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¿Sirve para algo la ONU?
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ESPAÑA APUESTA POR LIMITAR EL DERECHO DE VETO

¿Sirve para algo la ONU?

Una guerra o crisis humanitaria, y sus doradas leyes internacionales son ignoradas o puenteadas con el veto de uno de los cinco grandes: 70 años de esfuerzos que han costado medio billón de dólares

Foto: El líder palestino Mahmud Abás se dirige a la Asamblea General de la ONU en Nueva York, el 30 de septiembre de 2015 (Reuters).
El líder palestino Mahmud Abás se dirige a la Asamblea General de la ONU en Nueva York, el 30 de septiembre de 2015 (Reuters).

Más que ninguna otra institución en el mundo, la Organización de las Naciones Unidas parece flotar en un plano abstracto. Es una referencia etérea que de vez en cuando se materializa en estadísticas, inversiones o cascos azules, demasiado vasta para ceñir con el pensamiento. Es, también, el ejemplo de cómo interactúan las ideas más nobles con la vaga, decepcionante y complejísima realidad.

Sus indicadores se citan con respeto divino, pero cuando estalla una guerra o crisis humanitaria, y sus doradas leyes internacionales son ignoradas o puenteadas con el veto de uno de los cinco grandes, la ONU parece un castillo de papel mojado: 70 años de esfuerzos que han costado, por ahora, medio billón de dólares. ¿Cómo funciona y qué ha logrado la ONU desde 1945?

El Gobierno de la ONU

Naciones Unidas es una multinacional pública dividida en 40 agencias que emplean a 44.000 personas, desde el campo de la agricultura y la alimentación (FAO), al desarrollo sostenible (PNUD), la lucha contra las enfermedades (OMS), la protección de la infancia (Unicef) y la promoción de la cultura, la ciencia y la educación (Unesco). Una labor silenciosa que se va filtrando, lentamente, por los intereses de 193 gobiernos representados en la Asamblea.

Los cinco países responsables de mantener la seguridad mundial son también los cinco mayores vendedores de armas

Por encima de todos está el Consejo de Seguridad, el “Gobierno de la ONU”. La mesa donde se sientan los cinco vencedores de la Segunda Guerra Mundial (EEUU, Rusia, China, Reino Unido y Francia), únicos miembros permanentes y únicos con derecho a vetar cualquier resolución aprobada por la ONU. Los 10 miembros restantes, los no permanentes, cambian cada dos años.

El Consejo suele ser señalado como fuente de estabilidad y a la vez de injusticia, un órgano todopoderoso que refleja una realidad obsoleta: la de 1945. “Creo firmemente que el Consejo debe ser reformado; no puede seguir así. El mundo ha cambiado y la ONU debe cambiar y adaptarse”, declaró a 'The Guardian' el exsecretario general de Naciones Unidas, Kofi Annan. “Nos arriesgamos a una situación en que la primacía del Consejo sea desafiada por algunos de los nuevos países emergentes”. América Latina y África no están representadas en el órgano.

“Es un privilegio que tiende a razón histórica”, reconoce a El Confidencial una fuente diplomática de España, país que preside el Consejo en octubre como miembro no permanente. “La discusión para la reforma se da a nivel intergubernamental y se trata todos los años desde hace 20”. Los candidatos a una potencial ampliación son India, Brasil, Sudáfrica, Nigeria, Alemania y Japón.

Aunque Madrid apuesta por dejar en cinco los permanentes, propone limitar, como Francia, el derecho de veto en caso de crímenes masivos. Último ejemplo: desde 2011, Rusia ha usado su veto cuatro veces para evitar que la ONU aplique sanciones contra el régimen de Siria o despliegue allí un plan de paz. Estados Unidos lo ha utilizado tres veces desde 2005, las tres para proteger a Israel.

El Consejo puede imponer sanciones o aplicar planes de paz y sus decisiones tienen mandato legal. Pero un dato le persigue: los cinco países responsables de mantener la seguridad mundial son también los cinco mayores vendedores de armas.

El ejército del mundo

Preservar la paz se ha convertido en la empresa más cara de la ONU. Mantener a los 125.000 cascos azules desplegados en 16 países va a costar 9.000 millones de dólares en 2015, más del doble que hace 10 años y 18 veces más que en 1991. Solo por la República Democrática del Congo, cuya misión vale 1.000 millones al año, han pasado 250.000 soldados extranjeros en la última década.

Las 'peacekeeping' también son víctimas de la endémica diferencia de opiniones que padece, naturalmente, la ONU. Los miembros del Consejo de Seguridad deciden dónde y cómo se despliegan las misiones, pero son los países en desarrollo quienes suelen poner las botas sobre el terreno. El país que ha contribuido con más músculo a la paz mundial desde 1945 es la India: 250.000 soldados. A veces, el crisol de nacionalidades se atranca como un motor lleno de arena.

Preservar la paz se ha convertido en la empresa más cara de la ONU. Mantener a los 125.000 cascos azules en 16 países va a costar 9.000 millones en 2015

Tal es el caso de los generales que, durante una crisis, acaban pidiendo instrucciones a su país, no a Nueva York (como el indio Vijay Getley en Sierra Leona), o gobiernos que ocultan los crímenes de sus nacionales. El secretario general Ban Ki-moon pidió a los estados miembros que no protegiesen a los sospechosos de violaciones, ya que lo único que puede hacer el organismo en caso de que uno de sus soldados incurra en un crimen sexual, es enviarlo a casa.

Naciones Unidas reconoció en un informe que algunas tropas de mantenimiento de la paz han cambiado bienes materiales por sexo en repetidas ocasiones. Los investigadores documentaron 480 casos entre 2008 y 2013. El informe indica que, si bien el número de soldados desplegados ha aumentado en los últimos años hasta un total de 125.000, los casos han disminuido.

El resultado global es mixto. Las misiones operadas en El Salvador, Namibia, Mozambique o Camboya fueron consideradas “éxitos” y le valieron a la ONU el premio Nobel de la Paz en 1988. Los años noventa estuvieron marcados por los fracasos de Ruanda, donde cientos de miles de personas fueron pasadas a machete ante a la mirada impasible del contingente belga, y Srebrenica: la ciudad bosnia que sucumbió al horror pese a estar técnicamente en manos azules. Fiascos que obligaron a la ONU a comprometerse, desde entonces, en la defensa activa de civiles en peligro.

¿Y los refugiados?

Este año el número mundial de refugiados alcanzó su nivel máximo desde 1945. Según la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), cada día dejan su casa una media de 42.500 personas, cuatro veces más que en 2010. Pese a ello, ACNUR ha visto disminuir sus ingresos un 10% desde 2014. Ha recortado las raciones en Siria y cerrado instalaciones sanitarias en Jordania, Líbano e Iraq, lo que explica, en parte, que muchos huidos den el siguiente paso: la Unión Europea.

“Los donantes internaciones han sido generosos dando financiación a ACNUR, la ONU y otros socios”, declara por 'e-mail' a El Confidencial Brian Hansford, portavoz de ACNUR. “Sin embargo, la escala y el número de los conflictos por todo el mundo que hacen que la gente huya para salvar la vida han sobrepasado dramáticamente los recursos disponibles”. Hansford reconoce que el plan para ayudar a los refugiados sirios solo ha conseguido el 50% de la financiación prevista.

“ACNUR solo tiene garantizado cada año el 2% de su presupuesto. El resto se lo tiene que mendigar a los gobiernos de los países ricos”, explica a El Confidencial James Hathaway, profesor de la Universidad de Michigan y director del Programa de Refugiados y Leyes de Asilo. “Así que, en cierta medida, debemos tener un poco de simpatía por la agencia. Su estúpido modelo de financiación no le da ingresos estables”.

Nunca tuvo la intención de ser una agencia de ayuda humanitaria; de hecho ese no es es trabajo, sino el de la Cruz Roja, Oxfam y un centenar de otros grupos que hacen eso”, continúa Hathaway. “Su trabajo real era dar sobre todo asistencia legal a los refugiados, ser su representante frente a los gobiernos, de la misma forma que los embajadores luchan por los derechos de los ciudadanos que están fuera de sus fronteras. Eso no está ocurriendo porque los gobiernos así lo quieren. No pagarán para que la agencia haga su trabajo real porque lo encuentran políticamente incómodo”.

“El anuncio de que Europa va a potenciar las ayudas a los países que reciben a refugiados de Siria ha sido bienvenido, pero se necesita más acción urgente y coordinada”, dice Brian Hansford. “ACNUR pide instalaciones sólidas para recibir, asistir, registrar y monitorizar a la gente cuando entra en Europa. Este es un problema global y requiere una solución global”.

Acabar con la pobreza

El pasado viernes, Naciones Unidas aprobó el que quizás sea su plan más ambicioso hasta la fecha: los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS): 17 objetivos con 169 metas específicas repartidas por todo el mundo y 300 mecanismos de control. Un proyecto de varios niveles que espera gastar entre tres y cinco billones de dólares para eliminar la pobreza antes del año 2030, además de proteger los derechos humanos y el clima y ampliar la educación y el acceso al agua potable.

Los ODS parten de las metas anteriores, los Objetivos del Milenio, que se zanjaron este verano a medio hacer. De las ocho metas declaradas en el año 2000, solo una, la más mentada, se cumplió con éxito: el número de personas que viven en la extrema pobreza cayó a menos de la mitad. La mayor reducción de pobreza de la historia, según datos oficiales. También bajaron a la mitad el número de niños que mueren antes de cumplir los cinco años, las infecciones de sida descendieron casi un 40% y las muertes por malaria un 50% desde 1990.

“El panorama internacional es completamente diferente”, explica a varios periodistas Paloma Durán, directora del Fondo de los Objetivos del Desarrollo Sostenible. “En el año 2000 no teníamos una larga lista de países de ingresos medios; hoy hay 77 (…). Antes, nadie hablaba del cambio climático, ni de trabajos decentes. Hoy estas cosas ya están incluidas en la agenda”.

A diferencia de los Objetivos del Milenio, los ODS incluyen a todos los países, no solo a los subdesarrollados. Se van a elaborar mano a mano con cada Estado, van a incluir participación de universidades y empresas, y su financiación, variable, dependerá sobre todo de los diferentes gobiernos. Con todo, los ODS no son de obligatorio cumplimiento.

La Organización de las Naciones Unidas vive estos días su momento de gloria en Nueva York. Acaba de cumplir 70 años y ha batido el récord de asistencia: 170 jefes de Estado y de Gobierno han venido a dejar su mensaje y a reunirse, a puerta cerrada, con sus iguales. Las lunas tintadas fluyen por las calles cortadas y desde las cinco de la mañana centenares de agentes de seguridad revisan constantemente maletines, mochilas, identificaciones y toneladas de cámaras y cables.

Perfectamente imperfecta, cubierta de logros y escándalos, la ONU quizá siga viviendo en las palabras del segundo secretario general, Dag Hammarskjöld: “La ONU no fue creada para llevar la humanidad al paraíso, sino para salvarla del infierno”.

Más que ninguna otra institución en el mundo, la Organización de las Naciones Unidas parece flotar en un plano abstracto. Es una referencia etérea que de vez en cuando se materializa en estadísticas, inversiones o cascos azules, demasiado vasta para ceñir con el pensamiento. Es, también, el ejemplo de cómo interactúan las ideas más nobles con la vaga, decepcionante y complejísima realidad.

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