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La sociedad más castigada de Europa se vuelca con los refugiados
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EN GRECIA, LA EMIGRACIÓN SE LLEVA EN LA SANGrE

La sociedad más castigada de Europa se vuelca con los refugiados

Es verdad que existe un partido nazi en Grecia, pero estos días están en sus cuarteles. Ante la falta de organización del Gobierno, la sociedad helena se exprime al máximo

Foto: Un voluntario carga con un menor tras la llegada de un grupo de afganos a las costas de la isla griega de Quíos (Reuters).
Un voluntario carga con un menor tras la llegada de un grupo de afganos a las costas de la isla griega de Quíos (Reuters).

Athanasis es uno de los numerosos jubilados golpeados por la crisis, con la pensión recortada y pocas perspectivas de recuperar el poder adquisitivo de antaño que dan corajudamente un paso al frente para llevar lo que pueden, aunque sea una pequeña ayuda, a los refugiados que esperan en las calles de Atenas poder seguir su trayecto al norte de Europa.

El recuerdo de cuando ellos, los más mayores, eran los que se marchaban con una mano delante y otra detrás le viene a la mente cuando, con dos bolsas blanca de plástico cargadas hasta arriba, llega a la plaza Victoria, en el centro de la capital, a lo que era entonces un campamento improvisado. Ahora, la policía ha trasladado a todos los migrantes a los campos de la periferia, pero cuando hablamos con él, hace escasamente unos días, Athanasis contaba que no soportaba quedarse en casa, en la tranquila y semirural periferia ateniense, mientras veía por televisión “gente durmiendo en cartones y niños correteando” sin nada que llevarse a la boca.

Casi no hay ninguna familia griega que no haya experimentado en propia piel el drama del exilio o de la emigración económica. Y para afirmar esto ni siquiera hay que contar la crisis que desde 2010 ha generado a una de las fugas de cerebros más fenomenales de su Historia reciente. No hay familia helena que no tenga entre sus miembros al menos un refugiado de la expulsión masiva de griegos de Estambul y Asia Menor de principios del siglo XX, cuando el llamado ‘intercambio de poblaciones’ (que los griegos llaman ‘el desastre’). Aún viven gente que recuerda que al instalarse en la que era espiritualmente su patria se les apodaba despectivamente “turcos”.

Si en una familia griega no hay refugiados de este tipo seguro que hay una rama de la familia que se fue para no volver -salvo de vacaciones- durante las masivas emigraciones económicas a Estados Unidos y Australia (¿les suena Astoria, en Nueva York?).

En Grecia la emigración se lleva en la sangre desde siempre.

Desde que la policía acordonara Victoria y la patrullara constantemente no se ven más que escasos grupos de migrantes que se aproximan discretamente a los traficantes en busca de un viaje a la frontera con Macedonia, a Idomeni, y algún griego despistado que no sabe que allí no queda casi nadie. Los refugiados saben que la frontera está cerrada, pero lo quieren “intentar” de todos modos, quieren intentar cruzarla, como asegura Rahid, un paquistaní, en una calle adyacente a la plaza. Aunque sus posibilidades sean nulas: “reza por mi”, pide.

El relevo de Victoria lo ha tomado el puerto del Pireo, nuevo campamento improvisado... y precario a pesar del trabajo titánico de las ONG.

Al famoso puerto ateniense, que en unos meses se llenará de turistas y cruceros de los países europeos más pudientes, llegan ahora, cada día, miles de refugiados tras un viaje en ferry desde las islas, después un trayecto arriesgado desde la costa turca. Allí los niños juegan con lo primero que encuentran, con coches en miniatura rotos, carritos de la compra... muchos ríen. Unos miembros de una ONG, ‘La Sonrisa de un Niño’, comentan que quizás ignoren al peligro que acaban de correr para llegar hasta Grecia.

Los adultos no están tristes, aunque sí cariacontecidos, cansados. Se refugian en tiendas de campaña de lona fina o en el interior de uno de los varios edificios inutilizados del puerto, acondicionados de manera atropellada, en los que la prensa no pueden entrar. Se sienten a salvo, aunque saben que no están cerca del final de su viaje. Ellos también quieren viajar al Norte, no pierden la esperanza cuando les decimos que el paso de Macedonia está cerrado. Todos con los que hablamos tienen una palabra en la boca: “Alemania”.

En una de las fachadas laterales de lo que fue una factoría, ahora abandonada, se alinean tiendas de campaña de varias decenas familias con niños pequeños. Se les ve charlar animados. En medio del ir y venir de grupos de refugiados algunos griegos nos preguntan, mientras señalan lo que llevan consigo -galletas, latas de conservas, pasta-, dónde pueden dejar su cargamento. La respuesta más fidedigna es ‘en ningún sitio’: las organizaciones humanitarias apenas dan abasto para atender a los migrantes, y no tienen servicio de recogida. Finalmente todos reaccionan igual: nos miran con resignación y se acercan al grupo de refugiados que tienen más cerca. Una avalancha de personas les quita rápida aunque respetuosamente la comida de las manos.

Un coche para cerca de una comitiva de refugiados. Un hombre, que debe rondar la edad de jubilación, baja del asiento del copiloto -el conductor ni siquiera apaga el motor- reparte una bolsa de naranjas entre los que pasan por allí en ese momento (un padre y su hijo), y se marcha sin apenas esperar un gracias, como si le diera apuro.

Lo cierto es que esta espontaneidad, que puede ser la expresión de “la cultura griega”, como declaró pomposamente el primer ministro Alexis Tsipras, es también muestra de la falta de organización del Gobierno heleno, que solo cuando ha visto que se cerraba la ruta de los Balcanes ha decidido poner de su parte para realojar a los más de 42.000 migrantes que, ya sí, se encuentran atrapados en su territorio.

Consciente de que pocos de ellos se quieren quedar en Grecia, un destino de escasas perspectivas laborales, las autoridades consideraron que los refugiados no eran problema suyo a largo plazo, que pasarían de largo y la pelota la tendrían los ricos de Europa. Desalojar la plaza Victoria ha sido un punto de inflexión, el momento que denota que Atenas se ha dado cuenta de que esta situación va para largo. Muchos de los que pernoctaban allí han sido trasladados a la periferia de la capital y a diversos puntos de la Grecia continental. Aunque la gran mayoría se resisten a ello. Las historias que se cuentan en los medios sobre Idomeni son escalofriantes, los rumores y las advertencias son tozudas, pero los refugiados no quieren ser realojados en instalaciones como el antiguo estadio de hockey. Quieren probar suerte.

Y mientras tanto la sociedad helena se exprime al máximo.

El pasado domingo la plaza Syntagma estaba llena hasta la bandera. No era por una de las tradicionales manifestaciones contra el Gobierno por las medidas anticrisis. El motivo era recoger medicamentos, comida no perecedera, sacos de dormir… La Red de Solidaridad Social, la plataforma ciudadana convocante, se vio desbordada por la afluencia, la convocatoria en las redes sociales corrió como la pólvora; los voluntarios tuvieron que rechazar muchos productos por no poder manejar tantas aportaciones.

Es verdad que existe un partido nazi en Grecia. Pero estos días están en sus cuarteles. Los griegos solidaros imponen su ley en Atenas.

Athanasis es uno de los numerosos jubilados golpeados por la crisis, con la pensión recortada y pocas perspectivas de recuperar el poder adquisitivo de antaño que dan corajudamente un paso al frente para llevar lo que pueden, aunque sea una pequeña ayuda, a los refugiados que esperan en las calles de Atenas poder seguir su trayecto al norte de Europa.

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