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Listos para todo, excepto para Chernóbil
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30 aniversario de la tragedia nuclear

Listos para todo, excepto para Chernóbil

La catástrofe supuso el principio del fin de la URSS. Tres décadas después, una enfermera superviviente rememora aquellos hechos que cambiaron para siempre su vida y la de millones

Foto: Una muñeca con una máscara antigás en la ciudad abandonada de Pripiat, junto a la planta nuclear de Chernóbil, en marzo de 2016 (Reuters)
Una muñeca con una máscara antigás en la ciudad abandonada de Pripiat, junto a la planta nuclear de Chernóbil, en marzo de 2016 (Reuters)

El calendario marca una cifra que en el norte de Ucrania está taladrada por el recuerdo. El teléfono de Liudmila Yuli, que en 1986 trabajaba de enfermera junto a la central de Chernóbil, sonó a las siete de la mañana tal día como hoy hace tres décadas. "Me avisaron de que estaban llegando ambulancias con gente en estado grave por alta dosis de radiación". El reactor número 4 de la central nuclear había explotado a la 1.23 de la mañana, iniciando una pesadilla que provocaría 30 muertos en las semanas siguientes, varias generaciones enfermas y miles de evacuados. "Moralmente estábamos listos para cualquier cosa, pero no para algo así", recuerda Liudmila en su barrio de Kiev, donde fueron realojados centenares de afectados por el desastre nuclear.

"Los enfermos venían con dolores, algunos con buen ánimo, y después pasaban a una segunda etapa en la que mejoraban y querían marcharse; pero los daños por dentro eran muy graves y a muchos se los llevaron a Moscú", explica 30 años después del desastre. A pie de pista, en el aeropuerto de Vnukovo de Moscú, esperaba un equipo de especialistas del Instituto de Biofísica de la URSS. Los efectados, algunos con la piel enrojecida por la radiación, fueron introducidos en ambulancias con una protección especial. Una treintena murió en los siguientes días. La huella radiactiva en Ucrania y Bielorrusia (donde hubo más de 130.000 desplazados) sigue vigente. Se disparó el cáncer de tiroides infantil (muy poco común), aumentaron los casos de leucemia y la población quedó, en general, con un sistema inmunológico muy débil.

[Vea aquí la fotogalería: Chernóbil, 30 años después de la catástrofe]

El Gobierno soviético tardó cinco días en emitir un comunicado oficial. Desde el extranjero llegaban señales de preocupación y las cancillerías pedían más datos, pero los medios rusos denunciaban una "nube informativa venenosa de carácter antisoviético".

Pero a pie de reactor la situación era mucho más compleja que una simple política de bloques. En medio del caos, el sacrificio era la norma. A Lidumila la llamaron para que fuese a trabajar a la llamada 'zona de exclusión'. "Nadie pensaba en sí mismo, éramos jóvenes y teníamos salud, pero ninguno nos negamos a ir", explica Liudmila tras sus gruesas gafas mientras invoca el juramento hipocrático. Esos ojos tímidos contemplaron cosas que "jamás debieron haber sucedido". Junto a la central, en las semanas siguientes, vio a chicos "cogiendo con manos el grafito radioactivo, otras veces con palas, pero siempre al rato se sentaban porque no podían más... hoy quedan pocos de ellos entre nosotros".

El principio del fin

Recuerda como acudía cada día a su trabajo con unas pesadas botas. Al principio en un vehículo blindado. Luego en uno similar recubierto de plomo.

Chernóbil es una herida abierta, y también Pripiat, la ciudad de 50.000 habitantes donde vivía y que tuvo que abandonar. Hoy sigue siendo inhabitable. En Kiev empezó una nueva vida, aunque siguió desempeñando su trabajo. Hoy vive de su pensión de invalidez. En su portal vive fundamentalmente personal médico, y cada vez son menos: "Se nos mueren los hijos, hay uno de 46 años con esclerosis, otro de 36 con un tumor cerebral, y de mí prefiero no hablar", concluye con un halo de tristeza en la voz. Su garganta compungida es sólo una muestra: se calcula que hay cinco millones de afectados.

El desastre de Chernóbil sirvió de catalizador del derrumbe de la URSS. En parte porque Moscú se dio cuenta de cómo el secretismo máximo que había rodeado todo lo nuclear había creado un sistema peligroso e ineficiente que había generado inercias impresentables. En su libro 'La gran transición', Rafael Poch cuenta cómo tras el desastre el Comité Central de Partido Comunista de la URSS encontró una 'solución' para la producción cárnica de la zona: fue mezclada con carne 'buena' de otros lugares y distribuida por todo el país, salvo en Moscú. Allí vivía la clase dirigente y sus familias.

Pero Chernóbil es también una herida histórica porque así empezaron las tensiones entre las tres grandes repúblicas eslavas: Rusia, Bielorrusia y Ucrania. Y sobre todo porque fue sólo el primero de los tropezones -caída del precio del petróleo, fracaso en la mejora de la productividad, accidentes en los submarinos- con los que el lídr soviético Mijail Gorbachov tuvo que apechugar. A partir de ahí se decidió regenerar democráticamente el sistema, pero el proceso consumió a Gorbachov y a su 'Perestroika'. 30 años después en Chernóbil la radiación es el principal 'souvenir' que queda de esa época.

El calendario marca una cifra que en el norte de Ucrania está taladrada por el recuerdo. El teléfono de Liudmila Yuli, que en 1986 trabajaba de enfermera junto a la central de Chernóbil, sonó a las siete de la mañana tal día como hoy hace tres décadas. "Me avisaron de que estaban llegando ambulancias con gente en estado grave por alta dosis de radiación". El reactor número 4 de la central nuclear había explotado a la 1.23 de la mañana, iniciando una pesadilla que provocaría 30 muertos en las semanas siguientes, varias generaciones enfermas y miles de evacuados. "Moralmente estábamos listos para cualquier cosa, pero no para algo así", recuerda Liudmila en su barrio de Kiev, donde fueron realojados centenares de afectados por el desastre nuclear.

"Los enfermos venían con dolores, algunos con buen ánimo, y después pasaban a una segunda etapa en la que mejoraban y querían marcharse; pero los daños por dentro eran muy graves y a muchos se los llevaron a Moscú", explica 30 años después del desastre. A pie de pista, en el aeropuerto de Vnukovo de Moscú, esperaba un equipo de especialistas del Instituto de Biofísica de la URSS. Los efectados, algunos con la piel enrojecida por la radiación, fueron introducidos en ambulancias con una protección especial. Una treintena murió en los siguientes días. La huella radiactiva en Ucrania y Bielorrusia (donde hubo más de 130.000 desplazados) sigue vigente. Se disparó el cáncer de tiroides infantil (muy poco común), aumentaron los casos de leucemia y la población quedó, en general, con un sistema inmunológico muy débil.

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