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La capital francesa, entre el miedo y el desafío
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parís hace vida normal como forma de rechazo

La capital francesa, entre el miedo y el desafío

Parisinos y turistas coinciden en que el terrorismo no condicionará sus planes, pero la ciudad está traumatizada por los atentados

Foto: Parisinos caminan por la ciudad el día después de los atentados. (EFE/EPA)
Parisinos caminan por la ciudad el día después de los atentados. (EFE/EPA)

De camino a París, a bordo del TGV, todo parece normal. La red ferroviaria funciona como de costumbre, ni siquiera hay retrasos y tan solo se emite un aviso que informa de que la estación de Disneyland París ha sido cerrada por motivos de seguridad. En el vagón se respira cotidianeidad: los viajeros leen y hablan sin apenas hacer ruido, como cualquier otro día. Al llegar a Montparnasse, solo un grupo de policías con un pastor alemán provoca cierta sensación de calma tensa. Las tiendas están abiertas, los coches circulan y los transeúntes se pasean con serenidad. En el metro, anuncian por megafonía que todas las líneas están operativas y que el servicio transcurre con normalidad. Cuesta creer que hace menos de 24 horas el terror haya sacudido París brutalmente.

Cerca de la Torre Eiffel las impresiones son las mismas: los turistas visitan el monumento con total normalidad. El acceso al parque y a la plaza está permitido, y solamente se ha cerrado el acceso a la propia torre. Los buses cargan y descargan visitantes armados con cámaras de fotos, mapas y souvenirs de la ciudad. Impacta ver cómo ríen mientras posan para tomarse una foto. Disfrutan de las vistas y se pasean con tranquilidad. La Policía y los militares se confunden con ellos.

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“Es la primera vez que visitamos París”, confiesa María, una estudiante universitaria peruana que vive en Bélgica, como sus amigos Mario y Adriana, venidos, respectivamente, de Honduras y Brasil. Los tres decidieron viajar en autobús desde Gante para celebrar el cumpleaños de la primera.“Poco antes de llegar, a las once de la noche, nos avisaron en el bus de que se había producido un atentado terrorista y que por eso nos desviaban a otra estación”, agrega Mario mientras sigue comiendo sus patatas fritas.

“Desde allí tomamos un taxi a nuestro hotel. Nos llamó la atención que muchos pasajeros del bus no quisieran subirse a los taxis conducidos por árabes”, revela Adriana con un marcado acento portugués. Pese a todo, decidieron quedarse en Paris y no cancelar su viaje. “Aunque mis padres me dijeron que volviera, no podemos regresar porque han cerrado las fronteras”, comenta María. El sábado reconocían que se irían al hotel pronto; no querían estar en la calle durante la noche. “No tenemos miedo, nos quedaremos en París como habíamos planeado, pero solo saldremos durante el día”, explican los tres.

Pero no solo los turistas parecen decididos a no dejarse arrastrar por el clima de conmoción que sobrevuela la capital francesa. El sábado, miles de parisinos trataban, en la medida de lo posible, de hacer una vida normal como forma de protesta por los atentados. Por precaución, las autoridades han prohibido cualquier manifestación hasta el próximo jueves, aunque algunos centenares de personas se congregaron en las principales plazas parisinas.

"Lo que ha pasado me hace sentir vergüenza"

En Plaza de la República, unas cien personas encienden velas y dejan mensajes en el Monumento a la República. Un coche de la Policía vigila de cerca el lugar e invita por megafonía a los ciudadanos a evacuar tranquilamente la plaza “por motivos de seguridad”. Nadie parece escuchar; siguen escribiendo tranquilamente sus mensajes en recuerdo de las victimas.

“El viernes a la noche estaba en mi casa viendo en la tele el partido de fútbol cuando escuché los disparos”, afirma Abdou, un ciudadano francés de origen senegalés que ha decidido acercarse a la plaza. Había pensado ir a comprar tabaco después del encuentro pero tenía demasiado miedo de pisar la calle. “Aunque nos dijeron que no saliéramos de casa, he venido porque quería rendirle un homenaje a las victimas, y porque lo que ha pasado me hace sentir vergüenza”, afirma con rabia.

[Todo el mundo muestra sus condolencias. Vea las imágentes]

Las tiendas y restaurantes en los aledaños de la plaza también están abiertos. “En mi barrio los bares y las tiendas han cerrado por respeto a las victimas, pero aquí, en el centro, a los comerciantes les importa más el dinero que el respeto y eso también es una vergüenza”, explica moviendo las manos mientras fuma un cigarrillo.

“Creo que debería haber más Policía en las calles, no los veo, parece que no estén haciendo nada”, relata con gestos de indignación. En cuanto al cierre de las fronteras y el resto de medidas tomadas por François Hollande, cree que son correctas. “La decisión del Presidente está bien, pero esto no se acabará aquí. Si no se hace nada la situación irá a más”, afirma.

Mientras los periodistas extranjeros relatan sus crónicas, los parisinos depositan velas, flores y mensajes para las víctimas

En el distrito XI de París, la Policía ha cercado con vallas las calles colindantes a la sala de conciertos Bataclan, donde los terroristas mataron a decenas de personas. En los limites de la zona de exclusión, controlada por los agentes, se amontonan periodistas tanto extranjeros como parisinos. Mientras los primeros se han acercado para grabar imágenes y redactar sus crónicas, se va produciendo un goteo de los segundos para depositar velas, flores e improvisados mensajes para las victimas. Uno de ellos, escrito en español reza: “Yo soy París, y París es vida. Nadie podrá matar a nadie. Estamos aquí para dar testimonio de vida. ¡Viva París!”. La Policía controla todos los accesos y solo deja pasar a los vecinos que pueden justificar que viven en el barrio con su carnet de identidad.

Una joven francesa de unos veinte años fuma mientras espera con impaciencia su turno para depositar un ramo de flores. Vive en el barrio. El viernes estaba en un bar tomando unas copas con sus amigos, a unas pocas calle del Bataclan. “Cuando escuché los disparos me fui para mi casa”, dice con lagrimas en los ojos. “Fue un momento muy estresante, un amigo estaba en el Bataclan y cuando me enteré de que uno de los atentados había sido allí lo primero que hice fue llamarlo”, relata titubeando. “Por suerte cogió el teléfono y me dijo que estaba bien, no le pasó nada porque pudo salir a tiempo”, rememora con una tímida sonrisa.

A pesar de todo, el miedo ha hecho mella en ella, como en muchos parisinos. Cree que no se ha acabado. “Sin duda la situación irá a peor”, asegura.

De camino a París, a bordo del TGV, todo parece normal. La red ferroviaria funciona como de costumbre, ni siquiera hay retrasos y tan solo se emite un aviso que informa de que la estación de Disneyland París ha sido cerrada por motivos de seguridad. En el vagón se respira cotidianeidad: los viajeros leen y hablan sin apenas hacer ruido, como cualquier otro día. Al llegar a Montparnasse, solo un grupo de policías con un pastor alemán provoca cierta sensación de calma tensa. Las tiendas están abiertas, los coches circulan y los transeúntes se pasean con serenidad. En el metro, anuncian por megafonía que todas las líneas están operativas y que el servicio transcurre con normalidad. Cuesta creer que hace menos de 24 horas el terror haya sacudido París brutalmente.

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