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Un día en la locura económica de Venezuela (II)
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Un año después, la situación ha empeorado

Un día en la locura económica de Venezuela (II)

Ha pasado un año desde que El Confidencial publicó un artículo con este mismo titular. Desde entonces, la situación no ha hecho sino empeorar

Foto: Un grupo de personas hace fila frente a un supermercado en Caracas, el 11 de marzo de 2016 (Reuters)
Un grupo de personas hace fila frente a un supermercado en Caracas, el 11 de marzo de 2016 (Reuters)

“El salario mínimo no da para hacer la compra de un mes para una familia de cinco. Tampoco para alquilar un apartamento –ni siquiera una habitación– en una zona clase media de Caracas”. Hace poco más de un año empezábamos así un texto sobre la economía de Venezuela. Desde entonces, la situación, lejos de mejorar, ha empeorado, y el día a día del venezolano se mueve entre estirar un ínfimo salario para cada vez menos alimentos y bregar sin éxito contra una inflación galopante. Por si fuera poco, ahora se añaden nuevos retos: lidiar con el racionamiento de agua y electricidad.

En febrero, el presidente Nicolás Maduro hizo varios anuncios importantes. El más significativo, el aumento del precio de la gasolina, una medida que se esperaba hace meses y que no se daba desde los años 90. A pesar del incremento, Venezuela sigue siendo el país donde es más barato llenar el tanque. Cuesta menos que un desayuno de arepa y jugo. El aumento sigue sin suplir los costos de elaboración y Venezuela sigue pagando un subsidio millonario cada año.

[Lea aquí: Un día en la locura económica de Venezuela]

La restricción cambiaria sigue, cada vez con más fuerza porque el país tiene menos capacidad adquisitiva en dólares con la caída del mercado petrolero y del precio por barril. Maduro también anunció la modificación del sistema de divisas. Si antes había tres tipos cambiarios, ahora son dos. El primero, para importar alimentos y productos de primera necesidad, pasa de 6,30 a 10 bolívares por dólar. El segundo, para el resto de menesteres, queda bajo una tasa flotante que arrancó en 200 bolívares por dólar. La escasez de dólares sigue propiciando un mercado negro de divisas con un costo cada vez mayor. Si por estas fechas en 2015 el euro se cambiaba por 300 bolívares, ahora se cotiza en 1.362 bolívares por cada euro.

Maduro ha anunciado la modificación del sistema de divisas, que pasará de tres sistemas cambiarios a dos

Desde que Hugo Chávez llegó al poder en 1998, el salario mínimo se ha subido 31 veces. La última, el 1 de marzo, con un incremento del 20% que lo situó en Bs 11.578. Con el nuevo tipo cambiario queda en 1.052 euros al cambio preferencial, 52,62 euros al tipo de cambio flotante, y en 8,5 euros si tomamos en cuenta el dólar negro. En la realidad, el salario mínimo alcanza para comprar 15 latas de atún o disfrutar de, como mucho, de 16 almuerzos “tipo ejecutivo” en zonas populares de Caracas.

El problema de la inflación

La inflación se encarga de convertir en sal y agua el quince y último de los venezolanos. Según el Banco Central de Venezuela (BCV), la inflación al cierre de 2015 fue de 180%. Las cifras extraoficiales del Fondo Monetario Internacional la situó en casi un 300% y prevé que 2016 cierre con un 720%. Aún con el baile de cifras, no hace falta ser economista para darse cuenta en la calle de la variación de los precios cada vez más rápido. Por poner un ejemplo oficial, el precio del pasaje urbano de autobús costaba 2 bolívares en 2010. En 2014 subió a 6. Durante 2015 subió en tres ocasiones, de 10 a 15 y 20 bolívares en diciembre. Recién acaban de anunciar un nuevo aumento que lo deja en 35 bolívares y que ascenderá hasta los 50 en noviembre.

Ni que decir tiene que la canasta básica es inalcanzable. Según el Centro de Documentación de Análisis Social (Cendas), en febrero costaba Bs 126.975, o sea, se precisan 12,6 salarios mínimos para completarla. Y, aunque se tuviera el dinero, es casi imposible obtenerla entera. La lista de cosas que no se encuentran han aumentado en este año: al consabido papel higiénico, arroz, pasta y harina de maíz, se unen granos como las habichuelas negras, lentejas y pasta de dientes.

Se necesitan 12,6 salarios mínimos para completar la canasta básica, según el Centro de Documentación de Análisis Social. Hay productos imposibles de obtener

En el mercado regular no hay. O si se consigue es después de hacer colas cada vez más larga y cada vez para menos productos. Aún se puede acudir a los bachaqueros, que son lo que a los españoles fueron los estraperlistas en la guerra civil y el franquismo, y encontrar preciados tesoros como jabón o pañales, pero a precios hasta 15 veces por encima del regulado.

Sin embargo, se pisa un supermercado y se puede pensar que “la cosa no está tan mal”. Hay verduras, hortalizas, carne, pescado, frutos secos. Faltan básicos que se podría pensar en suplir con otras cosas, pero es caro y no está al alcance de todos. Sólo un kilo de tomates supone una décima parte del salario mínimo.

Sorprende también ver la carta de algunos restaurantes: langosta, carpaccio de salmón o sabrosos y caros cortes de carne, todo regado con buenos vinos, ron, whisky. Y se consume. Sólo que, como con los tomates, sólo está reservado para una parte, cada vez más pequeña, de los venezolanos.

Un país sin medicamentos

Hay cosas que ni removiendo cielo y tierra, ni teniendo todo el dinero del mundo, se encuentran. Y con resultados más dramáticos. Es el caso de los medicamentos. La Federación de Farmacias de Venezuela (Fefarven) da un 60% de escasez de medicamentos, lo que se traduce en que 8 de cada 10 farmacias no tienen los medicamentos básicos. Hicimos la prueba con una medicina aleatoria, gotas para los oídos. No la encontramos.

La gente acude a las redes sociales para solicitar los medicamentos que no encuentra. Sólo asomarse a Twitter y buscar en Venezuela el hashtag #serviciopúblico, da una idea. En una radio del interior, el programa “Farma Rumbo” sirve para que la gente llame y haga peticiones de los medicamentos que necesita. También reciben donaciones y, mediante una lista, se puede acceder a ellos.

La gente ha tenido que acudir a las redes sociales para conseguir los medicamentos que no encuentra

A las colas por comida hace tiempo se sumaron unas nuevas, aquellas para conseguir efectivo en el cajero automático. La inflación ha hecho que con el billete de más alta denominación, el de 100 bolívares, apenas se pueda comprar una chocolatina. A su vez, los bancos sólo permiten un límite diario de retiro porque de esto, de billetes, también hay escasez. En algunos lugares del interior del país la situación es límite y da pie a trapicheos. Por ejemplo, en pueblos fronterizos de Bolívar, Zulia o Táchira, es muy difícil encontrar comercios con punto de venta, todo funciona con efectivo, pero encontrar una sucursal bancaria es una odisea. Sin embargo, hay quien encuentra en todo una oportunidad, y hay comercios en los que se puede simular una compra con tarjeta para recibir el efectivo con un cargo del 20% a beneficio del tendero.

Hace unas semanas Nelson Merentes, el presidente del BCV, planteaba la emisión de nuevos billetes de 500 y 1000 bolívares, y que poco a poco se irán eliminando los de baja denominación (2, 5, 10 bolívares). Aún no se ha dicho cuándo se tomará esta medida y, mientras, sigue la emisión de nuevos billetes de 100, algo que ayuda en la liquidez pero incide aún más en el debilitamiento del bolívar y en la inflación.

placeholder Soldados venezolanos intentan controlar a un grupo de gente que hace fila frente a un supermercado en San Antonio, en la frontera con Colombia, en agosto de 2015 (Reuters)
Soldados venezolanos intentan controlar a un grupo de gente que hace fila frente a un supermercado en San Antonio, en la frontera con Colombia, en agosto de 2015 (Reuters)

Menos horas para el ocio

Si el venezolano quiere olvidarse de todo esto, tener un rato distendido, cada vez es más complicado, no sólo por lo costoso de pagarse una cena o una entrada de cine, sino por la restricción de horarios. Desde hace un tiempo hay un toque de queda silencioso, no oficial, que hace casi imposible entrar en un restaurante a las 10 de la noche y encontrar la cocina abierta. Los domingos hay zonas de Caracas que lucen fantasmagóricas a partir de las 7 de la tarde. La delincuencia ha ido tomando la calle, los espacios, y relegando a los venezolanos a los espacios privados.

Pero lo que antes era informal y por la inseguridad, ahora se ha vuelto la norma por motivos económicos. Desde mitad de febrero el Gobierno implantó el racionamiento eléctrico en los edificios públicos, como ministerios, que sólo laboran hasta la 1 del mediodía. En los centros comerciales, a grandes rasgos, de lunes a viernes operan desde las 10 de la mañana, hacen un parón de escaleras mecánicas, ascensores y luces de 1 a 3 del mediodía y cierran a las 7 de la tarde. Si cuentan con planta eléctrica, pueden extender este horario. Los fines de semana el horario es el habitual, hasta la noche.

Los linchamientos de 'malandros' se han vuelto más frecuentes en las zonas de clase media

Caracas sufre ahora y de modo evidente lo que desde hace años ocurre en el interior del país, donde los apagones y cortes de luz son frecuentes todas las semanas. Igual pasa con el agua. Las reservas del embalse del Guri, en el estado Bolívar, están a un nivel crítico, admitió el Ministro de Energía Eléctrica Liuis Motta. Achacan la sequía al fenómeno El Niño, si bien es cierto que en los últimos años no se han tomado previsiones ni se han hecho nuevas obras ni de embalses ni en el tendido eléctrico.

En zonas donde antes el racionamiento se limitaba a un día por semana, ahora hay hasta cuatro y cinco días sin que entre ni una gota. Aún así, esos sectores son privilegiados, hay lugares dentro de Caracas y en el interior del país, así como en la isla de Margarita, donde el suministro puede tardar incluso semanas.

Con la soga cada vez más al cuello, sin embargo Venezuela parece tranquila a primera vista. Pero la calma de lo que las cifras catalogan como uno de los países más violentos del mundo no puede ser como la de Suiza, y si bien el descontento ahora no se manifiesta en grandes protestas, lo hace gota a gota en pequeños eventos. Peleas entre la gente de las colas, agresividad creciente, los cada vez más frecuentes linchamientos de malandros en las zonas de clase media, el tomarse la justicia por su mano, así como su justificación. Aquí no pasa nada, pero pasa de todo.

“El salario mínimo no da para hacer la compra de un mes para una familia de cinco. Tampoco para alquilar un apartamento –ni siquiera una habitación– en una zona clase media de Caracas”. Hace poco más de un año empezábamos así un texto sobre la economía de Venezuela. Desde entonces, la situación, lejos de mejorar, ha empeorado, y el día a día del venezolano se mueve entre estirar un ínfimo salario para cada vez menos alimentos y bregar sin éxito contra una inflación galopante. Por si fuera poco, ahora se añaden nuevos retos: lidiar con el racionamiento de agua y electricidad.

Inflación Nicolás Maduro
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