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"Las mujeres disparan mejor que los hombres. ¿Sabes por qué? Porque escuchan"
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UN DÍA EN LA ÚLTIMA GALERÍA DE TIRO DE MANHATTAN

"Las mujeres disparan mejor que los hombres. ¿Sabes por qué? Porque escuchan"

Viajamos a la última galería de tiro de Manhattan, donde pistola y hombre forman un todo, para descender a la discusión infernal sobre control y violencia en el país más armado del mundo

Foto: Un empleado de un club de tiro de Los Ángeles muestra a unos clientes la seguridad de un arma, el 23 de enero de 2013 (Reuters).
Un empleado de un club de tiro de Los Ángeles muestra a unos clientes la seguridad de un arma, el 23 de enero de 2013 (Reuters).

¿Sabes lo que es la elegancia?”, dice un señor con un cartucho de rifle en la mano. El hombre saca una pequeña bala dorada, calibre 22, y la gira entre dos dedos como si fuese un rubí. En este sótano de Nueva York, arma y hombre forman un todo: son amantes que bailan en sintonía. Las culatas encajan a la perfección entre mejilla y hombro, y los cartuchos entran a la primera con un suave clic.

El West Side Rifle&Pistol Range es un escueto santuario de las armas donde los aficionados vienen a disparar y a tomar café. La galería está camuflada en las entrañas de un edificio cualquiera de Chelsea, de manera que uno puede pasar toda la vida en el barrio sin saber que las balas vuelan bajo sus pies. Casi todos los días ofrecen clases de tiro y defensa personal: desde cursos para principiantes, que valen 75 dólares las dos horas, a métodos de supervivencia en contexto de lucha urbana, o la técnica defensiva SYSTEMA, inspirada en el “régimen de entrenamiento más brutal jamás creado”: el de las fuerzas especiales rusas. Hoy toca un curso de tiro solo para mujeres.

Foto: Recinto del concierto donde se produjo el tiroteo de Las Vegas. Al fondo, el hotel Mandalay Bay desde el que se hicieron los disparos. (Reuters)

“Enseñar a mujeres es más gratificante”, dice a El Confidencial Jeffrey Silman, instructor de tiro. “Ellas disparan mejor que los hombres, ¿sabes por qué? Porque escuchan, porque prestan atención. Los hombres hemos nacido con polla, así que inmediatamente cogemos la pistola y creemos que la sabemos manejar”, declara sosteniendo un pene invisible.

Silman no cobra por enseñar a disparar, es un voluntario, como el resto de instructores. De día trabaja en el departamento de Conservación Medioambiental del estado de Nueva York y luego dispara por deporte. “En las Olimpiadas hay 18 modalidades con armas de fuego. Es la más disciplinada y zen de las artes marciales: todo coordinación y control de la respiración”.

De cráneo afeitado y bigote bismarckiano, Silman parece describir una filosofía oriental: imita la posición de disparo y las 'katas', como en judo, para coger un rifle. “Aquí viene gente de todo tipo, la mayoría para socializar o pasar un buen rato. Es como ir a cenar o a jugar a los bolos”. El instructor dice que las leyes neoyorquinas son “arcaicas”, extremadamente duras con las personas que poseen un arma, y que su afición le ha costado 1.500 dólares solo en permisos.

placeholder Pistolas del Calibre 45 en un mostrador del Coliseum Gun Traders Ltd., ubicado en Uniondale, Nueva York. (Reuters)
Pistolas del Calibre 45 en un mostrador del Coliseum Gun Traders Ltd., ubicado en Uniondale, Nueva York. (Reuters)

El proceso para conseguir un arma

Conseguir un arma en Estados Unidos resulta sencillo. La ley federal no requiere permiso; tampoco la mayoría de los estados. Basta con tener 18 años (21 para pistola), un historial relativamente limpio y acudir a una de las aproximadamente 130.000 tiendas que venden armas en todo el país (casi tantas como gasolineras), incluyendo Walmart y otras grandes superficies.

Luego está el 'background check' o comprobación de antecedentes. El vendedor te pide el carné de identidad, te hace rellenar un formulario y le pasa la información por internet o por teléfono al FBI, que responde en cuestión de minutos. Entre 1998 y 2014, el FBI realizó 202.536.522 comprobaciones, de las cuales ha rechazado el 0,5%. El 'background check' solo es necesario en las tiendas con licencia; la venta privada y las ferias de armas no lo requieren. Si no es un arma regulada por la National Firearms Act, como granadas, silenciadores o metralletas, no es obligatorio registrarla.

El marco legal para obtener y poseer un arma varía dependiendo de cada uno de los 50 estados: 35 de ellos permiten llevar una pistola a la vista sin permiso y solo 20 imponen una edad mínima para poseer una escopeta. En Vermont, un joven de 16 años puede comprar una pistola y llevarla escondida sin autorización oficial ni paterna (y sin embargo, no le permiten beber alcohol hasta los 21 ni ver películas de clasificación R, a no ser que sea en compañía de un adulto).

Nueva York está entre los cinco estados más estrictos: cualquier persona mayor de 16 años puede comprar una escopeta sin permiso legal, pero la autorización es necesaria para adquirir una pistola. Hay que solicitarla en la comisaría de policía, donde te cobran 520 dólares en tasas no reembolsables. En la ciudad de Nueva York, las tiendas de armas no pueden estar a pie de calle. Si eres extranjero y llevas menos de siete años en el país, debes remitir, además, un “certificado de buena conducta” y dos cartas de referencia que “certifiquen tu buen carácter”.

Consecuencia: Estados Unidos es el país más armado del mundo, con 88,8 armas de fuego por cada 100 habitantes. El segundo de la lista es Yemen, con 54,8 por cada 100. Un país en guerra.

¿Y la violencia? En los 1.004 días que median entre el 1 de enero de 2013 y el 1 de octubre pasado, cuando tuvo lugar la matanza en el centro de estudios de Oregon, hubo en Estados Unidos 994 “tiroteos en masa” (es decir, tiroteos que dejaron al menos cuatro muertos o heridos). Casi uno diario. Entre 2001 y 2013, las armas de fuego mataron a 406.496 personas en el país (contando homicidios, accidentes y suicidios), 120 veces más que todos los atentados terroristas combinados.

Si comparamos, el índice de homicidios por arma de fuego en Estados Unidos es de 3,21 por cada 100.000 personas: el más alto del mundo industrializado. El segundo, Canadá, es de 0,51 por cada 100.000: seis veces menor. En España, es de 0,2; en Japón, de 0,01.

placeholder Un hombre camina por Englewood, en Chicago, donde los tiroteos son habituales, tras un cartel que pide no disparar a los niños que estén jugando.  (Reuters)
Un hombre camina por Englewood, en Chicago, donde los tiroteos son habituales, tras un cartel que pide no disparar a los niños que estén jugando. (Reuters)

"Las armas se han convertido en una religión"

Y aquí descendemos a la discusión infernal sobre si para reducir la violencia conviene más o menos control de armas, algo que para un europeo resulta obvio, pero que, según la agencia Gallup, divide simétricamente a los norteamericanos.

El West Side Rifle&Pistol Range es la última galería de tiro de Manhattan. En el cuarto de atrás, cinco rifles semiautomáticos Ruger descansan encima de la mesa, bajo la luz fosforescente que parpadea. Dos alumnas escuchan la voz clara del instructor, Barry Cohen, jubilado de 69 años. “Hay tres reglas básicas: vigila que el cañón apunte de forma segura, no cargues hasta que vayas a disparar y nunca tengas el dedo en el gatillo”.

Este señor de melena corta peinada severamente hacia atrás, hasta que las puntas rodean las orejas como dos ganchos, disparó su primer rifle a los 12 años. Un vecino les propuso a él y a su padre unas prácticas de tiro a las afueras; a Barry Cohen le gustó la sensación de “satisfacción y desafío”. Luego estudió Psicología en Brooklyn y en Yale y trabajó durante décadas haciendo estudios de consumo. Hoy entretiene su jubilación como voluntario; es mediador de litigios menores, enseña a leer a niños autistas y da clases de tiro. Dice que, en las décadas que lleva como instructor, jamás ha tenido que llamar al orden a nadie ni lidiar con ningún accidente.

El debate le solivianta; no quiere hablar de política. “Las autoridades nos tratan como a sospechosos”, declara Cohen, por no hablar, dice, de los medios de comunicación. “La cuestión de las armas se ha convertido en una especie de religión con dos bandos que nunca se escuchan”.

“¿A qué distancia puede la bala penetrar el cráneo de una persona?”, pregunta una alumna asiática. “Aquí no se habla de esas cosas”, responde Cohen.

Pese a que los instructores prefieren hablar del aspecto deportivo, del 'safe and fun', la galería rebosa mensajes conservadores. Por todas partes hay noticias de gente que salvó su vida pistola en mano (algo “que nunca cuentan en los medios”, según Silman), pegatinas de la Asociación Nacional del Rifle y la bandera Gadsden, donde aparece una serpiente de cascabel diciendo “No me pises”. Una bandera histórica de la revolución y uno de los símbolos del derechista Tea Party.

Todo aquí tiene un aire de campaña: el pasillo estrecho, sin ventanas, la madera envejecida, las taquillas, las ristras de balas. Los disparos resuenan al otro lado del cristal y los empleados llevan la pistola al cinto o en la sobaquera. El ambiente recuerda al futuro de 'Terminator', donde la resistencia practica la camaradería de las armas, refugiada, durante unas horas, del horror al aire libre.

Dentro de la galería, las orejeras provocan una sensación de vacío; el aislamiento es tal que instructor y tirador tienen que gritarse muy de cerca. Suelo, paredes y techo, construidos en 1964 con los restos de un barco de guerra, forman una densa constelación de balazos. Continuamente vuelan casquillos ardiendo que ruedan por el suelo sin hacer ruido. El otro día, recuerdan, un casquillo rebotó contra la pared y acertó en el escote de una tiradora.

La sensación del día es una abogada neoyorquina de 36 años, esbelta, morena y con gafas de pasta. Le encanta disparar y se nota. Los instructores muestran con orgullo los agujeritos de su diana, diminutos y concentrados en pequeños grupos. Hasta Silman y Cohen le ofrecen un parche condecorativo de la Asociación Nacional del Rifle. La joven se ríe mientras se pone la chaqueta. Dispara desde los nueve años.

¿Sabes lo que es la elegancia?”, dice un señor con un cartucho de rifle en la mano. El hombre saca una pequeña bala dorada, calibre 22, y la gira entre dos dedos como si fuese un rubí. En este sótano de Nueva York, arma y hombre forman un todo: son amantes que bailan en sintonía. Las culatas encajan a la perfección entre mejilla y hombro, y los cartuchos entran a la primera con un suave clic.

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