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La ultraderecha se aúpa como tercera fuerza política en Alemania
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CASTIGO A LA POLÍTICA MIGRATORIA DE MERKEL

La ultraderecha se aúpa como tercera fuerza política en Alemania

Los resultados solo pueden leerse en clave nacional: un voto de castigo a la política migratoria de Merkel en particular y, en general, una seria advertencia al bipartidismo

Foto: Frauke Petry, líder de Alternativa para Alemania, entrevistada tras conocerse los resultados electorales, en Berlín, el 13 de marzo de 2016 (Reuters).
Frauke Petry, líder de Alternativa para Alemania, entrevistada tras conocerse los resultados electorales, en Berlín, el 13 de marzo de 2016 (Reuters).

La ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) ya es la tercera mayor fuerza política del país. Las elecciones de este domingo en tres de los 16 estados federados del país lo han confirmado. La formación, nacida en 2013, ha calado en todos los sectores -aunque especialmente en las zonas rurales, entre la clase media y baja, y en el este de Alemania- con un mensaje xenófobo y populista que explota las incertidumbres políticas, sociales y económicas que ha abierto la crisis de los refugiados. Por eso, los resultados solo pueden leerse en clave nacional: como un voto de castigo a la política migratoria de Angela Merkel en particular y, en general, como una seria advertencia al bipartidismo, cristalizado en la gran coalición de conservadores y socialdemócratas que gobierna en Berlín.

"Estamos en el camino hacia la victoria. Hoy es un buen día para la democracia", aseguró al celebrar los resultados desde Berlín la líder de AfD, Frauke Petry. "Ahora hay que comenzar a trabajar en la oposición", señaló, para cargar a continuación contra la "catastrófica trayectoria" de Merkel en la cuestión de los demandantes de asilo, que ha sido lo que "ha abierto los ojos de la gente".

En términos agregados, AfD ha concluido la jornada electoral en Sajonia-Anhalt, Baden-Württemberg y Renania-Palatinado tan solo por detrás de las dos formaciones más veteranas del país: la Unión Cristianodemócrata (CDU) de la canciller y el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD). Por detrás de los ultraderechistas han quedado Los Verdes, La Izquierda y el Partido Liberal de Alemania (FDP). Estos resultados coinciden en gran medida con los últimos sondeos de intención de voto realizados a nivel nacional, que daban a AfD en torno a un 12% de los votos. Estos comicios simultáneos, en los que estaban llamados a votar cerca de 13 millones de personas, son los de más amplio espectro desde las parlamentarias de 2013.

placeholder Una votante de Alternativa para Alemania (AfD) durante el congreso del partido en Hannover (Reuters).
Una votante de Alternativa para Alemania (AfD) durante el congreso del partido en Hannover (Reuters).

Lo más llamativo es la actuación de AfD en Sajonia-Anhalt, un 'land' de la antigua Alemania oriental caracterizado por una población envejecida y rural, así como por una elevada tasa de desempleo relativa. La formación emergente ha cosechado aquí el 24,3% de los votos, por detrás tan solo de la CDU (30%). El SPD se derrumba, por su parte, hasta la cuarta posición (10,5%), peor que los poscomunistas de La Izquierda (16,1%).

Los resultados de AfD en los otros dos estados son más discretos, reafirmando en parte la tesis que apunta a que los movimientos de ultraderecha están cuajando mejor en el este alemán, pero son igualmente sólidos. Según cifras casi finales de los recuentos, en el sureño Baden-Württemberg han cosechado un 15%, lo que les coloca en cuarta posición (Los Verdes, 30,4%; CDU, 27,1%; SPD, 12,7%). En el occidental 'land' de Renania Palatinado, el motor exportador del país, AfD se afianza con un 12,4% en la tercera posición (SPD, 36,4%; CDU, 31,8%; FDP, 6,1%).

Con esta constelación de resultados y el abismo que separa a las fuerzas políticas establecidas de la emergente, queda descartado totalmente que AfD pueda acceder como socio minoritario a algún Gobierno regional en Alemania. Y, sin embargo, los resultados son un aldabonazo al 'establishment' y al Gobierno. La formación ha logrado tocar la fibra de una parte del electorado, que ve con recelo cómo el Gobierno alemán ha permitido la llegada de más de un millón de peticionarios de asilo en 2015. Entre ellos, hay casos de incertidumbre e inseguridad, pero también de auténtico odio (como evidencia el récord de ataques xenófobos a centros de refugiados).

Ha logrado tocar la fibra de una parte del electorado, que ve con recelo cómo el Gobierno ha permitido la llegada de más de un millón de peticionarios de asilo

Merkel, a la que a lo largo de su década en el poder se le ha acusado de preferir la ambigüedad y posponer la toma de decisiones, ha polarizado a la sociedad alemana con la crisis de los refugiados como nada había logrado en los últimos años. Ni siquiera Grecia. La decisión de la canciller -porque ha sido personalísima- de facilitar la entrada en el país de cientos de miles de demandantes de asilo el pasado verano generó una euforia inicial en gran parte del país, que se volcó en la acogida (muchos siguen ayudando desinteresadamente). Pero el eco de los aplausos a los refugiados que llegaban a la estación central de Múnich hace tiempo que se ha extinguido.

Desde entonces, con días en los que llegaban al país entre 3.000 y 5.000 personas, ha llovido mucho. Muchos ciudadanos alemanes critican el caos administrativo con la gestión de los refugiados, el desvío de recursos públicos para atender a demandantes de asilo y la merma de los servicios de la Administración. Además, están los miedos -azuzados desde la ultraderecha- a que la llegada de extranjeros suponga en la práctica una invasión cultural, que diluya los valores y las costumbres alemanas, y traiga otros ajenos al mundo cristiano y a los valores democráticos. Por último, está el temor a que muchos de los peticionarios de asilo se conviertan en mano de obra barata para la potente industria alemana, sacando del mercado a trabajadores autóctonos con unos salarios más elevados.

La oposición a la política de asilo de Merkel no ha dejado de crecer. Tanto en la sociedad como en el propio bloque conservador de la canciller. La voz cantante entre la disidencia interna la ha llevado Horst Seehofer, presidente de Baviera y de la Unión Socialcristiana (CSU), partido hermano de la CDU. Pero ministros de Merkel como el de Finanzas, Wolfgang Schäuble, y el de Interior, Thomas de Maizière, considerados fieles escuderos de la canciller, tampoco han dudado en dejar entrever -aunque de forma más sutil- su diferente parecer. En contraste, los partidos de centro-izquierda e izquierda han apoyado mucho más a Merkel, aunque con lógicos peros estratégicos.

La combinación de hartazgo social, disidencia interna y auge de AfD ha llevado al Gobierno alemán a endurecer su política de asilo en los últimos meses, aunque sin alterar lo básico. Y parece que va a seguir así. Tras los resultados electorales, el secretario general de la CDU, Peter Tauber, respondió con un rotundo "no lo veo" cuando se le preguntó sobre la posibilidad de un cambio de estrategia.

Reducir el número de demandantes

La consigna de la canciller ahora, no obstante, es tratar de reducir "sensiblemente" el número de demandantes de asilo que llegan al país, ha asegurado Merkel. En esta línea se encuadran las decisiones de recalificar a los países de los Balcanes como puntos de origen "seguros" para que sus ciudadanos no puedan obtener asilo o de limitar el derecho de reagrupación familiar para los menores que lleguen a Alemania. Pero es el norte de las últimas negociaciones que ha liderado la canciller en Bruselas, algunas tan polémicas como el acuerdo con la Turquía de Recep Tayyip Erdogan.

Por su parte, AfD -de forma similar a lo que ha hecho en los últimos meses el movimiento xenófobo Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente, Pegida- ha aprovechado ese descontento social, esos temores, para medrar. Afilando sus mensajes contra los extranjeros, aunque de forma que ha conseguido establecerlos en el imaginario colectivo como dentro de los límites de lo políticamente defendible, a diferencia de lo que ha sucedido hasta ahora con partidos de extrema derecha o directamente neonazis.

AfD nació en 2013 como un partido de corte elitista -sus fundadores eran economistas y catedráticos- y carácter euroescéptico. Pese a su ascenso, no logró ese año acceder al Bundestag en las elecciones parlamentarias de septiembre, debido al mínimo legal establecido del 5% de los votos. Pero se quedó a las puertas, con un 4,7%. Fue un primer aviso. Luego vino el estancamiento, la búsqueda de un programa integral, el intento de llegar a más gente. Y las luchas intestinas. Finalmente, la familia más nacionalista y ultraconservadora se impuso. En 2015, abandonaron el partido las dos figuras que representaban el euroescepticismo y el liberalismo económico en el partido: su fundador y rostro más visible en una primera época, Bernd Lucke, y el expresidente del 'lobby' de la industria alemana Hans-Olaf Henkel.

Muestra de las diferencias internas de la formación es la elevada tasa de dimisiones. De los siete europarlamentarios originales, tan solo quedan dos

Por el camino, AfD se ha presentado a ocho elecciones y, pese a algunos altibajos, la tendencia es claramente ascendente. Tras las parlamentarias de 2013, concurrió a las regionales de Hesse, donde tampoco superó el mínimo y quedó fuera del legislativo. Luego llegaron las europeas de 2014, donde obtuvo siete escaños de los 96 en liza para Alemania. Logró el 7,04% de las papeletas, quedando en quinta posición.

En 2014, también se celebraron elecciones regionales en Sajonia, donde logró el 9,7% de los votos y 14 escaños; en Turingia, donde obtuvo el 10,6% de las papeletas y 11 asientos, y Brandeburgo, donde alcanzó el 12,2% de los escrutinios y 11 escaños. Ya en 2015, AfD concurrió a los comicios regionales de Hamburgo (6,1%) y a los de Bremen (5,5%).

Muestra de las diferencias internas de la formación es la elevada tasa de dimisiones que presentan los cargos electos de AfD. De los siete europarlamentarios originales, tan solo permanecen dos en sus puestos. De los 48 diputados locales, ocho han abandonado su posición tras llevar solo meses en el puesto.

La ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) ya es la tercera mayor fuerza política del país. Las elecciones de este domingo en tres de los 16 estados federados del país lo han confirmado. La formación, nacida en 2013, ha calado en todos los sectores -aunque especialmente en las zonas rurales, entre la clase media y baja, y en el este de Alemania- con un mensaje xenófobo y populista que explota las incertidumbres políticas, sociales y económicas que ha abierto la crisis de los refugiados. Por eso, los resultados solo pueden leerse en clave nacional: como un voto de castigo a la política migratoria de Angela Merkel en particular y, en general, como una seria advertencia al bipartidismo, cristalizado en la gran coalición de conservadores y socialdemócratas que gobierna en Berlín.

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