. Y fuera de París es algo anecdótico.

Francia y su izquierda están viviendo el drama de optar definitivamente por el camino de las reformas o bien perpetuar un sistema esclerotizado

Pero sí, hay que competir en eslóganes fuertes para salir en Facebook y de ahí saltar a la prensa 'tradicional'. El último premio, a dos adolescentes que han confeccionado una pancarta de cartón con el ingenioso lema "Sobre el puente de Avignon hay que colgar a todo patrón". Patrón, en Francia es como se denomina a cualquier jefe de empresa, sin hacer distinciones entre los patrones el CAC 40 y los medianos y pequeños empresarios, entre los que se incluye a los autónomos.

A la crisis social se une en Francia la crisis cultural de la izquierda: socialdemócratas contra socioliberales; laicos contra partidarios de "acomodamientos razonables" con el islam; enemigos del "mundo de las finanzas" y "patrones millonarios rojos" (Bueno, a veces son los mismos).

Una parte de la izquierda vive de los rescoldos ideológicos del Mayo del 68, algunos de cuyos líderes se inspiraron en la "revolución cultural" maoísta

Una parte de la izquierda francesa sigue viviendo de los rescoldos ideológicos del Mayo del 68, algunos de cuyos líderes se inspiraron en la "revolución cultural" maoísta de la que ahora se cumplen 50 años. Los padres de muchos de los jóvenes que ahora descubren las protestas, la radicalidad y la violencia han mamado las ideas de personajes mitificados en Francia, como el filósofo Benny Levy, para quien "la violencia permite liberar la imaginación de los explotados". O Serge July, director de 'Liberación', la biblia de la prensa de izquierda durante décadas, que en su libro 'Hacia la guerra civil', publicado en 1969, escribía : "A diferencia del mercenario, el militante revolucionario no es un salvaje en combate. Su manera de luchar y matar está siempre razonada".

De Benny Levy y sus coetáneos se ha pasado en Francia no a Ernesto Laclau, pero sí a su mujer, la filósofa belga Chantal Mouffe, enemiga del consenso, para quien "no hay política sin adversario". O al economista Fréderic Lordon, partidario de la intimidación física a los que la 'nuit debout' considere enemigo ideológico. Su filosofía se podría resumir así: rechazar el debate democrático parlamentario, el librecambio, la libertad de prensa, al que piensa de modo diferente, escraches a los políticos en reuniones públicas…

Los exámenes finales, las vacaciones y el fútbol son los factores con los que cuenta Hollande para que el globo de la protesta se desinfle.

Si usted aterriza o despega del aeropuerto de Roissy Charles De Gaulle, en París, tiene motivos para estar inquieto. Tras los atentados del 13 de noviembre, a 600 trabajadores del aeropuerto les fue retirada la tarjeta de acceso a aviones y pistas por ser sospechosos de "radicalización", un eufemismo que esconde la implicación en mayor o menor grado en redes o grupos islamistas. No son muchos, se dirá, si se tiene en cuenta que nada menos que 86.000 personas tenían hasta entonces pases para deambular por las zonas más sensibles del aeropuerto.

Avión desaparecido de EgyptAir
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