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De neonazi a pastor protestante: historia de un alemán
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la mutación de kneifel tras matar a un hombre

De neonazi a pastor protestante: historia de un alemán

Con 14 era neonazi. Con 17 mató a golpes a un hombre. Y con 24 años, tras pasar cinco en prisión, entró en el seminario. Hoy es pastor y da charlas para prevenir el racismo. Ésta es la vida de Kneifel

Foto: Un simpatizante del partido de extrema derecha alemán NPD durante un acto de la formación en Berlín, el 17 de junio de 2012 (Reuters).
Un simpatizante del partido de extrema derecha alemán NPD durante un acto de la formación en Berlín, el 17 de junio de 2012 (Reuters).

De neonazi violento a pastor protestante. Ésta es la transformación radical que ha trazado el alemán Johanes Kneifel en apenas 33 años. Proveniente de una familia con problemas, se integró aún adolescente en círculos ultraderechistas, dio con sus huesos en la cárcel después matar de una paliza a un hombre y, en prisión, cambió radicalmente al entrar en contacto con extranjeros. Acabó abrazando la fe. De nuevo en libertad, entró en el seminario, se convirtió en pastor y empezó a recorrer colegios para contar su historia y combatir el racismo.

"La gente puede cambiar", asegura Kneifel en el libro que ha publicado sobre sus experiencias. Y en esa frase se pueden condensar las 288 páginas de memorias de este joven compacto y de llamativo pelo rojo. En su caso, es capaz además de identificar el momento clave de su transformación, el eje que separa sus dos existencias antagónicas. Fue el 9 de agosto de 1999. Tenía 17 años. Aquel día pareció, hasta bien entrada la tarde, uno de otros muchos perdidos. Cervezas, tabaco y frustración disfrazada de fanfarronería violenta. Pero entonces algo se torció.

Odio con resultado de muerte

Según su relato, había estado bebiendo con un amigo neonazi en un parque en la localidad de Eschede, un pueblo de 6.000 habitantes en el norte de Alemania. Entonces decidieron ir hasta la casa de Peter Deutschmann, un vecino al que muchos apodaban "El hippie" por sus convicciones políticas. Este hombre, que tenía 44 años, acababa de criticar al colega de Kneifel públicamente por su ideología. Querían darle un escarmiento.

Al llegar al piso vieron desde fuera la televisión encendida. Parece que Deutschmann ignoró sus golpes en la puerta y esto molestó aún más a la indeseada visita. Los atacantes rompieron entonces la puerta y entraron dentro. La discusión fue corta. Kneifel golpeó al hombre y, cuando cayó al suelo, le pateó con sus botas militares de punta de acero. Antes de abandonar la casa a la carrera destrozaron el teléfono para que no pudiese pedir ayuda.

Deutschmann murió en el hospital al día siguiente a causa de la paliza, según el informe del forense. Kneifel fue condenado poco después a cinco años de confinamiento en un centro juvenil, tras ser hallado culpable de un delito de lesiones con resultado de muerte.

placeholder Johannes Kneifel en una imagen de DPA.

"Una infancia de mierda"

El camino de Kneifel hasta aquella noche fue terriblemente predecible. Nació en 1982 en Celle, una ciudad mediana del norte de Alemania. Tuvo, en sus propias palabras, "una infancia de mierda". Su madre padecía una esclerosis múltiple grave y su padre estaba casi ciego. Poco después, al mudarse de Celle a Eschede, el padre perdió su trabajo. Y, con su minusvalía, no pudo reincorporarse al mercado laboral. Kneifel asistía aún a una escuela primaria. Pero recuerda sentir vergüenza por la situación de sus padres y por tener que llevar ropa barata a clase.

Empezó a robar. Con 14 años bebía "muchísimo", reconoce. A veces, hasta perder el conocimiento. La relación con sus progenitores se agrietó. Les despreciaba e insultaba. Los servicios sociales entraron en acción cuando su hermana se marchó de casa, harta de la situación. Kneifel pasó entonces dos meses en un psiquiátrico juvenil. Cuando salió, los vínculos con sus padres habían colapsado, pero en su particular descenso hacia los infiernos se había hecho un grupo de amigos: unos cabezas rapadas. Su hermana fue a una familia de acogida; él, a un internado en Elze, una localidad a unos cien kilómetros de sus casa.

Cada dos fines de semana podía volver a Eschede. Pero entonces no iba a ver a sus padres, recuerda Kneifel. Prefería quedarse con sus nuevos amigos. Entre neonazis había encontrado una especie de familia y algo parecido a un sentido. Se dedicaban a beber sin tregua desde el viernes a mediodía hasta el domingo. Y a meterse en peleas. Fue en agosto de 1999, justo después de pasar unos días de vacaciones en la vecina Dinamarca gracias a los servicios sociales, cuando el adolescente neonazi fue a visitar al "hippie" Deutschmann.

placeholder Un skinhead alemán durante un festival de extrema derecha celebrado en Viereck (Reuters).
Un skinhead alemán durante un festival de extrema derecha celebrado en Viereck (Reuters).

Amigos musulmanes

Peleas aparte, el reformatorio le sentó bien. Al menos, en un sentido profundo. Allí también había ultraderechistas, pero no intimó con ellos. A cambio, empezó a tratar con jóvenes extranjeros. "Lo que pasaba fuera no contaba dentro, en la cárcel", explica Kneifel en una entrevista al semanario Der Spiegel. En su libro asegura que los inmigrantes, principalmente musulmanes, fueron los primeros que le dieron una "segunda oportunidad". Como consecuencia esa especie de sentido que había dado a su vida el entorno neonazi empezó a desmoronarse.

Quizá buscando un referente, Kneifel volvió a estudiar y empezó a ir a misa. En unos años concluyó con éxito un ciclo de formación profesional de operario de maquinaria e hizo amistades con voluntarios de fuera del correccional que iban a los servicios religiosos. De aquellos encuentros recuerda, sorprendido, cómo se acercaban a él con los brazos abiertos, a sabiendas de su pasado.

Con cuatro años de condena ya cumplidos, Kneifel se sentía sin fuerzas para seguir aguantando en prisión. Entonces, escribe en su libro De Saulo a Pablo, se volcó en la religión. Para eso, por primera vez, tuvo que reconocerse a sí mismo como responsable de la muerte de Deutschmann y dejar de culpar a otros por aquello. De la mano del arrepentimiento vino la de dar un vuelco a su vida, explica, y dedicarse al "servicio de Dios".

placeholder Manifestantes de extrema derecha amenazan a la prensa durante una marcha en Colonia (Reuters).
Manifestantes de extrema derecha amenazan a la prensa durante una marcha en Colonia (Reuters).

Una nueva oportunidad

Tras salir del centro de internamiento juvenil, se incorporó a una iglesia libre próxima a Hameln, en el norte de Alemania y dedicó sus esfuerzos principalmente a trabajar con grupos de jóvenes, para alejarlos de los entornos de la derecha radical y violenta en los que él mismo estuvo sumergido. Mientras tanto, Kneifel cursó una especialización de su formación profesional y, en 2006, empezó a estudiar teología en el seminario de Elstal, cerca de Berlín. Kneifel asegura que no olvida. Aunque quisiera no puede. Pero que prefiere mirar hacia adelante. "Doy gracias por esta nueva oportunidad", dice.

Ahora vive en Zwickau, donde trabaja y predica. Llegó a ser temporalmente pastor a tiempo completo en una parroquia del municipio de Wilkau-Haßlau, donde los feligreses sabían de su pasado y lo aceptaban. Cree que allí su compleja cartografía vital puede suponer una diferencia. En Zwickau, una ciudad de más de 100.000 habitantes del este de Alemania, se han producido en los últimos meses incidentes xenófobos ante la llegada de refugiados. Y aquí fue donde estableció su centro de operaciones la célula terrorista Clandestinidad Nacionalsocialista (NSU), un trío de ultraderechistas alemanes que a lo largo de casi una década asesinó a nueve extranjeros y a una agente de policía.

El año pasado un militar que había estado en Afganistán se acercó a Kneifel, narra el pastor al diario Tagesspiegel. El soldado no había superado el hecho de haber tenido que matar. Le pesaba además como una losa una emboscada de los talibán en la que sólo sobrevivieron él y un compañero. Se sentía culpable de sus muertes. Hablaron largo y tendido. Kneifel le dio su teléfono móvil para que le llamase algún día. Por si quería hablar.

Unos meses más tarde su móvil sonó. Era el soldado. Roto. El otro superviviente de la encerrona en Afganistán se había suicidado, presa también de los remordimientos. Kneifel logró calmar al militar, aferrarlo a la vida: "Si no me hubiese llamado aquel día, seguramente se hubiera suicidado también".

De neonazi violento a pastor protestante. Ésta es la transformación radical que ha trazado el alemán Johanes Kneifel en apenas 33 años. Proveniente de una familia con problemas, se integró aún adolescente en círculos ultraderechistas, dio con sus huesos en la cárcel después matar de una paliza a un hombre y, en prisión, cambió radicalmente al entrar en contacto con extranjeros. Acabó abrazando la fe. De nuevo en libertad, entró en el seminario, se convirtió en pastor y empezó a recorrer colegios para contar su historia y combatir el racismo.

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