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Francia apuesta por la 'mano dura' contra los asesinos y cierra filas con su presidente
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HOLLANDE se pONE los galones de comandante en jefe del ejército

Francia apuesta por la 'mano dura' contra los asesinos y cierra filas con su presidente

Han hecho falta 132 muertos (de momento) para que ya nadie ponga el grito en el cielo por debatir si los policías municipales deben ir armados o no

Foto: El presidente francés François Hollande y los parlamentarios de las dos cámaras legislativas del país cantan "La Marsellesa". (EFE)
El presidente francés François Hollande y los parlamentarios de las dos cámaras legislativas del país cantan "La Marsellesa". (EFE)

Un verdadero discurso de consenso. Una determinación aplaudida no solo por la ciudadanía, sino también por sus enemigos políticos. El presidente François Hollande, el 'blandito', alias 'Flamby', como le apodaban sus enemigos, se puso ayer los galones de comandante en jefe del ejército.

Los ciudadanos franceses no esperaban tal cambio de actitud de un Gobierno hasta ahora atacado por su excesiva tolerancia con la delincuencia común o terrorista. Pero las primeras reacciones eran anoche de apoyo. Si Francia está en guerra, como han martilleado desde el viernes los responsables gubernamentales, se necesitan respuestas adecuadas.

La reforma de la Constitución para adaptarla a una nueva y peligrosa realidad, el endurecimiento de la legislación antiterrorista, el aumento del presupuesto para el Ministerio del Interior y el freno a los recortes en Defensa no pueden disgustar ni al centro derecha sarkozista ni al Frente Nacional. Eran medidas que estos exigen desde hace tiempo. Dirigentes del partido Los Republicanos, presidido por Nicolas Sarkozy, se atribuían en las redes sociales la paternidad de las ideas expresadas ayer en Versalles por el jefe del Estado.

Hollande dejó también desarmada a Marine Le Pen. El presidente se convirtió por momentos en el ventrílocuo de la líder nacional-populista. Dos de las ideas/estrella de la favorita en los sondeos aparecen ahora firmadas por los responsables socialistas. Desde hace años, la hija del viejo patrón del FN exige, implora y se desgañita para que los ciudadanos binacionales implicados en actos terroristas sean desposeídos de la nacionalidad francesa. Franco-argelinos, franco-marroquíes, franco-tunecinos, etc., nacidos de padres extranjeros o nacidos en el extranjero pero educados y crecidos en territorio francés, perderán su preciado documento y deberán volver a vivir bajo regímenes no precisamente tan tolerantes como el país que les acoge con generosidad.

También robado al programa de Marine Le Pen es la decisión de cerrar la aduana a los binacionales acusados de terrorismo en el extranjero.

Menos esperada es la determinación de acabar, por fin, con los voceros del odio oscurantista, con los imanes salafistas que lanzan su prédica en Francia sin mover una coma del mensaje que podrían realizar en las montañas de Waziristán, en Jeddah, o en Raqqa. Hace también años que no solo el FN, sino algunos socialistas que conocen la 'banlieue', por que han salido de ella, insisten en tapar la boca y el altavoz a imanes que odian y desprecian a las mujeres no sumisas, a los jóvenes que creen en la tolerancia y el respeto, a los "cerdos y simios" que osan escuchar música.

En Francia, hoy, o quizás hasta hoy, se pueden lanzar libremente en mezquitas que no son clandestinas mensajes como este: "La mujer sin velo es desnudez. Si sale a la calle sin 'hidjab', va desnuda y, por lo tanto, merece ser ultrajada por musulmanes y no musulmanes".

Manuel Valls es la voz dura del Gobierno. Desde el sábado lanzó sus dardos contra los imanes radicales. El ministro del Interior intentó frenar los ardores del español. Hoy el jefe del Gobierno insistía: "Hay 89 mezquitas radicales que hay que cerrar".

Cuando algunos bien intencionados claman contra esas medidas, no caen en la cuenta de que ese veneno destilado por imanes extremistas no va contra los musulmanes. Son los propios vecinos musulmanes los que exigen, en voz baja, por temor, que se sustituya a esos salafistas que lavan el cerebro a sus hijos y llevan 14 siglos atrás a sus hijas.

Los terroristas del 13-N querían dar una lección también a los musulmanes que quieren hacer una vida "a la francesa", que quieren compartir con sus compatriotas blancos, negros o asiáticos, cristianos, judíos o ateos, una ceveza en una terraza. Los que comparten gustos musicales con otros jóvenes de su misma edad. La zona atacada del París intramuros representaba todo eso. Era el barrio de la noche mestiza parisina. El París cosmopolita odiado por los integristas del Islam.

Militares, gendarmes y policías recibieron ayer buenas noticias después de mucho tiempo de desánimo. Más efectivos, más financiación, menos trabas judiciales. Francia no dejará de ser un país donde se garanticen los derechos fundamentales, pero al terror no se le puede responder con ingenuidad. Han hecho falta 132 muertos (de momento) para que ya nadie ponga el grito en el cielo por debatir si los policías municipales deban ir armados o no. Hasta hoy, también, un agente de policía o gendarmería que en defensa propia tenga la mala suerte de acertar al delincuente o terrorista en la espalda debe dar muchas explicaciones a asuntos internos. No se trata de seguir las ideas del candidato Trump, sino de adaptarse a lo que Hollande llama "guerra".

Muchas medidas serán temporales; lo que dure el estado de urgencia. De momento, tres meses. En ese periodo, los policías podrán, como en la noche del domingo, entrar en domicilios de noche o de día sin orden judicial, abrir el maletero de los vehículos sospechosos. Los legisladores deberán ahora aprobar la prórroga.

Mas de 100 muertos y cientos de familias rotas en el dolor justifican medidas excepcionales. El trabajo de la policía, de los infiltrados en las redes de delincuencia en los barrios sensibles, que saben dónde se esconden los kalashnikovs, dónde viven los fichados con la S de susceptibles de caer en la trampa del terror. Pero en muchas ocasiones veían frustrados sus esfuerzos por unos jueces que no pueden saltarse la ley. Una ley pensada para los pasados tiempos felices.

Francia está en guerra también fuera de su territorio. El bombardeo sobre Raqqa y otras zonas controladas por el autoproclamado Estado Islámico va a intensificarse. La llegada a la zona del portaaviones 'Charles de Gaulle' triplica el poder de la aviación francesa. Y París no quiere estar solo en la batalla. Llama a la comunidad internacional a unirse a "la necesidad de destruir" al Estado Islámico. Incluso va a dar su brazo a torcer e integrar a Vladímir Putin en la mesa de los aliados. Francia busca una estrategia unificada en los ataques a Daesh; poner fin a que cada ejército golpee objetivos diferentes.

Los europeos también fueron ayer llamados a rebato por Hollande. Invocó el artículo que obliga a los Veintiocho a reaccionar cuando uno de los asociados es atacado. Muchas capitales europeas siguen escondiéndose y dejando que Francia acabe en el Sahel y en Oriente Próximo con la amenaza común representada por el integrismo islámico.

François Hollande ha obtenido el consenso robando ideas a todos sus rivales; creando una 'grosse koalition' de facto, para luchar contra el terrorismo. El inquilino del Elíseo supo ganar puntos con gestos emocionales tras los atentados del 11 de enero pasado. Esta vez, lo ha hecho con decisiones espectaculares que cambian en parte la historia de su país, o al menos una cultura de tolerancia extrema ante sus propios enemigos.

Ayer, París había recobrado su aspecto de lunes habitual. El eslogan 'Je suis terrasse' se llevaba al pie de la letra: las terrazas de los bares, cafés y bristós seguían repletas. Hay miedo, sí, pero se lo guardan los parisinos para demostrar a los asesinos que no cambiarán su modo de vivir.

Hollande dijo que los terroristas no conseguirán desfigurar a Francia. Es decir, entre otras cosas, cambiar su estilo de vivir, su libertad, la absoluta igualdad de derechos entre mujeres y hombres, sus barrios gays, el matrimonio homosexual y su laicidad. Todo lo que los islamistas odian. En la lectura del comunicado en el que los terroristas se atribuyen el horror del pasado viernes, muchos se detuvieron en el párrafo sobre la intervención francesa en Siria e Irak. Pero la explicación del "¿Por qué París?" llegaría unas línea más allá. La capital francesa es para los yihadistas el símbolo de la perversión, del vicio, de la cultura abierta, de la resistencia a los integrismos.

Solo una zona de la ciudad era ayer distinta a lo habital. Solo en esos pocos metros el rostro de los paseantes era más serio. La acera del Bataclan y la confluencia de las calles que desembocan en Le Carillon y Le Petit Cambodge, el café y el restaurante elegidos por los asesinos para aligerar el peso de sus kalashnikovs. El minuto de silencio duró allí cinco. Y se veían caer muchas lágrimas. Lágrimas por los amigos que no volverán a ver. Pero lágrimas también de muchas personas que no se encontraban desde el viernes, y que celebraban con un abrazo espontáneo que sus vecinos, como ellos, están vivos.

Un verdadero discurso de consenso. Una determinación aplaudida no solo por la ciudadanía, sino también por sus enemigos políticos. El presidente François Hollande, el 'blandito', alias 'Flamby', como le apodaban sus enemigos, se puso ayer los galones de comandante en jefe del ejército.

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