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Alemania se receta extremistas arrepentidos para combatir la radicalización de jóvenes
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"LA CLAVE ES LA PREVENCIÓN EN LOS COLEGIOS"

Alemania se receta extremistas arrepentidos para combatir la radicalización de jóvenes

Alemania trata de evitar que de entre sus jóvenes emerjan islamistas radicales como los de París. Lo mejor para la prevención, creen, es dejar hablar a los arrepentidos. A ser posible, en los colegios

Foto: Musulmanes, durante la oración del viernes en la mezquita Omar, en Berlín, en septiembre de 2012. (Reuters)
Musulmanes, durante la oración del viernes en la mezquita Omar, en Berlín, en septiembre de 2012. (Reuters)

Dominic Schmitz no se anda por las ramas. Es claro y conciso. Y tiene a su joven audiencia enganchada. "Yo fui salafista", asegura al poco de empezar su charla. Los 45 adolescentes de entre 15 y 17 años del colegio Fasia Jansen de Oberhausen, una ciudad alemana de tamaño medio y un fuerte pasado industrial, le escuchan sin perder detalle. El joven, de 28 años, desgrana cómo, tras una adolescencia desnortada, se convirtió al islam, y de cómo fue empapándose poco a poco de las tesis más fundamentalistas, de cómo se empezó a codear con predicadores radicales y de por qué, tras cinco años, decidió abandonar los círculos extremistas, pero no la fe de Mahoma, para acabar dedicándose a advertir a los jóvenes sobre los riesgos del fanatismo.

Los atentados de París, en los que fueron asesinadas 130 personas, han vuelto a sacar su nombre a la luz. El Gobierno alemán, las autoridades locales, la policía y los servicios secretos, así como colectivos sociales y asociaciones religiosas, son conscientes de que en el país hay varios centenares de radicales islamistas dispuestos a recurrir a la violencia, y buscan fórmulas para evitar a toda costa nuevos procesos de radicalización entre la juventud. El presidente de los servicios secretos de Interior, Hans-Georg Maaßen, alertó recientemente sobre "el llamado yihadismo romántico" con el que los radicales se acercan a través de aplicaciones móviles como WhatsApp e Instagram a "individuos calificables como proclives a dejarse tentar y, a partir de ahí, ganarse su confianza".

En esta batalla, el relato de Schmitz, que también responde al nombre de Musa Almani, vale su peso en oro. "Yo me convertí al islam en 2005 y justo entonces topé con unos jóvenes que eran salafistas y aún hoy, en parte, son conocidos predicadores. Entonces para mí el islam y el salafismo eran lo mismo", explica en una reciente entrevista en la televisión WDR. "No tenía ni idea de religiones y se me vendió el salafismo como el islam", agrega con respecto a esa rama fundamentalista del movimiento suní que reivindica la ortodoxia y la vuelta a los orígenes.

"Me sentí rápidamente ligado, porque eran jóvenes como yo. Ellos habían dejado la vida que yo llevaba y vivían de forma coherente con sus creencias. Eso me impresionó", continúa Schmitz. Y lo que le contaron le cautivó. Para él fue "una revolución" después de sus días de porros y perder el tiempo. Por fin, un sentido para articular su vida, un orden, una estructura. "Tienen para todo una respuesta fácil. Para lo que algunos necesitan escribir un libro, los salafistas tienen una frase", asegura.

placeholder Jóvenes musulmanas durante una protesta celebrada en Berlín, en julio de 2015. (Reuters)
Jóvenes musulmanas durante una protesta celebrada en Berlín, en julio de 2015. (Reuters)

El "lavado de cerebro"

El salafismo, prosigue, es fácil. Lo da todo ya perfectamente preestablecido: cinco oraciones al día, el ayuno, el ramadán... hasta "la descripción de cómo debes ir al año, cómo debes tratar a las mujeres, a tu hermano, a los no musulmanes. Todo está clara y completamente estructurado", recuerda. Así se avanza en un proceso de "lavado de cerebro", reconoce Schmitz, que "puede llevar rápidamente a que se pueda llegar a aceptar la violencia o incluso practicarla". No obstante, este joven musulmán alemán recalca que ni el salafismo significa violencia ni él practicó o estuvo a favor de la violencia en momento alguno. No obstante: el riesgo está ahí. Demasiado cerca. Como el recuerdo de las matanzas en París.

"Lees por ejemplo la tradición según la cual el profeta Mahoma supuestamente dijo que aquellos que no desean el martirio son unos hipócritas y empiezas a darle vueltas a la cabeza. Un joven ingenuo puede cambiar muy rápido sus posturas pacifistas", razona.

Entonces algo empezó a no encajar en su cabeza. Se dio cuenta de que hablaba como un extremista. Como un "fascista", dice este joven alemán que asegura que odiaba al fascismo sobre todas las cosas antes de convertirse al islam. "El fascismo toma eslóganes (del islam) como el de que el peor musulmán es siempre mejor que el mejor infiel", denuncia.

Prevención en los colegios

Ahora, con el mejor amigo de su época salafista ocupando "un puesto relativamente alto" en el escalafón del Estado Islámico (ISIS) en Siria, Musa Almani ha decidido dar un paso al frente y denunciar lo que le sucedió a él: "Creo que es muy importante que ya en los colegios se explique, en clase de religión o conmigo, por ejemplo, que voy a los colegios y hablo solo de mi vida y mis experiencias".

No obstante, cree que hay que hacer algo más, porque el potencial de captación a través de la red es enorme: "El mayor riesgo viene de internet, porque contiene mucha propaganda, con vídeos, predicadores, textos y así". Por ejemplo, combatirles con sus propias armas. Él mismo se ha abierto un canal en YouTube en el que responde a las preguntas que le formulan. Acumula ya más de 4.000 suscriptores y un millón de visualizaciones.

placeholder Musulmanes, durante el rezo del viernes en la mezquita de Skalitzer Strasse, en Berlín. (Reuters)
Musulmanes, durante el rezo del viernes en la mezquita de Skalitzer Strasse, en Berlín. (Reuters)

El relato de Schmitz no es el único del que se están valiendo en Alemania en la actualidad para contrarrestar la propaganda yihadista. Otro caso es el de Ahmad Mansour, un árabe israelí que desde hace más de una década reside en el país. Licenciado en psicología y activista, reconoce que durante años fue un "islamista radical" y ahora se dedica públicamente a combatir el islamismo y defender la democracia y el Estado de derecho. "Lo que nos debería unir como sociedad son las leyes de la democracia y los derechos humanos. Hay que proceder contra quien los niega y propaga valores contrarios a la Constitución", asegura.

Mansour acaba de publicar un libro, 'Generation Allah. Warum wir im Kampf gegen religiösen Extremismus umdenken müssen' (que podría traducirse como 'Generación Alá. Por qué debemos repensar la lucha contra el extremismo religioso'), en el que aboga por enfocar de otra forma la lucha contra la radicalización de los jóvenes musulmanes e involucrar en este ámbito a la política, la sociedad y, sobre todo, a los colegios. La prevención es la clave, a su juicio. "Quien espera a que el islamismo golpee con violencia, ya ha perdido", afirmaba en un artículo publicado una semana antes de los atentados de París. Además, cree necesaria una reforma de las prácticas del islam.

Más de un millar de islamistas violentos

El Gobierno alemán está ahora adentrándose en la cuestión de la prevención y la desradicalización en la que desde hace años trabajan organizaciones no gubernamentales alemanas como el Proyecto Hayat, una rama del exitoso programa Exit para ayudar a neonazis a salir de los entornos ultraderechistas. En la actualidad, los tres trabajadores de Hayat atienden a 70 personas, de las que 18 están consideradas como "relevantes en términos de seguridad" por la inteligencia alemana.

Alemania se considera en un estado de alerta "grave" por una "amenaza abstracta" de carácter terrorista. La policía no tiene indicios de que los yihadistas se hayan fijado objetivos físicos o humanos concretos, pero el propio Maaßen ha asegurado que los islamistas están buscando la oportunidad de perpetrar un atentado en Alemania. El estado de tensión entre las autoridades y las fuerzas de seguridad es patente en las últimas semanas. A mediados de noviembre se canceló a última hora un partido amistoso que iban a celebrar las selecciones de Alemania y Holanda en Hannover por una supuesta amenaza terrorista. En Múnich se cerraron dos estaciones de tren en Nochevieja tras el chivatazo de un posible ataque.

La inteligencia alemana estima que en el país residen unos 1.100 islamistas dispuestos a emplear la violencia, de los que 430 son tan peligrosos que podrían cometer un delito penal grave en cualquier momento. Entre ellos se encuentran cerca de un centenar de personas que han viajado a Siria, han recibido entrenamiento militar y han regresado de nuevo a Alemania, donde en total residen unos cuatro millones de musulmanes, en torno al 5% de la población. Además, recientemente se hicieron públicos fallos en el sistema de registro del millón de refugiados llegados en 2015, lo que según algunos daría opciones a potenciales terroristas a entrar en el país para cometer ataques.

Dominic Schmitz no se anda por las ramas. Es claro y conciso. Y tiene a su joven audiencia enganchada. "Yo fui salafista", asegura al poco de empezar su charla. Los 45 adolescentes de entre 15 y 17 años del colegio Fasia Jansen de Oberhausen, una ciudad alemana de tamaño medio y un fuerte pasado industrial, le escuchan sin perder detalle. El joven, de 28 años, desgrana cómo, tras una adolescencia desnortada, se convirtió al islam, y de cómo fue empapándose poco a poco de las tesis más fundamentalistas, de cómo se empezó a codear con predicadores radicales y de por qué, tras cinco años, decidió abandonar los círculos extremistas, pero no la fe de Mahoma, para acabar dedicándose a advertir a los jóvenes sobre los riesgos del fanatismo.

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