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El hombre que se enfrentó al ISIS y liberó una ciudad en Libia
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SABRATHA, epicentro del trasiego de yihadistas

El hombre que se enfrentó al ISIS y liberó una ciudad en Libia

La estratégica localización de Sabratha sirvió al ISIS para mantener dos años un campo de entrenamiento. Nadie se atrevía a enfrentarse a ellos. Hasta que un líder rebelde dio el primer golpe

Foto: Sami el-Ghorabli, líder de la 'katiba' (batallón) que inició una ola de detenciones contra el ISIS en Sabratha (Foto: Abdulá Oshah).
Sami el-Ghorabli, líder de la 'katiba' (batallón) que inició una ola de detenciones contra el ISIS en Sabratha (Foto: Abdulá Oshah).

La historia del hombre que se enfrentó al Estado Islámico comienza con una pendencia. Un sospechoso intenta escapar hacia la frontera poniendo en marcha su coche. Los milicianos le dan el alto pero no se detiene. “Cogimos nuestras automáticas y le disparamos, directamente”. El resultado: tres tiros en la espalda, los neumáticos pinchados y un topetazo contra un árbol. “Abrió la puerta y cayó”, prosigue Sami el Ghorabli, alias Sami Krau, “no podía mover las piernas, así que lo capturamos y encontramos armas en el coche y algo de dinero”. Después, el ISIS consiguió liberarlo. “Desde ese día entramos en guerra contra ellos”, concluye el hombre que, para algunos, es el libertador de Sabratha.

“Habíamos recibido una denuncia de un vecino libio que nos llamó quejándose de que un tipo tunecino le había amenazado: sacó una pistola y quería dispararle”, recuerda Sami. Los detalles de aquella menudencia se han perdido en el relato épico de los diez días en los que la ciudad costera, célebre por haberse convertido en centro neurálgico del trasiego de ‘yihadistas’ que pasan por Libia, se libró del Estado Islámico. Aquél día de noviembre de 2015 no pasará a la historia, pero a Sami y sus hombres le valió la fama, tres meses de cuasi asedio y pocas horas de sueño.

Quizá sea mejor comenzar por el final. O casi. El pasado 19 de febrero, un bombardeo estadounidense despertó a los vecinos de Sabratha con la sorpresa de medio centenar de cadáveres en un hoyo que antes había sido un edificio. La casa derribada servía para albergar a reclutas del ISIS que entrenaban entre los pinares y olivos del área rural de la localidad, en una posición estratégica en la carretera entre Trípoli y la frontera con Túnez. Al menos 36 de los más de 40 muertos eran, efectivamente, foráneos. Entre los cuerpos se hallaron también los restos de dos miembros de la embajada serbia que habían sido secuestrados el verano anterior.

El objetivo de aquella acción, según el Departamento de Estado de EEUU, era el tunecino Nuredin Chauchán, supuesto responsable del atentado del Museo del Bardo que mató a 24 personas en la capital de Túnez. Como decenas de compatriotas llegados del país que más combatientes exporta a la ‘yihad’ global, se sospechaba que Chauchán se refugiaba en ese punto de la costa libia otrora conocido por albergar un teatro romano digno de su designación como Patrimonio de la Humanidad. La existencia de campos de entrenamiento de ISIS hizo hasta temer por la integridad de las ruinas.

“Al principio, yo personalmente, no sabía nada acerca de los campos de entrenamiento”, rebobina Sami el Ghorabli, “hace poco, quizá hace un año, supe que era real”. Entre 2014 y 2015, los rumores de que el ISIS campaba por la ciudad se mezclaban con un hartazgo generalizado ante la falta de seguridad, así que el ‘justiciero’ y su panda decidieron ponerse manos a la obra. “Nos estábamos preparando para enfrentarnos al ISIS porque estaban secuestrando gente, robaban dinero, metían a extranjeros en Sabratha y traían armas”, cuenta, “yo mismo vi a un tunecino con un camión libio con armamento, y eso no nos gustaba”.

Justo entonces llegó aquella queja ciudadana que provocó el primer choque. El miliciano de rizos rebeldes y otros dos miembros de la ‘katiba’ en la que había luchado durante el levantamiento que derrocó a Muammar Gadafi en 2011 abrieron el juego con un peón; los esbirros del ISIS, según él, movieron todas las piezas de golpe.

"Nos disparaban con munición antiaérea"

“Por la noche nos quedábamos aquí, en lo alto de este edificio”, dice señalando los parapetos de sacos de arena en la azotea de su refugio, “sobre las once comenzaban a atacarnos desde unos dos kilómetros de nuestra posición, se quedaban allí y nos disparaban con munición antiaérea. Estuvimos así como tres meses”.

La detención advirtió sobre la preparación de un operativo de ISIS para avanzar en Túnez, concretamente en Ben Guerdane, un pueblo convertido en objetivo prioritario en la expansión del grupo

“No nos podíamos mover porque no sabíamos cuántos eran”, explica Sami, “no querían capturarnos, querían matarnos”. La detención accidentada de aquel sospechoso obligó a Sami y a sus seguidores a recluirse en su base, esquivando escaramuzas con fuego artillero. “Cada día intentábamos (ir a por ellos), cualquiera que encontrásemos que perteneciese al ISIS, lo capturábamos”.

Entre noviembre y febrero, las salidas fueron esporádicas, pero algunas dieron resultados. En diciembre, la detención del tunecino Mohamed al Gharbi junto a otro ‘yihadista’ libio, Ali Bashir Falah, en el área de Katabah, feudo de la familia, llevó a desenmascarar definitivamente la presencia del ISIS en la ciudad. Una comitiva de más de una docena de vehículos engalanados con banderas negras enfiló hacia el centro y llegó a establecer un ‘checkpoint’ en la misma carretera, según relataba un testigo a 'Migrant Report'. La consigna era liberar al integrante libio del grupo, miembro de una de las sagas familiares con más arraigo en la ciudad.

“Ahora están en Trípoli (al-Gharbi y Falah)”, comenta, “los capturamos de noche, cuando pretendían secuestrar a alguien, y los transferimos a la policía”. La detención, según el guerrillero, advirtió sobre la preparación de un operativo de ISIS para avanzar en Túnez, concretamente en Ben Guerdane, un pueblo a unos 20 kilómetros de la frontera que se ha convertido en objetivo prioritario en la expansión del grupo. “Según sus planes, (al-Gharbi) debía ir a Túnez a través de la frontera con armas y algunos hombres”, asegura que confesó el detenido, “irían a (Ben Guerdane) y plantarían bombas en algunos sitios para aterrorizar a la gente, amenazarlos y anunciar después la adhesión de esa zona a ISIS”.

El plan revela en buena medida la importancia de Sabratha como base del Estado Islámico en Libia y las diferencias con Sirte, su bastión en el corazón de la franja costera entre las instalaciones de petróleo del Este y la imponente Misrata, al Oeste. También por qué el grupo, acostumbrado a difundir a bombo y platillo sus atrocidades, prefirió mantenerse fuera del radar todo lo que pudo.

Según El Ghorabli, en Sabratha “no querían problemas con la gente”. “Sabratha es el lugar donde recibían gente de fuera”, recuenta, “entrenaban, se quedaban aquí para formarse por un período corto de tiempo, quizá dos meses, máximo tres, y luego los mandaban bien (a otros sitios) dentro de Libia, como Derna, Sirte, o fuera, a Siria o cualquier otra parte”. “Si hubiesen presentado batalla aquí, el ISIS se hubiese acabado”, sentencia, “lo que pasó es que nosotros empezamos la guerra”.

“Los yihadistas aún están en Sabratha”

La conjetura tiene algo de premonición a posteriori. La campaña de persecución y capturas de sospechosos vinculados con la red del ISIS en Sabratha acabó en diez días de lucha sin cuartel por cada callejón de la ciudad. Un nuevo frente de fuerzas milicianas hasta entonces inoperantes contra la amenaza ‘yihadista’ se creó para arrancar de raíz un mal con nombre y apellidos que aún despiertan resquemor.

“No son las familias, son los hijos los que empezaron a hacer problemas”, se queja el guerrillero, “el problema en Libia es, aún, el sistema tribal, la tribu no paró a sus chavales, ese es el principal punto”. “Realmente no los impulsaron”, añade, “pero no tienen fuerza para hacer que se detengan”.

“Recuerdo un día en que alguien de la familia Dabashi a quien conocía vino a buscar una solución”, recuenta de las negociaciones que, tras la incursión hacia el centro de la ciudad, acabaron con la demostración de fuerza sin que se disparasen tiros ni hubiese muertos. “Hicieron lo que pudieron para evitar enfrentamientos y recuperar a su gente”, dice, “pero ya no podían parar porque el ISIS es así de peligroso: una vez que empiezas (con ellos), tienes dos opciones, o siguen con el ISIS hasta la muerte, o si lo dejan, les matan, esa es la razón por la que no les pusieron freno, no pueden”.

'Somos musulmanes, conocemos el peligro del ISIS mejor que los europeos y que las Naciones Unidas. No tienen miedo, les gusta la muerte, la sangre... la han probado'

La ciudad es heredera de una tradición de guerrilla religiosa que inauguró el Frente de Lucha Islámica de Libia allá en los tiempos de la dictadura, cuando Afganistán se convirtió en un avispero. Lo mismo ocurrió en la oriental Derna, cercana a la frontera con Egipto y que en octubre de 2014 se convirtió oficialmente en la primera colonia ‘califal’ fuera de Siria e Irak.

“Esto ocurrió incluso antes de la revolución”, apunta Sami el Ghorabli, “había gente aquí que viajó de Libia a Afganistán, volvieron y se quedaron en Sabratha, otros fueron encarcelados durante el régimen de Gadafi y esa gente intentaba atraer a otros, a chicos jóvenes”. “Les daban dinero, los instruían, les convertían en héroes”, prosigue, “eso incluso antes de 2011”.

La situación explica la evolución de los campos que han dado cobijo a ISIS y que, antes, sirvieron a Ansar al-Sharia, agrupación libia responsable de la muerte del embajador estadounidense en 2012 en Bengasi y etiquetada como formación terrorista por el consejo de Seguridad de la ONU dos años después. En Libia, los límites entre las fuerzas de la ‘yihad’, como Al Qaeda o ISIS, se difuminan en vínculos tribales, por eso, para Sami, exempleado en la industria petrolífera, “siempre ha habido ISIS”.

Dos meses después del ataque estadounidense, cuando las autoridades de la ciudad se esfuerzan en dar la imagen de normalidad que atraiga a periodistas sin ‘hiyab’ a las calles por las que pasean mujeres totalmente cubiertas por el ‘niqab’ negro, los vástagos de los Falah y los Dabashi siguen manejando el cotarro ‘yihadista’ de Sabratha.

Los cabecillas, Abdalá Dabashi, líder de la facción, y tres de sus primos, comandantes, huyeron, pero El Ghorabli insiste en que han recibido informaciones de que tanto Abdalá Dabashi, líder de la facción, como sus primos, entran y salen de la ciudad. “Aún están en Sabrata”, dice, “pero hacemos lo que podemos para encontrarlos porque no nos podemos quedar parados hasta que los arrestemos”. Entonces, cree, “no habrá más amenaza”, si no: “Aún están vivos y son peligrosos, pueden volver a agrupar gente de Túnez y resurgir”.

“Yo creo que el Gobierno debe concentrarse en Sabratha porque una vez que nos libremos del ISIS, toda Libia estará bien”, reivindica, al tiempo que aprueba una intervención internacional que traiga más bombardeos aéreos “especialmente en Sirte”. “Debemos ayudarnos todos porque nuestro objetivo es el mismo: a nosotros no nos gusta el ISIS, a ellos (la comunidad internacional) no les gusta el ISIS”, pide Sami, como colofón, “somos musulmanes, conocemos el peligro del ISIS mejor que los europeos y que Naciones Unidas. No tienen miedo, les gusta la muerte, la sangre, la han probado”.

La historia del hombre que se enfrentó al Estado Islámico comienza con una pendencia. Un sospechoso intenta escapar hacia la frontera poniendo en marcha su coche. Los milicianos le dan el alto pero no se detiene. “Cogimos nuestras automáticas y le disparamos, directamente”. El resultado: tres tiros en la espalda, los neumáticos pinchados y un topetazo contra un árbol. “Abrió la puerta y cayó”, prosigue Sami el Ghorabli, alias Sami Krau, “no podía mover las piernas, así que lo capturamos y encontramos armas en el coche y algo de dinero”. Después, el ISIS consiguió liberarlo. “Desde ese día entramos en guerra contra ellos”, concluye el hombre que, para algunos, es el libertador de Sabratha.

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